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26 de octubre de 2011

El Estado no nació ni existe en interés de la libertad sino como fuerza especial para someter a las clases explotadas. Venerando el Estado, Lassalle (dirigente obrero alemán, contemporáneo de Marx), pugnó una utopía útil a las clases dominantes. El capitalismo se basa en la desigualdad de las condiciones en la base material de la sociedad, lo que torna formal la igualdad jurídica y política.

La libertad

Hoy 1392 / Sobre El Estado

Los revisionistas veneraron el Estado. En vez de pugnar por su destrucción revolucionaria, preconizan una política dirigida a “ganar espacios de poder” dentro del Estado.
Lassalle postulaba el “Estado popular libre”. Sus adeptos abreviaron: “Estado libre”.

Los revisionistas veneraron el Estado. En vez de pugnar por su destrucción revolucionaria, preconizan una política dirigida a “ganar espacios de poder” dentro del Estado.
Lassalle postulaba el “Estado popular libre”. Sus adeptos abreviaron: “Estado libre”.
“Gramaticalmente hablando –escribió Engels en 1875–, Estado libre es un Estado que es libre respecto de sus ciudadanos, es decir, un Estado con un gobierno despótico. Habría que abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la Comuna (Engels se refiere a la Comuna de París de 1871, la primera dictadura del proletariado que existió aunque sólo duró un par de meses), que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. Los anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta eso del ‘Estado popular’, a pesar de que ya la obra de Marx contra Prudhon (se refiere a Miseria de la Filosofía) y luego el Manifiesto Comunista, dicen claramente que con la implantación del régimen social socialista, el Estado se disolverá por sí mismo y desaparecerá. Siendo el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras el proletariado necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir. Por eso nosotros propondríamos decir siempre, en vez de la palabra Estado, la palara Comunidad/Gemeinwesen, una buena y antigua palabra alemana que equivale a la palabra francesa Commune.
Este texto de Engels es fundamental para comprender la teoría marxista sobre el Estado. Si se habla en serio de libertad para todos es preciso saber que la condición para lograrla es acabar con el Estado, y, por ende, abolir primero las clases sociales y la explotación del hombre por el hombre. “La Comuna de París –destacó Lenin en El Estado y la Revolución– iba dejando de ser un Estado toda vez que su papel no consistía en reprimir a la mayoría de la población sino a la minoría (a los explotadores): había roto la máquina del Estado burgués; en vez de una fuerza especial para la represión, entró en escena la población misma. Todo esto significaba apartarse del Estado en su sentido estricto. Y si la Comuna se hubiera consolidado, habrían ido ‘extinguiéndose’ en ella por sí mismas las huellas del Estado, no habría sido necesario ‘suprimir’ sus instituciones: éstas habrían dejado de funcionar a medida que no tuviesen nada que hacer”.

Las citas transcriptas clarifican una cuestión central: la relación entre la libertad y el Estado, ese aparato especial situado por encima de la sociedad que somete a los hombres a las clases dominantes.
Lassalle idealizaba el sufragio universal. Consideraba que mediante él se podía convertir el Estado prusiano (de los terratenientes), en motor de sociedades cooperativas de productores en oposición a los capitalistas. Esta utopía le venía como anillo al dedo a las clases dominantes pues llevaba al movimiento obrero a apartarse del camino revolucionario y lo colocaba como furgón de cola de los junkers (terratenientes).
En cambio, en la historia hubo ya en los siglos XVI y XVII luchadores y pensadores avanzados, que combatieron a fondo contra el absolutismo feudal y también contra las nacientes relaciones capitalistas de producción, condenando la propiedad privada y propagando el ideal milenario de todos los explotados y desposeídos, el ideal comunista. Tomás Moro (Inglaterra, 1478-1535) fue uno de los más destacados y, pese al carácter utópico de sus concepciones comunistas, se aproximó mucho a desentrañar la verdadera naturaleza de Estado. En su obra Utopía, escribió: “Debo decir por esto que de todos los otros gobierno que veo o que conozco, yo no puedo, de buena fe, tener otro concepto que éste: que son una conspiración de los ricos, los cuales, con el pretexto de perseguir fines públicos, persiguen sólo sus fines privados, e inventan todo medio posible y arte a fin de poder, sin peligro, en primer lugar conservar esto que tan mal han conquistado, y en segundo lugar, obligar a los pobres a trabajar y a sudar por sus más bajos salarios, oprimiéndolos como mejor les parece”.

No de los teóricos puesto nuevamente de moda por los neoliberales, Alexis de Tocqueville, destacó la “igualdad de condiciones” como lo más sorprendente y positivo de la democracia en Estados Unidos. Lo consideró un: “hecho providencial”, divino. Pero la realidad ya era entonces totalmente inversa: en la base de la sociedad, en la producción de los medios materiales de vida, reinaba no la igualdad de condiciones sino la apropiación por unos pocos del trabajo de los demás. Inclusive subsistió la infame esclavitud de los negros en el Sur hasta 1865, cuando el Norte burgués derrotó al Sur tras cuatro años de sangrienta guerra civil.
En general, en el capitalismo, precisamente la desigualdad de condiciones en la producción torna formal la igualdad jurídica y política de los ciudadanos. Un Rockefeller o un Morgan en Estados Unidos son ante la ley iguales que cualquiera de sus innumerables obreros y empleados, y su voto vale lo mismo en las urnas. Pero en la realidad sólo un Rockefeller, un Morgan y otros semejantes todopoderosos capitalistas monopolistas tienen “igualdad de condiciones” y dominan la economía y el Estado, excluyendo la gran masa –los productores directos– del poder económico y político, aunque los trabajadores puedan mal que bien protestar libremente ante las puertas de la Casa Blanca.
Por eso, la gran conquista democrática del sufragio universal no establece la “igualdad de condiciones” en la esfera del Estado, del poder. Desde el punto de vista del proletariado y de sus necesidades históricas de clase, como señaló Engels, el sufragio universal no puede llegar –ni llegará nunca a más en el Estado actual–, que a ser un “índice de madurez de la clase obrera”, en el camino de acumulación revolucionaria de fuerzas.