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02 de octubre de 2010

Hace 200 años, a finales de junio de 1807, los ingleses volvieron a intentar la ocupación de Buenos Aires, con un número muy superior de tropas al que habían utilizado en 1806. Pero otra vez fueron derrotados.

La segunda invasión inglesa

Bicentenario de la defensa de Buenos Aires

Recordemos que el 12 de agosto de 1806, los 1.600 soldados ingleses debieron rendirse con armamentos, banderas y estandartes, y sus bajas ascendieron a 300 hombres entre muertos y heridos; por su parte, las fuerzas de la reconquista perdieron unos 200 hombres.
Después de este primer triunfo sobre los ingleses se produjeron hechos de trascendencia en el Río de la Plata. Acéfalo el gobierno por la ausencia del virrey y desprestigiados muchos militares españoles por la actitud que habían tenido, era evidente que solo al pueblo le correspondía el triunfo. El Cabildo Abierto resolvió la práctica destitución del virrey Sobremonte (con la oposición del obispo Lué y los miembros de la Audiencia) y también la organización de cuerpos de milicia para defender Buenos Aires (ver recuadro). En octubre de 1806, las milicias contaban con unos 8.500 hombres, siendo de ellos más de 5.000 nativos americanos.

Vuelven los ingleses
No se equivocaban los porteños en prepararse militarmente. La flota inglesa a las órdenes de Popham continuaba merodeando en el Plata, a la espera de nuevas fuerzas británicas, las que sumarían 11.000 hombres colocados al mando del teniente general Whitelocke, a fines de 1806.
En febrero de 1807, los ingleses recomenzaron su agresión ocupando Montevideo, tras vencer enconada resistencia. Presa de indignación el pueblo de Buenos Aires se reunió frente al Cabildo exigiendo la absoluta deposición del virrey Sobremonte, quien se había radicado en Montevideo después de lo ocurrido anteriormente en Buenos Aires, y allí tuvo tan desacertada conducta como la que había tenido antes frente a la primera invasión.
En junio de 1807, dejando parte de sus efectivos para mantener el control de Montevideo, Whitelocke embarcó más de 7.000 hombres, desembarcando en la Ensenada de Barragán, el 28 y el 29.
El 2 de julio, la avanzada del ejército inglés al mando de Gower llegó a los corrales de Miserere, eludiendo a las tropas de Liniers quien había salido de la ciudad con unos 7.000 hombres a esperarlos en el puente de Gálvez. Advertido de la maniobra inglesa, Liniers se dirigió con parte de su ejército hacia Miserere, donde libró un desordenado combate a cuyo término se desbandaron sus fuerzas. Desmoralizado, Liniers retrocedió a la Chacarita de los Colegiales con algunos efectivos. Por su parte, Gower se detuvo a esperar al grueso del ejército inglés.

Todo el pueblo en pie de lucha
Después de la derrota de Miserere todo parecía perdido; sin embargo, y a pesar de la crítica situación, el pueblo de Buenos Aires decidió defender la ciudad del ataque, encabezando la organización el alcalde de primer voto del Cabildo, Martín de Alzaga. La Plaza Mayor se convirtió en el núcleo de la resistencia y en las calles que convergían hacia ella se levantaron barricadas protegidas por cañones.
El 5 de julio, rechazada la intimación por los defensores de la ciudad, Withelocke ordenó el avance de sus tropas divididas en 13 columnas. Estas debían avanzar sin utilizar las armas, convergiendo por el norte y el sur en un movimiento envolvente sobre la Plaza Mayor. El pueblo de Buenos Aires, favorecido por una diagramación de sus calles en ángulo recto, resistió heroicamente. La mayoría de los hombres en las calles y las mujeres, niños y ancianos en las azoteas y balcones, arrojando todo lo que tenían a mano; los esclavos negros contribuían activamente a hacer de cada casa una fortaleza.
El combate se extendió casa por casa, siendo rechazados los ingleses de la mayoría de sus objetivos. Mención especial merece la acción de nuestras mujeres, destacándose en la historia los ejemplos de Martina Céspedes, quien con ayuda de sus tres hijas, y proveyéndolos de una bebida alcohólica, redujo a 12 soldados ingleses, siendo nombrada luego por Liniers sargento mayor con sueldo y uniforme, y de Manuela Pedraza, “la tucumana”, quien peleó junto a su marido y cuando éste cayó tomó el arma para seguir peleando, siendo nombrada alférez por Liniers y citada en el parte de acción.
Así las cosas, al llegar la noche los ingleses habían fracasado, pues solo ocupaban los puntos extremos: al sus la Residencia y al norte la Plaza de Toros en el Retiro; el núcleo de la resistencia, la Plaza Mayor, permanecía intacto.
Liniers intimó a Whitelocke para que su ejército evacuara el Río de la Plata, pero la negociación fue rechazada al día siguiente (6 de julio). Sin embargo, debido a la actitud enérgica de los defensores, el día 7 el jefe inglés decidió firmar el tratado que ponía fin a la lucha. En el transcurso de la Defensa, los ingleses habían perdido unos 2.500 hombres, entre muertos, heridos y prisioneros, y los defensores unos 1.600.

Hacia la independencia
El rechazo de las invasiones inglesas traería importantes consecuencias para las colonias españolas y abriría el camino hacia la independencia.
El levantamiento del pueblo de Buenos Aires contra el invasor, su organización en milicias armadas y la práctica imposición de un gobierno propio en estas circunstancias, reflejó por un lado la debilidad del sistema político vigente, y por el otro, permitió adquirir conciencia al pueblo de sus propias fuerzas.
El poderoso y aguerrido ejército inglés había sido derrotado por milicias en su mayoría criollas, las que –en su oportunidad– estarían capacitadas también para enfrentar a los cuerpos españoles.
A pesar de que la dirección del proceso había quedado en manos de sectores opositores a la independencia, como los que expresaban Alzaga y Liniers, nadie dudaba que tanto la reconquista como la heroica defensa habían sido victorias del esfuerzo popular y era evidente que la fuerza principal era criolla, habiendo hecho su bautismo de fuego quienes se destacarían para dirigir el futuro ejército patrio.
(De: Eugenio Gastiazoro, Historia argentina, tomo I, Editorial Agora, Buenos Aires, 1986).



Las primeras milicias
Tras la capitulación de Beresford en 1806 y ante la posibilidad de una nueva invasión, Liniers emitió un comunicado, instando al pueblo a organizarse en cuerpos de milicias separados según su origen.
Los nativos de la ciudad formaron el cuerpo de Patricios, tres batallones integrados mayoritariamente por pobres, liderados por Cornelio Saavedra, donde militaban Manuel Belgrano, Domingo French, Antonio Beruti, Hipólito Vieytes, entre otros; los del interior el de Arribeños (porque eran de las provincias de arriba, mayormente peones de carretas), liderado por Juan Bautista Bustos; Cazadores Correntinos, bajo el mando de Juan José Fernández Blanco; los esclavos e indios el de Pardos y Morenos. Por su parte los de origen español formaron las milicias de Gallegos, Miñones o Catalanes, Asturianos y Vizcaínos, Cántabros o Montañeses, y Andaluces.
En la campaña se formaron tres Escuadrones de Húsares, el primero liderado por Pueyrredón, el segundo de Vivas, y el tercero de Núñez. Además, los escuadrones de Migueletes y de Quinteros y Labradores.
En cada milicia los jefes y oficiales eran elegidos por sus integrantes. La ciudad se militarizó pero también se politizó. Las milicias se transformaron en lugares de discusión política.

Cuando se pierde la brújula…
Tras el desenfado de su lenguaje al historiador Felipe Pigna a veces se le desboca la metafísica. En este caso no solo por tomar en solfa el accionar colonialista inglés en relación a la segunda invasión (“Quizás por el espíritu deportivo de revancha”), sino por equiparar a Whitelocke con… Galtieri. Así escribe: “Adelantándose a Galtieri en 175 años, Withelocke se negó a hablar de rendición. Como el alcohólico general, el inglés se valió de eufemismos para comunicarle a su país la rendición incondicional…” (Felipe Pigna: Los mitos de la historia argentina, Editorial Norma, págs. 206 y 211).
Semejantes “ironías” solo pueden caer bien a los piratas ingleses y sus lacayos. ¿Cómo se puede equiparar la recuperación y defensa de las Malvinas por nuestro país en 1982  –más allá de su dirección– con la invasión de los colonialistas ingleses a Buenos Aires y Montevideo en 1806 y 1807? El afán desmitificador de Pigna parece regirse por la afición al alcohol o la probidad de “los protagonistas”, más allá de su carácter de clase o su ubicación frente al colonialismo, como hace también al exaltar a Hernandarias como “primer gobernante criollo”, en verdad el primer gran terrateniente cipayo de estas tierras, esclavizador de indios y “mancebos de la tierra”, a quienes llegó a prohibir tomar mate (¡ni hablar de la ginebra!) por considerarlo una costumbre de “vagos y malentretenidos” (Cfr. Gastón Gori: Vagos y mal entretenidos, Carlos Alonso Editor. Bs. Aires, 1974).