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02 de octubre de 2010

Una vez más, las mujeres jujeñas víctimas de la opresión de esta justicia defienden sus derechos y enfrentan la violencia sobre sus cuerpos.

Saber la opresión en el cuerpo

Hija de obrera rural de Jujuy

“Yo le decía a mi hijo: salgan, diviértanse”. Ella reflexiona sobre las cosas sensatas que una madre quiso y quiere para sus hijos. Habla susurrando la mitad de las frases. Susurra las palabras que cree que nadie debe escuchar. Susurra: “Justicia por mano propia”, “su mamá es como las de antes”, “miedo”.
Su hijo, C., salió casi descompuesto de la audiencia en la que tuvo que declarar ante el Juzgado qué pasó esa madrugada oscura que fue la más oscura de las que vivió.
Cuatro abogados, defensores de quienes lo golpearon a él (de 18 años) y a su novia (de 16), -y que luego la violaron y les robaron objetos-preguntaban como queriéndolo cercar, buscando contradicciones, aunque ficticias en medio de los nervios, que permitan defender a los jóvenes que hoy están en la cárcel por la atrocidad cometida. Del grupo de atacantes, tres abusaron de Y., su novia, mientras él yacía desmayado por los golpes.
A cuatro abogados defensores, a un juez y a un secretario deberá enfrentar la niña adolescente cuando le hagan repetir lo sucedido y lo que ya debió decir varias veces; niña adolescente hija de una obrera rural de una localidad de Jujuy en la que las mujeres sufren y callan. Ella no quería contarle a su mamá lo sucedido, por miedo a que le pegue. Fue la mamá de C. quien le contó a la madre de Y. lo sucedido y la que hizo mucho para que vaya al hospital, al psicólogo, al ginecólogo, porque “no me gustaría que esto le pase a mi hija”.
“Fue a un médico clínico y le dio la pastilla del día…”, dice otra vez susurrando y ya sin terminar la frase.

Trasformar esta realidad
Los caminos que crecen en esta red de lucha por los derechos de las mujeres y contra la violencia hacia ellas, hicieron que desde el hospital del pueblo se garantizara –aunque yendo a la Capital provincial por falta de instrumental y presupuesto- toda la atención en salud física y psíquica necesaria para Y.; y asesoramiento legal, acudiendo también desde allí a la Multisectorial de la Mujer de Jujuy, que la ayudará a enfrentar en el terreno judicial lo que lamentablemente debe enfrentar una mujer que denuncia una violación. Porque a esta altura, se sabe que una mujer violada tiene que enfrentar, incluso, a la Justicia de este Estado.
“El papá le dijo a él `dejála ya, no sigas con ella”, cuenta la mamá de C. Luego, relata para equilibrar la balanza lo que alguien le ha dicho: “Vos criaste muy bien a tu hijo que la acompaña en esto a ella”.
Los relatos a veces muestran la crueldad inexplicable y absurda, pero real y cotidiana, que simplemente y a costa de tanto pone a foco la necesidad imperiosa de trasformar esta realidad que tantos sufrimientos depara a las mujeres de nuestro pueblo. La sonrisa de Y. hace impensable lo que sufrió aquella madrugada oscura, pero de repente esa sonrisa desaparece y su rostro se transforma, sus ojos se empañan y ahí sí su dolor se ve en ella y duele en los otros.
Sin dudas su sonrisa se deja ver porque manos amigas la acompañan y contienen y abrazan. Del miedo a los golpes de su madre ante lo sucedido, pasó a aferrarse a ella con un abrazo constante, que no afloja. Siempre la acompaña en estos laberintos en los que tiene que andar para obtener justicia, y uno se pregunta: “¿qué motivó el miedo a los golpes al inicio?”
“Miedo a que le peguen” es lo mismo que pensó Romina Tejerina y la hundió en el silencio, la soledad y las nuevas etapas de la tragedia interminable y conocida.
Una rebelión nacida del dolor
“Mi hijo trabaja en un taller con su papá, y conoce a todos los que están en las fincas”, dice la mamá de C. “Me dijo que va a juntar firmas ahí para que se apruebe la emergencia. Hay una chica que el novio la llevó a la finca y la rameó y los finqueros abusaron de ella”, cuenta también. “Ella quedó muy mal”.
Hay un sufrimiento cotidiano, inmenso, que hace que la campaña por la declaración de la emergencia en violencia sexual contra la mujer, se reafirme y crezca. Porque en los objetivos que busca, y en el sólo hecho de buscarlos, hace que algo de la realidad que sufren las mujeres en esta sociedad se trasforme, aunque más no sea saber que el problema de una es el problema de muchas, y nos empuje indefectiblemente a caminar el sendero revolucionario que termine con esta forma de opresión.
Porque si esta sociedad hace del cuerpo de las mujeres un mero objeto del que se puede disponer, y más aún si son pobres, no nos deja otra salida que esa rebelión nacida del dolor de las propias entrañas del cuerpo y vida de las mujeres. Y porque las pobres no son las únicas, pero si las más vulnerables, es el contingente principal que debe dar batalla. Y., una niña adolescente hija de obrera rural, lo sabe en su cuerpo.