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22 de octubre de 2018

Sheila Ayala, infancias vulneradas

Belén Spinetta analiza este asesinato en un contexto de pobreza y desprotección estatal, y sus repercusiones mediáticas.

Resulta difícil esbozar algunas líneas de análisis cuando el hecho del que tenemos que hablar es del crimen de una pequeña de 10 años. La noticia del brutal asesinato de Sheila Ayala nos estrujó el alma y nos llenó de bronca. Otra vez, secar las lágrimas y recoger fuerzas para seguir luchando contra este sistema podrido que se lleva la vida de mujeres, niñas y adolescentes.

Algún medio hegemónico de esos que lucran con los sufrimientos ajenos convirtiéndolos en un mero espectáculo morboso, tituló: “Violencia de género, drogas y alcohol”. Dijeron también que la niña “apareció muerta”, tomando distancia y evitando decir que en realidad la asesinaron. Y a partir de eso se desató la siniestra máquina discursiva preocupada por contar los detalles más violentos, sensacionalistas y morbosos que permitan convertir la noticia en show. El esquema se repitió en la mayoría de las crónicas: la sábana con dibujos infantiles con las que fue asesinada, el origen paraguayo del tío –quien se declaró culpable del asesinato-, el plan social y la asignación universal por hijo que cobraba la tía –la otra responsable del crimen- y otros tantos elementos que seguramente no se tengan en cuenta cuando el delito se comete en otro contexto social.

Lo cierto es que la cobertura mediática del asesinato de la pequeña Sheila dejó al descubierto múltiples discriminaciones: de clase, género y también de nacionalidad.  Pero en el fondo, de lo que si hay que hablar –y en profundidad- es de las múltiples violencias y el contexto de vulnerabilidad que hicieron posible convertir la cotidianeidad de la pequeña en un lugar peligroso para ella…esto, en un país en el que más del 60% de los niños, niñas y adolescentes menores de 17 años viven en la pobreza.Otra de las preguntas que nos hicimos fue si es posible hablar de un femicidio cuando no está comprobado si la pequeña sufrió algún tipo de abuso. Aquí quisiera remitirme a las reflexiones de la periodista Gabriela Barcaglioni quien en una nota titulada “Porque no apareció muerta, sino que la asesinaron es un femicidio” señala que “el hecho de ser una niña es un factor de vulnerabilidad que aumenta las posibilidades de ser víctima de violencias machistas”. Y agrega que las violencias que determinan la vida de las mujeres en esta sociedad responden “a una trama de factores sociales, estructurales y personales como la edad, la condición social, las oportunidades de acceder a la justicia, a los servicios de salud, el nivel de escolarización por solo citar algunos de ellos”.

Si hablamos entonces de factores sociales y estructurales podemos afirmar sin rodeos que aquí hay una ausencia clave que hace posible estas violencias: la de un Estado regenteado por un gobierno que da la espalda a los sectores más golpeados por su política de hambre y entrega.  “Hay feminicidio cuando el Estado no da garantías a las mujeres y no crea condiciones de seguridad para sus vidas en la comunidad, en la casa, ni en los espacios de trabajo de tránsito o de esparcimiento. Más aún, cuando las autoridades no realizan con eficiencia sus funciones. Por eso el feminicidio es un crimen de Estado”, señaló ya hace un tiempo la antropóloga mexicana Marcela Lagarde (recuperada por Barcaglioni en su texto).¿Qué hacemos entonces ante este panorama que a priori parece desolador? Primero, seguir cuestionando en cada lugar los relatos discriminatorios, sensacionalistas y morbosos que los medios de comunicación realizan sobre los asesinatos de niñas y adolescentes. Necesitamos medios que informen pensando en la necesidad social de entender las causas que hacen posible estas violencias, sin convertirnos en una cifra más del show que engorda sus ganancias. Y en ese punto, señalar y denunciar todas las vulneraciones a las que el Estado somete a los sectores populares y que hace posible el caldo de cultivo en el que emergen estas violencias.

Desde el movimiento de mujeres seguimos exigiendo la declaración de Emergencia en Violencia contra las Mujeres porque necesitamos de todos los recursos necesarios para ponerle un freno a esta violencia, evitando que llegue a su forma más extrema: el femicidio. Y también nos sumamos al conjunto de los reclamos del campo popular para poner fin a esta política de ajuste y entrega que nos sigue sometiendo al hambre y la pobreza.

 

 Escribe Belén Spinetta