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29 de agosto de 2018

breves de la historia argentina

Tarde piaste general Lavalle

En el fusilamiento de Dorrego, podemos encontrar una de las bisagras de la historia política de nuestra patria. Lo fusiló Lavalle, empujado por sus propias ideas y los librecambistas de Buenos Aires, con la ayuda de la mano larga de los ingleses que desde Río de Janeiro, monitoreaban e impulsaban acciones en el Río de La Plata.
El 13 de diciembre de 1839, cuando se cumplieron diez años del fusilamiento, Lavalle, en una comida en Montevideo, dio un discurso muy poco difundido, en el cual cuenta algunas cosas de esa trágica determinación. Dice: “Hoy es el aniversario del fusilamiento del gobernador Dorrego por mi orden…. yo fui feliz, lo vencí, qué digo… más desgraciado… ¿acaso no había formalidades que llenar, no había leyes para aplicar? Los hombres de casaca negra, ellos, ellos, con sus luces, su experiencia, me precipitaron en ese camino, haciéndome entender que la anarquía que devoraba a la gran República, presa del caudillaje bárbaro, era obra exclusiva de Dorrego. Más tarde, cuando varió su fortuna, se encogieron de hombros, pero ellos al engañarme se engañaban también, porque no era así.
“Si algún día volvemos a Buenos Aires, juro por mi honor de soldado que haré un acto de expiación como nunca se ha visto, sí, de suprema y verdadera expiación”.
Lavalle, con este discurso, trata de explicarse la historia de los últimos diez años, y se carga la culpa de haberle abierto las puertas a Rosas con ese fusilamiento.
Pero el nudo político de su tardío análisis es el reconocimiento de la influencia de los camisas negras: los doctores y comerciantes porteños que lo convencieron de fusilar con premura.
Entre ellos, el más destacado fue Del Carril, que lo instiga al fusilamiento y le pide que queme la carta donde se lo exige. Lavalle no quemó la carta y llegó hasta nuestros días. Es el mismo Del Carril, que cuando la noticia del fusilamiento llega grita en el ámbito de una misa: “ahora los sirvientes a la cocina”.
Leyendo este discurso cobra mucho valor político la carta de San Martín a López, gobernador de Santa Fe, donde le dice que no va desenvainar su espada para luchas intestinas.

Gustavo Roseler

Hoy N° 1732 29/08/2018