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03 de October de 2010

Esta nota de Ignacio G. Lowy, delegado de la Escuela Normal N°1, Paraná, fue leída en todas las asambleas en las escuelas del departamento Paraná y en el acto en el CGE.

Carta de un docente entrerriano

Los chicos
De repente, para el gobierno y sus periodistas adictos, nuevamente estalló la "crisis educativa" en la provincia. Como si todo hubiese sido un paraíso en las escuelas entrerrianas hasta hace un mes y medio, para ciertos analistas "de la realidad" es otra vez la lucha de los docentes la que provoca esta crisis. Y repiten los voceros del gobierno, desde hace un mes y medio, su acongojado lamento porque, en esta puja, están "en el medio, los chicos".
Los chicos. Los gurises que comen en comedores escolares que el Estado entrerriano sostiene con un peso por día, los gurises que en madrugadas de temperaturas bajo cero asisten a clases en edificios que no tienen vidrios en sus ventanas, picaporte en sus puertas ni, obviamente, calefacción en sus aulas. Los chicos. Los gurises que patean cuadras para llegar a la escuela, pese al miedo a que en el camino les roben las zapatillas, en el aula se les caiga un pedazo de cielorraso encima o en el comedor la comida no alcance para llenar la barriga. Los chicos. Aquellos a los que, fuera de la escuela, la sociedad les ofrece un menú que muchas veces ostenta entre sus principales (cuando no únicos) platos la violencia, el porro y la cerveza, la televisión, el laburo por dos mangos, la falta de trabajo, la mentira y la hipocresía de los gobernantes que dicen preocuparse por ellos, por los chicos. Los chicos quedan en medio de la puja entre el gobierno y los docentes, dice el noticiero, y eso, no lo dice pero lo da a entender, es culpa de los docentes, que son los que iniciaron esa puja.
En el medio, los chicos; dice el gobierno provincial, mientras cuenta la plata que le dejó el 26% de aumento en la recaudación de mayo, y dice el gobierno nacional mientras cuida que estén bien guardados los más de 40 mil millones de dólares de reserva en el Banco Central, no vaya a ser cosa de que falte moneda para pagarle a acreedores externos o subsidiar a monopolios amigos de turno. Siendo generosos, digamos que el aumento que el gobierno de Busti ofreció a los docentes entrerrianos nos permitirá comprar cinco kilos de lechuga por mes, si es que ésta no vuelve a aumentar. O un kilo de queso cremoso, uno de carne y uno de lechuga, para variar. Mientras tanto, seguirá pagando "en negro" más del 60% de los salarios de maestros y profesores, condenando a la pobreza a los docentes jubilados y archivando en el cajón del olvido sus décadas de magisterio y los cientos de alumnos a quienes cada uno de ellos ayudó a crecer. ¿La justicia? Bien, gracias, ocupada persiguiendo a los pintatanques de Oro Verde.
"No se acuerdan de Montiel", nos dice Busti a los docentes que participábamos de las decenas de marchas y actos que se hicieron para enfrentar aquel nefasto gobierno, mientras su diputado Del Real le daba el voto que le faltaba para sostenerse en el poder hasta el final. "No se acuerdan de cuánto cobraban antes", nos dice, como si las recomposiciones salariales (insuficientes y, en muchos casos, distorsivas) conseguidas fueran dádivas, regalos, migajas de la torta gentilmente convidadas por el patrón, y no fruto de la lucha de los docentes que, justamente, no empezó ni hace un mes y medio ni hace tres años.
Pero Busti se enojó por el destino de los gurises entrerrianos, y decidió tensar la cuerda. Y apretó. "Ofrecemos esto, es lo que hay", dijo. Y humilló a los docentes con una propuesta irrisoria, que por supuesto rechazamos. "Retiramos la oferta", dijo, y la adhesión a los primeros paros fue de más del 90%. "Día no trabajado, día no pagado", retrucó, y la adhesión a los dos paros pos-descuentos fue del 95%. "Esto es fruto de una interna gremial", esgrimió, y siete mil docentes (el doble que un mes atrás) rodeamos la Casa de Gobierno y fortalecimos más que nunca la unidad en la calle. Ahora nos amenazan con contratar a maestros alternativos que nos reemplacen: nos siguen subestimando. "En el medio, los chicos", dice el presentador del noticiero lamentando que los docentes nos olvidemos de los gurises. Y anuncia, a la una de la tarde, la buena noticia del día: volvió el baile del caño al show de Tinelli. "Vamos a las imágenes", dice sonriendo.
No debe haber habido una sola asamblea docente en alguna escuela de la provincia en la que no se hayan discutido diferentes formas de continuar y profundizar esta lucha intentando no perjudicar a los chicos que tanto le preocupan a Busti. Y se resolvió, como se sabe, el corte de ruta en Santa Elena, los paros, las marchas. Quizá, en un futuro, estos chicos a los que el Estado Entrerriano olvida cada vez que tiene que planificar cómo reparte la torta en el presupuesto provincial, se acuerden de estos días. ¿Qué les pueden estar enseñando los maestros y profesores a los chicos en estos días de paro? A no resignarse, a no aceptar extorsiones, a no temer al que manda si el que manda sólo apela a la fuerza y el apriete ante la falta de razón, a no comprar espejitos de colores, a apostar a la unidad y la solidaridad, a participar y comprometerse, a creer que la justicia es posible y necesaria, y a luchar por ella.
Así están las cosas a un mes y medio de esta "nueva" crisis educativa. Nadie puede adivinar en qué va a terminar esta renovada instancia de lucha entre el gobierno de Busti y los trabajadores de la educación. Ahora bien, mientras la elite intelectual de la posmodernidad nos bombardea hablándonos de la fugacidad de lo real, del fin de la historia, de la muerte de los grandes relatos, del triunfo del individualismo y de lo irreversible que es el proceso "globalizador" neoliberal, los chicos serán testigos del devenir de esta pulseada. La unidad y la convicción de los docentes para no ceder ante la extorsión y el apriete, esta vez, serán la mejor clase y el más tangible ejemplo que les podamos dar a nuestros gurises. Porque sí, es cierto, ellos son actores de esta historia, y es por su historia y su futuro que no podemos aflojar. Para poder, cada vez que entremos al aula, seguir mirándolos con orgullo a los ojos y considerándonos, más que nunca, con derecho a enseñar.