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03 de October de 2010

Conversamos con Pedro Coria, lonco de la comunidad Nahuel Ancá de Parera, LA Pampa, acerca de cómo vienen reorganizándose.

El resurgir de los ranqueles

Ecos del Encuentro de pueblos y naciones originarias

La situación del pueblo ranquel es bastante complicada en lo organizativo. Hace muy pocos años que empezaron a formarse las comunidades. En la provincia de La Pampa tenemos 26 comunidades, de las cuales 22 son urbanas, y 4 o 5 rurales.
La reorganización empezó con el reclamo de los restos de Mariano Rosas (cacique ranquel Paguitruz), que estaban en Buenos Aires. Lograron devolverlos a La Pampa, a su lugar originario, Leuvucó. Ahí empezaron a armarse las comunidades.
Ahora se está armado el Consejo de Loncos, donde están representadas todas las comunidades. Nosotros estamos en la comunidad Nahuel Aucá de Parera, tenemos más de 60 familias censadas, es una comunidad relativamente grande.
Estamos recién metiendo el tema de tierras, con el reclamo de Colonia Mitre. En el primer gobierno de Perón se le habían otorgado 60.000 hectáreas a las familias que vivían en Colonia Mitre, y en este momento quedan entre 6 mil y 8 mil hectáreas.
Muchos hermanos las abandonaron, otros las vendieron, algunos se las dejaron a los hijos y estos abandonaron… Son tierras que nunca tuvieron título. Como figuraban como tierras fiscales, el gobierno las fue vendiendo.
Esa es una de las luchas. La pelea de las comunidades urbanas es que se les otorgue viviendas, no como las de ahora que tienen muy poco terreno. Los hermanos quieren tener un terreno para producir algo. Recién se está incorporando el tema de la tierra como algo permanente. Al principio era el esfuerzo de juntarnos, conocernos, en condiciones muy difíciles, en un territorio donde las distancias son muy grandes.
También estamos peleando por recuperar nuestra cultura. La lengua se ha perdido en su totalidad. Hace unos años el nieto de una de las ancianas de Colonia Mitre la grabó, y en base a eso, hay un encargado, que es descendiente, que es profesor y está dando clases en las comunidades. Todo sin el menor apoyo del gobierno.
En el 2004 iniciamos una lucha acercando un petitorio al gobernador pidiéndole las 40 hectáreas de Leuvucó, hectáreas que fueron donadas por su dueño al pueblo ranquel. En ese momento el consejo de loncos no existía aún. Los papeles de la donación fueron a parar al INAI, que los perdió.
Nosotros reclamamos en el petitorio que el Estado cumpla un acuerdo que había con el donante, con relación a unas deudas que este tenía, para poder hacernos efectivamente de las tierras, y el Estado no cumplió. Nunca nos respondieron el petitorio y el gobernador no contestó el pedido de audiencia. En el 2005 volvimos a marchar y a entregar otro petitorio, y hasta el momento no ha habido respuesta.
En estos últimos años, del 2000 en adelante, se crearon la mayoría de las comunidades, con mucho problema por las distancias. Ahora el Consejo de Loncos ha logrado personería jurídica provincial y estamos peleando que nos reconozca el INAI. Hemos logrado meter dos representantes del pueblo ranquel como delegados que nos representen ante el INAI.
Hemos tenido logros, pero no son tan importantes como cuentan otros hermanos en este Encuentro. Lo importante es llevar estas experiencias para que les dé más fuerza a nuestras comunidades.

Los bárbaros “civilizadores”
El cacique ranquel Paguitruz, también conocido como Mariano Rosas, fue uno de los aliados de Calfucurá, fallecido en 1873. Cuando las tropas del ejército “patrio” cometieron el genocidio conocido como “Conquista del Desierto”, en su incursión al imperio ranquel, cuya capital era Leuvucó, “la mortandad de indios fue espantosa, pues los salvajes habían jurado morir antes de entregar sus aduares o caer prisioneros”, recuerda el escriba de la oligarquía Juan W. Gez.
El mismo Gez escribe: “como dato curioso, debemos mencionar que entre los trofeos se trajo el cráneo del famoso cacique Mariano Rosas, desenterrado de su tumba, considerada sagrada para la nación ranquelina”. (Historia de la provincia de San Luis, Juan W. Gez, pág. 282).