La actual situación política internacional se caracteriza por los siguientes rasgos principales
Un período de distensión
La actual situación política internacional se caracteriza por los siguientes rasgos principales
Un período de distensión
Se abrió un período de distensión en las relaciones entre las dos superpotencias, los EE.UU. y la URSS. Las relaciones entre las dos superpotencias han desempeñado, y desempeñan, un papel decisivo en los asuntos internacionales de postguerra.
A partir de 1985 los EE.UU. y la URSS realizaron varias reuniones cumbre y numerosas reuniones entre el Ministro de Relaciones Exteriores soviético y el Secretario del Departamento de Estado de los EE.UU. A fines de 1987 los EE.UU. y la URSS firmaron el primer acuerdo sobre reducción de cierto tipo de armas nucleares y cumpliendo el mismo, en 1988, comenzaron a desmantelar y destruir sus misiles de alcance intermedio y corto alcance. Las negociaciones entre las superpotencias, incluyeron un cierto descenso en la “temperatura” de los conflictos regionales (Irán-Irak; Afganistán; Camboya; Angola; Centroamérica; Medio Oriente; Cuerno de África).
Posteriormente la URSS retiró una parte (pequeña) de sus tropas estacionadas en países europeo-orientales y en Mongolia.
Esta distensión en la relación entro las dos superpotencias, cuya rivalidad y disputa constituye el principal factor de guerra del mundo actual, estuvo determinada por varios hechos:
– La lucha de la clase obrera y de los pueblos y naciones por la independencia nacional, contra el colonialismo, el imperialismo y el hegemonismo que ha determinado el fracaso sucesivo de la mayoría de las guerras y agresiones contra los pueblos pequeños en las últimas décadas (Cuba, Nicaragua, Panamá, Palestina, Irán, Vietnam, Camboya, Afganistán, Líbano, Libia y otras). La lucha por la paz de la clase obrera y de los pueblos de las dos superpotencias y los pueblos del mundo, particularmente de Europa, y la oposición mundial a sus provocaciones de guerra.
– La enloquecida carrera armamentista en la que estaban las dos superpotencias a mediados de la década del 80 les generó graves contradicciones. Mientras algunos países con una ligera carga armamentista (Japón y Alemania Occidental) concentraban sus fuerzas en su desarrollo económico logrando grandes éxitos y avanzando a saltos, la economía soviética ha estado estancada por mucho tiempo y la economía yanqui retrocedió en relación a la de las potencias imperialistas rivales, (en cierto momento de Postguerra el Producto Bruto Nacional de los EE.UU. alcanzaba el 50% del Producto Bruto Mundial, pero cayó al 23% en 1988). La carrera armamentista ha arrastrado a las dos superpotencias a la crisis económica. Ambas superpotencias necesitan, en forma apremiante, un período de distensión para mejorar su situación económica y modernizar su industria bélica para aplicar altas tecnologías que les permitan tener una fuerza militar de gran eficacia en armas espaciales, renovar sus armas estratégicas y los sistemas de mando y logística.
Declinación del imperialismo yanki
Se ha hecho evidente la declinación de la hasta no hace muchos años innegable superioridad Económica mundial del imperialismo yanqui. Aunque los Estados Unidos son aún el principal centro económico del llamado capitalismo occidental, y han ligado estrechamente la economía de otros países capitalistas a la de ellos, su decadencia es clara: su economía es fuertemente especulativa, está altamente endeudada, tiene tendencia a la desindustrialización y un alto índice estable de desocupación (de más del 5%).
El Quinto Congreso de PCR planteó, “Ha concluido un período: la era Reagan” … “Reagan se propuso devolver a los Estados Unidos la reputación y el poder que tuvieron décadas atrás. Logró, en esa dirección, éxitos importantes. Pero sus aspiraciones han sobrepasado la situación y sus posibilidades reales..”. “Los recientes fracasos de Reagan son la expresión de que sus deseos hegemónicos no tuvieron en cuenta la correlación de fuerzas real”. (PCR Quinto Congreso. Documentos, págs. 54 y 55).
A los EE.UU. le es cada día más difícil imponer su hegemonía en el llamado mundo occidental y sus problemas económicos han contribuido a desestabilizar peligrosamente la economía mundial, como se demostró el 19 de octubre de 1987 con la caída de la Bolsa de Nueva York. Por lo que se ha dicho, con razón, que el capital financiero estadounidense está bailando sobre un volcán, y junto con él, todo el capital financiero internacional.
Los EE.UU. emergieron de la Segunda Guerra Mundial como el poder militar y económico dominante del mundo capitalista.
Desde mediados de la década del 60 los monopolios yanquis se enfrentaron a desafíos cada vez más serios que erosionaron su poderío internacional. Grandes luchas obreras y populares los obligaron a hacer concesiones y sufrieron graves derrotas en el Tercer Mundo que siguieron a su fracaso en la guerra de Corea. Declinó, desde la década del 60, la competitividad de sus exportaciones frente a las de Europa y Japón. Ya en la década del 70 la derrota en Vietnam tuvo gravísimas consecuencias internas y externas para el imperialismo yanqui.
La superpotencia rival –la URSS– aumentó significativamente su poderío militar hasta equilibrar al de los EE.UU. e incluso superarlo en aspectos decisivos. El propio mercado interno yanqui comenzó a ser invadido por las importaciones extranjeras, especialmente las de origen japonés. Los países del Tercer Mundo, lograron, al menos transitoriamente, un mayor control sobre el precio de sus recursos naturales afectando particularmente a los monopolios yanquis que se habían beneficiado durante años con la caída del costo real de la materia prima importada (sobre todo los combustibles).
Reagan trató de revertir la crisis y detener el deterioro de la hegemonía yanqui. Lo hizo a través de estimular la economía con los gastos del Estado, reducir la carga impositiva a grupos monopolistas y aumentar el déficit del presupuesto estatal. Paralelamente llevó adelante una dura política de enfrentamiento al expansionismo soviético y de lucha contra las ideas derrotistas que habían crecido en los EE.UU. luego de la guerra de Vietnam.
Entre 1980 y 1985 el presupuesto del Pentágono aumentó en un 51%. Los gastos de guerra abarcaron hasta el 27% del presupuesto nacional. En 1987 el presupuesto militar oscilaba en los 320 mil millones de dólares comparado con los 143 mil millones de 1980. En los hechos Reagan impulsó, a través de esos mecanismos, una dirección altamente centralizada del capitalismo yanqui. El déficit fiscal creció en forma impresionante: sólo en 1981 fue de 200 mil millones de dólares. Todo esto acompañado de una caída del poder adquisitivo de los salarios y de un aumento de la diferenciación de clases para estimular el consumo de las clases altas.
Inicialmente las medidas reaganianas tuvieron éxito. Gracias a la sobrevaluación del dólar, con tasas de interés elevadas, los EE.UU. lograron internacionalizar el financiamiento de su economía, con deudas acumulativas. Pero los EE.UU. se transformaron en un gran deudor. De ser el principal país acreedor del mundo pasaron a ser el más grande deudor.
Todo esto implicó un estímulo al capital especulativo sobre el productivo. No solo se endeudó el estado yanqui. También se endeudaron sus corporaciones. Debido a la sobrevaluación del dólar cayeron las exportaciones yanquis y crecieron las importaciones. Todo esto fue hecho con el objetivo de modernizar la economía yanqui eliminando sus ramas industriales más viejas y elevando la productividad. Esto sólo se logró en parte; pero a través del crecimiento de la industria de guerra y del crecimiento de los sectores de servicios. Las grandes corporaciones yanquis están cada vez más ligadas a la industria de guerra, esencialmente al proyecto de iniciativa de Defensa Estratégica (así sucede con la General Motors que absorbió, para ello, a la Electronic Data Systems; la General Electric que se fusionó con la R.C.A.; la Caterpillar Tractor Company; la Good Year que trabaja para la producción militar aeroespacial; la Ford; la General Dynamics; la Lockheed; la Douglas; etc.; hasta la vieja corporación Singer abandonó la producción de máquinas de coser para dedicarse a la industria aeroespacial). Todo esto acompañado por un gigantesco crecimiento del capital financiero. Según un estudio del Senado de los EE.UU. unas 15 instituciones financieras controlan casi todas las principales corporaciones. Así por ejemplo, según publicaciones periodísticas yanquis, el grupo Morgan sería el principal accionista de la Mobil, la General Electric, Westinghouse, Sears y otras veinte corporaciones, y era, en 1982, el principal accionista de bancos que eran, a su vez, principales accionistas de otras corporaciones yanquis y mundiales.
Al momento de balancear sus resultados las medidas reaganianas, si bien lograron frenar transitoriamente el expansionismo soviético, produjeron una desindustrialización real y un explosivo crecimiento del capital ficticio. Este aprovechó las fusiones de empresas, por miles de millones de dólares, no para reinvertir, sino para vaciarlas y quebrarlas. Creció en forma tremenda el déficit fiscal, la economía yanqui se ha hecho muy vulnerable, con el riesgo de arrastrar en su caída a toda la economía mundial (porque el crecimiento de los bancos y compañías transnacionales ha internacionalizado la crisis en un grado nunca visto antes; agravando la espontaneidad de los procesos económicos). La política reaganiana aumentó la dependencia y la opresión financiera de los países del Tercer Mundo y, en los EE.UU., aumentó la cantidad de familias por debajo del límite de pobreza (un 14% de la población en 1983) con porcentajes mucho mayores entre los latinoamericanos y negros. Centenares de miles de familias granjeras abandonaron el campo (399.000 familias sólo en 1985) y de un millón de granjas que subsisten sólo 50.000 concentran el 51 % de la producción, por lo que ese proceso de pauperización del campesinado pobre y medio seguirá.
En la década del 80 los bancos yanquis han desaparecido de los primeros puestos de la banca mundial. En 1985, entre los 35 primeros, sólo uno de los principales bancos del mundo (el Citibank) era yanqui. La deuda del Tercer Mundo, en especial la de América Latina, golpeó principalmente a los bancos yanquis (el Bank of América, que era el principal banco en la década del 70, cayó ahora al lugar 38).
Antes de la reunión de Malta, militarmente, el imperialismo yanqui estaba cada día más atrapado por la situación en América Central, en donde no pudo aplastar al sandinismo y fracasó en varios intentos de golpe de Estado contra Noriega. Sólo apuntaba a su favor la nada prestigiosa liquidación del gobierno de Bishop, en Granada, a través del tradicional desembarco de sus marines. Sus provocaciones contra Libia y en el Golfo Pérsico le valieron la unánime condena internacional.
Todos estos hechos están en el trasfondo de la actual política yanqui de distensión. El imperialismo yanqui necesita ganar tiempo para producir los cambios que le garanticen seguir siendo la principal potencia del llamado “mundo occidental” y poder vencer, en su lucha por la hegemonía mundial, a la URSS, la superpotencia rival.
Debilitamiento y conmoción en la URSS
También la URSS tropieza con grandes problemas que la han debilitado y la empujaron a buscar acuerdos para aliviar, transitoriamente, las tensiones con la otra superpotencia. Trata así de ganar tiempo para enfrentar, en mejores condiciones, la lucha con los EE.UU. por la supremacía mundial.
Ante la firme decisión de su rival, el imperialismo yanqui, de frenar el expansionismo soviético aún a riesgo de la guerra, la URSS, a comienzos de la década del 80, debió moderar su expansionismo agresivo y cuidar sus pasos. Simultáneamente la lucha de los pueblos empantanaba a sus tropas y a sus mercenarios en Afganistán, Camboya, Etiopía y Angola; y sus maniobras expansionistas eran denunciadas y desenmascaradas, una a una, por los pueblos. Estos fueron calando la esencia de su política, socialista de palabra, imperialista en los hechos.
En el 27 º Congreso del Partido Comunista de la URSS, Gorbachov calificó la situación de ese país como “crucial” y en su libro Perestroika (Emecé, Bs. As., 1987, pág. 23) afirmó que su país “estaba al borde de la crisis”
Se está produciendo una conmoción en una de las dos superpotencias, la más agresiva, y en los países sometidos a su dominio, y hay inestabilidad política y crisis económica.
Hace 32 años que en la URSS se liquidó la dictadura del proletariado y se restauró el capitalismo. Desde entonces a hoy el capitalismo soviético ha recorrido un largo camino. La propia prensa oficial soviética reconoce que en la URSS hay 100.000 millonarios. La URSS se convirtió en una potencia socialimperialista. Es una de las dos superpotencias que disputan la hegemonía mundial.
Después de más de 30 años de restauración capitalista ha llegado el momento en el que la URSS se asuma como lo que realmente es: una potencia capitalista y deje de aparentar que es socialista. Al menos en el sentido que los marxistas-leninistas damos a esta palabra. Hace décadas que la URSS dejó de serlo y el no reconocerlo le origina graves problemas. La clase dominante soviética necesita, por ejemplo, como capitalista que es, legalizar la existencia de un Ejército industrial de reserva para poder, de esta manera, intensificar la superexplotación de la clase obrera y arrancarle las conquistas revolucionarias que aún conserva. Hace ya mucho tiempo que la economía soviética no se rige realmente por el plan económico sino por la ley del valor. La economía soviética llegó a una encrucijada en la que no puede desarrollarse (en el sentido capitalista) sin permitir la acumulación pública y legal de capital privado, al menos en cierto grado.
Desde hace años la economía soviética está estancada. Su producción agrícola no crece. El nivel tecnológico de su industria es malo. Gorbachov ha debido reconocer la existencia de una inflación persistente. El déficit fiscal (que no existió en la URSS hasta fines de la década del 60) asciende al 13% del Producto Bruto y se paga emitiendo moneda. 43 millones de soviéticos viven por debajo del límite de pobreza. Existe un gran sector de la economía en “negro”. El capital en “negro”, en manos de personas individuales llega a 240.000 millones de rublos, según Novedades de Moscú. Hay un fuerte desabastecimiento de productos esenciales y cae la producción. Los enormes gastos que le exige la carrera armamentista (alrededor de un 15% por lo menos del Producto Bruto Nacional) le impiden acumular fondos para la necesaria reconversión industrial y la modernización de la agricultura, lo que, a su vez, impide a la URSS competir con los otros países imperialistas en el Tercer Mundo y le origina grandes contradicciones con los países sometidos a su dominación. La situación se agravó por la caída de los precios de venta del petróleo, por ser la URSS el primer productor mundial de ese combustible.
Hubo una cierta mejoría económica en los dos primeros años de gobierno de Gorbachov, pero en 1988 y 1989 se agravó la situación, incluso a niveles peores que en 1982-1984.
La derrota militar del Ejército soviético en Afganistán demostró que ese Ejército puede ser vencido si los pueblos se atreven a enfrentarlo. Esa derrota repercutió seriamente en la moral de sus fuerzas armadas y en la opinión pública soviética y de los países sometidos a su dominación.
En oleadas sucesivas crece la lucha de la clase obrera soviética, uno de los destacamentos del proletariado mundial que atesora mayores experiencias de lucha revolucionaria. Los propios soviéticos debieron admitir que en 9 meses de 1989 las huelgas sumaron 7 millones de horas de trabajo.
Cientos de miles de obreros han electo democráticamente, en asambleas, sus comités de lucha y surgen embriones de sindicatos independientes.
Ha comenzado –y es imparable– la rebelión de las nacionalidades oprimidas por el imperio ruso: armenios, azerbaijanos, kazajos, uzbecos, moldavos, georgianos, lituanos, estonianos, letones y ucranianos enfrentan a las tropas represoras de los nuevos zares.
Todo esto ha repercutido en las naciones de Europa Oriental oprimidas por la URSS, las que, siguiendo distintos caminos, buscan liberarse de la opresión soviética. En estos países se fueron incubando contradicciones que, en un proceso, llevaron a la lucha incesante contra el control soviético. Incluso ocupada militarmente Checoslovaquia, su pueblo siguió la lucha. Así pasó también en Polonia, Hungría, y en la República Democrática Alemana.
Con este trasfondo se agudizó la lucha de las diferentes camarillas en la clase dominante soviética. Se ha generado en la URSS una situación explosiva, caótica, en la que, todavía, no se sabe con certeza, como afirmó un comentarista del diario francés Le Monde en abril de este año, en “qué manos caerá el poder”. Se han entrelazado los problemas sociales, económicos, democráticos y de nacionalidades.
Todo esto ha obligado a Gorbachov a impulsar un proceso de reformas desde el poder, buscando modernizar la economía soviética para que pueda enfrentar la nueva fase de la carrera armamentista con los EE.UU.
También la URSS, necesitada de ganar tiempo para ganar la carrera armamentista, ha debido optar, por ahora, por un período de distensión en la disputa mundial con su rival imperialista.
Los alcances de la distesión
La existencia de un período de distensión temporal entre las dos superpotencias ha abierto un debate sobre sus alcances y durabilidad, y también en torno a su influencia sobre los países del Tercer Mundo.
Para algunos estamos ante un “nuevo período” en la historia universal. Habría terminado “el viejo mundo de la guerra fría” y entraríamos en “una era de paz, comercio y homogeneidad ideológica”. Se habla, incluso, de la posibilidad de eliminar las guerras como medio de dirimir disputas entre las naciones, y que las sumas, gigantescas, que hoy se dedican a los gastos bélicos, podrían, en el futuro, dedicarse a mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Esta teoría revisionista resulta atractiva si se tiene en cuenta que un solo submarino nuclear de nuevo tipo equivale al presupuesto de educación de 23 países en desarrollo, con 160 millones de niños en edad escolar. Todo esto porque se argumenta que la posibilidad de una guerra atómica ha cambiado el carácter de las guerras (justas o injustas): la guerra atómica implicaría la destrucción de la humanidad.
Los teóricos soviéticos, y también algunos yanquis, plantean que la coexistencia pacífica, tal como la formuló Jruschov (como una forma de la lucha de clases a escala mundial), es hoy un concepto superado. Para algunos de esos teóricos la coexistencia entre naciones con diferente sistema social ha dado paso a la “integración” entre naciones ayer consideradas imperialistas o socialistas, pero que hoy serían, simplemente, naciones amigas. Tanto en Oriente, como en Occidente, hay personas que plantean que la carrera armamentista carece de objetivo porque “ha desaparecido el enemigo” el enemigo se ha transformado en “socio”.
Desde ya que ni Bush ni Gorbachov son tan ingenuos. En primer lugar la carrera armamentista no ha cesado. Por el contrario: lo único que han hecho las superpotencias es desprenderse de la chatarra de guerra –armas con más de veinte años de vida– para modernizar su armamento, su logística, sus dispositivos estratégicos y de mando, y concentrar sus esfuerzos en la lucha por adelantarse en la que se ha dado en llamar “la guerra de las galaxias”. El Ejército soviético, que en plena guerra fría, en vida de Stalin, tenía en 1948, 2.874.000 efectivos, tuvo en 1988, 5.096.000 hombres incorporados a sus filas (sin contar las fuerzas de seguridad de Estado, KGB, y del Ministerio del Interior que totalizaban otros 570.000 efectivos en 1988). En la víspera de la reunión de Bush y Gorbachov en Malta, el comandante en Jefe de la OTAN en Europa, John Galvin, advirtió que el bloque occidental “recurrirá a las armas nucleares ante la eventualidad de una guerra en la que se encontrara perdiendo en el campo de batalla convencional”, y que la OTAN “introducirá en Europa, en 1992, armas nucleares de corto alcance” (ANSA: 1/12/1989). La distensión es transitoria. La disputa es lo permanente, ya que la distensión es para mejorar las posiciones de cada superpotencia en la disputa por el dominio mundial.
En segundo lugar, salvo el conflicto de Irán e Irak, no se ha resuelto ninguno de los focos de conflicto en los que se enfrentan (a través de las fuerzas de otros países) las dos superpotencias que tratan, cada una, de montarse en la lucha liberadora de los pueblos contra la potencia rival: Camboya, Afganistán, Medio Oriente, Cuerno de África, Angola, África del Sur, Centroamérica. Ha disminuido la “temperatura” de estos conflictos pero no han cesado. Incluso periódicamente se atiza uno u otro.
En tercer lugar la administración Bush fue cauta respecto de la URSS en el período previo a las reuniones con Gorbachov. No consideraba correcto el punto de vista de Reagan de que “ha terminado la guerra fría” y hay “relaciones especiales entre EE.UU. y la URSS”. Consideraba importante el cambio de estrategia militar soviética llamada ahora de “suficiencia razonable” y “estrategia defensiva”, pero no consideraba que este cambio ya fuera realidad y se resistía a reducir aquellas armas en las que la OTAN tenía superioridad sobre la Organización del Pacto de Varsovia (aviones, helicópteros y fuerzas navales). Recién antes de la reunión con Gorbachov, en Malta, Bush elogió la política del líder soviético, apostando a la supervivencia política de éste y a la continuidad de la distensión entre la URSS y los EE.UU. Por su lado la URSS está acelerando la investigación de tecnologías militares sofisticadas y desarrollando nuevos tipos de armas y equipos preparándose a fondo para la guerra moderna. Los teóricos gorbachovianos apoyan la línea de la llamada “interdependencia” entre el Este y el Oeste, pero “sin absolutizarla”, teniendo presente “que pueden surgir situaciones inesperadas” y que el mundo actual no sólo es “interdependiente” sino que también presenta un “carácter contradictorio” por ser “un mundo preñado de cataclismos imposibles de predecir e imaginar” (Julio Oganisian en Revista Internacional Nº 9 de 1989, página 66).
En cuarto lugar: la competencia sigue siendo lo que prima en las relaciones entre los EE.UU. y la URSS, dado que si bien ambas buscan mejorar sus relaciones cada una tiene su plan para debilitar a su adversario y consolidar su poder. Los soviéticos, pacientemente, arman su bomba en América Latina para enredar a los yanquis en su patio trasero, y los yanquis, pacientemente, arman la suya en Europa Oriental. Por otro lado el foco de lucha entre los Estados Unidos y la URSS se está manteniendo en Europa. La política gorbachoviana del llamado “hogar común europeo” busca absorber, o “finlandizar” (neutralizar) a Europa Occidental, utilizando en beneficio propio su gran desarrollo tecnológico. Gorbachov ha dicho que Europa tiene un “papel único “ ya que “no puede ser sustituida por nadie ni en la política mundial ni tampoco en el desarrollo del mundo vistos sus enormes potenciales y experiencias”.
Objetivamente Europa es el “teatro principal” de las rivalidades político-militares de los países de la OTAN y los del Pacto de Varsovia, ya que su dominio o neutralización daría superioridad estratégica a la URSS sobre los EE.UU. Pero Europa no es sólo el objeto de la disputa entre las dos superpotencias. Es ella misma sujeto en la disputa mundial y aspira a emerger, luego de 1992, como una superpotencia. Trata para esto de unirse y de absorber a Europa del Este.
En quinto lugar la distensión entre las superpotencias no se refleja en un mejoramiento de la situación económico-social de las naciones del Tercer Mundo. La deuda externa de los llamados países en desarrollo llegó, en diciembre de 1988 al billón trescientos veinte mil millones de dólares, suma que representa casi la mitad del Producto Bruto Nacional de esos países; y 17 de ellos (incluida la Argentina) fueron considerados en 1988 países “altamente endeudados”. Sigue cayendo el Producto Bruto de los países de América del Sur que no logran salir de la última crisis económica. A principios de 1986 los precios de las materias primas habían llegado a sus niveles más bajos de la historia en relación con los bienes manufacturados y servicios, tan bajos como en los peores años de la crisis del 30 y en algunos casos (como el plomo y el cobre) más bajos que en 1939. Si los precios de las materias primas en relación a los productos manufacturados “se hubieran mantenido al nivel de 1973, o incluso de 1979, no habría crisis en la mayor parte de los países deudores, especialmente los latinoamericanos”. (Peter Ducller, febrero de 1988).
Proceso de concentración monopolista
Se está produciendo un gigantesco proceso de concentración y centralización monopolista a escala mundial. Proceso que afecta a grupos enteros de naciones. A diferencia del período en el que las que el revisionismo llamó multinacionales, fundamentalmente exportaban capitales a sus filiales en el extranjero, y a diferencia del período de los llamados “petrodólares”, en el que los países imperialistas realizaron gigantescas inversiones de la banca privada a través de préstamos a los países del Tercer Mundo (préstamos que entrelazaron, aún más, las economías de estos países con los centros imperialistas) actualmente los monopolios se expanden principalmente por un proceso de fusiones, absorciones o asociaciones, con otras corporaciones destinadas a excluir la competencia y mediante negocios de miles de millones de dólares por venta de acciones en la Bolsa, créditos para esas fusiones, especulación, vaciamiento y quiebra de numerosas empresas. Así eliminan la competencia en un país o una región determinada, procediendo a un nuevo y brutal reparto de esferas de influencias sólo comparables al previo a la Primera y a la Segunda Guerra Mundial. En el último período ha aumentado extraordinariamente la exportación de capitales, sobre todo de Japón y Alemania Federal; aunque aún los capitales yanquis duplican a las inversiones inglesas, japonesas y alemanas en el extranjero, tomadas por separado.
Últimamente, y sólo a título de ejemplo, la Siemens alemana adquirió a la General Electric británica con lo que pasó a ser el primer grupo europeo en electrónica y el tercer grupo mundial luego de la IBM y la General Electric yanquis, preparándose para la batalla por el predominio mundial en el área de la microelectrónica. La Ford (que en América del Sur se unió a la Volkswagen) acaba de adquirir a la Jaguar, británica, por 2.900 millones de dólares, para poder competir en el mercado de los autos de lujo. Así la Ford se impuso a la General Motors que trató, antes, de adquirir el control de la Jaguar. La Sony –japonesa– tomó el control de la Columbia Broadcasting System y la Columbia Pictures yanquis con lo que hegemonizará el mercado mundial de films. La Mitsubishi –japonesa– compró el paquete mayoritario del Rockefeller Center y se ha transformado en uno de los principales grupos en el negocio inmobiliario en los EE.UU. La Nestlé compró por 3.000 millones de dólares a la corporación yanqui Carnatios.
En Europa la producción automovilística se va concentrando en manos de la Fiat (muy fuerte también en los mercados del Este europeo) y la Volkswagen; la computación quedará en manos de la Siemens y Olivetti; las comunicaciones en las de Siemens y Thompson-Alcatel; la industria atómica se repartirá entre empresas alemanas y francesas; la petroquímica entre británicas e italianos, la agricultura y ganadería entre Gran Bretaña y Francia (con excepción de los lácteos cuya producción concentrarán empresas holandesas y danesas).
Todo este proceso va acompañado de un aumento de la desocupación (llega a más del 1l % de la población activa en Francia) que se va tornando un problema crónico en todos los países capitalistas, con características particulares, diferentes a los que tuvo el tradicional Ejército laboral de reserva. La transformación de la Caterpillar Tractor Company, por ejemplo, al implantar procesos altamente automatizados con producción computarizada y robotizada, con destino a la industria de guerra, redujo su fuerza laboral de 90.000 obreros a 53.000, aumentando sus niveles de productividad. Entre 1977 y 1982 se perdieron más de cuatro millones de puestos de trabajo en los EE.UU. y trece millones de trabajadores han sido desplazados por cierres de fábrica. El 60% de los que pudieron encontrar trabajo una vez despedidos gana menos de 7.000 dólares anuales (que se considera el nivel de pobreza). Entre 1981 y 1985 la General Electric despidió cerca de 100.000 trabajadores. Estamos citando fuentes oficiales yanquis de la Oficina de Estadísticas laborales. Se intensifican los ritmos de trabajo en las fábricas y paralelamente se pauperiza la clase media, lo que ha generado el problema masivo de “los sin techo” (más de 30 millones de personas) cuyas manifestaciones de reclamo han conmovido recientemente varias ciudades americanas.
Los mercados regionales
El proceso de centralización y concentración monopolista ha empujado la creación de grandes mercados regionales unificados con vistas a crear bases de apoyo para la disputa de los mercados del Tercer Mundo y las fuentes de materias primas.
Los EE.UU. han creado un mercado común con Canadá, en el que piensan incluir a México. En 1992 se constituirá el Mercado Común Europeo. Los monopolios de fuera de Europa se preocupan por “tener un pie” en ésta para 1992, mientras los monopolios europeos tienen como consigna “defender a Europa”. Japón aspira a crear un mercado común con Hong Kong, Singapur; Taiwán y Corea de Sur, países en los que ya tienen una gran fuerza sus
bancos y empresas, y al que se agregarían los países del sudeste asiático agrupados en la ANSEA (Tailandia, Birmania, Indonesia, entre otros).
Este proceso de unificación supranacional no borra las contradicciones y disputas, seculares, entre países como Alemania, Francia o Gran Bretaña. Más aun éstas se han agudizado ante el acelerado proceso de reunificación alemana. No se puede asegurar que el proceso de reunificación europea se hará por el camino pacífico. Hasta ahora Alemania Federal (al igual que Japón, en Asia) respetó relativamente el chaleco de los acuerdos posteriores a la Segunda Guerra Mundial (desarrollando fuera de su territorio la experimentación de armas sofisticadas) pero nadie puede garantizar que esto siga siendo así en el futuro.
Alemania Federal es la locomotora, actualmente, de la unidad europea. Los franceses aceptan hasta ahora este hecho y abren posibilidades de penetración a los monopolios alemanes en sus ex colonias africanas, a cambio de iguales facilidades en Sudáfrica, Turquía y países del Centro y el Este de Europa. Pero bastó la supresión del muro de Berlín para que el fantasma de la reunificación alemana, y las perspectivas de que ésta exija la revisión de las fronteras de 1945, llevasen gran inquietud a los franceses, checoslovacos, polacos y de otros pueblos. A su vez Gran Bretaña, que tiene superioridad en la producción agropecuaria y en la industria bélica, presiona a sus aliados (principalmente a Alemania) para que tomen compromisos en la industria bélica, y la defensa europea, y abandonen la política de subsidios a la producción agropecuaria de otras naciones del Mercado Común. La posibilidad de la reunificación alemana ha reforzado la tendencia de Gran Bretaña a intensificar sus relaciones diplomáticas con sus ex colonias del Comenwealth (Australia, Nueva Zelanda, Canadá, India, países árabes) y países en los que tuvo tradicional influencia, como los del Cono Sur de América del Sur e Islas del Caribe.
Fin de la hegemonía económica incontestada de los Estados Unidos
Asistimos al fin de la hegemonía económica incontestada del imperialismo yanqui. Este proceso comenzó en la década del 60 pero hoy se ha hecho evidente. De los 10 bancos más importantes por su activo del mundo “occidental', 8 son japoneses (en 1980 sólo uno, el Dai-Ichi, ocupaba el 10º lugar), uno es francés (Crédit Agricole) y sólo uno yanqui (el Citicorp-Citibank). Entre los 20 primeros, 13 son japoneses. La competencia hace estragos entre los bancos yanquis, japoneses y europeos. En 1980 había 5 bancos yanquis, entre los 35 primeros. En 1988 hay sólo uno. En esto ha incidido: el problema de la deuda externa del Tercer Mundo; la concurrencia financiera de sociedades de distribución, inversiones e incluso empresas como la General Motors dentro de los EE.UU.; y el hecho de que las empresas yanquis se aprovisionen de fondos directamente en la Bolsa, o por otras empresas, sin el recurso de acudir a los bancos. Lo que no puede ocultar el impresionante ascenso de las finanzas japonesas, unida a la fortaleza de su moneda, como reflejo del ascenso impresionante de la economía japonesa, que demuestra, una vez más, la vigencia de la tesis leninista sobre el desarrollo desigual, y a saltos, del capitalismo moderno.
La participación europea en el Producto Bruto Mundial ya alcanza a la de los EE.UU. y todo indica que la superará una vez concluido el proceso de unificación europea. Ha retrocedido la participación de los monopolios yanquis en el comercio exterior (del 13,8% en 1980 al 10,3% en 1987). Los monopolios japoneses penetran profundamente en el mercado yanqui, incluso en el inmobiliario, y han ganado alrededor del 20% del mercado automotor de los EE.UU.
Una economía de especulación
Paralelamente, y al contrario de lo que los propagandistas del imperialismo recomiendan a los países del Tercer Mundo, hay en esas metrópolis imperialistas una creciente participación del Estado como palanca para la acumulación capitalista a través del gasto fiscal, el endeudamiento estatal, el armamentismo y el crédito para fusiones de las corporaciones. El gasto estatal representó en 1987 el 36,5 % del Producto Bruto en los Estados Unidos (era del 29,1 % en 1970), el 46,5 % en Alemania (era del 36,7% en 1970) y el 53,5% en Francia (era del 38,5% en 1970).
La economía mundial es cada día más especulativa y menos productiva. Si en la década del 70 se dedicaban 0,70 centavos de dólar a la especulación por cada dólar que iba a la producción, ahora se dedican 3 a la especulación por cada dólar que va a la producción. En esto juega un gran papel el peso, gigantesco (centenares de miles de millones de dólares por año) que tiene en el comercio internacional lo que muchos llaman “capital ficticio” (tráfico de drogas y de armas, renta petrolera, etc.).
Problemas ecológicos
Se agravan los problemas ecológicos. El Mediterráneo, el Rin, el Danubio, se ha transformado en gigantescas cloacas. El uso abusivo de fertilizantes arrastrados por las lluvias a mares como el Adriático ha generado el crecimiento de gigantescas algas marinas que inutilizan las playas. Los países imperialistas expulsan hacia el Tercer Mundo las industrias contaminantes, como muchas de las industrias químicas y petroquímicas, la industria del aluminio y la del acero. Hay una gran presión para transformar en receptoras de esas fábricas y de residuos contaminantes a zonas que constituyen reservas ecológicas de la humanidad, como es la Patagonia Argentina.
Gran reagrupamiento de fuerzas
El actual período de distensión en las relaciones entre las superpotencias, y entre los países del Pacto de Varsovia y los del Pacto del Atlántico Norte (OTAN), no puede ocultar el proceso de gran reagrupamiento de fuerzas que se ha abierto a escala mundial. Proceso semejante al que precedió a las dos guerras mundiales de este siglo. La caída del Muro de Berlín y la posibilidad de una reunificación que transforme a Alemania en una superpotencia que rediscuta las fronteras europeas posteriores a la guerra, ha demostrado la precariedad de la situación actual. Las consecuencias de este proceso (quién se aliará con quién y contra quién) son aún imprevisibles ya que el objetivo de este reagrupamiento es la lucha por el dominio del mundo. Todos los acontecimientos mundiales actuales desde la represión de la plaza Tienanmen, en China, hasta el fin del Muro de Berlín que levantó Jruschov en 1961; o desde los acontecimientos recientes en la lucha de la guerrilla salvadoreña hasta los cambios de Cuba, o en la política argentina con posterioridad al 8 de julio de 1989, todos están relacionados, de una u otra manera, con este proceso mundial y son imposibles de ser entendidos en sus matices y efectos al margen del mismo.
La revoluciòn científico técnica
La burguesía y el revisionismo plantean que todos estos cambios que se producen a nivel internacional son el producto de la revolución científico-técnica. Serían el fruto de una supuesta “racionalidad” del mundo moderno, cuando en realidad son consecuencias de la irracionalidad de un mundo sometido a las leyes brutales del capitalismo imperialista.
Los revisionistas dicen que la teoría marxista perdió su validez ante el actual avance científico-técnico porque la investigación y los descubrimientos de Marx corresponden a otro desarrollo técnico del capitalismo. Pero, como señaló el Quinto Congreso: Marx (al contrario de lo que afirman, por mala fe o ignorancia, los revisionistas) previó esta fase del desarrollo productivo en el que podríamos llamar capitalismo maduro” (5º Congreso. Documentos. pág. 14).
Se habla de esta revolución científico-técnica desde fines de la década del cincuenta. Fue en ese entonces también la cantinela preferida de Jruschov.
Es indiscutible que en las últimas décadas se han producido grandes avances e innovaciones científico-técnicas. Las mismas han influenciado el desarrollo a saltos de ciertos países, y, consiguientemente, en la situación internacional. Pero el problema es que tras esta constatación la burguesía, y el revisionismo, introducen su contrabando teórico de la llamada teoría de las fuerzas productivas. Como si los cambios y transformaciones en éstas, por importantes que sean, fueran capaces de revolucionarizar de por sí el modo de producción. En particular, hoy en día, como si el actual desarrollo científico-técnico implicase una revolución en el proceso de trabajo, en sus relaciones internas, liberando al hombre de su sumisión a la máquina (y, en definitiva, al capital), cuando en realidad, bajo las actuales relaciones de producción, ha aumentado su subordinación y esclavizamiento.
En realidad, lo que corresponde preguntarse, es si los cambios que se producen en la URSS, y en el mundo capitalista en general, resultan de la adaptación de la economía a las innovaciones que ha producido esa revolución tecnológica o esa adaptación y estos cambios tecnológicos son, en definitiva, el producto de las leyes inexorables que rigen a la economía capitalista. Corresponde preguntar si el avance tecnológico es usado para acortar la jornada de trabajo de los obreros y mejorar las condiciones de vida de las grandes masas del Tercer Mundo, o se lo utiliza para prolongar la parte de la jornada que el trabajador trabaja gratis para el capitalista y para reforzar la explotación del Tercer Mundo.
Es la explotación de los países dependientes del Tercer Mundo, y no la revolución científico-técnica, la que permite a la burguesía de los países imperialistas corromper a parte de la clase obrera de sus países, la aristocracia obrera, que es uno de los factores más importantes de la dominación de clase de la burguesía. Con los avances técnicos la burguesía deja para “sus” obreros las tareas de servicios, o menos pesadas, y coloca a los inmigrantes de los países pobres y a los negros, asiáticos y latinoamericanos, en los trabajos pesados y sucios. Pero también agudiza, permanentemente con esas innovaciones, el problema de la desocupación en sus propios países y va generando la posibilidad de grandes estallidos sociales en ellos.
El capitalismo es el modo de producción en donde los medios de producción están en manos exclusivamente de los capitalistas, que los manejan en forma individual o a través del capitalismo de Estado. Su finalidad es producir para valorizar el capital; no para satisfacer las necesidades de la población. Esto sobre la base de explotar a los asalariados. El capitalismo tiene una contradicción fundamental entre la producción que es social y la apropiación, que es privada. Millones de asalariados no tienen otra cosa que vender que su fuerza de trabajo y una minoría, dueña de los medios de producción, usufructúa el trabajo ajeno. Pero esa contradicción fundamental del capitalismo es, en su desarrollo, al expresarse en la lucha de clases y en la lucha entre los propios capitalistas, la fuerza motriz del modo de producción capitalista. La lucha de la clase obrera, su resistencia a la intensificación de la explotación, obliga a los capitalistas a introducir innovaciones y, a la vez, la lucha por un mercado que es limitado y desconocido, empuja a la concurrencia despiadada entre los diferentes capitalistas. Concurrencia que impone la concentración de la producción y la acumulación del capital y lleva, inexorablemente al capitalismo, a la utilización de medios y formas de producción nuevas, a la obligatoriedad para todos los capitalistas de utilizar las nuevas técnicas o perecer (por carecer de ellas por falta de capital o por no poder acceder al secreto tecnológico). Esa contradicción fundamental empuja, continuamente, a la revolucionarización de la producción; aunque en el capitalismo monopolista la descomposición del capitalismo lo conduzca, en muchas ocasiones, a reducir concientemente la producción y el desarrollo de las fuerzas productivas, porque el capitalista no introduce la técnica para ahorrar tiempo de trabajo al productor sino para economizar tiempo de trabajo pagado. Y esa contradicción empuja la monopolización, la crisis, las guerras por los mercados y fuentes de materias primas y, en definitiva, empujará al capitalismo a su tumba y a su reemplazo por el socialismo.
Es ese proceso el que ha llevado al capitalismo imperialista a la lucha feroz y el reparto feroz de mercados en la actualidad, al igual que lo llevó antes de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Y si se observa la situación mundial en su conjunto ha agudizado, a mediano plazo, las contradicciones que hacen del imperialismo un capitalismo moribundo y no un capitalismo pujante, rejuvenecido y todopoderoso como lo presenta el revisionismo.
La propaganda sobre la modernización, y la necesidad de “adecuarse” a ella en los países del Tercer Mundo, tiene hoy el mismo objetivo colonizador que cuando el imperialismo nos impuso su división internacional del trabajo, y nos dominó con su superioridad tecnológica avanzada en la rama del transporte, la energía, de la refrigeración, el automotor, la siderurgia, etc. Y la interdependencia del mundo actual, implica para nuestros países una creciente dependencia, ya que los centros imperialistas mundiales tienen palancas económicas que les permiten determinar la orientación, y el ritmo, de crecimiento de nuestras economías, en tanto estas no conquisten su independencia. La exportación de tecnologías que son el producto de gigantescas inversiones localizadas en las metrópolis imperialistas, propiedad de los monopolios, refuerzan la dependencia de nuestros países. En 1975 los países industrializados poseían el 94% de todas las patentes de invención y el 85% de ellas estaba controlada por los grandes monopolios internacionales. El Tercer Mundo pierde, por año, más de 25.000 especialistas que emigran a los países desarrollados.
La disputa interimperialista y América Latina
En ese marco internacional crece la disputa interimperialista en América Latina.
América Latina es vital para el imperialismo yanqui: por ser su principal fuente de abastecimiento de materias primas estratégicas (antimonio, manganeso, estaño, el 96% de la bauxita y el 40% del petróleo); porque los EE.UU. destinan a América Latina un porcentaje de sus exportaciones semejante al que va a Europa; América Latina absorbe el 20% de las inversiones yanquis en el extranjero; y de América Latina provienen las 2/3 partes de la droga que entra a EE.UU.
Pero por sobre todas las cosas América Latina es el “patio trasero” del imperialismo yanqui, vital para su lucha por el dominio mundial con su rival soviético. Si éste lograse empantanar a los yanquis en América del Sur –con el desarrollo de guerrillas y movimientos revolucionarios vinculados a la URSS– el imperialismo yanqui vería atadas sus piernas para enfrentar la
disputa por la hegemonía mundial. En esa dirección la estrategia soviética en América del Sur teje, minuciosamente, la relación de los frentes guerrilleros que influencia con el narcotráfico, para incendiar, en un período no muy largo, la ladera oriental de los Andes y la zona de las nacientes de las tres grandes cuencas fluviales del continente (Orinoco, Amazonas y el Plata). Los yanquis, por su lado, utilizan la lucha contra el narcotráfico como pretexto para meter a sus tropas y armas en América del Sur.
Los yanquis temen el llamado “efecto dominó” de la rebelión centroamericana sobre México, el país latinoamericano de mayor importancia estratégica para ellos.
El llamado Documento Santa Fe 1, en 1980, estableció que América Latina y el Caribe deben ser el “escudo de la nueva seguridad mundial y espada de la expansión del poder global de los Estados Unidos” y, en cuanto al Atlántico Sur, ya en 1980 el Consejo de Seguridad de los EE.UU. planteó la necesidad de asegurar su defensa, alentando a Gran Bretaña “a mantener aquellas islas (por las Islas Malvinas) bajo su soberanía ante cualquier circunstancia.
América Latina es, también el principal centro de las inversiones alemanas en el mundo. Tradicionalmente franceses, ingleses, alemanes y yanquis han luchado por el dominio de estos países y durante muchas décadas fue el centro de la rivalidad entre yanquis e ingleses. En las últimas décadas han penetrado profundamente los soviéticos, ensillando los procesos revolucionarios latinoamericanos, con la ayuda, principalmente, desde fines de la década del sesenta, del gobierno cubano, y asociándose, y subordinando, a sectores de las clases dominantes locales.
Cada día les es más difícil a las burguesías nacionales del Tercer Mundo competir con las corporaciones imperialistas. Una sola de éstas, la Exxon yanqui, facturó, en 1975, más del doble que las 200 mayores corporaciones del Brasil juntas.
Las burguesías nacionales latinoamericanas (salvo excepciones) tratan de utilizar las rivalidades interimperialistas para forcejear y negociar porciones de poder. Tienen menos margen para hacerlo que en la inmediata postguerra y han perdido vigor reformista. Quieren crecer compartiendo el mercado nacional, regional e internacional, con los monopolios internacionales, a los que cada día están más vinculados (especialmente la gran burguesía) por las necesidades financieras y tecnológicas para poder expandir su producción. La gran burguesía nacional latinoamericana ha ido concentrándose para poder competir en el mercado nacional y ganar mercados regionales y mundiales y, para hacerlo, ha ido entrelazando sus intereses, crecientemente, con grupos financieros y monopolios imperialistas. Aspiran a desarrollar procesos de integración regional para ampliar sus mercados sin la necesidad de tener que desarrollar significativamente sus mercados internos. Porque para hacer esto último las burguesías latinoamericanas deberían realizar reformas agrarias y procesos independentistas que revolucionarían a los países latinoamericanos; países en los que el enemigo histórico de la burguesía, el proletariado, ya es la principal fuerza motriz revolucionaria.
En estas condiciones, amenazada permanentemente por la quiebra y la ruina, la burguesía pequeña y mediana, muy numerosa en nuestros países, resiste crecientemente los planteos exclusivamente mercado externistas, defiende el desarrollo del mercado interno, enfrenta en cierto grado y medida la dominación imperialista y estimula a las corrientes nacionalistas de nuestras sociedades.
Las burguesías nacionales de Brasil y Argentina empujan un mercado regional que, con Uruguay, Paraguay y Bolivia, tendría un territorio de 13.342.000 km2, superado sólo por el territorio de la Unión Soviética. Los 147 millones de habitantes de Brasil, más los 30 millones de argentinos, constituirían un mercado interesante para esas burguesías. Más aún si se amplía a los países mencionados y, desde allí, a toda América del Sur. Este objetivo que enfrenta, en cierta medida, la oposición de las superpotencias, es progresista. Algunos grupos de burguesía intermediaria relacionados con grupos europeos, tradicionales en la región, también impulsan este proyecto. Tal el caso de Bunge y Born, un grupo monopolista que desde principios de siglo xx ha enfrentado a los monopolios yanquis en América del Sur en alianza directa con grupos alemanes y manteniendo áreas de intereses repartidas con grupos ingleses. De los 50.000 empleados que tiene el grupo Bunge y Born en todo el mundo, 35.000 son brasileños y sus 117 empresas en ese país facturan por 4.500 millones de dólares anuales. En la Argentina la facturación total de las 40 empresas del grupo fue estimada en 1985, en 900 millones de dólares.
Vigencia de la teoría de los Tres Mundos
En relación a los cambios producidos en la situación internacional en la década del 80 se discute la vigencia actual de la teoría de los Tres Mundos.
Corresponde diferenciar en esa teoría los elementos coyunturales, referidos al momento preciso en que ella fue formulada, de aquellos que hacen al análisis de un período relativamente más prolongado de la política internacional de postguerra.
La teoría de los Tres Mundos es una síntesis científica de la lucha de clases a escala mundial formulada por Mao a mediados de la década del 70. Analiza las contradicciones fundamentales del mundo contemporáneo sobre la base de la teoría de Lenin sobre la época. Lenin definió la época actual como “la época del imperialismo y la revolución proletaria”. Y demostró que el imperialismo trae como consecuencia la división del mundo entero en naciones opresoras y naciones oprimidas, con el proletariado internacional luchando al lado de estas últimas. Esta división del mundo actual –que los revisionistas del marxismo y los teóricos de la burguesía dan por superada– es la división básica para analizar la situación internacional. Esa división del mundo entre naciones opresoras y oprimidas era, para Lenin, y es para los marxistas-leninistas, “la esencia del imperialismo”, y sólo desaparecerá con la desaparición de éste. Esta división es la base para toda línea política
internacional y nacional del proletariado. Puesto que, como demostró Lenin no es igual “desde el punto de vista de la opresión nacional la situación del proletariado de las naciones opresoras y oprimidas” … ni en el aspecto económico, ni en el político, ni en el ideológico, ni en el espiritual, etc.”.
Lenin demostró también la ley del desarrollo desigual, y a saltos, de los países imperialistas y la inevitabilidad, por lo tanto, de que recurran a la guerra para repartiese el mundo.
La teoría de los Tres Mundos considera que en la actualidad los Estados Unidos y la URSS constituyen el Primer Mundo. Fuerzas intermedias como Japón, Europa y Canadá el Segundo Mundo y toda Asia (con excepción de Japón) toda África y América Latina, pertenecen al Tercer Mundo Esa teoría maoísta no concierne solamente a las relaciones entre Estados y naciones. Se refiere a la cuestión clave de la lucha de clases a nivel mundial ya que, la lucha nacional, como también planteó Lenin, es, en último término, un problema de la lucha de clases, y porque la lucha antiimperialista de las naciones oprimidas es parte integrante del movimiento socialista del proletariado mundial. Como demuestra la experiencia histórica de la postguerra los pueblos oprimidos sólo pueden triunfar en el combate contra la opresión que les impone el “avanzado y civilizado” capitalismo, si se unen estrechamente con el proletariado internacional.
La enorme mayoría de la población de la tierra pertenece a los pueblos del Tercer Mundo y lucha denodadamente por su liberación. Esta lucha debilita, socava y descompone al imperialismo y al socialimperialismo. Sin ninguna duda la suerte del combate mundial del proletariado por el socialismo, con sus vueltas y revueltas, con sus períodos de ascenso y descenso, de flujo y reflujo, de triunfos y derrotas, dependerá históricamente, para su triunfo, del triunfo de la lucha antiimperialista de los pueblos del Tercer Mundo.
Para la teoría de los Tres Mundos, la URSS y los EE.UU. son los mayores explotadores, opresores y agresores en el campo internacional. El enemigo común de los pueblos del mundo entero, y su disputa por la hegemonía mundial llevará inevitablemente a una conflagración mundial. Según la teoría de los Tres Mundos las dos superpotencias recurren al hegemonismo “para preparar la guerra” y, a la vez, el dominio mundial es “el objetivo que persiguen para desatarla”. Toda la historia de la década del 80 ejemplifica y demuestra la justeza de esas tesis maoístas con las agresiones permanentes de las dos superpotencias en Asia, África y América Latina y su disputa por el dominio mundial. Y los acontecimientos recientes, en pleno período de distensión en las relaciones entre los Estados Unidos y la URSS, tanto en América Central como en Afganistán, en Camboya, en el Medio Oriente, demuestran lo mismo.
Los pueblos del Tercer Mundo están a la cabeza en la lucha contra las superpotencias hegemónicas. Por su lado los países del Segundo Mundo, países desarrollados, tienen contradicciones tanto con los países del Primer Mundo como con los del Tercer Mundo. Así lo demuestran los sucesos actuales en el Este europeo y la lucha de los países de esa región por sacudiese el yugo soviético. Y lo demuestra, también, la creciente independencia de los países europeos y Japón frente a los yanquis. Estas rivalidades no implican la desaparición de las contradicciones de los países del Segundo Mundo con los del Tercer Mundo, a los que ellos también quieren someter a su dominio.
El clima de distensión actual no ha significado un cambio importante en el hecho de que tanto los EE.UU., como la URSS, tienen centenares de miles de hombres de sus fuerzas armadas desparramados por el mundo, en bases, en su flota de guerra, como asesores militares, etc..
En la década del 80 se han producido, como vimos, cambios importantes en la correlación de fuerzas entre las superpotencias. La década del 70 fue una década de expansión agresiva, desenfrenada, de la URSS, en la península indochina, Afganistán, Medio Oriente, Cuerno de África, Angola y África Sudoccidental, América Central y América del Sur (su mano estuvo tras el intento de la dictadura argentina de ir a la guerra con Chile en 1978). Pero, como dijo Mao en 1975: “su fuerza está por debajo de su voracidad”, y su ofensiva, entrañaba la derrota. En la década del 80 los EE.UU. lograron revertir parcialmente esto y se estableció una situación que nuestro Quinto Congreso definió como de “equilibrio inestable y precario entre las dos superpotencias”. Este equilibrio no anuló su disputa. Todo lo contrario. Pero anuló, momentáneamente, a ambas, para expandirse en la medida de sus deseos. Esto favoreció “transitoriamente, el avance de las otras potencias imperialistas como Alemania Federal, Japón, Italia, Inglaterra, en Occidente, y tendencias separatistas en el Este europeo y dio alas independentistas a los países del Tercer Mundo.” (Quinto Congreso del PCR. Documentos. Página 56).
Los cambios producidos en los últimos años de la década del 80 no quitan validez a lo afirmado por Mao en febrero de 1976: “Los EE.UU. tienen intereses que proteger en el mundo, mientras que la URSS quiere la expansión: esto es inalterable.”
No es cierto –como afirmó Carlos Menem en los EE.UU.– que la URSS “se encierra sobre sí misma “ por los problemas que debe afrontar actualmente. Todo lo contrario. Su actividad diplomática se ha intensificado, incluso en áreas que antes estaban relativamente vedadas para su intervención diplomática directa, como es el caso de América Central. En el caso particular de nuestro país la presión soviética en el último período se ha hecho descarada ya que, como afirmó Olg Klimov, presidente de la compañía soviética Exportkhleb, de comercio exterior, “la URSS compra donde le resulta más barato” (Clarín: 28-10-89) y los exportadores argentinos deberán competir, afirmó, si quieren mantener sus ventas a la URSS, con los granos subsidiarios por los Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea bajando sus precios de exportación, y realizando nuevas concesiones al socialimperialismo.
Tampoco es cierto, como afirman algunos teóricos del gobierno menemista, que los EE.UU., la URSS y las potencias imperialistas se “despreocupan” por el Tercer Mundo, y que, en la medida en que los países del mismo no se enganchen con los planes “modernizadores” en boga serán “abandonados” por los países centrales. No es cierto que debamos “subirnos como podamos, incluso en el furgón de cola” de los planes actuales del imperialismo. Por el contrario: las potencias imperialistas se modernizan, se reagrupan y planifican para oprimir aún más ferozmente a nuestros países.
Tampoco es cierto que los pueblos del Tercer Mundo han perdido importancia en la política mundial. Fueron los golpes demoledores de la guerrilla afgana y camboyana y la lucha heroica de los guerrilleros eritreos, los que jugaron un papel relevante en el estallido de la crisis política en la Unión Soviética, al demostrar que también su Ejército y el propio socialimperialismo es un “tigre de papel”, como afirmó Mao. Y ha sido el fracaso reiterado del imperialismo yanqui en su política intervencionista en América Central, en Libia y en el Medio Oriente, el que ha puesto de manifiesto su decadencia imperial ante los ojos del mundo entero.
Incluso no les va bien a yanquis y rusos con los resultados de las elecciones que se han realizado en América Latina (México, Brasil, Argentina, Uruguay, e incluso en otros países). Los gobiernos y fuerzas que han surgido de esos procesos no son simple “fachada democrática de la política yanqui”, como dicen sectores prosoviéticos, revelando que no les va bien a estos con ellos, y tampoco les va mejor a los yanquis.
Ambas superpotencias recurren a nuevos disfraces y teorías para justificar sus aventuras expansionistas. Se disfrazan de cordero, como la URSS en Europa y Asia. O pretextan luchar contra el narcotráfico como justificativo “moral” del intervencionismo yanqui en América del Sur y América Central. Pero serán desenmascarados, una y otra vez, por los pueblos del Tercer Mundo y las naciones oprimidas, porque la tendencia mundial que se consolida es hacia la rebelión de los pueblos oprimidos y hacia la independencia de las naciones y países.
La Novena Conferencia Cumbre de Jefes de Estado o de Gobierno de los Países No Alineados, que se realizó del 4 al 7 de septiembre de 1989 en Belgrado, fue representativa del fortalecimiento de este movimiento, por la asistencia récord a esa reunión de países no alineados y Estados observadores e invitados. Esto desautoriza, en parte, la opinión según la cual ese movimiento no tiene lugar en el mundo actual.
Los países, pueblos y naciones del Tercer Mundo son la fuerza antiimperialista principal del mundo actual y lo seguirán siendo por un tiempo prolongado. Juzgando la situación en su conjunto, siguen existiendo condiciones favorables para el desarrollo y fortalecimiento de las fuerzas revolucionarias antiimperialistas del Tercer Mundo y es muy difícil para las superpotencias aplastar este movimiento, porque sus fuerzas represivas son limitadas para enfrentarlo, existen conflictos entre las superpotencias y las fuerzas imperialistas del Segundo Mundo, y la lucha por la hegemonía en Europa consume lo principal de sus energías.
Si bien nos oponemos a las dos superpotencias y a todos los imperialismos, sigue siendo válido explotar sus diferencias. Cuando se atizó la rivalidad yanqui-soviética por el predominio en la Argentina, durante la dictadura violo-videlista, fue lícito aprovechar la campaña de los yanquis por los
derechos humanos contra los sectores ligados al socialimperialismo ruso que hegemonizaban esa dictadura. Lo mismo cuando la dictadura pretendió ir a la guerra contra Chile, utilizando la disputa del Beagle como pantalla de la política expansionista de la URSS, que procuraba abastecer de armas a las Fuerzas Armadas argentinas y lograr concesiones estratégicas. Durante la guerra de Malvinas, fue correcto tratar de aprovechar esa rivalidad a favor de la lucha por la recuperación del territorio nacional ocupado por el imperialismo inglés. También la rivalidad interimperialista, la contradicción entre las superpotencias y diferentes potencias imperialistas, si bien es una contradicción secundaria, puede ser aprovechada en la lucha nacional y de clases en el país, en torno a la lucha por la ampliación del mercado interno, la defensa de la industria, etc.
Por otro lado la lucha de los pueblos, países y naciones del Tercer Mundo contra las dos superpotencias, estimula también la reorganización y la acumulación de fuerzas del movimiento obrero y revolucionario de los países avanzados, en donde no existe una situación revolucionaria directa que permita a esas fuerzas plantearse en lo inmediato la toma del poder.
Centros de tormenta revolucionaria
En la actualidad América Central es un foco de tormenta revolucionaria. La lucha heroica de la guerrilla salvadoreña contra el gobierno ultrarreaccionario de ese país, y la resistencia de los pueblos nicaragüense y panameño contra la intromisión y la ocupación desvergonzadas del imperialismo yanqui, encuentran apoyo solidario en todo el mundo.
Terceros países, en especial ambas superpotencias, se entremeten abiertamente en Centroamérica para utilizar la lucha democrática y antiimperialista de esos pueblos como un peón en un tablero ajeno, por lo que la situación en toda el área es compleja igual que en otros focos de tormenta.
También se mantiene el combate revolucionario armado en Camboya (en donde los invasores vietnamitas han sufrido una dura derrota); en Afganistán (contra el gobierno títere de los soviéticos); en Etiopía y en África del Sur. El levantamiento, el Intifada del pueblo palestino, es apoyado por el proletariado y los pueblos revolucionarios de todo el mundo. Se mantiene la lucha armada liberadora del pueblo filipino, encabezada por su partido marxista-leninista. No ha podido ser aplastado el movimiento independentista del pueblo iraní, y los agresores yanquis se han roto los dientes hasta ahora, fracasando una y otra vez en sus intentos de derribar el gobierno de Kadafi.
Se acumula material inflamable en toda América del Sur. Así lo demuestran las recientes elecciones brasileñas, en las que la izquierda recogió cerca del 50% de los votos; crecen las luchas del pueblo paraguayo, especialmente las luchas obreras, y las del campesinado por la tierra. Se acumulan elementos revolucionarios en Colombia y Venezuela y especialmente en Perú; y ha sido desplazada la dictadura pinochetista en Chile, en donde crecen los
factores favorables a un auge del movimiento democrático. El triunfo del Frente Amplio en las recientes elecciones en Montevideo, pese a la hegemonía que los revisionistas prosoviéticos tienen en ese frente, es parte del mismo proceso.
Las nacionalidades oprimidas por el socialimperialismo han iniciado un combate liberador que no podrá ser aplastado definitivamente por los nuevos zares y que conmocionará, sin dudas, el fin de este siglo y los inicios del próximo.
En el Este europeo la lucha nacional y democrática de los pueblos polaco, húngaro, checoslovaco, y alemán aporta para socavar y disgregar el imperio soviético, y ha permitido a esos pueblos conquistar cierta autonomía nacional e importantes libertades democráticas. Esta lucha está actualmente hegemonizada por tendencias no proletarias pero contiene gérmenes revolucionarios importantes, por el rol que juega en ellas el proletariado, organizado crecientemente en forma independiente de los sindicatos ofíciales, a través de comités de huelga y de lucha, autónomos, electos por las bases del movimiento obrero y revocables por éstas en cualquier momento, y porque en el auge del movimiento han aparecido fuerzas marxistas revolucionarias que se niegan a aceptar que esa lucha sirva sólo para cambiar una forma de explotación capitalista por otra.
En las propias superpotencias se destaca el combate de la clase obrera, tanto en la URSS como en los EE.UU., que busca, desde abajo, la forma de organizarse con independencia de las direcciones sindicales ofíciales. Han tenido gran repercusión las huelgas de los mineros y ferroviarios soviéticos y la de los mineros yanquis. En los EE.UU. ha habido grandes movilizaciones de los “sin techo”, y del movimiento de mujeres y revolucionario contra la prohibición del aborto.
Albania, Rumania, Yugoslavia y Corea del Norte, países en los que se ha eliminado en mayor o menor medida la propiedad privada de los medios de producción, han resistido, durante años, las presiones y chantajes del imperialismo en general y del imperialismo soviético en particular para que acepten las órdenes de su batuta, sin poder ser doblegados hasta ahora. Su resistencia aporta al combate antiimperialista de los pueblos. Luego de los acuerdos de Malta la resistencia rumana fue abatida por el golpe de Estado realizado por fuerzas subordinadas a la URSS, que se montaron en el creciente descontento y movilización del pueblo contra el gobierno de Ceaucescu y en la represión realizada particularmente en la ciudad de Timisoara.
En los últimos meses ha salido a luz la resistencia del gobierno cubano a seguir las indicaciones del bastón de mando de Gorbachov. La URSS ha contestado con sanciones económicas que ponen en serio riesgo a la economía cubana y amenazan con el hambre a su pueblo, que sigue sufriendo, por otra parte, el cerco económico y militar de los yanquis.
La resistencia cubana a la voz de mando de Moscú, expresa, objetivamente, en cierto grado y medida, la resistencia de un país oprimido a la opresión de una superpotencia y contribuye a la lucha mundial contra las dos superpotencias. Fidel Castro resiste a la perestroika gorbachoviana desde posiciones que empalman con las que sostuvieron Brehznev, en la URSS, y Honneker, en la República Democrática Alemana. No es la primera vez que Castro forcejea con los jefes soviéticos. Pero siempre lo hizo –igual que ahora– apoyándose en un sector del gobierno soviético contra otro. Nunca enfrentó desde una posición independiente al socialimperialismo. Por lo que su resistencia no es garantía de una política de independencia nacional para el pueblo cubano.
La restauración del capitalismo en la URSS
Nuestro Partido definió, en 1972, que en la URSS y los llamados países socialistas que giraban en su órbita, había sido restaurado el capitalismo y que la URSS se había transformado en una potencia imperialista. Dijimos que se había restaurado la explotación del trabajo asalariado por una burguesía burocrática monopolista de Estado. Planteamos que al rechazar Jruschov y sus seguidores, a fines de la década del 50, la dictadura del proletariado, habían renegado del marxismo; ya que éste considera el Estado como “un órgano de dominación de clase” (Marx); como “una máquina destinada a la opresión de una clase por otra” (Lenin), que existirá mientras existan las clases y dejará de ser necesario el día que éstas desaparezcan. Mientras tanto el Estado sirve a la dictadura de una u otra clase, y no puede ser neutral ni flotar por encima de ellas, como sostienen los reformistas. Al abandonar la teoría –y la práctica desde ya– de la dictadura del proletariado, hace más de treinta años, los revisionistas modernos abandonaron el marxismo. “Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la sociedad moderna ni la existencia de las clases ni la lucha entre ellas.. Lo que yo he aportado como novedad ha sido el demostrar: primero, que la existencia de clases va unida sólo a determinadas fases históricas, propias del desarrollo de la producción; segundo, que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado; tercero, que esta dictadura no es, a su vez, más que el tránsito hacia la supresión de todas las clases y hacia una sociedad sin clases” (carta de Carlos Marx a Weydemeyer del 5-3-1852). Marxista, como dijo Lenin “sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado” (Lenin: El Estado y la Revolución). Lenin también señaló en esta obra que: “la transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente, por menos de proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas políticas, pero la esencia de todas ellas será necesariamente una: la dictadura del proletariado”. Esta, como dijo Mao es “una democracia grande”. Siendo que “la democracia es un medio” y “depende a quién se aplica y con qué propósito”, la dictadura del proletariado es la democracia grande para la enorme mayoría del pueblo, de la que se vale el proletariado “contra los enemigos de clase”. (Mao, Obras Escogidas, Tomo V, Pág. 374).
Desde ya que el derrocamiento de la dictadura del proletariado comenzó por la degeneración revisionista del partido del proletariado, puesto que –como lo demuestra la historia de la humanidad– es imposible la existencia de un movimiento revolucionario sin un partido revolucionario que lo dirija, y es imposible alcanzar el comunismo sin un movimiento comunista de masas, lo que presupone un partido auténticamente comunista que sea fermento revolucionario y guía de ese movimiento comunista.
No puede entonces confundirnos la propaganda de la burguesía y el revisionismo. Estos atribuyen la lucha actual de los pueblos y naciones oprimidos por el socialimperialismo soviético para librarse de su yugo, a la opresión de la “dictadura del proletariado” y al “comunismo”; siendo que esa lucha apunta contra la dictadura fascista de la burguesía burocrática monopolista de Estado que controla el poder, y los medios de producción, en la URSS y los países del Este europeo, y contra la explotación capitalista, que rige en esos países, explotación disfrazada de socialista pero no por ello menos capitalista. El disfraz socialista y comunista es el rasgo distintivo del socialimperialismo soviético; así como el disfraz democrático es el rasgo distintivo del imperialismo yanqui. Pero ninguno de los dos deja por eso de ser imperialista.
El revisionismo soviético concentra sus ataques en Stalin. Pero siempre apuntó a negar la herencia teórica de Lenin y de Marx, herencias que, con todos sus errores, defendió Stalin. Al atacar a Stalin como un demonio criminal, jamás plantea el tema en términos de clase y de lucha de clases, y el caso queda como el de un individuo que tuvo un enorme poder y era un asesino. Un caso patológico. Desliga el concepto de democracia del tipo de Estado y del contenido concreto de clase de éste. Así busca desacreditar a la dictadura del proletariado y desorientar a las masas ante un problema que escaparía a la lucha de clases, y por lo tanto ellas no pueden transformar. Al mismo tiempo, los jerarcas rusos buscan, con esa explicación, lanzar una cortina de humo sobre los errores reales del Partido Comunista de la URSS en épocas de Stalin, errores que contribuyeron al surgimiento del socialfascismo y de la burguesía burocrática fascista que expresan esos jerarcas rusos.
Defender las tesis fundamentales del marxismo-leninismo
La restauración capitalista primero en la URSS y los países del Este europeo, y posteriormente en China, ha sido la mayor derrota del proletariado contemporáneo. El movimiento revolucionario del proletariado, desde su origen, ha avanzado por oleadas y sufrió derrotas y sangrías muy grandes, Tal la de la Comuna de París, en 1871; la de la Revolución Rusa en 1905, en Rusia; el aplastamiento de las insurrecciones proletarias de Hungría y Alemania en la primera postguerra, y el de las insurrecciones de Shangai y Cantón en la década del 20; las matanzas de la Semana Trágica y la Patagonia bajo el gobierno de Yrigoyen, en nuestro país; el triunfo nazi-fascista en Alemania e Italia; la derrota de la República Española en la década del 30; la invasión nazi a la URSS y la ocupación de gran parte de su territorio europeo; la derrota de la guerrilla griega de postguerra; los golpes de Estado en Brasil, Indonesia y Argentina en los últimos años; para citar sólo algunos. Al cabo de una década los acontecimientos en –mayo y junio de 1989 que culminaron en la masacre de obreros y estudiantes en la Plaza Tienanmen mostraron con crudeza la pérdida o retroceso de numerosas conquistas revolucionarias de las masas trabajadoras y populares chinas. La lucha por la revolución proletaria no es un baile de salón. Pero ninguna de estas derrotas tuvo la magnitud que tuvo la restauración capitalista en la URSS y en China. Una verdadera tragedia histórica, de la que el proletariado se recuperará, sin duda, pero a un enorme costo. Con esa restauración el revisionismo moderno obtuvo características originales, mucho más peligrosas y pérfidas que el revisionismo previo a la Revolución Rusa, porque ahora tiene el apoyo material de Estados poderosos que pasan por ser comunistas y no lo son.
Hoy es más necesaria que nunca la defensa de las tesis fundamentales del marxismo-leninismo– maoísmo, frente al embate revisionista que todo lo salpica y corrompe.
Nuevos problemas
Al mismo tiempo el movimiento obrero contemporáneo enfrenta nuevos problemas que requieren una respuesta teórica creadora, a la luz del marxismo, pero teniendo a éste como guía. Y no como un catálogo de dogmas para aplicar a una realidad desconocida cuando se formularon sus tesis. El más importante de esos nuevos problemas es, precisamente, el que surge de la restauración capitalista en los países socialistas, la necesidad de investigar sus causas y recuperar y enriquecer, las tesis teóricas marxistas. Estas fueron bastardeadas, a veces por desconocimiento, y otras por un pragmatismo ciego, que ignoró conclusiones esenciales de una teoría científica que se elaboró siempre a partir de la práctica social de las masas, rechazando las elucubraciones al margen de la misma o aplicables mecánicamente a un futuro desconocido. La Revolución Cultural Proletaria en China y la teoría de Mao Tsetung sobre la continuidad de la revolución en las condiciones de la dictadura del proletariado, Quedan como grandes hitos para el estudio de esos problemas y sus probables remedios.
Entre los nuevos problemas, y sólo como ejemplo, citaremos:
– Los avances tecnológicos actuales y su influencia sobre la composición y las condiciones de trabajo y vida de la clase obrera.
– El fenómeno de la urbanización y la migración masiva de grandes masas del campo a la ciudad y de los países del Tercer Mundo a los países centrales. El papel actual del campesinado en la revolución proletaria.
– La generalización de la enseñanza media y superior y la creciente proletarización de grandes masas de intelectuales. El rol de la intelectualidad en la revolución proletaria moderna.
– Los caminos de desarrollo económico para los países del Tercer Mundo y sus diferencias con los caminos propios de los países avanzados.
– El crecimiento de una enorme masa de desocupados crónicos que genera problemas desconocidos en el origen del capitalismo.
– La burguesía nacional, su peso e importancia revolucionaria actual en los países dependientes.
– El crecimiento del movimiento de mujeres y sus reivindicaciones específicas. El feminismo y su importancia para el movimiento revolucionario.
– Características actuales del movimiento juvenil. Sus reivindicaciones y aspiraciones. Su articulación con el movimiento revolucionario del proletariado.
– La importancia del movimiento ecologista y las formas de su convergencia con el movimiento revolucionario de masas.
– La importancia de los medios modernos de comunicación y la lucha del movimiento revolucionario para disponer de ellos.
– La guerra moderna. Sus características. Su estudio desde el punto de vista de la lucha revolucionaria de los pueblos oprimidos.
La unidad de los marxistas-leninistas
La marea revisionista ha arrastrado, luego de la restauración capitalista en China, a muchos de de los partidos marxistas-leninistas, que, en la década del 70, resistieron la línea de los revisionistas soviéticos. Se han mantenido, sin embargo, organizaciones marxistas-leninista en muchos países. Organizaciones que han sobrevivido a lo que los revisionistas consideraron sería el “fin del maoísmo”. Todas ellas, en mayor o menor medida, se esfuerzan por ligarse al movimiento obrero y revolucionario de sus países y defender, al calor de la lucha de masas, las tesis marxistas-leninistas. El revisionismo tiene bases objetivas, pero no se asienta sobre un suelo firme, porque en el Este y el Oeste del mundo contemporáneo se agudizan las contradicciones del capitalismo y se acumulan factores de guerra y de revolución.
Hemos trabajado permanentemente por relacionarnos con las organizaciones marxistas-leninistas y debemos, en el futuro, seguir trabajando para unirnos con esas fuerzas en defensa del internacionalismo proletario y de la revolución, en contra de las superpotencias imperialistas.