La burguesía y el revisionismo plantean que todos estos cambios que se producen a nivel internacional son el producto de la revolución científico-técnica. Serían el fruto de una supuesta “racionalidad” del mundo moderno, cuando en realidad son consecuencias de la irracionalidad de un mundo sometido a las leyes brutales del capitalismo imperialista.
Los revisionistas dicen que la teoría marxista perdió su validez ante el actual avance científico-técnico porque la investigación y los descubrimientos de Marx corresponden a otro desarrollo técnico del capitalismo. Pero, como señaló el Quinto Congreso: Marx (al contrario de lo que afirman, por mala fe o ignorancia, los revisionistas) previó esta fase del desarrollo productivo en el que podríamos llamar capitalismo maduro” (5º Congreso. Documentos. pág. 14).
Se habla de esta revolución científico-técnica desde fines de la década del cincuenta. Fue en ese entonces también la cantinela preferida de Jruschov.
Es indiscutible que en las últimas décadas se han producido grandes avances e innovaciones científico-técnicas. Las mismas han influenciado el desarrollo a saltos de ciertos países, y, consiguientemente, en la situación internacional. Pero el problema es que tras esta constatación la burguesía, y el revisionismo, introducen su contrabando teórico de la llamada teoría de las fuerzas productivas. Como si los cambios y transformaciones en éstas, por importantes que sean, fueran capaces de revolucionarizar de por sí el modo de producción. En particular, hoy en día, como si el actual desarrollo científico-técnico implicase una revolución en el proceso de trabajo, en sus relaciones internas, liberando al hombre de su sumisión a la máquina (y, en definitiva, al capital), cuando en realidad, bajo las actuales relaciones de producción, ha aumentado su subordinación y esclavizamiento.
En realidad, lo que corresponde preguntarse, es si los cambios que se producen en la URSS, y en el mundo capitalista en general, resultan de la adaptación de la economía a las innovaciones que ha producido esa revolución tecnológica o esa adaptación y estos cambios tecnológicos son, en definitiva, el producto de las leyes inexorables que rigen a la economía capitalista. Corresponde preguntar si el avance tecnológico es usado para acortar la jornada de trabajo de los obreros y mejorar las condiciones de vida de las grandes masas del Tercer Mundo, o se lo utiliza para prolongar la parte de la jornada que el trabajador trabaja gratis para el capitalista y para reforzar la explotación del Tercer Mundo.
Es la explotación de los países dependientes del Tercer Mundo, y no la revolución científico-técnica, la que permite a la burguesía de los países imperialistas corromper a parte de la clase obrera de sus países, la aristocracia obrera, que es uno de los factores más importantes de la dominación de clase de la burguesía. Con los avances técnicos la burguesía deja para “sus” obreros las tareas de servicios, o menos pesadas, y coloca a los inmigrantes de los países pobres y a los negros, asiáticos y latinoamericanos, en los trabajos pesados y sucios. Pero también agudiza, permanentemente con esas innovaciones, el problema de la desocupación en sus propios países y va generando la posibilidad de grandes estallidos sociales en ellos.
El capitalismo es el modo de producción en donde los medios de producción están en manos exclusivamente de los capitalistas, que los manejan en forma individual o a través del capitalismo de Estado. Su finalidad es producir para valorizar el capital; no para satisfacer las necesidades de la población. Esto sobre la base de explotar a los asalariados. El capitalismo tiene una contradicción fundamental entre la producción que es social y la apropiación, que es privada. Millones de asalariados no tienen otra cosa que vender que su fuerza de trabajo y una minoría, dueña de los medios de producción, usufructúa el trabajo ajeno. Pero esa contradicción fundamental del capitalismo es, en su desarrollo, al expresarse en la lucha de clases y en la lucha entre los propios capitalistas, la fuerza motriz del modo de producción capitalista. La lucha de la clase obrera, su resistencia a la intensificación de la explotación, obliga a los capitalistas a introducir innovaciones y, a la vez, la lucha por un mercado que es limitado y desconocido, empuja a la concurrencia despiadada entre los diferentes capitalistas. Concurrencia que impone la concentración de la producción y la acumulación del capital y lleva, inexorablemente al capitalismo, a la utilización de medios y formas de producción nuevas, a la obligatoriedad para todos los capitalistas de utilizar las nuevas técnicas o perecer (por carecer de ellas por falta de capital o por no poder acceder al secreto tecnológico). Esa contradicción fundamental empuja, continuamente, a la revolucionarización de la producción; aunque en el capitalismo monopolista la descomposición del capitalismo lo conduzca, en muchas ocasiones, a reducir concientemente la producción y el desarrollo de las fuerzas productivas, porque el capitalista no introduce la técnica para ahorrar tiempo de trabajo al productor sino para economizar tiempo de trabajo pagado. Y esa contradicción empuja la monopolización, la crisis, las guerras por los mercados y fuentes de materias primas y, en definitiva, empujará al capitalismo a su tumba y a su reemplazo por el socialismo.
Es ese proceso el que ha llevado al capitalismo imperialista a la lucha feroz y el reparto feroz de mercados en la actualidad, al igual que lo llevó antes de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Y si se observa la situación mundial en su conjunto ha agudizado, a mediano plazo, las contradicciones que hacen del imperialismo un capitalismo moribundo y no un capitalismo pujante, rejuvenecido y todopoderoso como lo presenta el revisionismo.
La propaganda sobre la modernización, y la necesidad de “adecuarse” a ella en los países del Tercer Mundo, tiene hoy el mismo objetivo colonizador que cuando el imperialismo nos impuso su división internacional del trabajo, y nos dominó con su superioridad tecnológica avanzada en la rama del transporte, la energía, de la refrigeración, el automotor, la siderurgia, etc. Y la interdependencia del mundo actual, implica para nuestros países una creciente dependencia, ya que los centros imperialistas mundiales tienen palancas económicas que les permiten determinar la orientación, y el ritmo, de crecimiento de nuestras economías, en tanto estas no conquisten su independencia. La exportación de tecnologías que son el producto de gigantescas inversiones localizadas en las metrópolis imperialistas, propiedad de los monopolios, refuerzan la dependencia de nuestros países. En 1975 los países industrializados poseían el 94% de todas las patentes de invención y el 85% de ellas estaba controlada por los grandes monopolios internacionales. El Tercer Mundo pierde, por año, más de 25.000 especialistas que emigran a los países desarrollados.