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26 de January de 2011

La rebelión popular que tumbó al 14 de enero al odiado Zine el Abidine Ben Alí en Túnez se mntiene con fuerza, y se ha extendido
a otros países árabes.

La chispa tunecina

Hoy 1353 / El pueblo en las calles rechaza el “gobierno de transición”

Luego de la forzada huida del ex presidente y su familia, tras un mes de revueltas -que, recordemos, comenzaron con el suicidio a lo bonzo de Mohamed Bouazizi, un joven vendedor ambulante en la ciudad de Sidi Bouzid- sectores del viejo régimen impulsaron un “gobierno de unidad nacional” con algunos partidos opositores “legales”.

Luego de la forzada huida del ex presidente y su familia, tras un mes de revueltas -que, recordemos, comenzaron con el suicidio a lo bonzo de Mohamed Bouazizi, un joven vendedor ambulante en la ciudad de Sidi Bouzid- sectores del viejo régimen impulsaron un “gobierno de unidad nacional” con algunos partidos opositores “legales”.
Al conocerse la composición de este gobierno, encabezado por un hombre del partido depuesto, Mohamed Ghannouchi, y con tres ministerios a cargo de hombres de Ben Alí, recrudecieron los levantamientos populares en todo el país, exigiendo su renuncia.
El “gobierno de transición”, como lo llama la prensa europea, quedó tambaleando al retirarse del mismo los representantes de los partidos opositores. Al cierre de esta edición, centenares de tunecinos de ciudades del interior, e incluso de zonas rurales, habían llegado a la capital, y se mantenían acampando frente a la oficina del primer ministro exigiendo su renuncia, en un abierto desafío al toque de queda. Incluso resistieron un intento represivo de sectores policiales con gases lacrimógenos, que fue repelido con piedras.
El lunes 24, cuando las autoridades quisieron retomar el dictado de clases, para dar una imagen de “vuelta a la normalidad”, se encontraron con una huelga por tiempo indeterminado por parte del sindicato de maestros de escuelas primarias, que se desarrollaba con total masividad. En su llamamiento, los maestros declaran su “completa adhesión a las reivindicaciones de nuestro pueblo que buscan acabar con el gobierno actual, considerado una prolongación del régimen de Ben Alí”. Al tiempo, ratificaron otra de las demandas populares: “la disolución de la Reagrupación Constitucional Democrática (RCD) [partido de Ben Alí]”, que, no olvidemos, forma parte de la “Internacional Socialista”.

“El gobierno es un puñado de canallas”
Los manifestantes del interior de Túnez, que llegaron marchando desde distintos puntos, algunos a 300 kilómetros de la capital, se sumaron a una convulsionada ciudad, en la que el estado asambleario y los grupos de autodefensa mantienen el control en muchas barriadas populares. La firmeza en la lucha ha resquebrajado las instituciones, incluso las represivas. “Ahí siguen los policías, vestidos o no con sus chalecos blancos, acompañados de sus mujeres, enarbolando sus pancartas y proclamando a gritos su inocencia de los crímenes del benalismo”, dice Alma Allende en un artículo publicado en rebelión.org.
Allende describe a esa multitud de variada composición social: trabajadores, campesinos, estudiantes, desocupados, unidos en una consigna, “movilización, movilización, hasta derribar el régimen”. Hay jornaleros que ganan 6 euros al día como Mahmud Behlali, de 50 años, que tiene tres hijos y después de pagar el alquiler, el agua y la luz no le queda nada. Este jornalero afirma “El gobierno es un puñado de canallas”, y marcha con una pancarta: “Derroquemos el gobierno que quiere abortar nuestra revolución”.
Muchos de los jóvenes venidos del interior tunecino dan cuenta de la formación de Consejos de Defensa de la Revolución, en colaboración con asociaciones sindicales y partidos políticos.

Se incendia la pradera
Nunca tan justas las palabras de Mao Tsetung “una sola chispa puede incendiar una pradera”. La chispa tunecina ha encendido revueltas en Argelia, Libia, Egipto, Yemen, Jordania, y amenaza prender entre los inmigrantes en países europeos, particularmente en Francia. Los gobiernos imperialistas, y las clases dominantes árabes, están buscando desesperadamente un camino de concesiones que les permita mantener lo fundamental de sus inversiones e intereses en Túnez, y que no se propague el “mal ejemplo”.
El gobierno “de transición” acordó meter preso al dueño de un canal de TV oficialista (pariente de la mujer de Ben Alí, la odiada Leila Trabelsi), y a dos altos funcionarios del régimen depuesto (un ex ministro de Defensa y un ex ministro del Interior), en un intento por despegarse del pasado. Fracasó.
Desde distintos sectores se suman las voces exigiendo un gobierno sin representantes del partido RCD. El Consejo Nacional de Administración de la Unión General de Trabajadores Tunecinos, que en un principio había acordado integrar el “gobierno de coalición”, el 19 de enero anunció el retiro de sus representantes de cualquier instancia de gobierno, sea ejecutiva o legislativa, a nivel provincial o municipal, hasta que no se cumpla la exigencia de disolver el partido de Ben Alí. Plantea la UGTT otras demandas como el derecho “organizarse y ejercer sus actividades políticas libremente”, así como de manifestarse, para el conjunto de la población.
Un conjunto de organizaciones de izquierda han conformado el “Frente 14 de enero”, con el objetivo declarado de hacer caer el gobierno de Ghannouchi “o cualquier gobierno que incluya los símbolos del antiguo régimen, que aplique una política antinacional y antipopular y sirva a los intereses del presidente derrocado”.
El comunicado, firmado por el Movimiento Unionista del Trabajo (nasseristas), Movimiento Nacional Demócrata, el Partido Independiente (baazistas de izquierda), el Partido Comunista de los Trabajadores de Túnez, y el Partido Nacional de Acción Democrática, llama a la conformación de un gobierno interino para “disolver la Cámara de Representantes, el Consejo Superior de la Magistratura” y desmantelar “la estructura política del antiguo régimen” para preparar elecciones de una Asamblea Constituyente en un término que no exceda a un año “a fin de formular una nueva constitución democrática y un nuevo marco legal para garantizar los derechos políticos, económicos y culturales del pueblo”.
Plantea además una serie de medidas como la confiscación de los bienes de la familia presidencial y del partido depuesto, el desmantelamiento del aparato represivo, la libertad de todos los presos así como la investigación y castigo de todos los crímenes contra el pueblo. La nacionalización de las empresas privatizadas, y la generación de empleos y cobertura social para los miles de desocupados.

La vida en Sidi Bouzid
Sidi Bouzid es una ciudad del interior tunecino que se ha hecho conocida en todo el mundo por ser uno de los focos principales del levantamiento que tumbó a Ben Alí. De Sidi Bouzid era Mohammed Bouazizi, el joven vendedor de frutas que se inmoló el 17 de diciembre, luego que la policía, por enésima vez, le decomisara su puesto por “ilegal”, que en Túnez significa no haber pagado coima. Su acto desesperado inició la rebelión.
 En Sidi Bouzid la mayoría de la población está desocupada, y son miles los que se dedican a la venta callejera de productos, en esta región donde se cultivan olivos y almendras. “Aquí la gente muere de pobreza”, dice un joven.
“Estamos todos dispuestos a sacrificarnos y a convertirnos en mártires”, proclama una pancarta portada por uno de los cientos de manifestantes que se mantienen movilizados, mientras que otra señala “No al terrorismo de Estado, sí a la liberación de los presos políticos”.

Viva la lucha del pueblo tunecino
 Está abierto el rumbo de los acontecimientos en Túnez. Lo hecho hasta ahora demuestra la voluntad del pueblo de no dejar ensillar un proceso revolucionario cuya profundidad, como dijo Ricardo Fierro en nuestro semanario la semana pasada “dependerá de su voluntad de combate y de la maduración de sus fuerzas revolucionarias”.
 La caída del régimen de Ben Alí, que costó al menos 120 vidas a los sectores populares, expresó el hartazgo con un gobierno corrupto y protector de los intereses imperialistas, que sumió en la miseria a la mayoría de los tunecinos.
 El ejemplo del pueblo tunecino recorre el mundo entero, retemplando la voluntad revolucionaria de la clase obrera y de los explotados.