Las gigantescas concentraciones del viernes 4 de febrero en El Cairo, Alejandría, Suez y otras ciudades, ratificaron la determinación del pueblo egipcio de persistir en la lucha hasta voltear al dictador Mubarak. En el llamado “Día de la Partida”, -como en el “Día de la Ira” del viernes anterior- otra vez el grito de “¡Erhal!” (“¡Vete!”) unificó a muy amplios sectores populares, como en la misma tarde del 4 los había unificado el rezo conjunto de musulmanes y cristianos. El sábado 5, decenas de miles volvieron a exigir en la Plaza de la Liberación la renuncia del dictador.
Hasta ese fin de semana las masivas protestas llevaban un saldo de más de 300 muertos y miles de heridos. Parte de ellos se había producido en los dos días anteriores, cuando las fuerzas policiales, parapoliciales y matones pagados por el gobierno atacaron a los manifestantes con piedras, molotov y balas para amedrentarlos y desalojarlos de la simbólica plaza Tahrir (Liberación). Pero no pudieron sacar a las masas de la plaza ni de las calles. Miles de jóvenes volvieron a acampar allí, provistos de comida y frazadas pero también de palos, piedras y molotovs para defenderse de nuevas agresiones.
Neocolonialistas
Los imperialistas de Washington, inquietos por la posibilidad de que la rebelión popular se transforme en una verdadera revolución -con posible “efecto dominó” en todo el norte de África y el Medio Oriente- que barra, junto con Mubarak y su podrido régimen, lo fundamental de las posiciones yanquis en esa región esencial para sus intereses petroleros y estratégicos, siguen presionando por una “transición ordenada”, que empiece “ya” con la renuncia de Mubarak y la imposición de un consejo provisional que controle la organización de las elecciones presidenciales de setiembre y abra paso a tibias modificaciones democráticas -como la derogación de la “ley de emergencia” que rige desde hace 30 años- para absorber la combatividad popular y canalizarla hacia un remanso electoral regimentado por un acuerdo previo entre los yanquis, el mubarakismo y la oposición burguesa.
Para justificar una salida así condicionada esgrimen el espantajo del régimen islámico fundamentalista que podría imponerse si prevalece el actual “caos”, y aceptan el “lavado de cara” que agónicamente y forzado por las circunstancias lleva a cabo el gobernante Partido Nacional Democrático de Mubarak tras la renuncia en bloque de su cúpula dirigente.
Según la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton, “el desafío es ayudar a nuestros socios [en Egipto y demás países árabes] a dar pasos sistemáticos por un futuro mejor, en el que las voces del pueblo sean escuchadas y sus derechos respetados”. Una verdadera confesión de parte, ya que significa que la “salida elegante” que se propugna para Mubarak en verdad es una “salida elegante” para los imperialistas de Washington que durante 30 años sostuvieron a regímenes que no cumplían nada de eso.
Sin embargo, para los estrategas norteamericanos el mero desemboque electoral después de una transición negociada podría no ser suficiente. Hay quienes sostienen que los yanquis no sólo aspiran a controlar sus formas sino también sus contenidos, ya que unas elecciones verdaderamente limpias podrían no favorecer a los erosionados y desprestigiados partidos burgueses amigos de los EEUU sino a los Hermanos Musulmanes, que una vez en el gobierno podrían abrir la frontera con la Franja de Gaza liberando al millón de personas allí encerradas, dando paso a un nuevo auge de la lucha nacional palestina con el apoyo de sus vecinos del Líbano, Siria y Egipto.
Para los yanquis esa es una perspectiva terrorífica. Esto puede estar en el trasfondo de las divergencias que se hicieron públicas entre el Departamento de Estado y el enviado especial de EEUU a Egipto, quien sostuvo que la “transición” debía ser encabezada por el propio Mubarak: evidentemente, para algunos sectores del imperialismo estadounidense, en el hervidero egipcio el “faraón” Mubarak sigue siendo más confiable que otros candidatos a pilotear la transición que imaginan; temen que otros personeros de la oposición burguesa y aún los del propio riñón del mubarakismo como el recién designado vicepresidente Omar Suleimán, zafen de su control y entreguen su alma a viejos o nuevos poderes con intereses en el área como los europeos, los rusos o los chinos.
Los capos de la Unión Europea también claman que la transición debe iniciarse “ya”. Se sumaron a esa exigencia de Washington preocupados por el alza de los precios del petróleo y por un potencial desbarranque de la situación regional que haga peligrar sus vastos intereses en la zona y extienda el incendio hacia los inmigrantes norafricanos radicados en Europa, que ya fueron protagonistas de numerosos estallidos de furia contra la discriminación laboral, social y racial que padecen en Francia, España, Alemania, etc.
Yanquis y europeos, sin siquiera disfrazar sus inclinaciones neocolonialistas, se atribuyen el derecho de decidir qué es democracia y qué no para el pueblo egipcio (como antes se atribuyeron el de respaldar durante tres décadas la dictadura sangrienta de Mubarak), y se arrogan la libertad de intervenir a cuatro manos para determinar el tipo de “salida” de la monumental crisis generada por la rebelión popular, decidiendo sus formas, sus tiempos y sus candidatos. Pero las masas congregadas en la Plaza Tahrir repudiaron el “paquete” negociado por Suleimán con los yanquis al grito de “¡Revolución hasta la victoria!”.
El ejército, un interrogante
El viernes el ejército se interpuso para impedir nuevos choques y una radicalización aún mayor del movimiento. Las fuerzas armadas egipcias son un protagonista central de la política en el país desde su independencia. Si bien hasta ahora en ellas prevaleció una actitud permisiva, se desconoce su grado de unidad y su fidelidad al régimen de Mubarak, que proviene de sus filas.
Un sector de los mandos militares responde al vicepresidente Suleimán, conocido “torturador en jefe” de los servicios represivos de Mubarak. Suleimán -que en otros tiempos, como muchos oficiales egipcios, se formó en las academias militares de la URSS socialimperialista- fue en su momento gestor y garante del acuerdo y alianza con los sionistas israelíes bajo patrocinio yanqui, y actualmente encabeza las conversaciones con los emisarios del presidente norteamericano Obama.
La actitud de las fuerzas armadas merece atención. Aunque las fuerzas armadas son la columna vertebral de todo estado y el instrumento de última instancia de las clases dominantes, y que sobre la oficialidad de los países dependientes “trabajan” todos los imperialismos, también es cierto que la masividad y firmeza de las protestas generó fisuras entre los soldados y oficiales (parte de los cuales confraternizó y juró no disparar contra los manifestantes, y muchos de éstos corearon “¡El pueblo y el ejército son una sola mano!”). En la medida que la rebelión se prolongue, se profundizará la fractura que se esboza en las fuerzas armadas.
¿Permanecerá unido el movimiento?
Temeroso de ser barrido a su vez por el vendaval popular, el retornado Mohamed El Baradei habría renunciado a la postulación de su candidatura presidencial. Otras fuerzas de la oposición burguesa negocian distintas alternativas con el mubarakismo y con la embajada norteamericana. El sábado 5 varias de esas fuerzas -incluida la Hermandad Musulmana- acordaron con Suleimán “formar una comisión” para “estudiar” reformas constitucionales. El “estudio” podría llevar semanas o meses, dando pie a la estrategia de la dictadura de Mubarak (¿y de la oposición burguesa?): ganarle a la extraordinaria rebelión popular por extenuación y hacer que se diluya. Como decía Perón: si quieren que no se llegue a nada, formen una comisión.
Todos ellos tratan de frenar y diluir las movilizaciones encarrilándolas hacia setiembre, y para eso se apoyan en sectores burgueses y pequeñoburgueses. De inicio éstos apoyaron los reclamos democráticos contra Mubarak, pero ahora los inquieta la masividad del proceso y temen que, a impulso de los miles de jóvenes trabajadores y estudiantes sin trabajo ni futuro que fueron la chispa y el motor de las movilizaciones, se radicalicen reclamando ya no sólo cambiar la fachada institucional del régimen sino desmontar sus bases económicas, represivas e institucionales y abrir paso a transformaciones sociales profundas.
Los reflejó muy bien la corresponsal de La Nación al transcribir de boca de una profesional de El Cairo: “Mubarak cambió el gobierno; puso a un vicepresidente [Omar Suleimán] que es muy respetado; abrió el diálogo con la oposición; dijo que cambiará la Constitución. Así que la mayoría de las cosas que pedíamos ya las hizo… Ahora es sólo cuestión de esperar que se vaya en seis meses”. A esos sectores los angustia más la “ingobernabilidad”, el desabastecimiento y la baja del turismo que la inflación, la desocupación y los salarios de hambre que golpean a millones.
La enorme masa juvenil que motorizó el movimiento sigue la lucha para que Mubarak pague la deuda de sangre que tiene con el pueblo. Millones de jóvenes en otros países árabes del norte de África y del Oriente Medio esperan los momentos de definición que vendrán en Egipto.