Por ejemplo, en la Alemania feudal “el campesino soportaba el peso íntegro del edificio social: príncipes, funcionarios, nobleza, frailes, patricios y burgueses. Como siervo estaba entregado a un señor, atado de pies y manos. Siendo vasallo, los servicios a que le obligaba la ley y el contrato eran ya suficientes para aplastarlo, pero todavía se les aumentaban continuamente. Durante la mayor parte de tiempo, debía trabajar en las fincas del señor; con lo que ganaba en sus ratos libres tenía que pagar los diezmos, censos, pechos, tributos de guerra o impuestos regionales e imperial. No podía casarse ni morir sin que cobrase algo su señor. Además de los servicios regulares, tenía que recoger paja, fresas, bayas… ayudar en la caza, cortar leña, etc., todo para el señor.
“Lo mismo que la propiedad, el señor disponía arbitrariamente de la persona del campesino y de su mujer e hijos. Tenía el derecho de pernada. Cuando quería mandaba encerrar a sus siervos en el calabozo donde los esperaba la tortura con la misma seguridad que el juez de instrucción les espera en nuestros días. Los mataba o los mandaba a degollar cuando quería.
“¿Quién lo iba a proteger? Los tribunales estaban compuestos por barones, frailes, patricios o juristas que no ignoraban la razón por la cual se les pagaba; pues todas las clases altas del imperio vivían de la explotación de los campesinos” (Engels: Las guerras campesinas en Alemania).
Esta forma de dependencia personal del campesinado no fue la única en el feudalismo; hubo muchas otras formas y se pasó por diversas fases. En su obra Sobre el modo de producción dominante en el Virreinato del Río de la Plata, Otto Vargas analiza las características del sistema feudal impuesto por los conquistadores españoles en América y observa respecto de nuestro país que los mulatos, negros libres y mestizos sueltos, no agregados a ninguna estancia, debían servir a un amo. Los blancos pobres que trabajaban de peones, también constituían, de hecho, mano de obra servil.
En 1802, Mariano Moreno escribió su Disertación jurídica sobre el servicio de los Indios en general, condenando la inicua explotación de los mitayos en las minas de Potosí: “nada de estar más lejos de un hombre libre que la coacción a unos servicios involuntarios y privados”. Y ya entrado el siglo de la independencia, hacia 1850, Lucio V. Mansilla describe así la situación del hombre de la campaña bonaerense oprimido por los terratenientes. “Era la servidumbre ¡Y qué servidumbre! El patrón o sus representantes podían cohabitar con las hijas y hasta con las mujeres del desheredado. ¿A quién recurrir? O se hacía justicia por sus propias manos o agachaba la cabeza”.
En todos los casos, lo esencial que define al feudalismo, como escribió Mauricio Dobb, es que existe “una obligación impuesta al productor por la fuerza, e independientemente de su voluntad, de cumplir ciertas exigencias económicas de un señor, ya cobren éstas la forma de servicios a prestar o de obligaciones a pagar en dinero o en especie.
Esta fuerza coercitiva puede ser el poder militar del superior feudal, la costumbre respaldada en algún tipo de procedimiento jurídico o la fuerza de la ley”.
En la sociedad feudal rigió el dogma del derecho divino de los nobles, los príncipes y los reyes, y se estatuyó la desigualdad de los hombres ante la ley según su ascendencia. El clero fue el representante ideológico del régimen. Pero el clero mismo estaba dividido en dos clases: una alta jerarquía aristocrática feudal y una fracción plebeya. Los altos dignatarios de la iglesia, cuando no eran al mismo tiempo príncipes, dominaban como señores feudales grandes territorios. Además combinaban directamente la violencia con el culto; las torturas con la excomunión. Percibían el diezmo y otros tributos feudales.
A semejanza de lo que ocurrió bajo el esclavismo, también toda la época feudal estuvo jalonada por repetidos levantamientos de los explotados y los oprimidos. Muchas veces éstos tomaban formas religiosas. En distintos lugares y períodos se desarrollaron guerras campesinas contra los terratenientes y la nobleza.
Parte de estas rebeliones campesinas contra el régimen feudal, en este caso directamente entroncado con el dominio colonial, fueron los constantes desórdenes y levantamientos indígenas de América, durante tres siglos, con jalones como la gran insurrección dirigida por Tupac Amaru, en 1780, que conmovió los cimientos del régimen colonial feudal en tres virreinatos y ayudó, así, a abrir el camino hacia nuestra independencia.