Los distintos aspectos resumidos en la nota anterior conformaban la situación de fondo sobre la que a mediados de 2008 eclosionó la crisis de superproducción relativa más vasta y profunda de la historia del capitalismo, detonada por la explosión de la burbuja hipotecaria que apalancaba la superproducción de viviendas y el prolongado auge de la construcción. Con la crisis, rápidamente emergió el excedente de capacidad y la superproducción en gran parte de la producción industrial para el consumo. Como señaló Marx, “la razón última de todas las crisis reales sigue siendo la pobreza y el consumo restringido de las masas”.
Resulta importante aclarar que nuevamente se verifica la teoría marxista, pues en ésta, como en toda crisis capitalista, surgió y viene desencadenando sus efectos, en distinto grado y medida, de acuerdo al desigual estadio de desarrollo y ventajas de costos comparativos de cada país y en regla a la evolución relativa de las distintas ramas de la economía.
La forma como se presentó la crisis, reveló desde el comienzo y en cada una de las oleadas subsiguientes, que tenía su epicentro en la economía norteamericana y en el resto de las “viejas” economías capitalistas, que agudizan el desarrollo desigual y las disputas comerciales y monetarias del mercado mundial. Por el camino de los rescates financieros monumentales en Estados Unidos, China y Europa, que permitieron un nuevo ciclo de usura con fondos públicos, se ha intentado la “fuga hacia adelante”. Por este camino de “fuga”, en que nadie sabía cómo resolver la crisis, por una parte se ha venido realimentando la superproducción industrial de los objetos de consumo masivo y por la otra, se ha agigantado la masa de capital financiero amenazada de derrumbe.
En la actualidad no es difícil ver que la creciente bancarrota del capital financiero, que en promedio mundial, supera en 20 o 30 veces al flujo financiero de las transacciones comerciales y de la inversión real, ha desatado una “guerra” solapada para que los Estados ajusten sus gastos, descargando las crisis sobre las masas y se hagan cargo del sobreendeudamiento privado, generado por el extendido y globalizado apalancamiento de los negocios reales, financieros y bursátiles.
Complementariamente, a esta “guerra” solapada, la crisis ha desatado otra. Pues las crecientes posibilidades de “default” en las economías deficitarias, impide objetivamente a que sus Estados puedan continuar con el rescate de sus principales empresas y bancos. La crisis que emerge de las “deudas soberanas” manifiesta por un lado, la ofensiva de la banca privada acreedora y, por el otro, la agudización de la disputa por la obtención del “rescate” por parte de China y del resto de las economías superavitarias.
Deudas impagables
Debido a los descomunales rescates y al fracaso en recuperar la economía norteamericana, por cuarta vez la crisis reaparece en el segundo semestre del 2011, y lo hace porque como si fueran a parar a un “barril sin fondo”, la demanda por nuevos rescates bancarios y corporativos que permitan alejar un catastrófico derrumbe local de rápida propagación global, aún se encuentra insatisfecha.
En los Estados Unidos, la recesión y la desocupación han emergido desde principios del 2011, debajo de la alfombra de las estadísticas norteamericanas. En el balance actual del estado de la crisis el sistema hipotecario, el sector inmobiliario y de la construcción continúan hundidos; y la bancarrota del sistema financiero reaparece detrás del Bank of América y más de una centena de bancos comunales y regionales.
El grave y complejo problema que enfrenta Estados Unidos y que sin lugar a dudas, arrastra a China y al resto de las economías superavitarias que de cara al 2012 lo financian, es que los intereses de la deuda pública que arrastraba de antaño, se han visto multiplicados al agregarse la deuda emitida por el Tesoro y la descomunal intervención monetaria por parte de la Reserva Federal. No puede sorprender entonces que luego de más de un año en que la economía norteamericana no ha dado signos de recuperarse, se encuentre creciendo en todas las bolsas del mundo la desconfianza en la capacidad en el cumplimiento de sus obligaciones.
Según comenta Atilio Borón, el 21 de julio pasado se conoció el resultado de la primera y única auditoría realizada a la Reserva Federal, informando que entre diciembre de 2007 y julio de 2010 “la Fed otorgó préstamos secretos a grandes corporaciones y empresas del sector financiero por valor de 16 billones de dólares, una cifra mayor que el PIB de los Estados Unidos que en el año 2010 fue de 14,5 billones de dólares”. Pero, como denuncian los legisladores republicanos, desde julio de 2010 a la fecha “no hay información”, por lo tanto el monto total de la compra de activos “tóxicos” del sistema bancario y asegurador mediante emisiones especiales, continúa mantenido “en secreto” por la oligarquía financiera de la Reserva Federal.
Es así que por primera vez en la historia norteamericana la magnitud de su deuda pública y del monumental pasivo generado por la emisión se ha erigido en “el palo en la rueda” del gasto. El hecho que las dos cámaras legislativas que representan a las clases dominantes, se comporten como si estuvieran en la cubierta del Titanic cuando el barco comenzaba a hundirse, no debe leerse a la ligera.
La durísima discusión por el déficit y la entrega del programa de gobierno por parte de Obama, por un lado han dejado al desnudo la división y profunda crisis del bloque hegemónico de las clases dominantes de Estados Unidos, y por el otro descubre que la discusión de fondo se encuentra en otro lugar. De ese lugar proviene la creciente parálisis y pérdida del control de la situación por parte del gobierno de Obama. No sólo la responsabilidad recae sobre Obama, sino que nadie a ciencia cierta ha podido desentrañar porqué medios proseguir con los esfuerzos monetarios y fiscales del rescate bancario y financiero de las principales corporaciones norteamericanas.
Una creciente desconfianza
Un síntoma de la gravedad de la situación lo indica el hecho que en las últimas semanas de indefinición en Washington, China, Japón, Arabia Saudita y les Emiratos del Golfo Pérsico se han mostrado renuentes a la compra de Títulos del Tesoro, quedando “por ahora” la Reserva Federal como único comprador.
Mientras tanto, desde su fortaleza China presiona: el vicepresidente de China calificó a Estados Unidos como “adictos a la deuda” y planteó la necesidad de reemplazar al dólar como moneda de patrón del comercio mundial.
Estados Unidos y el resto de las potencias imperialistas avanzan sobre campos minados. Alemania ha comenzado a mostrar debilidad, atrapada por la crisis de la deuda europea, y China afectada por la inflación del dólar se ve obligada a aumentar sus tasas de interés y retirar liquidez de su mercado interno, “ralentizando” su crecimiento y sin poder dejar de mantener la financiación del déficit yanqui y europeo para seguir exportando a un mundo incierto, de riesgos crecientes en todos los mercados.
La situación económica y financiera internacional depende hoy más que nunca de la compleja configuración de la interrelación e interdependencia comercial y financiera entre las principales potencias imperialistas, sus regiones de influencia y sus regiones en disputa. Las contradicciones y limitaciones que han aparecido en esa compleja madeja, parecen indicar como curso más probable, que el pasaje a una etapa de más crudos enfrentamientos interimperialistas, sería precedido por una serie de derrumbes en los próximos 18 meses.
Recordemos por último, de cara al 2012, que en lo inmediato el eslabón más vulnerable se presenta en la incapacidad de administrar la deuda soberana de las economías de la periferia europea, principalmente la que golpea a España e Italia. Pero la de Estados Unidos será en el 2012, la “pelea de fondo”. Pues lo que suceda en Estados Unidos depende en gran medida de su dependencia financiera de China, y ésta para satisfacer la condición de prestamista de la economía norteamericana y europea, depende de colocar su creciente oferta exportable tanto en Estados Unidos como en Europa, América Latina, África y el resto del mundo (es decir aquella oferta que año a año, sobrepasa la capacidad de absorción de su mercado interno).
La perspectiva de China depende principalmente de la evolución de la crisis de Estados Unidos y Europa y de su repercusión en el resto del mundo, que puede acelerar y profundizar la reducción del comercio mundial, afectando las exportaciones del gigante asiático.
Debemos prepararnos porque detrás de la gigantesca oleada de turbulencias y convulsiones sociales que ha traído la crisis internacional, aparecerán otras de mayor magnitud al “interior” de cada economía, potenciando el “contagio” regional y precipitando situaciones económicas y políticas imprevisibles.