I. Se señaló en el Primer Congreso como el rasgo más destacado de la situación internacional el auge de las luchas antiimperialistas a escala internacional.
I. Se señaló en el Primer Congreso como el rasgo más destacado de la situación internacional el auge de las luchas antiimperialistas a escala internacional.
“Las perspectivas cada vez más claras de un triunfo militar del heroico pueblo vietnamita estimularon un viraje en la situación política internacional caracterizado por una ola de luchas antiimperialistas y anticapitalistas.
“Uno de los picos máximos de la misma fueron las luchas callejeras, y la huelga general obrero-estudiantil con ocupaciones de fábrica y centros de estudio y con el apoyo de grandes sectores de la intelectualidad y el campesinado, que conmovieron a Francia en mayo de 1968.
“Esta lucha, al mismo tiempo, dio un poderoso impulso a la oleada anticapitalista y al surgimiento de fuerzas revolucionarias en los países capitalistas y muy especialmente al surgimiento de fuerzas revolucionarias que reivindican la teoría marxista-leninista, envilecida por el reformismo de las direcciones de muchos partidos comunistas de esos países.”84
Durante 1970 y 1971 se produjo un nuevo ascenso a escala internacional de las luchas antiimperialistas y anticapitalistas. El imperialismo yanqui y las otras potencias imperialistas, y sus cómplices, enfrentaron ese ascenso con nuevas guerras y provocaciones, y la clase obrera y los pueblos oprimidos contragolpearon intensificando sus guerras y sus luchas liberadoras.
Hoy se puede afirmar que el crecimiento de las fuerzas revolucionarias a escala internacional, el auge de las luchas liberadoras, el debilitamiento relativo del imperialismo yanqui, la creciente crisis del reformismo internacional, constituyen el rasgo más importante del actual momento político internacional. Por ello creemos correcta la opinión del camarada Mao Tsetung en su declaración del 20/5/70:
“Subsiste el peligro de una nueva guerra mundial; los pueblos del mundo deben estar preparados. No obstante, la principal tendencia del mundo actual es la revolución”.
La ya inevitable derrota yanqui en Indochina, signará el curso futuro del panorama mundial, y aparejará la consiguiente modificación de fuerzas entre las potencias imperialistas y la clase obrera y los pueblos oprimidos de todo el mundo; planteará a estos últimos nuevos problemas y nuevas tareas, y generará mejores condiciones para la lucha del proletariado revolucionario contra las tendencias reformistas y revisionistas.
II.Las decisiones adoptadas en el Primer Congreso del Partido, como guía para la actividad posterior del mismo, partían de considerar que los principales acontecimientos de la política internacional de entonces estaban enmarcados en la búsqueda por las potencias imperialistas, el reformismo, los países socialistas y las fuerzas revolucionarias, de una estrategia para la década del 70. Esto como resultado de los grandes cambios producidos al ser remontada la grave situación en la que se habían encontrado las fuerzas obreras y los pueblos oprimidos a principios de la década del 60, ante la ofensiva del imperialismo, la consolidación relativa de sus posiciones, y su acuerdo de statu quo con el reformismo internacional encabezado por el PCUS.
Nuestro Segundo Congreso se realiza en momentos en que esos cambios profundos en la situación internacional no solo existen, sino que, incluso los sectores más recalcitrantes del imperialismo, las fuerzas reaccionarias y sus cómplices reformistas, los han avisorado, y buscan reacomodar toda su política en relación con ellos para poder continuar explotando y oprimiendo a los pueblos.
Al mismo tiempo el proletariado internacional y los pueblos oprimidos que han conquistado grandes triunfos en los últimos años, se aprestan a vencer en nuevas y gigantescas batallas liberadoras.
Así como, nacionalmente, en la Argentina, las clases dominantes han reacomodado su política, no por su fortaleza sino por su creciente debilidad ante las luchas del proletariado, los empleados, los campesinos pobres y medios y las capas medias urbanas, así también, internacio-nalmente, el imperialismo norteamericano, acosado por las luchas liberadoras, y trabado por las contradicciones del sistema capitalista mundial, reacomoda su política, no tanto por su fortaleza, aparente, como por su creciente debilidad real. Esto no significa que reduzca su agresividad, por el contrario, articulada con su nueva línea internacional puede incluso llegar a intensificar sus provocaciones y su política agresiva, dado que su esencia no se ha modificado.
El reformismo internacional, especialmente la URSS, también procede a reacomodar sus planes, sobre la base del statu quo con el imperialismo yanqui y la búsqueda de acuerdos estables con las potencias capitalistas de Europa, con Japón, la India y las alianzas económicas y militares con las burguesías de Asia, Africa y América Latina que le permitan continuar el acoso a la revolución china y su política expansionista.
III. Nuestro Primer Congreso analizó una situación internacional en la que comenzaba a invertirsela tendencia a una relativa consolidación de las posiciones del imperialismo yanqui y del imperialismo en general. En efecto, a mediados de la década del 60 el imperialismo, con el concurso en muchos casos del Estado soviético (a partir éste de sus propios objetivos de clase y su propia dinámica política) y aprovechando las concesiones y traiciones del reformismo internacional encabezado por el PCUS, había asestado fuertes golpes al movimiento obrero internacional y a las luchas liberadoras de los países coloniales, neocoloniales y dependientes.
A partir de la heroica guerra de liberación del pueblo vietnamita, y de las derrotas sufridas allí por el imperialismo yanqui, se fue generando un auge de las luchasantiimperialistas y anticapitalistas a escala internacional. El Mayo francés, el triunfo de la línea proletaria en la Revolución Cultural China, las luchas del “otoño caliente” de 1970 en Italia, las luchas del proletariado y el pueblo español, las gigantescas rebeliones obreras y populares en Argentina, el renacimiento de grandes batallas populares en México y Bolivia, los combates del pueblo palestino, las luchas liberadoras en varias colonias africanas, el afianzamiento de regímenes de izquierda en algunos países de ese continente y, muy especialmente, las luchas y rebeliones de las masas negras y oprimidas en los EE.UU., fueron índices de ese auge.
Ante la perspectiva de la victoria vietnamita el imperialismo buscó generalizar la guerra en el Sudeste asiático intentando golpear al Frente de Liberación Nacional y a los países socialistas de Asia.
El fracaso de la agresión yanqui a Laos y Camboya, no solo marcó el punto más elevado de ese camino, sino que, al incidir en una situación caracterizada por el avance de las fuerzas revolucionarias, ha sido el hito indicador de un momento político internacional en el que se ha revertido la situación existente a mediados de la década del 60: se ha creado una nueva correlación de fuerzas entre el proletariado mundial y los pueblos oprimidos, y el imperialismo, especialmente el yanqui y sus cómplices.
Para valorar esta nueva situación y analizar sus perspectivas, los elementos más importantes a tener en cuenta son:
1. La ya indicada inevitable derrota del imperialismo yanqui en Indochina, cuyas consecuencias, especialmente para el Sudeste Asiático y Asia en general, pero además para EE.UU., en la economía mundial capitalista, etc., son difíciles de evaluar actualmente, pero implicarán sin duda cambios inmensos.
2. El triunfo de la Revolución Cultural Proletaria en China, con el consiguiente fortalecimiento del Partido Comunista de China -primero y más firme enemigo del revisionismo- y de la potencia económica, política, social y diplomática de la República Popular China.
3. La confluencia en posiciones firmemente revolucionarias de la República Popular China, la República Popular de Corea y la República Democrática de Vietnam del Norte, que ha garantizado un sostén inconmovible para las luchas liberadoras de los pueblos del Sudeste Asiático.
4. El surgimiento en los países capitalistas metropolitanos, y en los países capitalistas dependientes y neocoloniales, de partidos comunistas y fuerzas revolucionarias que, basando su acción en el marxismo-leninismo, procuran encabezar el combate de las masas obreras y explotadas contra el imperialismo y el capita-lismo, combate éste abandonado por el comunismo reformista ligado al PCUS.
5. El renacimiento de grandes luchas obreras y de las masas ex-plotadas en los países capitalistas metropolitanos, que han roto la imagen de estabilización pacífica del capitalismo en los países imperialistas y han destrozado el mito de un proletariado corrom-pido en dichas metrópolis.
6. El combate liberador de los pueblos oprimidos por el imperialismo no ha podido ser aplastado. Ha ido afirmando posiciones en los últimos años, a través de triunfos y retrocesos parciales, a partir de la lucha heroica y exitosa de los pueblos de la península indo-china, tanto en Asia como en Africa, Medio Oriente y América Latina.
7. La visualización de un movimiento incipiente, multiforme y confuso -como suele suceder con los movimientos de masa en sus fases iniciales- que inicia en los países del Este europeo, subordinados a la hegemonía del reformismo del PCUS, y en Yugoslavia, el combate por la dictadura del proletariado como forma estatal de tránsito a la sociedad comunista.
8. El fracaso de las propuestas pequeñoburguesas de respuesta al imperialismo actual y al reformismo, en Europa y los EE.UU., pero muy especialmente en América Latina y el Medio Oriente, ha contribuido a despejar el camino para la elaboración política, teórica y práctica, de una propuesta comunista revolucionaria, marxista-leninista, para la sociedad actual.
9. Se polarizan las tensiones interimperialistas. El crecimiento de la economía y la potencialidad del Japón replanteará en los pró-ximos años el problema del militarismo japonés. Los EE.UU. han pretendido y pretenden manejar a su favor tanto el renaci-miento del imperialismo japonés como el renacimiento del impe-rialismo alemán, pero sus posibilidades en este terreno son limita-das. Por otro lado, el ingreso de Gran Bretaña al Mercado Común Europeo y el acelerado proceso de concentración y centralización financiera, industrial y comercial que empujan los monopolios europeos, va levantando al otro bloque monopolista dispuesto a no relegar su papel en la feroz lucha intermonopolista por los mercados; lucha que se agudizará en los próximos años de esta década.
Esa política de concentración y centralización monopolista está determinada por el desarrollo y la organización actual de la pro-ducción capitalista, y está produciendo una profunda reorganiza-ción de la producción en todos los países del sistema capitalista, sean éstos metropolitanos o dependientes. El capitalismo imperia-lista, en la medida en que las luchas obreras y populares no lo impiden, absorbe la revolución en las fuerzas productivas (la revo-lución científica y técnica).
Pero el actual desarrollo de las fuerzas productivas es contradic-torio con una sociedad basada en el beneficio como estímulo prin-cipal, y con la división social del trabajo bajo el capitalismo, que crea nuevas contradicciones al desarrollo de esas fuerzas producti-vas. Esto agrava las contradicciones clásicas del capitalismo impe-rialista.
La llamada “crisis del dólar” ha puesto de relieve el retroceso relativo del imperialismo norteamericano que al fin de la Segunda Guerra Mundial controlaba un tercio del comercio exterior del mundo capitalista y las tres cuartas partes de sus reservas en oro, prácticamente había tomado posesión de Alemania Occidental, Italia y Japón y dominaba a Inglaterra y Francia. La crisis del dólar ha desatado una agudización de la lucha por los mercados entre los países imperialistas, y aparejará una agudización de la lucha de clases en los países metropolitanos y entre estos y los países dependientes, sobre los cuales se querrá descargar las consecuencias de esa crisis.
10. La lucha obrera en Europa, la revuelta estudiantil, el movimiento negro en los EE.UU., las revelaciones sobre la política yanqui en Vietnam y su ligazón con las necesidades de la producción monopolista, los contestatarios de la cultura, han sacudido el mito de la llamada sociedad “integrada”, o sociedad de “consumo”. Con las fracturas, evidentes en los aparatos de dominación ideológica de la burguesía, han aparecido a la luz las contradic-ciones permanentes inherentes a la sociedad capitalista madura, creando condiciones para su enfrentamiento radical.
11. El renacimiento, perceptible aunque incipiente, de la lucha por la reconquista de la dictadura del proletariado en la URSS, y especialmente en los países del Este europeo subordinados a la hegemonía del reformismo del PCUS. Esa lucha se articula con el agravamiento de las contradicciones que ha creado en esos países el propio avance de las fuerzas productivas en la época de la revolución científica y técnica.
Han aparecido incluso fenómenos de estancamiento económico; de retroceso relativo en ramas íntegras de la producción; o en economías nacionales como sucedió en Checoeslovaquia. Las fuerzas productivas de esos países chocan actualmente con relaciones de producción que niegan el principio de la propiedad social de los medios de producción al negar la democracia proletaria que la efectiviza.
La maduración de una sociedad capitalista altamente tecnificada en los países capitalistas metropolitanos, en la cual el patrimonio social de conocimientos y trabajo acumulado se va transformando en fuente decisiva de la reproducción ampliada. Una sociedad en la que, como escribía Marx: “la creación de la riqueza real se vuelve menos dependiente del tiempo trabajado y del cuanto trabajo empleado que del poder de los agentes puestos en movi-miento durante el tiempo de trabajo”, y en la que la organización capitalista de la producción va apareciendo como un obstáculo a la plena utilización de la potencialidad productiva existente, y la mayoría de la población es condenada a un trabajo parcializado y alienado.
El fracaso de las propuestas burguesas y pequeñoburguesas en los países dependientes, y el surgimiento, en muchos de éstos, de fuerzas que intentan convertirse en alternativas proletarias de dirección, como sucede en el movimiento palestino, en países africanos, y muy especialmente en América Latina. Todos estos factores hacen del comunismo (y del socialismo como fase de transición) una cuestión madura, un programa político unificador, como propuesta social y política de la clase obrera y su partido político, que son portadores de un nuevo modelo de organización social para las grandes masas explotadas de la humanidad.
12. Sobre esas bases se crean las condiciones de reconstrucción de un movimiento comunista revolucionario internacional, capaz de dirigir al proletariado internacional y a las masas oprimidas, en las revoluciones, guerras liberadoras y grandes combates de clase que se avecinan, y capaz de permitir al proletariado coronar la construcción de la sociedad comunista de la que es portador histórico.
IV. El reformismo internacional sufre una profunda crisis. Crisis que ha sido precipitada por el fracaso de la línea reformista aprobada en el XX Congreso del PCUS. Este Congreso fue presentado por la dirección del PCUS como una respuesta a los graves problemas que se habían acumulado en el periodo de Stalin e impedían el avance de la revolución mundial, y el avance hacia el comunismo en los países socialistas.
En realidad el XX Congreso no solo no resolvió esos problemas, sino que los agravó, por cuanto el origen de los mismos estaba precisamente en profundas deformaciones reformistas, chauvinistas y oportunistas, de la línea del periodo de Stalin, y el XX Congreso consagró como línea oficial del PCUS y propuso como línea para el movimiento comunista internacional, la revisión reformista de los principios marxistas leninistas en todos los terrenos cruciales de la lucha de clases.
Esa línea (que contó con la resistencia de diversos partidos) se basaba en los siguientes puntos centrales:
a. Impulsar el desarrollo de la economía de la URSS y de los países socialistas a través de la plena utilización de los mecanismos de mercado; del empleo de los “incentivos materiales” enmascarados como la aplicación de la fórmula “a cada uno según su trabajo”; una creciente diferenciación social; el estímulo a las formas cooperativas agrícolas más atrasadas y al interés individual del campesinado tendiendo a estabilizar, e incluso retrogradar, la eco-nomía koljosiana; la amplia utilización de la tecnología, pagos de regalías y hasta contratos de explotación directa en ciertas ramas y sectores de la producción (con los que se profundizan los efectos negativos de la división del trabajo de los países capitalistas avanzados). Lograr simultáneamente una integración económica de todos los países socialistas imponiendo una división del trabajo que garantizase la hegemonía económica de la URSS sobre los mismos, agravando así los mecanismos chauvinistas en las relaciones interestatales con esos países que fueron denunciados, formalmente, en la declaración del gobierno soviético del 30 de octubre de 1956.
b. Para garantizar esa línea se hacía de la coexistencia pacífica con el imperialismo, fundamentalmente yanqui -concebida como prolongado statu quo internacional, y basada en el monopolio atómico de la URSS y los EE.UU.- el eje fundamental de la política internacional de los países socialistas y del movimiento obrero y revolucionario mundial.
La lucha entre el socialismo y el capitalismo, a escala mundial, se decidiría fundamentalmente por la competencia económica, y toda lucha proletaria, o de liberación nacional, susceptible de afectar esa coexistencia pacífica, debía ser frenada o repudiada como inconveniente.
c. Esa política de coexistencia pacífica se fortalecería con la alianza, fundamentalmente económica, entre la URSS y las burguesías nacionales de Asia, Africa y América Latina. Especulando con las necesidades de esas burguesías procuraba establecer vínculos económicos que pretendía utilizar para reforzar la subordinación política de esos países. El movimiento obrero y comunista de e-sas regiones debería impulsar, por todos los medios, esta alianza, empujando y apoyando a esas burguesías, y siendo extremada-mente cuidadoso de no asustarlas con posiciones radicalizadas.
d. El movimiento comunista de los países imperialistas debía tener como tarea esencial garantizar la coexistencia pacífica. La misma, y el creciente poderio de la URSS y el mundo socialista, posi-bilitarían la evolución gradual hacia el socialismo; evolución que, en ese marco, podría lograrse por la vía parlamentaria. Eso posibi-litaría una sólida unidad en los países capitalistas con la social-democracia, y consiguientemente, la unidad del movimiento obrero.
En la época anterior al XX Congreso, bajo la dirección de Stalin, en la URSS se incubaron sectores sociales y elaboraciones teóricas y políticas, en el marco de relaciones de producción no enteramente revolu-cionarizadas, que sirvieron de apoyatura a una capa burocrática privilegiada, cada día más alejada del control de las masas, que inició el camino de la utilización de sus privilegios políticos para generar privilegios sociales. La línea del XX Congreso del PCUS fue un salto cualitativo, la revisión abierta y total de las principales tesis marxistas-leninistas, demostrativo de la hegemonía alcanzada por dichos sectores en el Estado y en la sociedad soviética, de su forma de existencia aburguesada y de su conversión en forma original en clase social explotadora, burguesía de nuevo tipo, expansionista, socialista de palabra e imperialista de hecho.
El viraje jruschoviano produjo hondas convulsiones sociales y políticas; pero, a fines de la década del 50, ya afirmada aquella línea, pareció aumentar toda una política mundial de tipo reformista destinada a consolidarse con Kennedy en los EE.UU. y con Jruschov en la URSS.
Pero esa política fracasó. Sin ceremonia fúnebre fueron enterrados los ambiciosos planes económicos de Jruschov; al iniciarse la década del 70, en la que la URSS debería estar acercándose al pináculo de la gloria imaginada entonces por Jruschov, el PCUS se encuentra rodeado del desprestigio creciente, y las masas obreras y revolucionarias de todo el mundo, que retoman las tradiciones gloriosas del proletariado y del partido bolchevique de Lenin, comprenden que hoy es imposible luchar exitosamente contra el imperialismo sin luchar contra el reformismo político y el revisionismo teórico que lidera el PCUS.
El fracaso de la línea trazada por el XX Congreso del PCUS, ratificada por los Congresos siguientes, se debió a la oposición revolucionaria a dicha línea que asumieron diversos partidos comunistas, dirigentes comunistas de la talla del Che Guevara y, muy especialmente, por la oposición y la lucha del Partido Comunista de China. Esa lucha fue dura y complicada. El propio PC de China -que enfrentó inicialmente a la línea del XX Congreso- debió realizar la Revolución Cultural Proletaria para poder derrotarla en su propio país.
Por otro lado las compuertas reformistas se mostraron totalmente incapaces para contener la lucha de clases moderna que, a borbotones, irrumpió incesantemente, destrozando las ilusiones del revisionismo. Y entonces la línea teorizada por Jruschov y sus discípulos demostró su ineficacia. En primer lugar probó ser ineficaz para garantizar en la medida necesaria el progreso económico y social de los países socialistas y para permitirles recorrer el camino al comunismo. El proceso abierto en 1968 en Checoeslovaquia y la posterior intervención armada soviética acabaron por demostrar sin tapujos todas las lacras de aquella política.
La hegemonía liberal y tecnócrata en el proceso checoeslovaco, expresión lógica del mismo, se dio sobre una creciente participación de las masas proletarias que reabrían, a niveles superiores, nuevas instancias de la lucha de clases. Como ya había pasado en la década del 50 en los estallidos producidos, en ese entonces, en varios países del Este europeo. Aunque esa participación de masa, en las rebeliones polaca y húngara, especialmente a través de los Consejos obreros, había sido velada, e incluso utilizada en el caso húngaro, por la hegemonía burguesa y contrarrevolucionaria en el proceso. Y ante esa participación creciente de masas proletarias y esa reapertura de la lucha de clases en Checoeslovaquia que amenazaba a todo el sistema de falsa dictadura del proletariado de la URSS y países dominados por los partidos reformistas, fue que intervinieron las tropas del Pacto de Varsovia.
Así quedó al desnudo en 1968 la falencia de aquella política para resolver las tareas de la fase de transición al comunismo, cosa que más tarde volverían a mostrar las gigantescas huelgas obreras en Polonia.
En segundo lugar esa línea probó ser ineficaz para asegurar la lucha del movimiento obrero de los países capitalistas metropolitanos. En el fuego de la lucha de clases se desenmascaró su esencia contrarrevolucio-naria. Fundada en un análisis falso, no marxista, de la sociedad capitalista actual e incapaz, por lo tanto, para aprehender sus contradicciones, fue sorprendida por el gigantesco estallido del Mayo francés, las luchas del proletariado italiano, y el desarrollo de un multiforme y original movimiento antimonopolista, antiimperialista y democrático en los EE.UU., hechos que descubrieron a los ojos del proletariado revolucionario mundial la esencia capituladora de esa línea para el movimiento obrero de los países metropolitanos.
Y fue también incapaz para orientar las luchas liberadoras de los países coloniales, neocoloniales y dependientes. Aquí también desnudó su esencia contrarrevolucionaria. Los golpes más serios al movimiento antiimperialista en esos países (en Brasil, Ghana, Indonesia, Congo, Medio Oriente) están unidos a esa línea y a sus concepciones -reformistas- respecto de las llamadas “democracias nacionales” y a su apoyo a las sedicentes burguesías nacionales antiimperialistas.
El fracaso de la línea reformista del XX Congreso, ha provocado una honda crisis del reformismo. La suciedad del mismo y su lógica complicidad con el imperialismo fueron desnudadas por la intervención soviética a Checoeslovaquia, las presiones a Cuba y a Vietnam del Norte, la quiebra de las organizaciones de masa surgidas de la Segunda Guerra Mundial, la actitud ante la agresión yanqui a Camboya y la agresión jordana al movimiento guerrillero palestino, los acuerdos con la República Federal Alemana, el Pacto Nuclear y muchos hechos más.
V.La desviación reformista no podía menos que abonar el terreno para el florecimiento de respuestas revolucionarias pequeñoburguesas, y burguesas de países oprimidos, en una época en la que habían irrumpido en la arena política mundial masas explotadas no proletarias, mensurables en centenares de millones de seres, y ante la insuficiencia global de las respuestas que se pretendieron dar al reformismo desde posiciones que intentaron fundamentarse en el marxismo-leninismo.
Así floreció en América Latina el “foquismo”, teorizado por Regis Debray como vocero oficioso de la dirección del PC de Cuba. El “foquismo” absolutizó algunos rasgos específicamente nacionales de la experiencia cubana al tiempo que ocultó, o negó, muchos de los rasgos más universales de la misma, rasgos que comprobaban la vigencia del marxismo-leninismo y la ruindad de su negación reformista. Y proyectó ese análisis como línea para la revolución latinoamericana. Su fracaso, luego de una década de fracasos de diversas experiencias que intentaron su aplicación en varios países latinoamericanos, fue seguido del desastre al que llevó al movimiento revolucionario brasileño el intento de adaptación de las tesis “foquistas” a la llamada “guerrilla urbana”, variante moderna de la vieja metodología de lucha terrorista, anarquista y populista.
Florecieron también otras concepciones de igual raigambre no proletarias, como las concepciones tercermundistas, marcusianas, anarquistas pequeñoburguesas, del socialismo “islámico” y del socialismo “africano”, etc. Era inevitable -dado su raíz de clase y el momento en que surgieron- que todas esas teorías demostraran, rápidamente, en la práctica, su impotencia para orientar al movimiento obrero y revolucionario contemporáneo, y era también inevitable que al agudizarse la lucha de clases esas teorías se convirtiesen en vehículo de tendencias conciliadoras con el reformismo. Así el “foquismo” a ultranza ha ido siendo mezclado, y paulatinamente reemplazado por una concepción que, adaptando la vieja teoría trotsquista sobre el camino “bonapartista” de las burguesías nacionales latinoamericanas, postula el apoyo a las mismas, tratando de generalizar un supuesto camino “peruano” de liberación continental. Como es sabido, esa fue la tesis de fondo del reformismo codovillista para nuestros países.
También se ha demostrado la impotencia revolucionaria de la tesis pequeñoburguesa que pretendió postergar la lucha de clases en el mundo árabe para garantizar así la liberación nacional del pueblo palestino. Y se ha comprobado la ineficacia del llamado “socialismo islámico”, o del socialismo “africano”, para garantizar una supuesta vía no capitalista de desarrollo. Paralelamente la heroica lucha de los pueblos del Sudeste Asiático -dirigidos por sus partidos y organizaciones comunistas revolucionarias- ha sepultado para siempre los falsos caminos “neutralistas”, de “democracia nacional” o “democracia dirigida”, y de socialismo “nacional”, que pretendieron encontrar un tercer camino entre el capitalismo y el socialismo en Asia.
Todo esto acrecienta la responsabilidad del proletariado revolucionario internacional, y la necesidad de que recupere y desarrolle el marxismo-leninismo, como guía para la acción revolucionaria de las masas que se preparan al asalto final contra el capitalismo, y como guía para asegurar que la fase de transición posterior al mismo desemboque en el comunismo.
VI.La realidad de América Latina es parte de ese mundo contemporáneo en el que hemos indicado las principales tendencias engendradas al fragor de la lucha de clases entre el proletariado internacional y la burguesía; al fragor del embate del torrente revolucionario mundial integrado por el proletariado triunfante en países socialistas, la clase obrera que lucha por reconquistar su dictadura en países en los que fue derrocado el capitalismo, el proletariado de los países capitalistas, y el movimiento obrero y los pueblos oprimidos de los países coloniales, neocolo-niales y dependientes, contra la burguesía monopolista.
Pero no basta la descripción de las tendencias y rasgos señalados en la situación internacional para analizar la riqueza concreta de la situación política latinoamericana; así como el análisis de la misma, al margen de aquella situación, crea premisas para conclusiones erradas.
A fines de la década del 50 la Revolución Cubana fue la cresta más elevada de la oleada de luchas antiimperialistas que entonces conmovieron a América Latina. El triunfo de esa revolución y los momentos culminantes de esta oleada coincidieron con el apogeo de la línea revisionista del XX Congreso del PCUS, y con su engarce en América Latina con la experiencia kennedista de la “Alianza para el Progreso”. El reformismo logró encauzar y desviar aquel auge de masas, especialmente en 1958/59 en Venezuela, 1962/63 en Argentina, y fundamentalmente en Brasil en 1964.
Pero el reformismo tropezaba tozudamente con una realidad latinoamericana profundamente hostil. Fue la falta en América Latina de una respuesta comunista científica, proletaria, al reformismo, falta que está íntimamente unida a las particularidades históricas del movimiento obrero y comunista latinoamericano, lo que permitió crecer a nuevas o remozadas propuestas revolucionarias pequeñoburguesas y burguesas, que encontraban abonado el terreno para su desarrollo por la existencia en nuestros países de enormes masas pequeñoburguesas rurales y urbanas, oprimidas por el imperialismo y las oligarquías terratenientes y burguesas locales.
La más importante de esas respuestas fue el foquismo, que trasplantó, mecánica e incorrectamente, algunos rasgos de la experiencia de la Revolución Cubana a la lucha revolucionaria de otros países latinoamericanos cuya realidad no abordó con la guía de la teoría marxista-leninista.
El auge del foquismo estuvo ligado a que enfrentó tesis fundamentales del reformismo y trazó una línea aparentemente específica, latinoamericana, para la revolución en nuestros países. Además se apoyó en el enorme entusiasmo despertado por la Revolución Cubana y el extraordinario prestigio de sus líderes en el movimiento revolucionario continental.
El foquismo produjo rupturas y resquebrajamiento en el movimiento comunista internacional -particularmente en América Latina- que fueron expresión de la búsqueda del camino revolucionario dentro del comunismo, ante el abandono del mismo por el reformismo.
Una concepción particular del foquismo fue la del Che Guevara. Debe ser considerada en especial porque se opuso en su esencia a las tesis reformistas, y se unió a una propuesta estratégica global para el movimiento revolucionario internacional y latinoamericano que enfrentó totalmente la estrategia reformista del XX y XXII Congreso del PCUS.
El Che Guevara rescató principios fundamentales del marxismo-leninismo que el reformismo había arrojado por la borda. Rechazó expresamente la política de la coexistencia pacífica concebida como política de statu quo entre el socialismo y el imperialismo, y formuló una estrategia revolucionaria opuesta a la misma en aras de la cual ofrendó su vida y su ejemplo inmortal de revolucionario. Recogió las banderas del internacionalismo proletario arrojadas por los falsos comunistas del PCUS. Concibió a la Revolución Cubana como una “colina de avanzada” de la revolución socialista mundial, que requería del triunfo de esta revolución para poder triunfar definitivamente ella misma. Reivindicó la concepción marxista-leninista del Estado como piedra fundamental de esta teoría. Repudió la llamada “vía pacífica” como camino para la revolución. No albergó ni pretendió albergar ninguna ilusión en las posibilidades revolucionarias de los partidos comunistas hundidos en la charca del revisionismo, el reformismo y el oportunismo. Marcó a fuego la incapacidad de las burguesías latinoamericanas para encabezar la lucha antiimperialista y antioligárquica.
Su concepción acerca de la imposibilidad de triunfo de una lucha armada victoriosa en la época actual en América Latina si la misma no seguía el camino del modelo foquista, concepción estrechamente unida a sus concepciones erróneas sobre el rol del partido revolucionario del proletariado y sobre el papel de la clase obrera en la revolución latinoamericana, impregnaron profundamente su lucha teórica y práctica contra el reformismo. Pero esta lucha significó y significa un aporte gigantesco para desenmascarar al reformismo, rescatar los principios revolucionarios del marxismo-leninismo, y al combate concreto por la liberación social y nacional.
La respuesta del Che Guevara al reformismo debe ser considerada en forma especial, y no como una mera variante foquista, por todo lo señalado y porque los hechos posteriores a su muerte han demostrado que su concepción de la revolución latinoamericana era parte de una concepción de la revolución contemporánea, y de la articulación con ella de la Revolución Cubana, contrapuesta a otras concepciones foquistas que han abandonado las tesis marxistas-leninistas que reivindicó el Che en lo internacional y en América Latina. Y que hoy propugnan, en nuestros países, la posibilidad de la “vía pacífica” para conquistar el poder y avanzar al socialismo; el apoyo a las burguesías nacionales latinoamericanas; la confianza en las posibilidades de dirección revolucionaria de los sectores de la oficialidad de los ejércitos latinoamericanos que se radicalizan, como si fuese necesario que Torres y los asesinos del Che abandonaran al proletariado, al campesinado y al pueblo boliviano inermes ante el golpe de Estado de Banzer para saber qué iban a hacer en una tal situación; o como si hubiese alguna posibilidad de que representantes de la burguesía como hoy Torres, ayer Perón o Goulart, y militares como Roque Terán hubiesen tomado otra posición que la que tomaron.
El fracaso del “foquismo” aparejó grandes y graves derrotas al movimiento revolucionario latinoamericano, especialmente en la modalidad de la llamada guerrilla urbana. Esta última variante “foquista”, particularmente en Guatemala, en Venezuela, y muy especialmente en Brasil, luego de las grandes luchas de masas de 1968, permitió a las clases dominantes apoyarse en la llamada lucha de “aparato contra aparato” para infringir costosas sangrías al movimiento revolucionario antiim-perialista y aislarlo de la lucha de masas.
El fracaso de la respuesta foquista al reformismo no podía dejar de repercutir en forma negativa en el propio proceso interno de la Revolución Cubana, dado que la misma nunca fue autocriticada en forma pública y desde un punto de vista marxista-leninista en Cuba, facilitando el desarrollo de tendencias reformistas. Y el desarrollo de esas tendencias en la Revolución Cubana, a su turno, incidirían luego negativamente sobre un proceso revolucionario latinoamericano que no deja de radicalizarse.
La Revolución Cubana, bloqueada y agredida permanentemente por el imperialismo yanqui, ha mantenido con firmeza, durante años difíciles, banderas socialistas y revolucionarias a 90 millas del imperialismo yanqui, enemigo principal de los pueblos de todo el mundo, y gendarme de la reacción internacional. En Cuba, que se instaló como faro de América, que hizo que el socialismo hablara nuestra lengua, y mostró el camino de la destrucción del Estado lacayo y su marcha ininterrumpida al socialismo, por defectos en la construcción de los órganos de poder popular, en la visualización del papel del proletariado y del Partido, la no comprensión de la necesidad de basarse en sus propias fuerzas y la práctica del internacionalismo proletario, sumados a errores de línea de los que la teoría del foco es el más evidente, pudo prosperar el trabajo de zapa del reformismo, que quiere y va logrando dar vuelta el guante y convertir al bastión de la revolución, al primer territorio libre de América, en prenda del statu quo, llevando a sus principales dirigentes a adoptar posiciones reformistas tales como apoyar a “militares patriotas”, “frentes electorales” y, especialmente, al reformismo y al revisionismo de la URSS, convirtiéndose en traba para el proceso revolucionario.
Pero el fracaso de la respuesta foquista no bastó para otorgar respiro al reformismo latinoamericano. La crisis del reformismo es aquí particularmente aguda. Hoy no existe el margen de maniobra económica que en la década del 40 creó el desarrollo de industrias livianas y el consiguiente crecimiento del mercado interno, que permitió a algunas burguesías latinoamericanas impulsar experiencias reformistas burguesas.
Las necesidades del sistema capitalista de producción actual llevan al imperialismo, especialmente el yanqui, a succionar incansablemente hacia las metrópolis la plusvalía que extraen sus monopolios de los países dependientes de América Latina. Son excepcionales y efímeros los posibles caminos de desarrollo relativamente independiente para las burguesías latinoamericanas, cada vez más asociadas a los monopolios imperialistas, y debilitadas por éstos, y cada día más temerosas del proletariado revolucionario que crece a su lado.
Las banderas comunistas del Che Guevara no desaparecieron con los fracasos del foquismo sino que fueron empuñadas por millares de comunistas revolucionarios, y de revolucionarios, que emergieron luego de su muerte en América Latina y que continuaron, en otro plano histórico, la lucha ya inmortal del Che Guevara por la liberación social y nacional de nuestros pueblos.
Nacieron nuevas organizaciones revolucionarias; como nuestro Partido surgido a la lucha política en los días posteriores a la muerte del Che en Bolivia.
El proletariado latinoamericano ha librado luchas gigantescas en los últimos años. Especialmente en Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina. En Venezuela comienza a erguirse como protagonista fundamental de la futura revolución. En Perú encabeza la lucha contra la burguesía conciliadora en el poder. En México se sacude las incrustaciones de veinte años de seguidismo a la burguesía.
En el Brasil, la dictadura militar ha asestado duros golpes a la izquierda revolucionaria y consiguió controlar la movilización obrera y popular que tuvo su auge en 1968. Factores importantes de estos reveses fueron el peso del reformismo en las filas del movimiento popular y el hecho de que la hegemonía en los enfrentamientos más radicales a la dictadura haya estado en manos del militarismo pequeñoburgués. Este conjunto de circunstancias afectan no solo al desarrollo de la revolución en el Brasil, sino también al proceso revolucionario del resto del continente. Ahora bien, si se tiene en cuenta la situación global de Amé-rica Latina, y la agudización de la lucha de clases que engendra inevitablemente el régimen de superexplotación impuesto por la dictadura, las perspectivas políticas en ese país son de que no tardará en tomar auge un nuevo periodo de la lucha de la clase obrera y las masas populares brasileñas contra el imperialismo y las clases dominantes nativas.
A partir de los gigantescos combates librados por el proletariado la-tinoamericano en los últimos años luego del Cordobazo y de las movi-lizaciones de los mineros bolivianos y peruanos, y como parte del despertar revolucionario de los pueblos del continente, grandes masas campesinas en México, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Brasil y Argentina se han incorporado a la lucha liberadora. Las gigantescas reservas de combatividad revolucionaria que atesoran las masas del campesinado latinoamericano serán desplegadas en forma fecunda en la medida en que su combate secular sea acaudillado por el proletariado.
Por eso, en ocasión del segundo Cordobazo, la reacción latinoamericana señaló, alarmada, el peligro del viento revolucionario que venía de Córdoba, más peligroso dijo que otros vientos revolucionarios que recorren el continente.
En América Latina se van acumulando los elementos de un nuevo auge revolucionario que tendrá, esta vez, como principal fuerza im-pulsora, a la clase obrera. Este hecho, en países que presencian un ininterrumpido crecimiento de su población urbana dará nuevas perspectivas a la constante radicalización de las capas medias.
El crecimiento de las fuerzas revolucionarias en una situación revolucionaria global para el continente estimuló el surgimiento de los gobiernos reformistas de Perú, Chile y Bolivia y obligó al imperialismo a conciliar con los mismos, temeroso de que la burguesía nacional o las fuerzas reformistas sean superadas por el movimiento revolucionario. Esas experiencias reformistas fracasarán inexorablemente como alternativas antiimperialistas. Solo si la clase obrera de esos países, dirigida por su partido marxista-leninista, forja la unidad con el campesinado y las masas oprimidas, y toma la dirección del proceso revolucionario, las tareas revolucionarias serán garantizadas. Lo sucedido en Bolivia con el triunfo del golpe proyanqui de Banzer es claro ejemplo de esto.
La actual situación internacional ha aparejado un debilitamiento y una pérdida de fuerza relativos del imperialismo yanqui a escala mundial que, lógicamente, repercute en América Latina a la que siempre consideró su “patio trasero”. Ese debilitamiento no apacigua su política en el continente sino que, buscando formas más apropiadas para la actual correlación de fuerzas, la torna aún más agresiva. Pero enfrenta la competencia, cada día mayor, de los países imperialistas europeos, del Japón y muy especialmente de la URSS. Esto crea contradicciones entre estas metrópolis y en el marco interno de cada país latinoamericano. El resurgimiento revolucionario mundial permite a las fuerzas revolucionarias latinoamericanas aprovechar a su favor esas contradicciones a condición de mantener una firme política antiimperialista de alternativa revolucionaria, y una indoblegable lucha contra el reformismo y el revisionismo.
Todo esto replantea la vigencia del carácter continental de la revolución latinoamericana, y la necesidad de que ésta tenga una estrategia continental, con el proletariado como protagonista fundamental. La reconstitución y el acuerdo de los partidos comunistas revolucionarios es condición indispensable de esa estrategia.
Simultáneamente en toda América Latina han surgido en los últimos años organizaciones y partidos marxistas leninistas en ruptura con el reformismo y los partidos comunistas reformistas ligados al PCUS.
Esas organizaciones revolucionarias han pasado por una dolorosa y fructífera experiencia. De su fortalecimiento y enraizamiento en las grandes masas explotadas del continente dependerá la suerte futura de la revolución latinoamericana.
VII.Hemos entrado en una nueva fase de la situación internacional. Se han producido profundas modificaciones que han creado una nueva correlación de fuerzas.
La estrategia revolucionaria debe partir de esta nueva situación, cuyos rasgos más notables son:
– El cambio de naturaleza social de la URSS. Toda una estrategia revolucionaria que partía de ubicar a la URSS como centro de las fuerzas antagónicas al imperialismo ha caducado.
– El Partido Comunista de China y la República Popular de China se afirman como el destacamento más avanzado de las fuerzas antagónicas que enfrentan al imperialismo y al revisionismo. Su alianza en defensa de los principios revolucionarios del marxismo-leninismo con la República Popular de Corea y la República Democrática de Vietnam estimula el combate antiimperialista de los países socialistas, del movimiento obrero de los países capitalistas y los pueblos oprimidos por el imperialismo, y de los pueblos recién liberados del yugo colonial. La Revolución Cultural Proletaria ha sido un salto cualitativo que dio mayor coherencia a una estrategia revolucionaria mundial que enlaza su propia lucha revolucionaria con la lucha revolucionaria de los otros pueblos del mundo. Esa revolución parte de considerar inestables y precarias sus propias conquistas que solo serán garantizadas con el triunfo de la revolución proletaria a escala mundial. Se posibilita así una nueva estrategia revolucionaria mundial que supere la traición del reformismo.
– La heroica lucha del pueblo vietnamita y del conjunto de los pue-blos indochinos que contribuye a precipitar día a día al imperia-lismo a una crisis más profunda.
– Asistimos a un auge de luchas antiimperialistas y anticapitalistas, luchas que han logrado en ocasiones infringir derrotas serias al imperialismo y sus cómplices. Es un momento favorable para la lucha revolucionaria a escala mundial.
– La agudización de las contradicciones interimperialistas empuja a las grandes metrópolis capitalistas -con la complicidad de la URSS- a un nuevo reparto de mercados y zonas de influencia; esto en una época signada por el fracaso del camino reformista -sea el de la Alianza para el Progreso o el de la alianza con las burguesías nacionales del PCUS- para resolver los graves proble-mas económicos y sociales de los países de Asia, Africa y América Latina.
La elaboración de una nueva estrategia revolucionaria debe partir de esos rasgos de la actual fase de la situación internacional y, afirmándose en la resolución de los problemas de la lucha revolucionaria de cada país y sector del mundo, forjar la unidad del proceso revolucionario mundial en la perspectiva única de la construcción de la sociedad comunista. El comunismo -como objetivo político y como programa de la clase obrera y su partido- permite unificar, sobre una base científica, la lucha mundial contra el imperialismo, con el proletariado como fuerza hegemónica.
Esa estrategia debe englobar las necesidades de las sociedades en tránsito al comunismo incluida la lucha por la recuperación de la dictadura del proletariado en aquellos países en los que ésta involucionó y degeneró, con las necesidades de la lucha revolucionaria del movimiento obrero en los EE.UU. y en los países capitalistas avanzados, y con las del movimiento revolucionario en los países recién liberados del colonialismo y en los países dependientes.
El cambio de naturaleza social de la URSS es un cambio de calidad en la situación internacional pero no es el resultado de una derrota histórica del proletariado mundial. La lucha por el comunismo procesa hoy en niveles cualitativamente superiores a los de décadas atrás. Gracias a la lucha heroica del movimiento revolucionario e incluso de la propia URSS durante esos años, la revolución mundial es opción necesaria frente al imperialismo y a la degeneración de algunos Estados en donde el proletariado había impuesto su dictadura. Por eso, una visión catastrófica del momento a partir de los cambios habidos en la URSS, es esencialmente falsa. Más aún cuando numerosos hechos demuestran que la lucha por recuperar la dictadura del proletariado en la URSS y en los países del Este europeo que siguen su camino reformista, se abrirá con seguridad, con riqueza inimaginable de posibilidades, como estímulo para el proletariado mundial.
Se mantiene el ascenso de la ola revolucionaria mundial iniciada a partir de los triunfos del pueblo vietnamita, del Mayo francés de 1968 y de la Revolución Cultural Proletaria China, pero el peso del reformismo y el retraso de las fuerzas revolucionarias en relación a ese ascenso de las masas ha impedido triunfar o rendir mayores frutos a estallidos revolucionarios como fueron los del Mayo francés o las recientes luchas de la clase obrera y el pueblo boliviano. Está planteada la necesidad de derrotar a las fuerzas reformistas en el movimiento obrero para garantizar el triunfo de las grandes luchas revolucionarias que maduran aceleradamente.
Las banderas inmortales del internacionalismo proletario son retomadas hoy por masas gigantescas de todo el mundo que van aportando, con su práctica política y social, el basamento para la elaboración de una estrategia mundial única de la clase obrera. Nuestro Partido, que surgió a la arena política repudiando la actitud nacionalista -cómplice con el imperialismo- del PC frente a la lucha del Che Guevara en Bolivia y enfrentando su línea pacifista y conciliadora frente a la lucha del pueblo vietnamita, aportará en la medida de sus fuerzas y de sus posibilidades, modestas, a la elaboración de esta estrategia mundial de la clase obrera.
El comunismo revolucionario a escala mundial, al igual que la clase obrera y los pueblos oprimidos, pueden o no tener una estrategia única. Pero la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía continúa y continuará y en ella no puede haber balcones para espectadores. Se está en una u otra trinchera.
Por ello nuestro Partido tendrá como guía de su actividad internacional el apoyo, la solidaridad, la lucha junto a la clase obrera y los pueblos del mundo que enfrentan al imperialismo.
La vida ha demostrado que esa lucha está indisolublemente ligada a la lucha contra el revisionismo y el reformismo. Así lo demuestra el ejemplo indochino, la coyuntura reaccionaria que diezmó a la guerrilla palestina, la lucha en los países latinoamericanos, el Mayo francés, la lucha proletaria en España.
Pero también la lucha de los últimos años, lucha realizada en medio de los cambios gigantescos que hemos reseñado, demuestra la necesidad de dotar al proletariado internacional de una estrategia única basada en la teoría del comunismo científico. Se ha demostrado que esta estrategia no será elaborada por un único partido por cuanto la realidad multifacética del movimiento revolucionario actual requiere un abordaje también multifacético, que solo será posible a través del aporte de distintos destacamentos nacionales del proletariado.
Así como a la 1ª, a la 2ª y a la 3ª Internacional confluyeron destacamentos nacionales por diversos caminos, hoy, con mucha más razón que entonces, a la estrategia, coordinación, y, en la medida de lo posible, la dirección única del combate internacional del proletariado, afluirán fuerzas diversas, producto de la crisis mundial del reformismo y de los combates de clase cruentos e incruentos que se libran por doquier. Pero esa confluencia requiere previamente el rescate de la teoría científica del comunismo, teoría enlodada y ocultada por el reformismo. La teoría de Marx-Engels-Lenin, defendida después de su muerte por diversos pensadores y dirigentes revolucionarios que son orgullo del proletariado internacional.
La reconstrucción de un movimiento comunista internacional revolucionario procesará a través de la elaboración de esa estrategia común, y a través de la lucha heroica de los millares de comunistas que en todo el mundo intentan rescatar para el proletariado la teoría, el programa político, las banderas, la perspectiva y el ejemplo del comunismo científico.
El PCR aportará con su lucha a la reconstrucción del movimiento comunista internacional revolucionario. Nuestro aporte solo puede ser modesto en relación al de otros destacamentos nacionales del proletariado, con mayor experiencia, fuerza y posibilidades que nosotros. Nuestra independencia política y orgánica -mantenida celosamente en estos años de duros combates- la estimamos indispensable para posibilitar ese aporte. Pero al mismo tiempo la concebimos firmemente articulada al cumplimiento de los deberes internacionales que nos corresponde como partido político de una clase que es internacional y que solo se liberará definitivamente a través del triunfo de la revolución mundial.
VIII.Los elementos esenciales de la línea política en lo internacional aprobados por nuestro Primer Congreso se han comprobado justos. Ratificando los mismos el Segundo Congreso adopta propuestas más ajustadas que las aprobadas en el Primero respecto de la formación económico social de la URSS y otros países gobernados por partidos comunistas reformistas subordinados a la dirección del PCUS, y respecto del rol del Partido Comunista de China y de la República Popular China en la lucha contra la burguesía monopolista internacional y por el comunismo. Apreciando que el Partido Comunista de China y la República Popular China se afirman como el destacamento más avanzado de las fuerzas que antagónicamente enfrentan al imperialismo y al revisionismo, mantenemos con los camaradas chinos diferencias con distintas formulaciones del PC de China respecto de la contradicción fundamental de la época, que estimamos contradictorias con su propia política internacional y con otras formulaciones y documentos; respecto de la valoración del periodo de dirección del PCUS por Stalin; y sobre el problema del culto a la personalidad en relación con la reconstrucción de un movimiento comunista internacional revolucionario. Al mismo tiempo hemos estado trabados por tendencias independentistas de carácter pequeñoburgués, por lastres reformistas y por deficiencias teóricas para valorar correctamente la política del PC de China.
El Segundo Congreso adopta directivas y resoluciones políticas concretas destinadas a reforzar la actividad partidaria de divulgación de las luchas y conquistas revolucionarias del proletariado y los pueblos oprimidos del mundo, y el apoyo activo y la solidaridad a las luchas contra el imperialismo y el capitalismo, por la dictadura del proletariado y el comunismo. Entre esas tareas resaltan el apoyo revolucionario a: la lucha de los pueblos de Indochina; la lucha del pueblo palestino contra la política expansionista y agresiva del Estado de Israel aliado al imperialismo yanqui; al proletariado y los pueblos de América Latina.
El cumplimiento de los deberes internacionales de nuestro Partido -como destacamento nacional del proletariado comunista revolucionario internacional- exige el combate permanente contra las ideas y tendencias de estrechez nacionalista originadas tanto por el oportunismo de derecha como por el oportunismo doctrinarista de izquierda.
Sobre una base de principios, manteniendo la independencia política, orgánica e ideológica de nuestro Partido y la permanente defensa de la teoría marxista-leninista contra el reformismo y el revisionismo, el PCR seguirá luchando en el plano internacional por la reconstrucción del movimiento comunista revolucionario, estableciendo para ello las alianzas y acuerdos bilaterales y multilaterales que nos permitan avanzar en la perspectiva indicada por esta Resolución.
Situación nacional y tareas del Partido
I. Un periodo rico en experiencias
El Cordobazo, el Rosariazo y las grandes luchas obreras y populares de 1969 alumbraron procesos de tal magnitud que modificaron todo el espectro político nacional. El periodo posterior a nuestro Primer Congreso ha sido extremadamente rico en experiencias de lucha del movimiento obrero y popular, y las masas explotadas y oprimidas han avanzado, considerablemente, en su conciencia política.
El PCR se homogeneizó, política e ideológicamente, en torno a la línea aprobada por su Primer Congreso y afianzó su organización a nivel nacional. Hoy existe en la Argentina un partido marxista-leninista, auténticamente comunista. Se posibilita así, la resolución del principal problema subjetivo de la revolución de liberación social y nacional.
Desde el Primer Congreso del PCR se ha seguido tensando en el país la contradicción fundamental del mismo entre la oligarquía burguesa terrateniente y el imperialismo, por un lado, y la clase obrera, el campesinado pobre y medio, la pequeña y mediana burguesía urbana y la mayoría del estudiantado y la intelectualidad por otro, y se han tensado también todas las contradicciones del capitalismo dependiente argentino. El país atraviesa una aguda crisis económica en el marco de una profunda crisis de las estructuras del capitalismo dependiente argentino, y de toda la superestructura política e institucional, cultural e ideológica.
Se acercan para el país momentos decisivos. Las clases en lucha se aprestan a resolver, a favor de sus respectivos intereses, la crisis abierta a partir de 1969.
II. Las consecuencias del Cordobazo
Nuestro Primer Congreso analizó en profundidad las principales enseñanzas de las luchas de 1968 y 1969, especialmente del Cordobazo, y extrajo de ese análisis elementos esenciales que guiaron a partir de entonces nuestro trabajo en la clase obrera y en las masas populares.
El nuestro fue el único partido político que trató de extraer enseñanzas de esas luchas para los combates futuros del proletariado; y el único que hizo una revisión consciente de su línea, para confirmarla o modificarla, a la luz de las mismas. La Resolución Política del Primer Congreso señaló que:
“No habría error mayor para un partido revolucionario que el subestimar las huellas profundas que las luchas de mayo-junio, y posteriormente las de setiembre, han dejado en la conciencia de las masas trabajadoras.
“Las masas aprendieron en ellas más que en años de combates parciales y pacíficos, y es deber del Partido el ayudarlas a extraer todas las enseñanzas que las mismas dejan para la futura insurrección armada, necesaria para barrer con elpoder de lasclasesdominantes e instaurar un gobierno popular revolucionario”.85
Para el reformismo, y para las fuerzas pequeñoburguesas que siguen el camino del terrorismo, por el contrario, esas luchas de masas no tuvieron otra importancia que la de acompañar, cual un coro de fondo, la acción que desarrollan los políticos burgueses y reformistas o los grupos terroristas escogidos.
Señalamos en nuestro Primer Congreso las principales enseñanzas de esas luchas86. Posteriormente emergieron otras consecuencias que signaron toda la vida política nacional, entre las que destacamos:
a. La continuación, en un nivel superior, de la combatividad de las masas. La política de centralización y concentración monopolista y de aceleración del camino prusiano en el agro con que la dictadura pretendió adecuar la economía nacional a los profundos cambios que se producen en la economía capitalista mundial, y resolver, simultáneamente, sus graves problemas estructurales, produjo un hondo descontento obrero y popular. La dictadura secó un polvorín de odio bajo el poder de las clases dominantes.
A partir del Cordobazo las masas consiguieron con sus luchas éxitos importantes. Se liquidó la congelación de salarios y muchas leyes dictatoriales quedaron en letra muerta; se arrancó de las cárceles a centenares de presos políticos y se impuso el recono-cimiento de organizaciones sindicales; la ley universitaria no pudo aplicarse y se ganó en los hechos el libre accionar del movimiento estudiantil; se obligó al recambio primero de Onganía y luego de Levingston, y de gobernadores e intendentes.
Estos éxitos dieron al proletariado y a las masas populares confianza en susfuerzas y, en consecuencia, se transformaron en fuente, en motor, de su creciente combatividad. Lo que introdujo cambios importantes en la correlación de fuerzas y creó las condiciones para ir desarrollando una corriente comunista revolucionaria, e ir afirmando, paulatinamente, a nuestro Partido como vanguardia del proletariado.
b. Se produjo un verdadero reordenamiento de la izquierda argentina, apenas perceptible cuando se realizó nuestro Primer Congreso.
La CGT de los Argentinos y las opciones que levantó el reformis-mo fueron incapaces de encauzar a los sectores del proletariado que se revolucionarizaban. Apareció y se fue desarrollando una corriente clasista, socialista, revolucionaria, en el movimiento obrero, que tuvo como polo impulsor a nuestro Partido y a las agrupaciones Primero de Mayo.
En fiat concord y fiat materfer esa línea de desarrollo alcanza una altura mayor y permite recuperar para los intereses revolucionarios del proletariado al sindicato, lo que fue facilitado por la escala fabril de los mismos.
Surgieron fuerzas combativas en el campesinado pobre y medio. Las Ligas Agrarias del Chaco y Formosa, y el Movimiento Agrario Misionero, movilizaron combativamente a decenas de miles de campesinos pobres y medios contra la política crediticia y de comercialización controlada por los monopolios, enfrentando a la dictadura, y libres de la tutela de la oligarquía y los campesinos ricos. Aunque aún no centraron su lucha en la cuestión clave: la propiedad de la tierra, ni articularon la alianza con el proletariado urbano y rural, ya han cambiado el carácter de la lucha de clases en el Noreste.
Se acentuó la radicalización de las capas medias, lo que produjo fracturas más o menos importantes en las fuerzas políticas tradicionales de la burguesía, en la Iglesia y en las FF.AA. La radicalización abarcó a grandes masas estudiantiles. La izquierda populista levantó propuestas pequeñoburguesas rotuladas como “socialistas” y se orientó hacia el terrorismo urbano.
Cambios tan importantes debieron ser tenidos en cuenta por las clases dominantes, que tratan de recomponer el bloque de las clases que detentan el poder del Estado. El llamado Gran Acuerdo Nacional tiene como objetivo fundamental frenar el proceso revolucionario abierto en nuestro país y, para ello, pretende dividir a “enemigos” de “opositores” reconociendo entre los primeros a las fuerzas revolucionarias que alumbró el Cordobazo, especialmente al proletariado revolucionario.
c. Se agudizó la crisis del reformismo y las masas obreras, campesi-nas, estudiantiles, populares, se movieron con un gran vacío de dirección.
d. A comienzos de 1970 fue visible que la clase obrera buscaba formas organizativas y de lucha adecuadas a esos cambios. El proletariado dio la batalla en el centro principal de la lucha de clases: en las grandes empresas. Allí donde el combate se da directamente entre explotados y explotadores, la sociedad capitalista pierde los velos con los que encubre su contenido de clase y se revela más nítidamente el carácter dictatorial de su Estado. El proceso había comenzado en 1968 y 1969, con las luchas de Destilería YPF de Ensenada, Fabril Financiera, Banco Nación, Talleres Ferroviarios de White, Rosario, Tafí Viejo, y continuó en 1970 en Talleres Municipales de la Capital, El Chocón, Perdriel, empresas del smata, fiat, General Motors, Petroquímica La Plata, Chrysler. En la mayoría de esas luchas, al igual que en el calzado y municipales de Córdoba, en el ingenio Concepción y en otras, la clase obrera mostró que el camino principal de acumulación de fuerzas revolucionarias pasa hoy por barrer de las organizaciones sindicales a los dirigentes traidores, y por reemplazarlos por dirigentes electos directamente por los obreros en asambleas, y revocables por éstas, que tomen la lucha por las reivindicaciones económicas, sindicales y políticas de la clase obrera.
A través de esos combates la clase obrera argentina ha realizado la experiencia más importante, más rica, más cercana a sus objetivos revolucionarios de las últimas décadas. Nuestro Partido ha sido parte importante de esa experiencia, ya que, a partir del Primer Congreso, trabajó por orientar los combates de clase en esa dirección y acompañó con iniciativas políticas el proceso mencionado. El análisis de esas luchas y del papel que en ellas jugó nuestro Partido, es condición indispensable para el futuro del movimiento revolucionario.
e. La lucha de la clase obrera despertó el combate de las otras clases y capas populares. La dictadura fue siendo obligada a cambiar presidentes y libretos. La lucha de las masas agudizó las diferencias entre los de arriba. La Argentina vivió momentos de aguda crisis política, especialmente a la caída de Onganía en que el país se bamboleó al borde de una situación revolucionaria, y luego cuando el recambio de Levingston por Lanusse. El Gran Acuerdo Nacional empujado por la dictadura es la respuesta de las clases dominantes al proceso abierto con el Cordobazo. Pero desde entonces a hoy se han producido cambios profundos, internacionales y nacionales, y nuestro Segundo Congreso tiene la responsabilidad histórica de dar una perspectiva revolucionaria para la clase obrera y el pueblo, puesto que solo el comunismo revolucionario, y por consiguiente solo el PCR, puede dar esa perspectiva al combate del proletariado argentino.
III. El “Gran Acuerdo Nacional”
La dictadura ha fracasado en el cumplimiento de los ambiciosos planes que se trazó en 1966 al asumir el poder. Esos planes aspiraban a una reestructuración total de la Argentina en beneficio de la oligarquía burguesa terrateniente y el imperialismo. A través de la superexplotación de la clase obrera y de la expropiación económica de grandes sectores de las capas medias de la ciudad y el campo se propuso impulsar la centralización y concentración monopolista, acelerar el camino prusiano original de explotación capitalista en el campo y lograr, así, un ritmo continuado y alto de crecimiento de la producción y elevadas tasas de inversión. Logrado esto pretendía realizar una reestructuración global, institucional y política del país.
La viga maestra de ese plan ha sido y es el proceso de concentración y centralización monopolista destinado a adecuar al capitalismo dependiente argentino a los cambios que introduce el desarrollo y la organización actual de la producción capitalista mundial.
La dictadura no se propuso impulsar un desarrollo “en general” del capitalismo argentino, y mucho menos una vía capitalista autónoma. Se propuso impulsar el desarrollo por la vía de la concentración monopolista dependiente del imperialismo y del camino prusiano original, en el agro, basado en la tecnificación de los latifundios de los terratenientes y los monopolios. Desde ese punto de vista la dictadura que se instauró en 1966 fue el epílogo lógico de diez años de reformismo burgués peronista que no liquidó ni la dependencia al imperialismo ni el latifundio y finalmente claudicó ante éstos; de los gobiernos entreguistas de la “Libertadora”, Frondizi y Guido; y del gobierno liberal burgués de Illia, que tampoco modificó la estructura dependiente del país y también claudicó ante el imperialismo.
Desde el punto de vista de las clases explotadoras la dictadura consiguió éxitos importantes al mantener congelados los salarios, modificar las leyes de arrendamientos agrarios y urbanos, favorecer la absorción de numerosas empresas por el capital monopolista internacional, etc. Pero a cinco años de su llegada al poder se comprueba que las fuerzas productivas están crecientemente trabadas en su desarrollo por las relaciones de producción capitalista-dependientes y la subsistencia del latifundio terrateniente. La dictadura ha sido incapaz de lograr un auge importante de la producción. El aumento del producto bruto del que se jactaba estuvo determinado, fundamentalmente, por el desarrollo de las ramas ligadas a la construcción y, a partir de 1970, estuvo lejos de los objetivos propuestos. La producción agropecuaria global sigue estancada. Y el país se ha precipitado actualmente a una catastrófica crisis económica en la que crece aceleradamente el costo de la vida y la inflación, el número de desocupados se acerca al millón de personas, y la producción está amenazada por la recesión, al tiempo que la deuda pública llega a cifras multimillonarias equivalentes a la totalidad de las posibles exportaciones argentinas actuales por más de dos años.
La oligarquía burguesa terrateniente acariciaba planes ambiciosos, pretendía hacer de la Argentina un satélite privilegiado de las metrópolis imperialistas. Nuestro Primer Congreso pronosticó el fracaso de esos planes que pretendían imitar un modelo “japonés” de desarrollo, olvidando el carácter dependiente del capitalismo argentino; o un modelo “canadiense” o “australiano” olvidando que estos países cuentan con una agricultura que fue desarrollada por farmers y colonos dueños de la tierra, en tanto que la Argentina ha impulsado el desarrollo capitalista en el campo sobre la base del latifundio de origen colonial transformado luego en una traba al desarrollo impetuoso de las fuerzas productivas.87 Y señalamos también que los objetivos inmediatos de la dictadura, destinados a financiar las inversiones que requerían sus planes de desarrollo con un aumento importante de las exportaciones, habrían de fracasar.88
El Cordobazo, el Rosariazo, las puebladas tucumana y catamarqueña, las grandes luchas populares del pueblo correntino, el incesante combate antidictatorial de la clase obrera y el pueblo sepultaron los sueños de la dictadura. Esta es la diferencia fundamental entre la situación política argentina y la brasileña. La dictadura brasileña aplicó una política muy semejante a la de Onganía y Krieger Vasena, recurriendo al llamado “monetarismo” y a una política de “ingresos” consistente en congelar los salarios por decreto y conceder luego pequeñísimos aumentos. Para asegurarla implantó una dictadura feroz. No está en esto la diferencia de la situación brasileña con la situación política argentina. La diferencia está en los Cordobazos y las luchas populares que llevaron al fracaso la política de la dictadura argentina.
El fracaso de la dictadura hizo acunar en 1970 el proyecto de “Gran Acuerdo Nacional” que desde hace varios años viene siendo elaborado y afinado por Mor Roig, Cantilo y otros políticos de confianza del Departamento de Estado yanqui. Siendo que el candidato considerado ideal para impulsarlo, el teniente general Lanusse, aún no había homogenei-zado suficientemente a los altos mandos militares en torno a esa propuesta, se prefirió transar con Levingston como presidente. Este, estimulado por un sector de las clases dominantes, no había desechado aún los sueños de grandeza histórica anunciados por la dictadura en 1966, y en vez de ser un simple testaferro de quienes lo colocaron en la Casa Rosada pretendió impulsar otros planes. El repudio de masas a la dictadura que estalló en grandes luchas, incluido un nuevo Cordobazo, obligaron al apresurado reemplazo de Levingston por Lanusse y a la aplicación del Gran Acuerdo Nacional.
En todo ese periodo se evidenció la profundidad de la crisis social, política, institucional, que se agravó con el fracaso de los planes dictatoriales. Las luchas conmovieron a todo el país. Siendo que la política de concentración y centralización monopolista ha afectado en primer lugar a regiones enteras del interior, que encuentran grandes dificultades para adecuar sus economías a la misma, no es extraño que esos estallidos tuvieran por epicentro a varias ciudades del interior y, posteriormente, como otra demostración de la gravedad de la crisis, comenzaron a producirse luchas obreras, estudiantiles y populares de envergadura en el Gran Buenos Aires.
En esas luchas las masas fueron avanzando en la utilización de formas apropiadas para enfrentar a la represión de las clases dirigentes (paros activos con manifestaciones, barricadas, utilización masiva de las molotov, ocupación de barrios, etc.). Decenas de miles de obreros, estudiantes y gente del pueblo participaron en combates que no reconocen interrupciones importantes desde 1969. A los obreros y estudiantes se agregó la lucha de vastas capas de profesionales e intelectuales; se comenzaron a movilizar los habitantes de los barrios de emergencia, los campesinos pobres y medios, especialmente en el Nordeste, se multiplicaron las rebeliones comunales y grandes luchas de masas conmovieron a ciudades del interior, (Corrientes, San Juan, Catamarca, Bahía Blanca, Río Gallegos, etc.). Casi no hubo ciudad importante del país que en este periodo no conociese manifestaciones combativas de lucha contra la dictadura.
Fue esta situación, el fracaso de los planes de la dictadura, la agudización de la crisis de la estructura capitalista-dependiente que por momentos generó situaciones difíciles para las clases dominantes, de crisis política agravada por la crisis económica coyuntural, lo que obligó a poner en práctica la política del GAN, especialmente ante la difícil situación global para el imperialismo y las clases dominantes en el cono sur de América Latina.
Al preñarse de elementos revolucionarios la situación política en Bolivia, Perú, Chile, Argentina y Uruguay, el Departamento de Estado norteamericano, de consuno con las clases dominantes argentinas, concibió al Gran Acuerdo Nacional y al falso abandono de la política de “fronteras ideológicas” por la dictadura de Lanusse, como un instrumento para absorber el camino reformista de Allende en Chile y de Torres en Bolivia. Dentro de esa política la dictadura brasileña amenaza con la espada, y la dictadura argentina ofrece el ramo de olivo a los gobiernos vecinos con tal de que estos no profundicen el cauce revolucionario. Luego del segundo Cordobazo el Departamento de Estado norteamericano dio todo su apoyo a la política de Lanusse, tratando de impedir una situación revolucionaria en la Argentina que -en el marco de la situación del Cono Sur y de la situación revolucionaria global de América Latina- podría desencadenar procesos de perspectivas catastróficas para el imperialismo.
La política de la dictadura, luego del recambio de Levingston por Lanusse procuró, por un lado, ganar tiempo, aliviando las tensiones que amenazaban con crear una situación revolucionaria en el país. Para ello hizo algunas pequeñas concesiones y se disfrazó de “democracia”. Simultáneamente se planteó resolver los objetivos de fondo para los cuales se dio el golpe de Estado de 1966.
Esa política, simultáneamente, de acuerdo con el Departamento de Estado yanqui, opera sobre las direcciones reformistas de Chile y Perú para ir desgastando la energía revolucionaria del proceso abierto en esos países.
El primer objetivo del Gran Acuerdo Nacional es aislar a los “enemigos” (es decir: los enemigos del sistema capitalista dependiente) neutralizando a los “opositores” burgueses y reformistas. La dictadura pretende golpear así, fundamentalmente, a la corriente socialista, revolucionaria, que ha comenzado a crecer en el proletariado.
A partir de esa diferenciación inicial la dictadura prepara elecciones tramposas, con un estatuto de los partidos políticos aristocratizante, y una ley electoral que garantizarán el reparto de los puestos electivos entre tres o cuatro fuerzas que acuerden el candidato a presidente y el programa, que la dictadura legará a ese engendro supuestamente “democrático”.
Todo esto ha sido larga y frecuentemente explicado por los voceros de la dictadura. El representante del Ejército ante la Comisión Coordinadora del Plan Político lo dijo con las siguientes palabras en una conferencia que adquirió gran resonancia pública:
“Porque el remate del acuerdo así, ya, como cosa concreta, estará entonces referido a lo que es el seguro de la República, y el seguro para las Fuerzas Armadas, que es el nombre del Presidente de la Nación. Nombre que tendrá que ser acordado por las partes, y en cuyo acuerdo el supremo elector, como aquellos que elegían a los emperadores de Alemania, era el supremo elector de Sajonia, serán las Fuerzas Armadas, que entonces podrán tener también su reaseguro. Su reaseguro será la salida con honor, con éxito, del proceso”.89
Respecto del programa de ese presidente a designar por “el supremo elector” ha dicho Lanusse que:
“(…) el proceso de institucionalización (…) no se agota en el acto comicial sino que consiste en un sistema cuyos objetivos deberán ser patrimonio del gobierno que elija el pueblo, tanto en lo político como en lo social y económico”.90
Es decir, a partir de un manejo pragmático de la coyuntura política, determinado por el auge de las luchas obreras y populares, la dictadura pretende aislar y aplastar al proletariado revolucionario que ha crecido en estos años, y a las fuerzas revolucionarias que se han desarrollado entre el estudiantado, el campesinado pobre y medio, las capas medias urbanas. Para ello procura fortalecer el bloque de las clases dominantes que detentan el aparato estatal a través de un acuerdo estable con los partidos de la burguesía, especialmente con el peronismo y el radicalismo, con las fuerzas reformistas, y con las organizaciones empresarias, sindicales y agrarias que estos dirigen. El programa de ese acuerdo es el de la concentración monopolista y el camino prusiano, en su modalidad particular argentina, de desarrollo capitalista en el campo. Dado que las clases dominantes están impedidas de realizar concesiones importantes a sus posibles aliados, reemplazan a estas por la amenaza del golpe “brasileño”, por el temor común a las fuerzas revolucionarias que crecen en la clase obrera y el pueblo. La opción de la dictadura es: o salida electoral condicionada o dictadura como en Brasil.
El Gran Acuerdo Nacional ha venido acompañado de una amplia campaña publicitaria destinada a convencer, a quienes tienen el ánimo propenso para ello, del carácter “democrático” del equipo dictatorial de Lanusse, de la aberración de éste a las “fronteras ideológicas”, o de su tendencia “populista”.
En tanto la dictadura ha reforzado la política represiva y, temerosa de nuevos Cordobazos, o estallidos de lucha semejantes, moviliza a las FF.AA. para prevenirlos. La tortura y el asesinato a los revolucionarios reinan como en las épocas más negras del dominio de la oligarquía burguesa terrateniente. No existen garantías democráticas ni libertad sindical. La política de exprimir al máximo a los trabajadores con salarios de hambre se mantiene y están en vigencia todas las leyes de desalojos urbanos y rurales sancionadas por Onganía y Levingston. Los monopolios, especialmente extranjeros, reciben concesiones, créditos, privilegios. La colaboración de las FF.AA. argentinas en el golpe de Estado de Banzer en Bolivia, y el voto en las Naciones Unidas junto a los EE.UU. contra la República Popular China, son demostrativos de la política internacional proyanqui de la dictadura.
No ha cambiado, por lo tanto el carácter de clase de la dictadura con el recambio de Levingston por Lanusse, como pretende hacer creer el reformismo. Por el contrario: la oligarquía burguesa terrateniente y el imperialismo han colocado al frente de la misma a un hombre de su entera confianza, hijo de una familia de la más rancia oligarquía argentina y a un equipo incondicionalmente servidor de esos intereses.
IV. La crisis económica
Argentina atraviesa actualmente una fuerte crisis económica coyuntural. Pero la misma se da sobre el fondo de la crisis estructural del capitalismo dependiente argentino.
La Argentina que añoran los dirigentes de la dictadura instaurada en 1966, la Argentina construida entre 1853/1880, entró en crisis aguda con la crisis que conmovió al mundo capitalista en 1929, y con la Segunda Guerra Mundial, acontecimientos que vieron declinar al imperialismo inglés y al capitalismo dependiente argentino, gran productor agropecuario ligado a Gran Bretaña.
Esos acontecimientos estimularon, en la década del 30 y comienzos de la década del 40, el desarrollo de una industria liviana que, en el periodo inicial del peronismo, impuso un conjunto de medidas que le ampliaron su mercado. Pero ni se liquidó el latifundio (por lo que las medidas de estímulo al desarrollo de una capa de terratenientes y a la burguesía rural fueron de efecto limitado para ampliar la producción agropecuaria y el mercado interno) ni se liquidó la dependencia al capital extranjero, que mantuvo palancas claves de la economía nacional, ni, en consecuencia, se desarrolló una industria pesada independiente de las metrópolis imperialistas. Se llegó así a una difícil situación en los últimos años del gobierno peronista, cuando se esfumaron las favorables condiciones que se habían creado en la posguerra. Perón apeló a las concesiones al imperialismo, a la oligarquía terrateniente, y a medidas de superexplotación obrera, pero el país enfrentaba una disyuntiva: o rompía las estructuras caducas del capitalismo dependiente o desembocaba en un reforzamiento de la dependencia. Al no seguir el primer camino, inevitablemente se hubo de seguir el segundo. Las clases dominantes profundizaron la dependencia, subordinándose aún más al imperialismo, abandonando las postulaciones de una vía autónoma y eliminando aquellos resortes que pudieron haber sido útiles para la misma. Se trató de financiar la importación de insumos básicos y de bienes de capital a través de la superexplotación obrera y de un aumento de las exportaciones agropecuarias -para lo cual se adoptaron, luego de 1955, diversas medidas particularmente gravosas para las masas populares- pero no se lograron los objetivos propuestos. Por ello, en 1958, el gobierno de Frondizi optó por abrir totalmente las puertas al capital extranjero, en lo que llamó política de “sustitución de importaciones”, e impulsó una política de estímulo al camino capitalista prusiano en el agro, basado en la tecnificación de los latifundios, para reemplazar mano de obra y abaratar los costos. El camino frondizista fracasó, dado que agravó la dependencia y no logró progresos sustanciales en la producción agropecuaria que permitiesen financiar el grave déficit del sector externo, déficit que se agravó con esa política, ya que los monopolios succionaron más de lo que invirtieron; un caso típico fue el de los monopolios petroleros.
Esta situación se arrastró hasta 1966. El gobierno de Illia hizo concesiones gravosas a los monopolios, a más de seguir una política exterior conciliadora con los yanquis, y no tocó los intereses de la oligarquía burguesa terrateniente. En tanto la organización y el desarrollo de la producción capitalista, a escala mundial, especialmente con los cambios que introdujeron desde mediados de la década del 50, la creación del Mercado Común Europeo, el desarrollo del imperialismo japonés y la agudización de la lucha interimperialista, con la subsiguiente concentración y centralización de la producción, el estímulo a la revolución científico-técnica y las consecuencias de este estímulo, determinaron la inevitabilidad, para la oligarquía burguesa terrateniente y el imperialismo, de impulsar a fondo el camino de la concentración y la centralización monopolista, barriendo todos los obstáculos que se le interponían.
Para eso, y para aplastar la creciente lucha obrera y popular, esencialmente, se instaló el gobierno producto del golpe de Estado de 1966. Aspiraba a una reestructuración total del país en beneficio de los monopolios, y soñaba con construir una “Nueva Argentina” que reemplazase a aquella que caducó en la década del treinta. Pasados ya cinco años de gobierno dictatorial se comprueba que las fuerzas productivas están crecientemente trabadas en su desarrollo por las relaciones de producción capitalistas dependientes, y por la subsistencia del latifundio. La dictadura fue incapaz de lograr un auge importante y sostenido en la producción y a partir del Cordobazo su fracaso y el empanta-namiento del sistema se hicieron evidentes.
Se demostró que los monopolios imperialistas no utilizaron las concesiones tremendas de la dictadura para invertir. Aprovecharon las mismas para aumentar su dominio sobre ramas de la producción y empresas ya existentes, controlar las finanzas, adueñarse de las riquezas básicas -especialmente las mineras- y vaciar empresas. Los terratenientes no aprovecharon las concesiones dictatoriales -especialmente la Ley Raggio de arrendamientos- para aumentar la producción. La deuda externa subió a cifras fabulosas.
La brecha tecnológica en relación con los países avanzados se ha profundizado.
La dictadura ha fracasado en sus planes de renovación del capitalismo dependiente argentino y todas las contradicciones de éste se han agudizado.
Desde fines de 1969 la dictadura pretendió resolver las dificultades que presagiaban momentos graves para la economía nacional incremen-tando las exportaciones y con diversas medidas de coyuntura.
Pero la dependencia del país genera un permanente drenaje de beneficios hacia las metrópolis imperialistas. El aumento de las llamadas exportaciones “tradicionales”, es decir agropecuarias, no resuelve el problema, por la permanente caída de sus precios en relación con los precios de los artículos industriales que importamos, tanto de los países capitalistas como de la URSS y de los países sometidos a ésta. Todos los estímulos a estas exportaciones -como las permanentes devaluaciones de la moneda- no resuelven este problema y además no encuentran un mercado “dinámico”. El dumping a nuestra producción agropecuaria agrava esta situación, como sucederá este año con la cosecha de maíz y los excedentes norteamericanos.
El llamado “estrangulamiento del sector externo” tampoco se resuelve con la sustitución de importaciones ni con la promoción de exportaciones “no tradicionales”, en tanto se mantenga el control de los monopolios extranjeros sobre la economía nacional.
En las ramas más concentradas de la industria, que son las más modernas de la economía argentina, el capital extranjero controla lo decisivo de la producción. En 1963 las empresas extranjeras controlaban el 95.2% de la producción de neumáticos, el 72% de hilados y fibras sintéticas artificiales, el 85.8% de vehículos y automotores, el 78% de la petroquímica pesada. Desde entonces el avance del capital monopolista en el mercado interno ha sido mayor.
Aprovechando el bajo costo de la mano de obra argentina -que llega en algunas industrias como la carne o textil a ser hasta diez veces inferior al de los EE.UU.- los monopolios extranjeros, fundamentalmente yanquis, tratan de explotarla con sus propias plantas. Promueven la “sustitución de importaciones” en los países dependientes para producir fundamentalmente bienes de consumo, y reservarse la producción de equipos industriales, de insumos básicos, y las técnicas de producción más avanzadas. Así han copado la industria argentina del tabaco, avanzan en la vitivinicultura, y se preparan para controlar la industria textil y las del calzado y la alimentación. Así aprovechan esa mano de obra barata y pueden -como recomendó la Misión Rockefeller- derivar en los EE.UU. la mano de obra calificada hacia industrias más complejas, aumentando la eficacia global de sus inversiones, y sus beneficios. Así pueden también dominar mercados -como nuestro mercado interno- que tendrían dificultades financieras para importar gran cantidad de mercancías.
Además los capitales monopolistas, aprovechando su control del aparato estatal no han necesitado realizar grandes inversiones para dominar la industria nacional. En automotores, por ejemplo, con un monto efectivamente radicado de 33 millones de dólares, para fines de 1964, ya se encontraban instaladas todas las empresas, gracias a las facilidades que tuvieron para obtener recursos internos. En el periodo 1957/1969 el valor de los activos de las empresas norteamericanas radicadas en el país pasó de 333 a 1244 millones de dólares. Este incremento se produjo por un ingreso neto de capital de 524 millones de dólares, más la reinversión de utilidades equivalentes a 387 millones de dólares. En este periodo se remitieron al exterior en concepto de utilidades 649 millones de dólares.
Y también son esos monopolios los que promueven las “exportaciones no tradicionales” dado que se trata, en el caso, de exportar como artículos baratos parte de la plusvalía arrancada aquí. Tampoco el aumento de esas exportaciones resolverá los problemas del estancamiento de la economía argentina, por cuanto esos monopolios presionan para obtener concesiones onerosas para exportar, con lo que egresan jugosos beneficios, que luego no reinvierten, dado que prefieren hacerlo fuera del país para garantizar el control de empresas y ramas de la producción vitales en la lucha intermonopolista.
En definitiva, en el marco de las relaciones internacionales dominadas por el capital monopolista y el reformismo soviético (que también vende y compra a precios desfavorables para los países dependientes y lucha por el reparto de zonas de influencia con los EE.UU. y los otros países capitalistas) y en el marco del control del aparato estatal por la oligarquía burguesa terrateniente y el imperialismo, ni la “sustitución de importaciones”, ni el intento de incrementar las exportaciones tradicionales y no tradicionales, reducen la dependencia. Por el contrario: la agravan y no resuelven el problema de fondo del capitalismo dependiente argentino. El reforzamiento de la dependencia profundiza los canales que incorporan a nuestra economía dependiente al sistema de reproducción ampliada del capital de las metrópolis imperialistas, y agrava, permanentemente, el llamado “estrangulamiento externo” de la economía argentina.
En ese marco se desenvuelve la actual crisis económica de coyuntura. Crisis recurrente en la posguerra desde la crisis de 1952. Dado que los intentos de salida que formulan las clases dominantes no reconocen la existencia de la crisis de estructura, es imposible que los mismos produzcan más efecto que el de simples aspirinas respecto de esos problemas cruciales del capitalismo dependiente argentino. Su objetivo es superar la crisis coyuntural descargando sus efectos sobre las masas explotadas y oprimidas de la ciudad y el campo.
Los elementos demostrativos de la crisis están dados por la disminución de la tasa de crecimiento, agravada por la caída de la producción agropecuaria y de la construcción, es decir, los incentivadores tradicionales: un elevado ritmo inflacionario que supera el 40% anual; el aumento de la desocupación que llega a cerca del 10% de personal ocupado; el aumento de los quebrantos comerciales cuyos pasivos pasaron de 13.555 millones de pesos en 1966 a 48.260 millones en 1969, y a 110.986,6 millones en 1970; caída del salario real; crisis de la balanza de pagos determinada por: la caída de las exportaciones y el aumento de las importaciones; el crecimiento de los intereses y giros de beneficios y regalías al exterior y el crecimiento del endeudamiento externo acompañado de la pérdida de divisas; el incremento del déficit presupuestario; el retraimiento de las inversiones, externas e internas; la fuga de capitales que según el presidente del Banco Central solo en 1971 alcanzó a 1.000 millones de dólares.
En tanto el país se precipita en una grave crisis, la dictadura ha trasladado a los bolsillos de la oligarquía terrateniente y de una parte de la burguesía agraria sumas multimillonarias, a través del aumento del precio de la carne, y ha otorgado créditos y concesiones enormes a los monopolios extranjeros a través de las operaciones de pase con los créditos obtenidos en el extranjero, concesiones que se estima superan los 300 millones de dólares en 1971, y han hecho que gran parte del aumento del circulante haya ido a manos de esos monopolios y que el gobierno, pese a sus promesas, no pueda conceder créditos a la industria nacional pequeña y mediana.
Las medidas que anunció la dictadura en diciembre de 1971 para salir de la crisis no resolverán la situación. Procuran impulsar las inversiones públicas para estimular la producción pero, al mismo tiempo, deben tratar de impedir que aumente en forma aún mayor el déficit fiscal. Por esa razón procuran financiar esas obras con un impuesto indirecto: el aumento de las tarifas, y con financiación externa, directa, para esas obras. A través del mecanismo de los dos mercados el gobierno realiza devaluaciones periódicas que ya superan las devaluaciones “heroicas” de Krieger Vasena o de Pinedo. Todo esto facilita la penetración de los monopolios extranjeros que, como aves de rapiña, planean sobre varias ramas de la producción nacional prestos para devorarlas. Especialmente sobre la alimentación, calzado, vitivinicultura, y libran una feroz batalla para decidir quién monopolizará, en la década próxima, los frigoríficos modernos que abastezcan el mercado externo de carnes.
El plan económico aprobado por la dictadura en diciembre golpea a sectores íntegros de la producción, como lo acaban de demostrar los fruticultores, especialmente los pequeños y medianos productores del Alto Valle de Río Negro, y presagia duros padecimientos para la clase obrera si su lucha no logra éxitos, por cuanto lo que la dictadura llama “mantener el salario real” equivale a mantenerlos deprimidos, y, en la mayoría de los casos, por debajo del nivel actual, aprovechando para ello el ejército de reserva que implican más de un millón de desocupados.
Sobre este tembladeral se pretende edificar el Gran Acuerdo Nacional, aprovechando la tregua concedida por Perón, los jerarcas de la CGT y los dirigentes burgueses. Esto ilustra por qué la dictadura teme tanto a los estallidos y, desde la aprobación de la Ley 19081, saca el Ejército a la calle ante cada posibilidad de estallido popular, como hizo en La Plata, San Lorenzo, Córdoba, Tucumán, Rosario, Corrientes, Río Negro. Las clases dominantes son conscientes de la precariedad sobre la cual edifican sus planes políticos. Su demagogia y fanfarronería no nos deben ocultar esa realidad en la que radica la posibilidad histórica de romper la trampa y acumular para la insurrección obrera y popular.
V. Los partidos burgueses y reformistas y el GAN
Las fuerzas políticas burguesas y reformistas han aceptado, en la práctica, la propuesta del GAN. Es sabido que éste contó, como principal pieza de apoyo, con la “Hora del Pueblo”, acuerdo político tramitado por Perón y Balbín con el consenso, y el estímulo, de Lanusse, desde antes que éste accediese a la presidencia de la Nación.
La clave del Gran Acuerdo Nacional ha sido el apoyo de Perón. Este fue el producto de largas negociaciones en las que jugó un papel relevante el Departamento de Estado yanqui. Perón concedió a Lanusse tregua tras tregua, y fue impulsando al movimiento peronista a dar los pasos fundamentales para asegurar el plan de Lanusse. Esos pasos fueron: conformar la “Hora del Pueblo”; aceptar negociaciones públicas con la dictadura; aceptar la reorganización del partido peronista con la tácita aprobación al estatuto fascista y proscriptivo de los partidos políticos; aceptar la devolución de los restos de Eva Perón en las condiciones en las que se hizo esa devolución; incluir en la dirección del movimiento al ala “dura” para hacerla jugar como furgón de cola del movimiento; etc.
Como ha sucedido permanentemente, desde que Perón está en el exilio, sus maniobras siempre han sido para apoyar al sector hegemónico de las clases dominantes, sin dejar, a la vez, de ser la reserva estratégica de esas clases.
La dictadura pretende utilizar los servicios de Perón sin inutilizarlo como dique de contención para las masas y como dique contra el “caos”. Como explicó el general Sánchez de Bustamante, delegado del Ejército en la Comisión Coordinadora del Plan Político, el peronismo es la mejor valla contra el comunismo, “una suerte” que tenemos acá, dado que “(…) es el único movimiento de masas no adherido a la izquierda. Quiero decir, el único que no reniega de los valores de nuestra civilización: libertad, propiedad, familia y justicia. El único que sabe darle al César lo que es del César, sin renegar de Dios”.91
La UCR ha gestado la “Hora del Pueblo” y la política del Gran Acuerdo Nacional. Afrontando las contradicciones que la misma implica, el Comité Nacional de la UCR colocó al estratega del GAN, a Mor Roig, en el Ministerio del Interior de la dictadura. Es, por lo tanto, responsable directa de los crímenes ya incontables de ésta, y espera, a cambio de tamaño favor, poder tener acceso a una cantidad importante de bancas legislativas, y a algunas gobernaciones de provincia, en la salida condicionada que ha preparado, hasta ahora, junto a Lanusse. Reanuda así el trillado camino de la conciliación con la oligarquía burguesa terrateniente, que siempre recorrió el radicalismo y del que es consumado conocedor el grupo de Ricardo Balbín.
El PC montó el Encuentro de los Argentinos. Luego de la reunión de Salta, de Lanusse con Allende, planteó como enemigo fundamental a combatir el golpe “fascista” de López Aufranc, y se opuso a toda movilización combativa de masas que “hiciese el juego a ese golpe”.
El PC había acusado antes a la idea del Gran Acuerdo Nacional como “originada en la Embajada de los Estados Unidos”, “obedeciendo a directivas de Wall Street”, y había dado todo su apoyo al llamado “golpe peruano”. En esos momentos Rodolfo Ghioldi cantaba alabanzas al general Labanca y el dirigente del Encuentro de los Argentinos, Dr. Jesús Edelmiro Porto, declaraba que los medios válidos para tomar el poder son dos: “o un golpe de Estado realizado por militares patriotas -que sería preferible para no derramar sangre argentina- o una acción de masas combinada con esos militares patriotas”. 92
Descalabrado el golpe “peruano” por Lanusse, y realizada la reunión de Salta entre Allende y Lanusse, los falsos comunistas del PC reaccionaron con rapidez ante el artículo del diario Pravda de Moscú saludando esa reunión. El 7 de agosto, en la reunión del CC de ese partido, Rodolfo Ghioldi dijo: “La Declaración de Salta es un revés para el imperialismo norteamericano; el pueblo no es indiferente a la misma…” “socava el sistema militar interamericano, sacude aún más a la ya tambaleante OEA y achica el campo de maniobras del imperialismo”.93 En esa misma reunión del CC del PC, Arnedo Alvarez, al finalizar su informe “remarcó la necesidad de tener siempre en cuenta nuestra amplia política de aliados no cerrándonos caminos por adelantado”. En el mes de octubre, cuando un grupo de militares fascistas -y algunos nacionalistas con los que hasta hacía poco había complotado el PC- intentó un golpe de Estado, quedó claro a qué aliados se refería Arnedo Alvarez. Se trataba de Lanusse y su equipo.
El PC comenzó a hablar de “el gobierno” de Lanusse, y a señalar que “la política exterior es inseparable de la política interior, y si hay contradicción entre ambas, el equívoco no puede prolongarse”.94
El PC comenzó a apuntar, como enemigo principal, contra el golpe fascista, y a recordar el ejemplo de Kerenski y Kornilov, olvidando que cualquier semejanza entre Kerenski y Lanusse es ridícula, y que jamás los bolcheviques llamaron a apoyar a Kerenski para frenar el golpe de Kornilov.
Las clases dominantes recibieron con júbilo el apoyo del PC. Al respecto dijo editorialmente La Nación: “Aquella novedad -suponen algunos observadores políticos- ha de repercutir seguramente en el ámbito universitario, donde los dirigentes estudiantiles que responden al Partido Comunista controlan algunas posiciones importantes”.95
El apoyo soviético a Lanusse, a más del apoyo del PC, le trajo otros aportes a la dictadura ya que la posición de los dirigentes del PC cubano también fue influenciada por la posición soviética, y los sectores revolucionarios de la pequeña burguesía también comenzaron a diferenciar a Lanusse de su “opositor” López Aufranc, y a ver con mejores ojos un apoyo indirecto al proceso electoral prometido por la dictadura, que permitiese un “alivio” a las presiones sobre Chile y sobre Uruguay, en donde el “Frente Amplio” parecía tener mayores posibilidades electorales que las que en definitiva tuvo.
La CGT -con el acuerdo de Perón- concedió tregua tras tregua a Lanusse y acordó con éste el aislamiento y el aplastamiento de las principales luchas obreras de este periodo, especialmente las del proletariado cordobés.
La CGE -hegemonizada por el PC en alianza con algunos sectores frondizistas- no solo dio su apoyo a Lanusse, protestando por la política económica de la dictadura, sino que ha demostrado su interés por apoyar una salida condicionada con tal de impedir el golpe “fascista”.
La Federación Agraria Argentina dirigida por la burguesía agraria -en un hecho sin precedentes- colocó a su presidente como Ministro de Agricultura de la dictadura. Este ni siquiera propició la derogación de la Ley Raggio de arrendamientos agrarios.
La razón fundamental de esa confluencia ha sido el temor a la revolución que madura en nuestro país. Reiteradamente Perón, Balbín, Rucci, Di Rocco, Rodolfo Ghioldi, Gelbard, entre otros, han alertado sobre el “peligro de guerra civil”, sobre el peligro de “caos”, etc.
Las fuerzas burguesas prepararon durante mucho tiempo su confluencia en el GAN. A pocos meses de volteado el gobierno radical -del que fuera pieza clave- ya comenzó Mor Roig a propagandizar su vieja idea del Gran Acuerdo Nacional. Durante meses prepararon esas fuerzas su confluencia en las reuniones del “Círculo del Plata” y en los encuentros con los jefes militares, mientras el pueblo luchaba en la calle contra la dictadura.
El hecho de que los partidos burgueses y reformistas hayan aceptado tan fácilmente la entrada al brete que les ofreció Lanusse, obedece a varias razones, las más importantes de las cuales son:
1. El temor al proletariado y a las fuerzas revolucionarias. Ninguna gran lucha contra la dictadura pudo ser hegemonizada por ellos. Surgieron en el país nuevas fuerzas, revolucionarias, y se fue consolidando un partido comunista revolucionario, intransigente ante los cantos de sirena de las clases explotadoras.
La burguesía nacional tiene tanto temor como la oligarquía burguesa terrateniente a una democratización no ya revolucionaria sino reformista-burguesa. No aspira a otra meta que a una apertura política controlada y, necesariamente, debe por consiguiente transar con la dictadura.
2. La burguesía nacional carece de opción propia frente a la dictadura, como analizamos en nuestro Primer Congreso. El programa aprobado trabajosamente por el “Círculo del Plata” no tiene un solo planteamiento revolucionario respecto de los monopolios y del latifundio. La burguesía no monopolista es incapaz de ofrecer una alternativa real a la política de la oligarquía burguesa terrateniente. Es demasiado tarde para ello. Solo puede exigir mejor trato. El “desarrollo con independencia” que postula es imposible sin un enfrentamiento total con el imperialismo y sin liquidar a la oligarquía burguesa terrateniente; lo que exige una revolución que la burguesía argentina no ligada al imperialismo fue incapaz de protagonizar en sus épocas de oro, cuando dispuso del gobierno y de gran parte del aparato estatal. Esa revolución hoy no puede realizarse sin una alianza con los pueblos y Estados revolucionarios, alianza que aterroriza a la burguesía por el proletariado que crece a sus espaldas.
Se ha confirmado lo que nuestro Partido planteó desde sus primeros documentos públicos en 1968. Son falsas y devienen en contrarrevolucionarias las ilusiones del PC en una burguesía antiimperialista que según ellos habrá de expresarse, ineludible-mente, a través de un sector militar en la Argentina, ilusiones ahora compartidas por los camaradas cubanos, y por quienes ellos influencian en nuestro país.
La posibilidad de que la burguesía nacional lidere un proceso de liberación nacional o sea parte activa de él, deviene en utopía por las características particulares de la “cuestión nacional” en la Argentina. Como planteamos en el Programa del PCR: “La dominación imperialista no adopta en la Argentina la forma de opresión sobre toda la sociedad nacional, como en las colo-nias”,96 y se ejerce con un doble carácter, como opresión externa, principalmente a través del control monopólico del comercio exterior, y como factor interno a través de su inserción en las relaciones capitalistas de producción en el país, estableciendo sus propias plantas industriales para explotar la mano de obra nacional. El imperialismo se inserta en la producción nacional a través de un mecanismo complicado de asociación con las fracciones más poderosas de la burguesía industrial, financiera, comercial y rural. De allí que la cuestión nacional solo puede resolverse en nuestra revolución a través de una aguda lucha de clases en el interior de la nación, y la lucha antiimperialista pasa por la lucha contra el conjunto del capital monopolista, nacional y extranjero. No hay en la Argentina liberación nacional sin liberación social y la garantía de ambas está en la hegemonía proletaria en el proceso revolucionario.
Por otro lado la burguesía nacional, si bien es cuantitativamente numerosa, es económicamente cada día más débil, ante la constante expropiación a que la someten los monopolios, y por la constante subordinación y la dependencia económica a los mismos. En sus años de oro, cuando estaba menos subordinada que actualmente, tuvo, en ocasiones, el gobierno y gran parte del aparato estatal, y fue incapaz de empujar transformaciones revolucionarias. Hoy tiende cada vez más a conciliar con el imperialismo y la oligarquía burguesa terrateniente. Por ello la salida “populista”, “peruana”, es imposible en la Argentina. Aquí no existen, en el campo, relaciones de producción semifeudales del tipo de las del Perú, que podrían facilitar un proceso semejante. La liquidación del latifundio y de los monopolios intermediarios relacionados con la producción agropecuaria requiere, en la Argentina, una dura lucha de clases que golpeará a una parte importante de la burguesía nacional. Las medidas más audaces del gobierno de la burguesía peruana en el terreno industrial y comercial ya fueron realizadas hace mucho por la burguesía argentina.
Las contradicciones que otros sectores burgueses y terratenientes tienen con el imperialismo son secundarias. Un sector de la Unión Industrial Argentina protesta amargamente por las medidas proteccionistas de Nixon y recomienda estrechar lazos con los países europeos. Un sector de criadores e invernadores busca también nuevas alianzas para desarrollar la industria de la carne. Pero ni aquellos sueñan con un camino antiimperialista, ni éstos con realizar transformaciones de fondo en el agro o respecto de la dependencia a las metrópolis imperialistas.
No hay entonces protagonistas para recorrer un camino “peruano” en la Argentina.
3. Todos los partidos burgueses -con los matices que les son propios- están íntimamente ligados a sectores de la propia oligarquía burguesa terrateniente y a monopolios imperialistas. Esto es particularmente visible en el caso del radicalismo y el peronismo, comenzando por sus dirigentes máximos: Perón y Balbín.
4. La burguesía agraria argentina ha crecido a la sombra de la oligarquía terrateniente. No en lucha contra ésta. El camino “prusiano” de desarrollo capitalista en el campo, como hemos señalado en nuestro Primer Congreso, es un camino particular(original) que ha permitido el desarrollo de una extensa capa de campesinos ricos. La entrada de Di Rocco al gabinete de la dictadura no es más que la confirmación, formal, del carácter conciliador y entreguista de esa burguesía agraria, que durante décadas ha dirigido lo fundamental del movimiento campesino en el país.
5. A la burguesía y al reformismo, al igual que a la oligarquía burguesa terrateniente, le preocupa la posibilidad de que las grandes masas obreras influenciadas por el peronismo sean ganadas por el comunismo revolucionario, y que las masas del campesinado pobre y medio escapen al control de las fuerzas burguesas, en las condiciones políticas concretas creadas en nuestro país por el Cordobazo y las luchas posteriores. Por eso están preocupados, en igual medida, por encontrar cauces refor-mistas que impidan esto, y por el hecho de que la gravedad de la crisis del capitalismo dependiente argentino, en el marco de la crisis general del dólar y el imperialismo yanqui, hace sumamente difícil crear esos cauces.
Desde ya que, como es viejo en este país, la oligarquía burguesa terrateniente, una vez utilizados los servicios políticos, de la burguesía y el reformismo, le pagará a éstos como los oligarcas dirigentes del movimiento “Campo Unido” le pagaron al PC: dejándolos en la puerta del banquete.
6. Las fuerzas pequeñoburguesas cuando crece la tormenta revolucionaria son como veletas al viento. Eternamente crean y alimentan ilusiones cambiantes en la acción terrorista o en una u otra fracción burguesa, ilusiones que eternamente se desmoronan.
La radicalización de la pequeña burguesía genera -facilitada por la debilidad de la corriente comunista revolucionaria en el proletariado- el intento de las organizaciones revolucionarias pequeñoburguesas de imponer su hegemonía en la política revolucionaria. Buscan restringir el protagonismo de las masas a la mera lucha reivindicativa, encargándose ellas de tomar “a su cargo” la política y la estrategia de lucha por el poder. Por un lado “propaganda armada”, terrorismo urbano protagonizado por los grupos. Por el otro, se montan sobre el movimiento obrero que rompe con el reformismo y tratan de dirigirlo según aquella orientación economista y comandista, como sucedió con la penetración y el predominio de esas organizaciones en las direcciones de sitrac-sitram.
Las derrotas inevitables de esa política -de los grupos de terroris-mo urbano en su enfrentamiento de “aparato contra aparato” y de las masas impedidas de desplegar toda su fuerza política- fortalecen a la dictadura aumentando las facilidades para sus maniobras políticas. La inestabilidad de las organizaciones revolucionarias pequeñoburguesas las lleva, entonces, a proster-narse ante las consecuencias de su accionar planteando la inexorabilidad -dada la “fuerza” del GAN- de apoyar opciones de “izquierda” en el marco de la salida condicionada. Orientación propugnada, por su parte, por la dirección del PC de Cuba, tradi-cionalmente influyente en esos círculos.
Fuerzas de la pequeña burguesía reformista, reclutadas en sectores de la pequeña burguesía agraria de la pampa húmeda, entre profesionales universitarios y en el movimiento estudiantil, sobrellevan como socios menores las taras de la burguesía y, al conjuro del Gran Acuerdo Nacional, resucitan su tradición de seguidores de todos los “ajustes” de las clases dominantes. Son relleno de la “Hora del Pueblo” o del “Encuentro de los Argen-tinos”, o gestan sus propios proyectos de coalición, enarbolando siempre las banderas de “oposición progresista de izquierda” que piensan hacer flamear desde las bancas del parlamento lanussista. En esta línea se enrolan los restos del viejo socialismo justista, encabezados por Selser, núcleos demoprogresistas, algunos ejemplares del trotsquismo criollo como los morenistas y abelardistas, subproductos del reformismo universitario como el MAPA.
Precisamente por todo lo anterior, el PCR no debe subestimar tácticamente las maniobras de las clases dominantes, aunque éstas estén, históricamente, condenadas a fracasar en sus objetivos. Hemos considerado correcta la opinión de Mao Tsetung cuando dice que:
“Por lo tanto, el imperialismo y todos los reaccionarios, mirados en su esencia, en perspectiva, desde el punto de vista estratégico, deben ser considerados como lo que son: tigres de papel. En esto se basa nuestro concepto estratégico. Por otra parte, también son tigres vivos, tigres de hierro, tigres auténticos, que devoran a la gente. En esto se basa nuestro concepto táctico”.
Cuando nuestro Partido, en su práctica, ha olvidado esta orientación, ha cometido errores importantes.
Hoy la alianza de la burguesía y el reformismo con el GAN marcha viento en popa. Sin embargo sería equivocado creer que el temor a la revolución es amalgama suficiente para dar solidez a ese acuerdo. Cada vez que la lucha de clases se agudizó, se agudizaron, también, las diferencias entre los de “arriba”, demostrando que los diferentes elementos de esas fuerzas, en tales momentos, se desgastanmutuamente, se combaten, e incluso se devoran entre sí, como enseñaron en su época Marx y Engels. Eso fue claramente perceptible en mayo-junio de 1969, en junio de 1970, en el Viborazo de 1971, e incluso en los estallidos locales (pueblada tucumana, Catamarcazo, luchas de Río Gallegos, Corrientes, etc.).
Es equivocado pensar que acuerdos logrados sobre bases tan precarias puedan adquirir estabilidad y garantizar la estabilidad del Estado capitalista dependiente como sueñan Lanusse y su equipo.
Y por consiguiente sería equivocado imaginar un enfrentamiento revolucionario global con todos los que hoy van entrando por los bretes del GAN.
“(…) En la vida real, las cosas no suceden tan sencillamente. En la vida real (…) la revolución empieza de modo precisamente opuesto, juntándose la mayoría del pueblo y también de los partidos oficiales, contra el gobierno, que con ello queda aislado, y derrocándolo (…)” “(…) si, como Vollmar, quisiésemos empezar por el acto final de la revolución, nos encaminaríamos por una vía miserablemente mala”.97
Todas las revoluciones del siglo XX confirmaron la opinión de Engels, y así sucederá también, con seguridad, en la Argentina. La clave para ello no está en la búsqueda de las diferencias entre las clases explotadoras y en el apoyo al “mal menor”, sino en el desarrollo de una poderosa corriente comunista revolucionaria en el proletariado, de un fuerte PCR, y de una alternativa revolucionaria, independiente, de poder, como la garantía para crear el “caos” entre los de arriba, condición imprescindible para el triunfo de la revolución.
Este camino -el único que conduce al socialismo y al comunismo en nuestro país- puede, o no, ser largo. Pero esto no depende solo del partido revolucionario. Este tratará, sí, de avanzar por él lo más rápido posible.
La lucha antidictatorial ha sido dificultada por la complicidad de los partidos burgueses y reformistas -especialmente el peronismo y el PC- con la maniobra dictatorial del Gran Acuerdo Nacional. Esa complicidad, y la debilidad de la corriente comunista revolucionaria en el proletariado, ha estimulado las inevitables vacilaciones de la pequeña burguesía. Pero ésta es una cara de la medalla. Es la que refleja el éxito logrado por las clases dominantes al lograr un acuerdo de tregua con esas direcciones. La otra cara de la medalla es la que refleja la contradicción entre esa tregua y las necesidades de las masas explotadas y oprimidas del campo y la ciudad; porque ha aumentado el vacío de dirección para la lucha y, por consiguiente, se crean condiciones que facilitan la lucha por la dirección comunista revolucionaria de esas masas.
La principal contradicción que la lucha de clases agudizará en los partidos políticos burgueses y reformistas que han entrado en el GAN es la contradicción entre las bases y las direcciones. Esos partidos, en gran medida, son partidos políticos que expresan a la vieja Argentina, la que murió con los grandes estallidos de masa posteriores al Cordobazo. Esos partidos no pueden expresar los nuevos contenidos de la lucha de clases en el país sin sufrir serias modificaciones.
La contradicción más aguda se da, y se dará, en el peronismo, que nuclea, mayoritariamente, a las masas del proletariado y el campesinado pobre. Perón, y las clases explotadoras que representa, levantan como programa un regreso al pasado que esas clases explotadoras añoran por temor al futuro. Pero las masas obreras y trabajadoras peronistas quieren mucho más que la vuelta a ese pasado. Y el “socialismo nacional” que levanta el peronismo, para desviar el ímpetu revolucionario de esas masas, no puede contentar a éstas, ya que ese “socialismo nacional”, como ha explicado Jorge Antonio -hombre de gran predicamento e influencia entre los sectores “duros” del peronismo- no se propone eliminar a la “clase empresaria” ya que ésta es “uno de los pilares que mantiene la Nación”, ni se opone al capital extranjero dado que “si es capital extranjero al servicio del país, bienvenido”. Desde ya que ese programa peronista no ataca a la oligarquía porque como explica Jorge Antonio, coincidentemente con el general Sánchez de Bustamante, “la oligarquía y los enemigos del Líder se salvaron por Perón. Si llegara a desaparecer quisiera ver la cara de los generales y los terratenientes argentinos”.98
En el juego de concesiones y forcejeos que caracterizan las relaciones de Perón con Lanusse, dentro del Gran Acuerdo Nacional, y en procura de fortalecer sus posiciones para la discusión de las listas de candidatos y las prebendas que exige para él, y los sectores capitalistas que lo apoyan, Perón ha hecho entrar al sector “duro” del peronismo en el partido peronista que controlan -como es sabido- firmemente, él y los dirigentes archirreaccionarios y enemigos de la clase obrera como López Rega, Osinde, Larrauri, Cámpora, Coria, Rucci y otros semejantes. Así fortalece sus posiciones para la negociación de las listas de candidatos a diputados, etc., que deberán sostener el programa del candidato que se acuerde con las Fuerzas Armadas. Pero así, también, sectores combativos y revolucionarios del peronismo han caído en la trampa y se han transformado en propagandistas de la misma. Tal el caso del ex teniente Licastro, proclamado dirigente de los llamados sectores “duros”, que ahora propugna “ser realistas” y elegir, frente a la opción que “brinda” el enemigo, elección o golpe, el camino electoral. Se replantea una vez más una vieja disyuntiva para los sectores revolucionarios que incuban en el seno del peronismo: en la medida en que se radicalizan, si quieren ser revolucionarios deben romper con la conducción del peronismo, incluido Perón, o, caso contrario, transformarse en el ala izquierda, en ala izquierda crítica, y como tal útil, de los Coria, los Rucci, los Osinde y tantos otros.
El poder de Perón sobre las masas obreras que lo siguen se basa en que expresa la dirección del reformismo burgués sobre las mismas, y por consiguiente, ideas, tradiciones y sentimientos, profundamente arraigados en ellas, pero que actualmente están en crisis. Para esas masas la política está cubierta de nubosidades que solo el jefe, Perón, sabe interpretar, y, al no tener confianza en sus propias fuerzas, delegan en el conductor lo que se sienten incapaces de realizar. Pero todo eso está en crisis en la Argentina 1971. Está en crisis el reformismo, las masas adquieren confianza creciente en sus fuerzas y, ayudada por su partido marxista-leninista, la clase obrera puede develar los misterios de la política; incluidos los misterios de las maniobras del propio Perón. La urdimbre sobre la que se basa el poder de Perón sobre las masas obreras puede entonces ser rota. Las clases dominantes enfrentan un dilema: para garantizar la reconstrucción del bloque de las clases dominantes con el Gran Acuerdo Nacional precisan del apoyo más o menos abierto de Perón, pero este apoyo arriesga desgastar al peronismo como reserva estratégica de las clases dominantes.
También el radicalismo y el PC reformista enfrentan graves contradicciones que ya se expresan en corrientes internas y en rupturas.
Todos estos procesos crecerán a medida que el GAN se aproxime a sus momentos definitorios, porque la situación económica nacional, y la crisis económica de los EE.UU., impiden a la dictadura hacer concesiones demagógicas para tragar el bocado de sus elecciones. Y en la medida en que el partido marxista-leninista del proletariado, el PCR, no vacile ante las presiones de la burguesía y la pequeño burguesía, y conservando la necesaria flexibilidad táctica para golpear junto a otras fuerzas contra la dictadura y las clases dominantes, sea inflexible en la denuncia y la lucha contra la trampa.
Las luchas obreras y populares, si bien dificultadas por la complicidad de los partidos burgueses y reformistas y sus expresiones sindicales, estudiantiles, campesinas y populares, no tuvieron mengua en todo este periodo. Y el apoyo de las fuerzas burguesas y reformistas al GAN no bastó para superar la indiferencia y el repudio popular al mismo.
En esta situación se han vuelto a tensar las contradicciones entre distintas fracciones de las clases dominantes. Sectores importantes de éstas estiman que la salida electoral condicionada que ofrece Lanusse, no solo no es una salida estable, sino que, de resultas de la misma, la inestabilidad política se va a agravar; y se va a agravar el deterioro de las FF.AA. como brazo armado de las clases dominantes. Se han producido y se preparan nuevos golpes y contragolpes de Estado. Ningún representante de la dictadura puede garantizar que se cumplirá incluso el proscriptivo proceso prometido. Ningún representante de la dictadura puede garantizar que se llegarán a realizar elecciones. Hechos como el enfrentamiento entre la Policía Federal y la policía cordobesa, y la publicidad de negociados multimillonarios en los que están implicados los jerarcas máximos de las FF.AA. -incluido Lanusse- han mostrado la corrupción que amenaza gangrenar al Estado oligárquico-burgués.
Todas las fracciones de las clases dominantes coincidieron en golpear a sitrac-sitram, aprovechando la impotencia de la línea pequeñoburguesa que llegó a predominar en esas direcciones sindicales. Así aplastaron el ejemplo más elevado de organización revolucionaria de masas del proletariado argentino de los últimos años.
“La decisión de disolver a sitrac-sitram-toda una premisa para la ‘limpieza’ del camino que conduciría al Gran Acuerdo Nacional dentro de las reglas de juego que algunos se resisten a cumplir- parece haber respondido a una estrategia cuidadosamente estudiada y ejecutada de acuerdo con un prolijo estudio de las posibles consecuencias que la medida arrojaría”, comentó editorialmente el diario cordobés Los Principios del 1/11/71.
Pero el éxito de ese golpe, que marcó un punto elevado de la escalada represiva de la dictadura, no puede ocultar que las luchas incesantes del proletariado, especialmente del proletariado cordobés, el influjo de las luchas revolucionarias a escala internacional, y el surgimiento de un partido comunista revolucionario en la Argentina, han alumbrado algo nuevo, cualitativamente diferente, en la política nacional, que está llamado a introducir en ésta cambios de magnitud sin precedentes: la corriente clasista revolucionaria que crece a lo largo y ancho del país.
Esto es lo nuevo en la Argentina 1971. Y esto es lo que debe suscitar la atención y la preocupación principal del PCR porque éste es llamado a ser la vanguardia de ese proceso. Está en condiciones de serlo por adherir firmemente a la teoría revolucionaria del proletariado internacional: el marxismo-leninismo; y por haber demostrado su capacidad para aplicarlo a las concretas condiciones nacionales.
VI. El surgimiento de una corriente clasista, revolucionaria en el movimiento obrero
El proceso que llevó a la aparición de lo que ahora se llama corriente clasista fue complicado y recorrió fases que nuestro Partido viene analizando desde 1968.
La dictadura militar implantada en 1966, dictadura abierta de la oligarquía burguesa terrateniente y el imperialismo, pretendió resolver, como ya señalamos, los graves problemas del capitalismo dependiente argentino, en el marco de las contradicciones que genera el imperialismo en su actual etapa, reforzando la centralización y concentración monopolista.
Se propuso lograr tasas elevadas de inversión y un ritmo continuado y alto de crecimiento de la producción en un país dependiente, sin liquidar el latifundio, con una producción agropecuaria global estancada, sin una industria de base poderosa, carente de tecnología propia, con un mercado interno contraído y un mercado externo que, a precios constantes, ha disminuido en relación a los años anteriores a la década del treinta; y en un momento en que los monopolios de la principal metrópoli del capitalismo dependiente argentino, los EE.UU., no solo no invierten en forma importante en la Argentina sino que succionan constante y gravosamente beneficios al exterior.
Por lo que todo el plan de la dictadura tenía un resorte fundamental: la superexplotación de la clase obrera, y exigía una política que la garantizase, por cuanto se proponía lograr aquellos objetivos en forma permanente, estable, realizando una profunda reestructuración del capitalismo dependiente argentino.
Esto debía hacerse en un país cuyo proletariado atesora una larga experiencia de luchas sociales y políticas comparable a la de los países capitalistas más antiguos. Esa experiencia, ese patrimonio social del proletariado argentino, puede a veces ser olvidado; puede aparentemente desvanecerse, o diluirse en las brumas del reformismo que imperó, casi incontestadamente, durante más de treinta años en el país; pero existe, y constituye parte importante de la trama esencial que sostiene estallidos y expresiones del combate clasista, en tanto una fuerza de vanguardia es capaz de recuperarla.
Perón -a diferencia del gobierno de Getulio Vargas en Brasil- no creó lo fundamental de un movimiento sindical adicto. Reestructuró y absorbió a uno ya existente, apoyándose fundamentalmente en el trasvasamiento al peronismo -en un momento económico y social favorable- de dirigentes reformistas, de todo pelaje, y de jerarcas del tradicional sindicalismo policial argentino. Ese proceso estuvo minado por contradicciones que afloraron durante todo el gobierno peronista, pero muy especialmente en su periodo inicial cuando aún no había homogeneizado sus fuerzas. Y en el mismo se institucionalizaron y enraizaron en forma perdurable las comisiones internas y los delegados de sección como expresión de la organización proletaria en la empresa, allí donde el obrero puede tomar conciencia no solo de su carácter de asalariado y de explotado sino también de productor, y de la evidencia del obstáculo de la propiedad privada sobre los medios de producción para la propia producción. Es decir, allí donde el obrero puede, mucho más fácilmente que a través de la mera actividad sindical, con la ayuda de su vanguardia política, transitar la vía de su transformación en comunista.
Esas comisiones internas y cuerpos de delegados fueron el cimiento de la resistencia que bajo el propio peronismo se expresó en luchas como la huelga metalúrgica de 1954, y la resistencia a los planes del Congreso de la “productividad” organizado por el gobierno peronista para intensificar la superexplotación de la clase obrera. Y fueron el cimiento de los numerosos y heroicos combates de clase librados bajo la “Libertadora” y el frondizismo.
En épocas de auge económico del capitalismo dependiente argentino la organización sindical estructurada de tal forma, sin la existencia de un poderoso partido marxista-leninista de la clase obrera, podía operar como revitalizador de todo el sistema, como un permanente estimulante del mismo, tal como ha sucedido en algunos países capitalistas europeos. En síntesis: como una demostración de la fortaleza y salud del sistema. Así sucedió por ejemplo, en general, o predominantemente, bajo el peronismo. Pero en la medida en que todo el sistema fue entrando en el estancamiento, y sacudido por crisis poderosas, esas organizaciones de fábrica del proletariado estaban en condiciones de transformarse en eslabones de un poderoso movimiento de cuestionamiento al sistema y a las clases dominantes y explotadoras de la sociedad argentina. Más aún en un proletariado con las tradiciones del nuestro, en un momento internacional de auge revolucionario. Un proletariado que tuvo acceso a formas modernas de vida hace ya décadas y que si, en periodos muy fugaces, obtuvo conquistas con cierta facilidad, en general debió luego defenderlas u obtener otras a través de luchas duras y difíciles.
Con la complicidad de los jerarcas cegetistas -especialmente del peronismo- la dictadura militar instaurada en 1966 pudo hacer pasar sus primeros planes (portuarios, ferroviarios, azucareros, estatales, etc.).
La dictadura solo ofrecía palos, hambre y superexplotación. Toda una estructura sindical montada sobre la base del regateo reformista entró en crisis, y no es extraño que entonces apareciesen dos tendencias polares, el participacionismo y el clasismo, como expresión primera de esa crisis.
Desde 1968, analizando los gérmenes iniciales de ese proceso, el PCR habló de la “crisis delreformismo”. Crisis articulada con la oleada de luchas anticapitalistas y antiimperialistas a escala mundial, especialmente con la heroica lucha del pueblo vietnamita, con el combate y las posiciones revolucionarias del Che, con el Mayo francés, con la Revolución Cultural Proletaria China, y con el proceso checoslovaco y la intervención soviética a ese país.
El Cordobazo iluminó intensamente ese fondo sobre el cual transcurría el proceso de concentración monopolista que impulsaba la dictadura.
Durante el mismo, y ya antes con la huelga petrolera y de Fabril Financiera, apareció con nitidez el vacío de dirección para la lucha que se había creado. En momentos en que se abría un periodo de auge de luchas, sin parangón en la Argentina desde su organización nacional, salvo el de los años 1918/1921 y el de 1936.
Los grandes estallidos de rebeldía y lucha de 1969/1970 demostraron a las masas explotadas y oprimidas que podían arrancar concesiones a la dictadura al tiempo que acumulaban fuerzas para el combate decisivo. Eso tonificó la combatividad; se transformó en motor poderoso de la misma.
Era preciso encontrar formas organizativas que resolvieran todo ese haz de problemas y necesidades del movimiento obrero. Ya habían surgido desde 1968 las primeras comisiones obreras de lucha representativas del conjunto del proletariado de determinada empresa, en ferroviarios, en bancarios, en centros de trabajo municipales, etc.
A partir del Cordobazo se crea una situación política favorable para que esos organismos clandestinos, o semiclandestinos, de lucha, puedan intentar recuperar, y transformar en organizaciones de combate, a las comisiones internas y cuerpos de delegados, y para que puedan triunfar en esos intentos.
Los primeros combates son victoriosos y se dan en El Chocón, en el Banco Nación, en los Talleres Municipales. Posteriormente esos triunfos serían revertidos en el proceso concreto de lucha. Pero la experiencia estaba hecha y fue visualizada por las masas obreras que abrieron con Perdriel, una instancia superior.
En fiat concord y fiat materferesa línea de desarrollo alcanzó una altura mayor al recuperar el sindicato para los intereses revolucionarios del proletariado, lo que fue facilitado en esa circunstancia por el carácter de sindicatos fabriles del sitrac yelsitram. La expresión más elevada de ese desarrollo estuvo dada por el programa aprobado por los cuerpos de delegados de esos dos sindicatos como guía y expresión de su lucha.
Luego la experiencia se multiplicó a lo largo y ancho del país, con suerte diversa en relación con el momento político y con la dirección política y sindical concreta de cada caso.
La situación política general permitió seguir ese rumbo en relación con el movimiento sindical; y permitió así acumular una experiencia que adquiere dimensión histórica, porque si el Cordobazo bocetó la forma particular de la vía revolucionaria en la Argentina, las experiencias que señalamos han bocetado las formas organizativas más probables del futuro movimiento de masas revolucionario de la clase obrera en nuestro país.
Se impusieron formas de democracia directa que se articulan con las propuestas programáticas que nuestro Partido ha discutido en este Segundo Congreso.
Se evidenció que en la actual etapa del capitalismo no se puede analizar la relación entre la lucha económica y política como en la época del libre-cambio, dado que toda la política salarial y laboral de la burguesía es planificada a largo plazo por el Estado, y articulada con toda su política económica. Las luchas económicas pasan rápidamente a transformarse en lucha política. Al mismo tiempo existe un amplio espectro de reivindicaciones en cada unidad productiva muy diferente a las tradicionales reivindicaciones sobre las que se estructuró anteriormente el movimiento sindical, reivindicaciones que empujan a un combate que trasciende rápidamente al plano político y, en la medida en que una fuerza revolucionaria lo impulse, al enfrentamiento al sistema, como se comprobó en la lucha librada durante más de un año en las plantas de Ferreira de la FIAT.
Perdriel, en Córdoba, marcó el camino.
Luego en fiatse avanzó por el mismo, y surgió un tipo de organización de combate apta no solamente para el combate sindical sino también para el combate político y revolucionario del proletariado. El germen de comisiones de fábrica, o comités de fábrica, semejantes a las ya tradicionales organizaciones de ese tipo aparecidas en cada momento de auge revolucionario en distintos países capitalistas.
El debate nacional sobre esta experiencia empalma con un debate internacional del movimiento obrero. ¿Fueron las organizaciones de lucha y de poder obrero en la base que tomaron la forma de soviets en Rusia y de Consejos de Fábrica o comités obreros en otros países una particularidad de esas revoluciones o son la institución específica de la dictadura del proletariado?
En nuestra opinión son lo segundo. Por eso decimos que las experiencias indicadas han enseñado el camino particular más probable que en el caso argentino ha de recorrer la creación de esos organismos de poder revolucionario.
Se ha abierto toda una perspectiva. Y al mismo tiempo toda una temática de debate entre las fuerzas revolucionarias y del movimiento obrero. Porque está claro que quien concibe la revolución argentina como una guerra prolongada con epicentro en las masas campesinas del Noroeste o del Noreste, -como Vanguardia Comunista- o bien revisa su concepción a partir de estas experiencias o continúa sosteniendo un camino de derrota para el proletariado. Lo mismo sucede con las fuerzas del terrorismo pequeñoburgués que tienden a analizar las experiencias mencionadas como excepciones; como utópicos asaltos a posiciones inexpugnables dado que, para ellos, el sindicato solo puede y debe ser instrumento de la lucha reformista, dejando el combate revolucionario al organismo clandestino y al grupo selecto de combate. No es extraño entonces que si el populismo de izquierda, pequeñoburgués, en cualquiera y en todas sus expresiones llamadas hoy de “guerrilla urbana” llega a predominar en la dirección de esas comisiones de fábrica, como sucedió en fiat de Córdoba, conduzca el movimiento al desastre. En cuanto al reformismo verá en las comisiones de fábrica -como vio el PC a la comisión del El Chocón- solo como revitalizador de estructuras sindicales que deben articularse con su concepción frentista. La estrategia frentista del PC reformista parte de una línea internacional que procura, esencialmente, contribuir a la política de coexistencia pacífica y reparto de esferas de influencia entre la URSS y los EE.UU.; y formula una estrategia de poder cuyo primer paso es la conquista del gobierno por un frente amplio, con objetivos nacional-burgueses y reformistas, encabezado por una supuesta burguesía “progresista” a la que debe acompañar, sin movimientos que la espanten, la clase obrera. Esa estrategia se basa en una ardua labor de construcción de movimientos de masa economistas, reivindicativos, que procura no radicalizar y mantener en el marco reformista, empalmando con la lucha política general por constituir ese frente amplio que sustente a un “gobierno de amplia coalición democrática” en un momento favorable de crisis política. La lucha electoral y parlamentaria acompaña inevitablemente, como la sombra al cuerpo, a esa perspectiva, dentro de la cual, sindicatos ganados como sitrac-sitram, equivalen a trincheras conquistadas, en una larga guerra de posiciones, y destinadas a aportar a la construcción del frente amplio. Esa es, por ejemplo, la estrategia con la que el PC reformista orientó la lucha de El Chocón y con la que orienta su trabajo en Luz y Fuerza de Córdoba. Pero precisamente las experiencias de las comisiones de fábrica, como la de sitrac-sitram -especialmente en la vinculación de lucha política y lucha económica- han demostrado la caducidad histórica de la concepción frentista del reformismo y, por ende, de la concepción de un movimiento sindical en función de esa estrategia frentista. Porque la experiencia de FIAT y de Perdriel, y de su articulación con el movimiento obrero, estudiantil, y popular, alumbra un camino de unidad y de alianzas no solo políticas sino sociales, que apuntando a la creación del bloque de fuerzas revolucionarias es mucho más radicalizado que la tradicional fórmula frentista sostenida por muchos partidos comunistas, estrechamente emparentada -en países de cierto desarrollo capitalista- con la democracia parlamentaria y el camino reformista. Y alumbra, también, el camino revolucionario de lucha por una CGT clasista, revolucionaria.
La mencionada experiencia fabril entronca con un movimiento estudiantil que procura encontrar formas organizativas más democráticas, y destinadas, no restringidamente a conseguir la reforma de los actuales centros educacionales, sino a enfrentar el contenido esencial de la enseñanza actual, en ligazón con la lucha revolucionaria por derribar el sistema social al que corresponde este contenido de la escuela y la universidad. Y entronca con un movimiento del campesinado pobre y medio, y con un movimiento popular y de la intelectualidad, en germen, y también en búsqueda de formas organizativas más aptas para la lucha revolucionaria.
A partir de toda la experiencia contemporánea del movimiento comunista, este problema se vincula también con la temática de la futura desaparición del Estado, y de las formas para impedir la degeneración burocrática de la dictadura del proletariado, siendo que fue precisamente la transformación del sistema soviético en un sistema de parlamentarismo burocrático, una de las causas de la degeneración contrarrevolucionaria del socialismo en la URSS.
La forma organizativa de comisiones de fábrica como las de FIAT en Córdoba facilita la necesaria unidad de las tendencias obreras al tiempo que facilita la lucha tendencial en su seno.
Ya en las experiencias de 1968 vimos -y fue el tema central de debate del Primer Congreso sobre el trabajo sindical del Partido- que la unidad en las comisiones obreras o en los frentes obreros de lucha exigía no solo la clara diferenciación del Partido sino la agudización de la lucha tendencial en el seno de las mismas. La experiencia posterior ha confirmado esto. Especialmente la experiencia defiat (Córdoba) y de las reuniones para constituir un Frente Sindical Clasista Revolucionario. Ha confirmado que la lucha contra las ideas populistas y reformistas de izquierda y de derecha debe ser implacable en el proletariado.
Se ha demostrado que es más fácil romper con los jefes del reformismo que con el reformismo.
Se ha demostrado lo que señalamos en el Primer Congreso cuando planteamos que en tanto la alternativa socialista, revolucionaria, no sea poderosa en la clase obrera, la derecha del populismo absorberá con facilidad a la izquierda de éste. La confusión de ideas que predominó en la dirección de fiat (Córdoba), y el predominio de las ideas comandistas del populismo de izquierda, terrorista, transformóse, en el momento del enfrentamiento decisivo, en impotencia y en traición, favorecido por la debilidad y a veces la confusión de nuestro Partido.
Esa polémica no se contradice con la necesaria unidad de acción. Al contrario, es la única forma de fortalecerla. Porque el proceso de crisis del reformismo y de surgimiento de una dirección clasista, revolucionaria, no es un proceso rectilíneo, y los lastres que el movimiento arrastra del periodo anterior -ideas populistas, tendencia a delegar la dirección, etc.- permite hacer pie a las fuerzas revolucionarias pequeñoburguesas que concilian con ellos.
Esto se relaciona con un problema cardinal. Es el movimiento espontáneo de las masas el que aporta las formas organizativas revolucionarias que la vanguardia debe saber sintetizar y generalizar. En esa perspectiva es fundamental la experiencia acumulada sobre comisiones de fábrica y sobre un movimiento sindical clasista en nuestro país por las últimas luchas; pero la clave de la revolución no está allí sino que está en la construcción del partido capaz de hacer esa generalización y conducir al proletariado al asalto del Estado capitalista.
Hubo soviets y consejos de fábrica en muchos países luego de la Revolución Rusa. Pero la revolución triunfó solo en donde existía una vanguardia sólidamente organizada, experimentada, fogueada en la lucha contra el reformismo, y con una línea estratégica y táctica adecuada a las condiciones particulares del país en cuestión, como sucedió precisamente en Rusia. Y el partido revolucionario no se construye en el momento en que se abre una brecha en el poder de las clases dominantes por una crisis revolucionaria. El partido -por lo menos en su estructura fundamental- debe estar conformado con anterioridad para poder aprovechar esa crisis.
Los consejos obreros, soviets o comisiones obreras, se imponen solo cuando el problema del poder está a la orden del día. Igualmente sucede con las milicias obreras y populares que, como órgano de la insurrección, se forman en una situación política favorable, también cuando el combate por el poder está a la orden del día. Pero la ausencia de estas condiciones no impiden que los comunistas propagandicen la idea de aquellos organismos de poder. Así como deben propagandizar la idea de las milicias obreras y populares que, junto a la parte de las fuerzas armadas que se pase al lado del pueblo, constituirán la base del ejército revolucionario. Las milicias obreras insurreccionales estarán ligadas estrechamente a los organismos revolucionarios de base formados por las comisiones de fábrica.
En esa perspectiva el Partido debe impulsar, al surgir organizaciones semejantes a las que surgieron en FIAT, en Córdoba, un proceso de creación de organismos semejantes en otras empresas y gremios, como comenzaba a suceder en Córdoba en el calzado, en gastronómicos, en municipales y germinaba en el SMATA, apuntando a la formación de comités interfabriles ligados, como sólida base de apoyo, a un movimiento sindical -regional y nacional- de carácter revolucionario, y a una organización democrática de poder.
También en la universidad, y en el movimiento campesino, la organización de los centros estudiantiles sobre la base de delegados de curso junto a comisiones ejecutivas, electos ambos sobre bases progra-máticas y políticas, y la actual organización de ligas agrarias en el Noroeste, abre todo un campo de estudio y práctica de organización de la violencia de masas -desde organismos transitorios de autodefensa hasta organismos más estables- en el camino de propagandización, y organización en el momento oportuno, de las milicias que permitirán el asalto insurreccional al poder.
La actual etapa del trabajo revolucionario en la Argentina es una etapa de lucha política, es decir, una etapa en la que la lucha de clases no se realiza a través de la lucha armada como forma fundamental, y en la que la forma de acumulación revolucionaria es política. Esto debe orientar nuestras consignas respecto de organizaciones semejantes a las que surgieron en FIAT (Córdoba) y a las formas de violencia para enfrentar la violencia de las clases dominantes. Simultáneamente debemos saber percibir toda la riqueza de posibilidades revolucionarias que las formas espontáneas de lucha del movimiento obrero y popular han hecho aflorar en el último periodo en el país.
La práctica del movimiento obrero desde nuestro Primer Congreso hasta aquí, y el duro debate que el Partido debió librar, dentro y fuera de la organización, contra las ideas revolucionarias pequeñoburguesas del terrorismo urbano, nos permiten hoy avanzar en la elaboración de la línea insurreccional del Partido, generalizando las experiencias del propio movimiento espontáneo de las masas a la luz del marxismo-leninismo, y corrigiendo concepciones comandistas y pequeñoburguesas que aún lastraban nuestra línea en momentos de realizarse el Primer Congreso.
En el proceso de luchas reseñado fue surgiendo y afirmándose una corriente obrera clasista, revolucionaria. Emergió a la superficie política del país, luego del Cordobazo como expresión de la profunda crisis del reformismo nacional e internacional, y fue creciendo al calor de la lucha de los obreros de los talleres municipales de la Capital, de El Chocón, Acíndar, ferroviarios de distintos lugares del país, y especialmente a partir de la ocupación de la planta Perdriel de ika-renaulten Córdoba, que señaló el camino que luego -casi simultáneamente- sería recorrido por fiat (Córdoba).
El programa de sitrac-sitram, aprobado en asamblea de los cuerpos de delegados de estas fábricas luego de un debate sobre el eje fundamental del mismo, demostró que la mencionada corriente del movimiento obrero avanzaba más allá de formulaciones programáticas como las de “Huerta Grande” y la CGT de los Argentinos, que estaban moldeadas en la matriz del reformismo nacionalista burgués. El programa de sitrac-sitramrecogió formulaciones esenciales de nuestro Partido, como el carácter social y nacional de la revolución argentina y la hegemonía proletaria de esa revolución, desechando las posibilidades de conducción burguesa de la misma.
A partir de allí, al calor de ese programa, creció nacionalmente una corriente sindical clasista, revolucionaria, que se expresó parcialmente en el plenario de gremios clasistas y combativos del 28 de agosto en Córdoba. La lucha de Petroquímica (La Plata), del Wilson, de los bancarios de Capital, y otras libradas en varias localidades del interior, fueron, entre otros, ejemplos de ese crecimiento.
Esa corriente proletaria es generada por numerosos factores pero, entre ellos, uno de los más importantes y, en definitiva, el esencial para determinar su curso futuro, ha sido y es la labor de nuestro Partido.
A principios de 1970 la CGT ongarista realizó en Paraná una reunión que mostró su ya irreversible decadencia. En esa reunión no se permitió participar a los delegados de agrupaciones clasistas, en las que trabajaban los militantes del PCR, pues se exigió a éstas que aceptasen para poder participar el programa de la CGT de los Argentinos.
También a principios de 1970 se realizó en Córdoba una reunión sindical organizada por el PC y el MUCS -convocada por Agustín Tosco- que pretendió alzarse como una alternativa combativa frente a los jerarcas de la CGT. Su suerte no fue mejor que la de la CGT de Ongaro, aunque en la misma participaron los dirigentes del MUCS que habían encabezado la lucha de El Chocón.
Ambas reuniones, al igual que otra organizada por la CGT de Córdoba, pretendieron quedarse con la herencia del Cordobazo. Pero éste, como ya dijimos, alumbró a otros herederos. A sus auténticos herederos.
A fines de 1970 se constituyó la Coordinadora Nacional de Agrupaciones Sindicales Clasistas Primero de Mayo. Este hecho marca un hito fundamental en el proceso de formación de la corriente obrera clasista. Allí se propuso la realización de un plenario nacional de sindicatos y agrupaciones obreras clasistas y revolucionarias.
La corriente clasista, revolucionaria que afloró al impulso de los grandes combates de masa posteriores a mayo de 1969, expresa fundamentalmente la ruptura con las direcciones dialoguistas, participacio-nistas y reformistas del movimiento obrero y es confusa -política e ideológicamente- tal como son siempre los movimientos de las masas explotadas en sus momentos iniciales. Eso facilita que arrastre impurezas y escorias que son expresión de su origen y de su esencia actual y que abren la posibilidad de que la misma sea desviada de los cauces revolucionarios.
Tres fuerzas pugnan por dirigir ese torrente. La marxista-leninista, representada por nuestro Partido, que lucha por orientarla hacia el comunismo revolucionario; la populista-reformista, que pugna por impedir el crecimiento y desarrollo de la corriente clasista y por desviarla hacia los embalses tradicionales del populismo y el reformismo; la tercera es la del populismo militarista, pequeñoburgués, en todas sus variantes, que pretende, denodadamente, impedir que surja una alternativa proletaria, revolucionaria, de poder, y trata de enancarse en el movimiento proletario espontáneo para dirigirlo y, en definitiva, dada su castración política pequeñoburguesa, ponerlo a la cola de la burguesía nacionalista o liberal.
El surgimiento de esta corriente en la clase obrera obedece a una espontaneidad inducida por las luchas nacionales e internacionales en las que se está fraguando la alternativa política y programática del comunismo, del auténtico comunismo, y no el del falso comunismo revisionista aún disfrazado de “soviético”. Solo la perspectiva comunista revolucionaria, científica, permitirá que esa corriente crezca por encima de las contingencias de la lucha de clases inmediata en el país, tonificando decisivamente las posibilidades de que el proletariado acaudille la revolución de liberación social y nacional y abra el curso al socialismo en nuestro país.
La fuente principal que alimenta el movimiento obrero y clasista, revolucionario, está -por todo lo indicado anteriormente- en las grandes empresas de concentración del proletariado industrial. Y en todo el país se ha demostrado que, subterráneamente o ya emergido, el torrente mencionado existe. Su fuente no está en la particular lucidez de determinados dirigentes sino en esas grandes masas proletarias y en la existencia de un partido marxista-leninista que, a pesar de su insuficiente desarrollo, ha podido, aceptando sus errores e insuficiencias, extraer y generalizar, a la luz de la teoría del comunismo científico, las principales enseñanzas de las batallas de clase libradas en la Argentina y en el mundo en estos años.
Por todo ello la suerte de ese movimiento está ligada a la suerte del PCR. De éste depende su rumbo futuro, como se ha demostrado con el fracaso a que el predominio del militarismo pequeñoburgués condujo al movimiento de sitrac-sitramluego de la disolución de esos sindicatos por la dictadura. Es tarea del PCR resolver esta necesidad del movimiento obrero. Y de este movimiento obrero depende en gran medida el PCR para poder fundir el comunismo científico con el movimiento de la clase social que debe ser su portadora. Debe ser consecuencia de este movimiento clasista, por tanto, el fortalecimiento del PCR.
Desde el Primer Congreso hasta aquí se ha acumulado una larga y valiosa experiencia acerca de los caminos que permiten a nuestro Partido fusionar las ideas del comunismo revolucionario con el movimiento obrero. Esa experiencia privilegia la necesidad de la ruptura total con los lastres del reformismo y su concepción frentista y sindical. Al mismo tiempo que enseña la inutilidad del camino del paralelismo sindical. Este concibe la clandestinidad no como protección para el trabajo revolucionario, y como instrumento para utilizar todos los resquicios legales, sino como pretexto para impulsar el marginamiento sindical que relega la política al grupo terrorista o para producir el estallido y la “huelga salvaje” que no procura acumular fuerzas sino agotarse en la espera de un milagroso estallido generalizado.
Por el hecho de existir una corriente proletaria que tiende hacia posiciones de clase, se ha comprobado la justeza de construir agrupaciones sindicales basadas en los principios clasistas y socialistas, y defensoras de la insurrección armada dirigida por la clase obrera como camino de la revolución en el país. Basándose en estos principios, las formas organizativas, y el propio contenido programático de esas agrupaciones, varía de empresa a empresa y de gremio a gremio, abriendo el camino para fusionar el comunismo científico con el movimiento obrero y para facilitar, en concreto, la lucha independiente del proletariado por sus reivindicaciones económicas y políticas.
Toda la experiencia acumulada desde el Primer Congreso del Partido y muy especialmente desde la lucha de Perdriel en adelante, subraya la necesidad de fortalecer a las agrupaciones clasistas y a la Coordinadora de Agrupaciones Primero de Mayo que las nuclea, incorporando a ésta nuevas agrupaciones para desarrollar una fuerte corriente que sostenga una red de comisiones internas y sindicatos que se transformen en alternativa revolucionaria en el movimiento sindical.
La práctica de una auténtica democracia obrera al servicio de una línea clasista es condición esencial para que las comisiones internas y sindicatos, rescatados a los jerarcas y burócratas reformistas, se transformen verdaderamente en esa alternativa revolucionaria.
En este camino de fusión del comunismo revolucionario con la clase obrera, el centro de nuestro trabajo está en la construcción de las células de empresa. Esto se realiza en el proceso vivo de la lucha de clases. Por lo tanto, el Partido para poder desarrollarse y conquistar la dirección del impetuoso torrente clasista revolucionario debe pugnar por colocarse a su cabeza, a partir de la empresa, donde el proletariado choca con las consecuencias de la política de concentración monopolista y con sus direcciones sindicales entrampadas en el GAN, que utilizan el aval de Perón para lograr apoyo de masas.
En la empresa, el obrero se encuentra con problemas como el salario, la desocupación, el costo de la vida, las libertades, la ausencia de democracia sindical y la presión y la ideología burguesas, principalmente del reformismo burgués peronista que busca conducirlo al GAN, el que procura estabilizar esa política de superexplotación.
Las masas en pugna se encuentran rápidamente con el GAN: las jerarquías sindicales y sus matones, Perón y las demás fuerzas burguesas y reformistas que apoyan el “Acuerdo” y el aparato represivo del Estado.
En estas condiciones la lucha económica deviene rápidamente en lucha política, lo que hace decisiva la participación del Partido político de la clase en el centro del movimiento.
En su avance, “lo nuevo”, ha ido rompiendo vallas de contención y desarrollando formas de democracia proletaria que tuvieron su expresión más avanzada en los bocetos de organismos de doble poder. Proceso que con distintas formas se ha extendido al conjunto del proletariado, no reconociendo excepcionalidades.
El que este proceso se generalice y se inscriba en la lucha revolucionaria por el poder depende del accionar del PCR que, en la lucha por dirigirlos, deberá enfrentar abiertamente a las corrientes que le disputan esa dirección tratando de llevarlos hacia una u otra variante burguesa, pugnando por el desarrollo de la democracia proletaria y la preparación de las masas para la conquista del poder, lo que implica profundizar todas las formas de luchas de masas en el camino de la preparación de la insurrección.
En este camino y para asegurar el necesario desarrollo de “lo nuevo”, es preciso asegurar la proyección de una política de recuperación de los sindicatos para la clase, en la pugna por reconstruir el movimiento sindical argentino sobre bases clasistas revolucionarias que se inscriba en el proceso de la lucha por el poder popular revolucionario y el socialismo. Con este objetivo el Partido desarrolla las agrupaciones clasistas, que expresan términos de unidad del Partido con lo más avanzado de la corriente clasista, alrededor del objetivo de la recuperación clasista revolucionaria y socialista de los sindicatos. El centro de las iniciativas de la agrupación debe estar dirigido a movilizar a las masas en la lucha por destruir el GAN y cualquier otra variante de recambio, organizando la lucha por las condiciones de vida y de trabajo e impulsándolas a romper las trabas políticas (reformismo burgués y pequeñoburgués) que se oponen a su objetivo. En ellas el Partido debe librar una batalla contra el paternalismo, que pretende suplantar a la clase, y el espontaneísmo, que no busca prepararla para que resuelva todas las tareas que exige la recuperación de los sindicatos y los objetivos históricos del proletariado, lo que implica desarrollar la democracia sindical preparando y planificando en el seno de la masa el ejercicio de la violencia que permita asegurar su realización, básicamente los grupos de autodefensa que garanticen las asambleas, los oradores y el enfrentamiento a los matones, soplones, carneros y la policía, en el camino de la formación de las milicias obreras, que se constituyen en el núcleo fundamental del futuro Ejército Revolucionario.
En su lucha contra los jerarcas, las amplias masas de obreros y trabajadores buscan formas que les permitan una mayor eficacia en la lucha por sus reivindicaciones y por la recuperación de sus organizaciones gremiales. En ese proceso, las Agrupaciones Clasistas Revolucionarias deben impulsar términos de acuerdo que permitan ir canalizando y organizando ese odio de las masas hacia sus direcciones entreguistas y conciliadoras, pugnando por desalojarlas de los gremios con iniciativas políticas que pongan al desnudo el papel de Perón en el mantenimiento de las mismas y acelerando la maduración clasista revolucionaria de la masa que impida que las variantes reformistas pequeñoburguesas llenen el vacío. Las luchas de la clase obrera han mostrado que el camino principal de acumulación de fuerzas revolucionarias pasa hoy por barrer de las organizaciones sindicales a los dirigentes traidores, y por reemplazarlos por dirigentes electos directamente por los obreros en asambleas, y revocables por éstas, que tomen la lucha por las reivindicaciones económicas, sindicales y políticas de la clase obrera. Esto exige meterse en la lucha diaria de la clase y, en ese proceso, tener en cuenta la coyuntura política propicia que surge de los procesos electorales, los cuales naturalmente plantean a amplias masas el problema de la dirección gremial.
El centro de la Agrupación es la lucha por reconquistar el sindicato para el clasismo revolucionario; lucha en la que busca términos de acuerdo con los delegados y activistas que representan a esas masas en lucha por expulsar a los jerarcas y traidores de los gremios, como es el caso de los Movimientos de Recuperación Sindical. En el desarrollo y construcción de esos acuerdos de frente único, las Agrupaciones clasistas establecen una pugna abierta por la dirección del gremio para el clasismo revolucionario.
El Partido impulsa hacia las Agrupaciones y esas organizaciones de frente único, objetivos que van al corazón de la política económica de la dictadura, siendo sus puntos de unidad la lucha por salarios, paritarias, desocupación, etc., en pugna por desarrollar la democracia sindical enfrentando las jerarquías sindicales y el GAN y sus apoyaturas políticas. En este proceso, lo central del Partido, de sus células, es la lucha por dirigir al proletariado por unidad de producción, ganando a la masa para el objetivo programático de poder de la clase, pugnando por hegemonizar las Comisiones Internas y Cuerpos de Delegados, apelando a todas las modalidades tácticas concretas, con la masa, que requiera cada situación concreta, en el camino de convertirlos en los gérmenes de los órganos de doble poder de la clase en la lucha por romper la trampa de las clases dominantes y sus acólitos reformistas, en el camino de la insurrección obrera y popular, el socialismo y el comunismo.
VII. El movimiento campesino
La lucha del proletariado despertó al combate a todas las clases y capas sociales oprimidas por el imperialismo y la oligarquía burguesa terrateniente.
Uno de los casos más notables fue el del campesinado, cuyas movili-zaciones, asambleas, concentraciones y luchas no conocían semejante ascenso desde muchos años atrás.
Durante todo el año 1970, y lo que va de 1971, se realizaron grandes concentraciones de productores agrarios. La mayoría de ellas fue hegemonizada por el campesinado rico e, incluso, por los terratenientes. Esto se vio enormemente facilitado por la línea traidora de los falsos comunistas del PC que apoyaron sin condiciones el movimiento “Campo Unido” creado y dirigido por la más rancia oligarquía terrateniente.
Miles de campesinos se reunieron y levantaron sus exigencias en Tres Arroyos, V. Cañás, Morrinson, Rojas, en la provincia del Chaco y en muchos pueblos y ciudades del interior. En general exigían:
– Rebajas impositivas y derogación del impuesto a la tierra.
– Créditos.
– Consolidación de las deudas bancarias. Medidas contra la usura. Suspensión por tres años de todo juicio por deudas a prestamistas.
– Precios compensatorios.
– Forraje a precio de fomento.
– Mejoras a la ley de jubilaciones para los campesinos trabajadores.
En esas reuniones los terratenientes y los campesinos ricos, con la complicidad del PC, planteaban los problemas de créditos, impuestos, deudas, sin diferenciación entre las clases sociales del campo. Incluso llegaron a apoyar mociones -en conjunto- exigiendo la consolidación de las deudas previsionales. En los lugares en los que predominaron los campesinos pobres se levantaron otras reivindicaciones, a más de las mencionadas, como:
– Derogación de la Ley 17.253 de desalojos rurales.
– Contratos de arrendamientos por cinco años, con opción a tres más.
– Tierra.
– Derogación de las cláusulas semifeudales del estatuto del tambero mediero.
El apoyo del reformismo y las organizaciones que dirige -como upara- fue pagado por los terratenientes dejándolos en la puerta el día de la concentración central del Movimiento Campo Unido e impidiéndoles hablar.
Pero no en todos lados los burgueses agrarios y los terratenientes pudieron hacer y deshacer. El campesinado pobre levantó sus propias exigencias en el Nordeste, en donde se comenzaron a organizar movimientos de lucha -particularmente entre la juventud agraria- que nuclean a miles de campesinos pobres y medios. Movimientos que fueron radicalizando sus posiciones.
En el Chaco y en Misiones los campesinos realizaron manifestaciones combativas y enfrentaron a la policía que pretendió dispersarlos.
En tanto, en Tucumán, los campesinos pobres privados del cupo cañero por la dictadura también dan muestras de comenzar a organizarse y a plantear sus reivindicaciones específicas.
La situación general del campesinado pobre y medio se ha agravado enormemente bajo la dictadura. La política de concentración y centralización monopolista y de estímulo al latifundio aparejó graves consecuencias en casi todas las regiones productoras del país, incluida la Pampa Húmeda.
Se ha demostrado la baja productividad actual del latifundio argentino, insensible a los estímulos que durante el gobierno de la Libertadora, de Frondizi, de Illia, y de la dictadura posterior a 1966, transfirieron miles de millones de pesos a las arcas de los terratenientes. El mejor ejemplo de ello está en el estancamiento de la ganadería y la agricultura cerealera argentina. No existen estadísticas ciertas sobre el número de cabezas de ganado vacuno en el país y sobre la cantidad de vientres vacunos. Las cifras giran alrededor de las 50 millones de cabezas de vacunos siendo que a fines de 1955 llegaban a 47 millones. Este estancamiento causa ya serios problemas para abastecer una demanda mundial en ascenso constante y un mercado interno que crece a un ritmo de unos 350.000 consumidores cada año. La producción de trigo se ha reducido hasta casi carecer de saldos exportables. Si Argentina cubría en 1929 el 23,98% del mercado triguero mundial, en 1970 solo cubrió el 4,68%. En cuanto a la producción maicera el avance capitalista se orientó al aumento de la producción por hombre ocupado. Si una hectárea de maíz requería en 1930, desde las tareas previas a la siembra, hasta la entrega del grano, 100 horas-hombre de trabajo, hoy requiere 10. El progreso logrado se debió a la sustitución de la recolección manual por la mecánica, al empleo de herbicidas químicos, a la sustitución del manipuleo del grano embolsado por el granel, a la sustitución de la tracción animal por la tracción de motor, y al empleo del camión en el transporte del grano. Así se llegó, en la región pampeana, al mismo requerimiento de mano de obra por hectárea que en los EE.UU. Pero también en el maíz, si en 1935/39 las exportaciones argentinas representaban el 64% del comercio internacional de ese grano, en 1965 la proporción bajó al 11%. Porque si consideramos este mismo caso de la producción maicera no aisladamente, veremos que, pese al notable avance en la producción logrado en los últimos años, si el rendimiento por hectárea en la Argentina en los años 1935-1939 superaba en 30% al promedio mundial está ahora 11% por debajo de él.
En cuanto a la producción lechera está estancada en los 4.500 millones de litros, es decir, aproximadamente la cantidad a la que se llegó en la década del cincuenta, y muy lejos de los 6.000 millones de litros de producción fijados por el conade para 1969. El atraso de nuestro país en relación a los grandes productores mundiales es enorme, a pesar que a muchos de ellos los aventaja la Argentina en clima y calidad de tierras para lograr una elevada producción.
El estancamiento de la producción lechera es el producto del atraso de las formas actuales en que se realiza la misma. En la provincia de Buenos Aires, en 1968, sobre 11.831 tambos inscriptos, el 61,9% carece de tinglado (construcción precaria de tres paredes y techo) para ordeñar; vale decir, lo hace a la intemperie. Solo 1.060 tambos utilizan medios mecánicos. El resto (91%) lo hace en forma manual. Según el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social de la provincia de Santa Fe, el sistema de tamberos medieros y arrendatarios constituye el 80 al 85% del sistema de explotación de tambos en el país. Muchas veces esos arrendatarios e incluso los medieros son productores ricos, a pesar de los resabios precapitalistas que implica la relación del llamado tambero mediero. Pero muchas veces el dueño del tambo arrienda la tierra y entrega la explotación a un mediero que la hace con su familia, de donde del trabajo de ésta sale la renta para el terrateniente y la ganancia para el dueño del tambo. En realidad, las más de las veces ese tambero mediero es un simple ordeñador que cumple una dura jornada de trabajo. Es considerado como asalariado para cumplir su labor en las madrugadas, o bajo el calor del sol estival, o como “trabajador independiente” para poder privarlo de derechos sociales, o imponerle el aporte de determinados instrumentos de trabajo para aumentar su porcentaje.
Agreguemos que solo las empresas grandes pueden cubrir los costos de mecanización. Que es sistemática la liquidación de los pequeños tamberos sometidos a la voracidad de las usinas lecheras.
La crisis de la lana ha traído una crisis aguda a la región patagónica. La caída en el número de ovinos ha sido vertical, llegándose a 50 millones de cabezas en 1969 (a fines del siglo pasado se llegó a los 75 millones de cabezas). En 1970 la Patagonia tuvo un ingreso 17% menor que en 1969 -que ya fue un año malo- debido a la crisis lanera. La situación preanuncia un despoblamiento masivo de la región. Ya el último censo agropecuario demostró que en la década del 60 en Santa Cruz disminuyó la cantidad de explotaciones, el personal ocupado, y la existencia de ganado vacuno y lanar. Lo único que aumentó fue el latifundio. Si se tiene presente que en Santa Cruz, Chubut y Tierra del Fuego, sobre 7.300 explotaciones censadas, más de 3.000 no alcanzan al mínimo de la llamada unidad familiar, problema agravado actualmente por el bajo precio de la lana, se comprenderá quién pagará la crisis lanera.
El espejo de la política de concentración monopolista y de apoyo al camino prusiano en el campo es Tucumán. En 1966 funcionaban 27 ingenios azucareros que según cifras oficiales daban ocupación a 80.000 obreros. En 1969 solo lo hacían 16 con 12.000 obreros y según la fotia y la CGT tucumana hay en Tucumán 90.000 desocupados y 250.000 personas que viven en villas de emergencia. Según el Censo de 1970 esta provincia ha tenido una pérdida hipotética de población en relación a 1960 de 142.233 habitantes.
En los cultivos industriales en donde el capitalismo ha penetrado más profundamente, como es en la fruticultura y la vitivinicultura, el control de los monopolios intermediarios (incluso de las grandes cooperativas hegemonizadas por los campesinos ricos), de los bodegueros, etc., se une al hecho de que el costo de la maquinaria necesaria para operar una chacra hace que las explotaciones pequeñas no puedan competir con las grandes y sean abandonadas por sus propietarios. Otro cultivo en crisis es el del algodón, cuya producción descendió de 384.679 toneladas en 1957/58 a 177.724 toneladas en 1966/67.
Continúa la despoblación del campo, pero no por la demanda de mano de obra en las ciudades sino por la falta de estímulo para el productor agropecuario. Especialmente la juventud que ve -en el caso de ser hijos de campesinos pobres y medios- totalmente cerrada la posibilidad de tener tierra. El conglomerado del Gran Buenos Aires ha pasado a tener el 36% de la población total del país. Esta tendencia viene desde la década del cuarenta, ya que incluso la congelación de arrendamientos no fue estímulo suficiente, y es así como el número de nuevos propietarios, en toda esa época hasta la dictadura de 1966, fue muy inferior al número de arrendatarios que abandonó el campo. La tendencia predominante ha sido y es a recomponer el latifundio, tendencia particularmente visible hoy en la Pampa Húmeda luego de la Ley Raggio de la dictadura.
En las zonas agrarias más atrasadas aumentan el minifundio y los obreros “con tierra”, semiproletarios. Hay provincias, en el Noroeste, como Catamarca, en las que más de la mitad de la población económicamente activa en el campo está constituida por campesinos pobres y campesinos medios empobrecidos.
Nuestro trabajo en el campo apunta fundamentalmente a la organización independiente y clasista del proletariado rural. No existen estadísticas precisas sobre la cantidad de obreros rurales, lo que es absolutamente natural si se atiende a la explotación feroz de la que ha sido y es víctima el proletariado rural, gran parte del cual trabaja al margen de la legislación laboral -de por sí ya retrógrada- y sin beneficios sociales. Según el Censo Nacional Agropecuario su cantidad era:
Total del país Total del país
1937 1960
Personal ajeno fijo………………………. 286.468………………………. 319.802
Personal ajeno transitorio……………. 520.619………………………. 212.582
Al respecto hay que tener en cuenta que el Censo de 1960 registró solo a las personas que trabajaron en la explotación en la semana anterior al Censo (30/9/60) mientras que el de 1937 se presume que censó a los que trabajaron durante todo el año. El CONADE estimó que el número de transitorios no registrados asciende a 248.000. Según la Gerencia de Investigaciones Económicas del Banco Central, en la agricultura el personal remunerado pasó de 981.554 trabajadores en 1959 a 1.018.097 en 1969. El personal fijo descendió de 331.954 a 327.797 en tanto que el transitorio creció de 649.600 a 690.600.
Es decir, estamos ante uno de los destacamentos más importantes de la clase obrera argentina, de cuya incorporación a la lucha revolucionaria depende en gran medida la suerte de la revolución en nuestro país.
El desarrollo de las Agrupaciones Primero de Mayo, y de un polo clasista en el movimiento sindical, ha creado las condiciones para pasar a organizar al proletariado del campo que, en general, está desorganizado, dado que sus organizaciones tradicionales como FASA y FATRE están en manos de una camarilla entregada a la oligarquía terrateniente que nunca organizó a la gran masa de obreros del campo y, especialmente, no organizó a los trabajadores de las estancias, de las explotaciones agropecuarias modernas, y de los nuevos oficios que se han desarrollado con el avance del capitalismo en el campo.
En cuanto al campesinado pobre, es el principal aliado del proletariado para la revolución. Sin su apoyo la revolución es imposible. La primera tarea revolucionaria, al respecto, es destrozar las “teorías” que plantean o la innecesariedad de esta alianza, o su imposibilidad, o programas agrarios destinados a impedirla. La oligarquía fue siempre lo suficientemente hábil como para impedir que las ideas revolucionarias del proletariado avanzasen en el campo y no pocos escribas pequeño-burgueses y del reformismo fueron su instrumento en este sentido.
La experiencia de la Revolución Rusa demuestra que en la lucha contra los terratenientes el proletariado marchó unido a todo el campesinado. Al estallar la guerra civil se desplegaron las contradicciones en el seno del campesinado y se abrió la lucha de los pobres contra los ricos. Sin embargo no se golpeó a los campesinos ricos hasta que a finales de la década del veinte se comenzó la colectivización del campo en gran escala. Decía Lenin en 1918:
“Por lo que se refiere a los kulaks (es decir: los campesinos ricos) no decimos que deban ser privados de todas sus propiedades, como los terratenientes capitalistas. Decimos que debe ser aplastada la resistencia de los kulaks a la aplicación de medidas necesarias, como por ejemplo el monopolio del trigo, que los kulaks no cumplen, para lucrar vendiendo a precios de especulación los sobrantes de trigo, mientras los obreros y los campesinos de las zonas no agrícolas pasan un hambre espantosa”.99
Toda la política del Partido hacia el campo debe tener en cuenta la necesidad de la alianza con el campesinado pobre y medio y la necesaria neutralización del campesinado rico. De acuerdo con las características estructurales del país, nosotros no planteamos la alianza con todo el campesinado, incluido el rico, como sucede en países en los que el peso de los resabios semifeudales posibilita esa alianza. Nuestra política debe apuntar, especialmente, a ganar al campesinado pobre, y debe tener en cuenta la justeza del planteamiento leninista, comprobado luego en todas las revoluciones posteriores:
“Sabíamos perfectamente que los campesinos viven como si estuviesen enraizados en la tierra: temen las novedades, se aferran con tenacidad a lo antiguo. Sabíamos que los campesinos creen en las ventajas de una u otra medida solo cuando comprenden con su propia inteligencia esas ventajas. Por eso ayudamos al reparto de la tierra aunque comprendíamos que esa no era solución.”100
Un error en esto puede costar la suerte de la revolución. Como sucedió, por ejemplo, en Hungría en 1919.101
En cuanto al campesino medio es preciso tener en cuenta que, junto con una parte importante de la pequeña burguesía urbana, es el principal sector social que sirve de base a la democracia pequeñoburguesa y burguesa. Su peso es muy grande tanto en la pampa húmeda como en las zonas de cultivos industriales. A partir de ganar al campesinado pobre y de tratar de organizar a éstos separadamente, nuestro Partido debe tender la mano al campesinado medio y levantar la lucha por sus reivindicaciones. Decía Lenin:
“El campesino medio no es en modo alguno enemigo de las insti-tuciones soviéticas, no es enemigo del proletariado, no es enemigo del socialismo. Vacilará, naturalmente, y accederá a pasar al socialismo solo cuando vea un ejemplo seguro, convincente de verdad, de que ese paso es necesario. Como es lógico, al campesino medio no se lo puede convencer de eso con razonamientos teóricos o discursos de agitación -no confiamos en ello- pero lo convencerá el ejemplo y la estrecha unión de la parte trabajadora del campesinado. Lo convencerá la alianza de este campesinado trabajador con el proletariado, y en este terreno depositamos nuestras esperanzas en una larga labor de convencimiento gradual, en una serie de medidas de transición que lleven a la práctica el acuerdo de la parte proletaria, socialista, de la población, el acuerdo de los comunistas -que libran una lucha decidida contra el capital en todas sus formas- con los campesinos medios”.102
La larga experiencia acumulada por el proletariado en las revoluciones rusa, china, vietnamita, cubana, en países europeos, y la larga experiencia de luchas revolucionarias en América Latina debe ser estudiada a fondo por nuestro Partido que, a partir de su Segundo Congreso, debe dar un viraje en toda su actividad que le permita comenzar a trabajar en el campo, especialmente con el proletariado rural y el campesinado pobre. Para ello, en un país como el nuestro, no solo es preciso conocer el problema agrario en general, sino dominarlo en particular, en cada provincia y en cada región de las mismas, dado que las diferencias que existen no ya entre Tucumán o Mendoza y la Pampa Húmeda sino en esta misma, entre la zona maicera y la tambera, la hortícola y la de cría o la de invernada, son de magnitud e impiden un trabajo profundo si no se las conoce acertadamente.
Nuestro Partido, tanto en el Noroeste como en el Noreste, en Cuyo y en zonas importantes de la Pampa Húmeda, ya está en condiciones de iniciar este trabajo y en las concentraciones y movilizaciones realizadas por los campesinos últimamente se ha comprobado que son particularmente receptivos a las ideas revolucionarias, dado que la política de hambre y expropiación económica de la dictadura ha secado un polvorín de descontento en las masas trabajadoras del campo.
El Segundo Congreso debe marcar el inicio de un trabajo intenso, sostenido y en profundidad del PCR entre las masas trabajadoras del campo, especialmente el proletariado rural y el campesinado pobre. Esta debe ser una tarea de todo el Partido y no solo de algunos camaradas u organizaciones del mismo.
El centro de la política del Partido en el campo es el trabajo con el proletariado rural, proyectando y desarrollando en el mismo las ideas del comunismo revolucionario. A tal efecto promueve la agrupación clasista de los obreros más avanzados con el objeto de recuperar los sindicatos existentes, y estructurarlos allí donde no existan, en base al desarrollo de los principios de la democracia proletaria y aprehendiendo el torrente clasista revolucionario en la clase obrera rural. Aquí, con las particularidades del caso, es aplicable nuestra política general con el movimiento obrero.
El proletariado, desde su partido, lanza una política hacia el campesinado pobre y medio que, a partir de sus problemas específicos, inscriptos en la contradicción fundamental de la fase, lleve a orientar la lucha del campesinado pobre y medio hacia la lucha por el poder político junto al proletariado. A tal efecto, desde los destacamentos del Partido desarrolla una política de solidaridad activa con el movimiento campesino pobre y medio, promoviendo la organización de sus elementos más avanzados en agrupaciones revolucionarias, cuyo término de alianza es el desarrollo de la lucha por las reivindicaciones concretas de dichos sectores inscriptos en la lucha por el poder popular revolucionario, combinando la insurrección obrera y popular con el levantamiento campesino por la tierra y contra la dictadura de la oligarquía burguesa terrateniente. La base social principal de las agrupaciones revolucionarias campesinas es el campesinado pobre, el cual a partir de la lucha antimonopolista y antiterrateniente busca arrancar al campesinado medio de la hegemonía del campesinado rico, pugnando por dirigir las organizaciones gremiales que agrupan al campesinado donde existan o por organizarlas con el objetivo de la lucha contra los monopolios, los terratenientes y su dictadura, de manera independiente del campesinado rico.
La organización de la Ligas Agrarias en distintas provincias del Nordeste y del Movimiento Agrario Misionero ofrecen una experiencia de organización del campesinado de la región, en el marco del actual proceso de intensificación de la lucha de clases en el país. En dichas organizaciones gremiales se realiza una pugna entre los distintos sectores del campesinado. La burguesía agraria, fundamentalmente a través de la política reformista que, encontrando su base de apoyo social en el campesinado medio, trata de mantener el proceso en el marco reivindicativo antimonopolista estricto sin llegar a plantear el problema clave de la tierra. Aquí se nota aún la falta de la política revolucionaria del proletariado que, tomando como eje al campesinado pobre, desarrolle en la lucha las agrupaciones revolucionarias, en la perspectiva del poder popular revolucionario hegemonizado por la clase obrera.
La lucha por la tierra como tarea del día, exigiendo la entrega gratuita y preparando su ocupación cuando existan condiciones favorables es el objetivo principal a desarrollar por las agrupaciones revolucionarias del campesinado pobre, e incluso medio, y término de diferenciación con la política reformista entre el campesinado que, en aras de la unidad, relega este aspecto sin diferenciarse del campesinado rico, lo que en definitiva lleva al movimiento campesino a ser utilizado por los propios terratenientes en sus disputas en el seno de las clases dominantes. Atendiendo a las formulaciones programáticas para la fase, el Partido del proletariado apoya e impulsa la lucha reivindicativa y por la tierra del campesinado pobre y medio, desarrollando su política de hegemonía por la conquista del poder popular revolucionario a través de la insurrección obrera y popular combinada con el levantamiento obrero y campesino en el agro. Para ello el PCR procurará la organización en forma separada de los campesinos pobres y medios de los campesinos ricos.
La organización del PCR en el campo es condición fundamental para el desarrollo de toda esta política revolucionaria. Esto requiere la organización de células del Partido en las grandes fincas, explotaciones agrícolas, estancias constituidas fundamentalmente por obreros rurales y la organización de los comités de pueblo del PCR que permitan un trabajo profundo con las masas proletarias, semiproletarias y del campesinado pobre y medio.
VIII. El movimiento estudiantil
La política de la dictadura en la universidad ha fracasado. La Ley 17245-67 es letra muerta. Con ella la dictadura quiso moldear una universidad al servicio de su política promonopolista y prolatifundista y de las modificaciones políticas e institucionales que preparaba.
La universidad atraviesa una crisis profunda, semejante a la que vive el país como consecuencia de la crisis que corroe, globalmente, al capitalismo dependiente argentino. El fracaso de los planes dictatoriales no ha hecho más que agudizar esa situación.
Esa crisis de la universidad dictatorial y del capitalismo dependiente es sumamente positiva, porque el detonante de la misma ha sido la incesante lucha estudiantil que desde 1966 no dio tregua a la dictadura, derribó sus planes para la universidad y contribuyó, en forma fundamental, al vasto movimiento obrero y popular que liquidó los libretos de Onganía y Levinsgton y continúa ahora la lucha contra la “trampa” lanussista. No se debe olvidar que fueron los estudiantes correntinos movilizados por la FUA, que dirigía el FAUDI, seguidos luego por los estudiantes rosarinos y los de otras universidades del país, los que iniciaron el combate en las ya históricas jornadas de mayo de 1969. Pampillón, Bello, Cabral son, entre otros, parte de la lista de mártires estudiantiles de estas luchas.
La lucha estudiantil quebró primero el proyecto participacionista de Astigueta y luego el dialoguista de Pérez Guilhou. Enfrentó la limitación, los contenidos reaccionarios de la enseñanza, el marginamiento estudiantil del gobierno universitario, la represión al movimiento estudiantil. En esa lucha el movimiento estudiantil radicalizó sus posiciones, forjó nuevas formas de unidad obrero-estudiantil con expresiones nunca vistas en el país, como sucedió en Córdoba, y encontró nuevas formas democráticas de unidad y organización del propio movimiento universitario, dado que las tradicionales, que habían sido concebidas para la obtención de reformas dentro de la universidad tradicional, habían caducado. Así surgieron los cuerpos de delegados como formas organizativas más aptas para el ejercicio del protagonismo universitario, social, y político del estudiantado.
Ahora la dictadura pretende salir de esa crisis entrampando a los estudiantes -y a los docentes que se incorporan crecientemente a esa lucha- con una nueva ley universitaria que será el correlato de la trampa montada en la política nacional para asegurar la llamada “salida condicionada”.
Las luchas de grandes masas estudiantiles realizadas en 1971no alcanzaron a jugar un rol mayor en la lucha contra la trampa lanussista, y como factor de acumulación de fuerzas insurreccionales, por la atomización del movimiento estudiantil a nivel regional y nacional. Luchas de meses como la del estudiantado santafesino o las de Arquitectura y Filosofía en Buenos Aires, pudieron ser aisladas de la solidaridad y el apoyo nacional. La división de la FUA por los falsos comunistas del PC y el engrampe de estos y los dirigentes de AUN y Franja Morada en el Gran Acuerdo Nacional ha permitido a la dictadura capear una situación que hubiese sido mucho más seria que la de 1969, en donde la lucha estudiantil terminó por ser detonante de grandes estallidos antidictatoriales. Los grupos estudiantiles que responden a las organizaciones de terrorismo urbano y al peronismo confluyeron, desde otro ángulo, a esa atomización.
La práctica de los últimos años ha demostrado que en tanto no exista una corriente comunista poderosa en el movimiento obrero, y una alternativa revolucionaria hegemonizada por el proletariado suficientemente fuerte, la radicalización estudiantil tiende a desembocar en variantes pequeñoburguesas, para agotarse, luego, en la dispersión y el nihilismo político, por ser más fuerte la atracción que ejerce sobre ella la peque-ñoburguesía insertada en la producción que el proletariado revolucionario. Por eso las formas de organización que en la universidad han expresado la irrupción del proceso de radicalización de las masas pequeño-burguesas son contradictorias. Por un lado han permitido protagonizar la lucha estudiantil a masas considerables de estudiantes pero, al mismo tiempo -dado el predominio de las líneas pequeñoburguesas en esos cuerpos de delegados- han llevado al movimiento estudiantil a la atomización y en algunos aspectos lo han hecho retroceder. Esas formas nuevas de organización estudiantil, combinadas con la elección de organismos ejecutivos electos por programa y línea política, y revocables democráticamente, son aptas para el afianzamiento de una línea proletaria en la universidad y se articulan con nuestro modelo programático de poder. Pero lo que determina, en definitiva, la aptitud de esos organismos para la lucha revolucionaria es la línea política que predomina en ellos.
Nuestro Partido ha trabajado incesantemente por la unidad del movimiento estudiantil en una Central Unica y por organismos únicos por facultad, basados en cuerpos de delegados electos sobre bases programá-ticas y revocables directamente por la masa. Contraponer la reorganización del movimiento estudiantil por abajo a la reorganización de la unidad en el plano regional y nacional solo sirve para generar derrotas. La característica de capa social intermedia del estudiantado, en un país cuyas universidades se estructuran a partir de lineamientos de carácter nacional, exige la unidad nacional de su organización. La radicalización actual del movimiento estudiantil permite asegurar que muy difícilmente la oligarquía burguesa terrateniente y los partidos burgueses y reformistas podrán instrumentar a su favor una central única de estudiantes. El trabajo por la unidad del movimiento estudiantil debe ser articulado con la unidad obrero-estudiantil, en la perspectiva de conformación del bloque de clases y fuerzas revolucionarias.
Actualmente la dictadura pretende apoyarse en la tradición argentina de participación estudiantil en el gobierno universitario para entrampar a las masas estudiantiles y ganar tiempo en el montaje de su salida electoral condicionada.
Nuestro Partido debe insertarse en el debate, el movimiento y la lu-cha que se abrirán, con seguridad, en esta situación, y debe hacerlo a partir de nuestras propuestas programáticas para la universidad del pueblo liberado. Nosotros no luchamos por simples modificaciones democráticas en el seno de esta universidad que permitan su utópico trasvasa-miento a una Argentina liberada social y nacionalmente. La universidad por la que luchamos solo será posible en esa Argentina liberada, dado que sus modificaciones más importantes residirán en el ingreso masivo de la juventud obrera y campesina a sus aulas, y en la modificación radical del contenido de la enseñanza. Sus formas de organización, dirección y protagonismo estudiantil y docente, se articularán con el sistema democrático de consejos obreros y populares que propone nuestro Programa, y con las necesidades de la dictadura revolucionaria ejercida por las clases protagónicas de la revolución de liberación social y nacional, a través del Gobierno Popular Revolucionario y de esos consejos revolucionarios. A partir de nuestras propuestas programáticas y de nuestra consigna de cogobierno igualitario estudiantil-docente (que incluye en los docentes, sin diferenciación jerárquica, a adjuntos y ayudantes docentes), y del protagonismo estudiantil, debemos articular nuestras propuestas de lucha frente a la trampa de Lanusse para la universidad, procurando que esa lucha confluya con la lucha general de la clase obrera y el pueblo contra la dictadura.
Si el Partido trabaja con audacia y nitidez política es muy probable que la trampa que Lanusse prepara contra el movimiento estudiantil atrape a la propia dictadura. El fortalecimiento orgánico, político e ideológico del PCR en la universidad es condición indispensable para esto.
El movimiento estudiantil secundario
En toda época de convulsión social los estudiantes secundarios aparecen como un sector muy activo. Esto en la actualidad se confirma en nuestro país, dado que los estudiantes secundarios han librado luchas de gran envergadura en colegios y escuelas de la Capital Federal, La Plata, Tucumán, Santa Fe, Córdoba, Mendoza, entre otras. Han luchado junto a los estudiantes universitarios, los docentes, y los obreros, y realizado huelgas, manifestaciones y otras actividades combativas contra la Reforma Educacional que impulsa la dictadura.
La importancia del despertar de grandes luchas del estudiantado secundario trasciende el marco de su repercusión inmediata y del significado de incorporar al combate activo a un sector integrado por centenares de miles de jóvenes. Lo trasciende por el hecho de que millares de ellos se incorporan como obreros a la producción; porque esas experiencias han de redundar en conciencia y organización de una parte cuantitativamente grande de los futuros soldados y porque una parte considerable ingresa posteriormente a la universidad.
Ha sido una maniobra tradicional de las clases dominantes el impedir la organización del movimiento estudiantil secundario. El fracaso de las tentativas reformistas -especialmente las de los falsos comunistas del PC- por organizarlos y la línea de las organizaciones revolucionarias pequeñoburguesas -defensoras del terrorismo urbano- que pretenden utilizar a los estudiantes secundarios para apoyo logístico, han contribuido y contribuyen a impedir esa organización. Por eso la aparición de una fuerza comunista revolucionaria entre el estudiantado secundario en 1971, puede introducir en el mismo un cambio cualitativo comparable a lo que ya ha significado la aparición de esa fuerza en la clase obrera y en la universidad.
La constitución a nivel nacional de la Corriente de Izquierda Secundaria puede permitir nuclear a grandes masas del estudiantado secundario en una tendencia revolucionaria, insurreccional, a condición que la misma se diferencie nítidamente de la organización partidaria entre el estudiantado secundario. Esto exige, a la vez, que el Partido atienda a la especificidad del trabajo entre esta masa juvenil, adopte formas organizativas flexibles aptas para el mismo, y aborde en forma creadora los problemas nuevos y difíciles que debe resolver si pretende trabajar, no entre un pequeño núcleo del estudiantado secundario, sino en la masa de ese sector estudiantil.
IX. La intelectualidad
En la intelectualidad asistimos a un proceso contradictorio de cambio, caracterizado entre otros por los siguientes rasgos esenciales:
a. Ha fracasado la línea del PC reformista en la intelectualidad. La organización del mismo llegó a tener mucho peso en ese sector pero fracasó, como resultado de la crisis general del reformismo y del falso comunismo del PC y del fracaso, lógico, de esa línea, para orientar a sectores considerables de la intelectualidad que se radicalizan.
b. Las fuerzas revolucionarias pequeñoburguesas partidarias del terrorismo urbano adquirieron fuerza en la intelectualidad, fuerza que tiende a estancarse, últimamente, por el deterioro concreto de esa línea y por el deterioro actual de los dirigentes de la Revolución Cubana -que tenían gran predicamento entre esas fuerzas revolucionarias pequeñoburguesas- como resultado de la cada día más estrecha alianza de los mismos con la dirección revisionista del PCUS.
c. Aparece con retraso y con cierta fuerza una corriente populista peronizante.
d. En sectores considerables predomina el desconcierto y la búsqueda.
e. Por primera vez en décadas aparece una serie de indicios de reorganización revolucionaria de los intelectuales que tiende a corresponder con el reordenamiento de las fuerzas revolucionarias en el país. Se produce la ruptura de organizaciones de masa y la creación de nuevas organizaciones. Crece una corriente de simpatía con las posiciones revolucionarias del PC de China. El conocimiento de un socialismo distorsionado en algunos países, como Cuba, o degenerando en otros, provoca la búsqueda y la aproximación al comunismo científico. Esto se relaciona con el crecimiento -pequeño pero en algunos sectores particularmente mensurable- de la influencia del PCR y ha sido poderosamente influenciado por las luchas obreras que desde mayo de 1969 han sacudido al país.
En nuestro trabajo en la intelectualidad procuramos crear una corriente revolucionaria, tendencial. Solo la conquista profunda para las posiciones del marxismo-leninismo y la construcción del Partido permitirá desarrollar esa corriente.
El desarrollo de una corriente revolucionaria en la intelectualidad requiere una permanente participación de la misma en la política general del país, en la lucha por derribar el poder de las clases dominantes e instaurar un gobierno popular revolucionario que abra el camino al socialismo y al comunismo. A partir de esta lucha política general será posible el análisis de las especificidades y del desarrollo de todo lo que tienda, a través de lo específico, a avanzar hacia la integración en un bloque social revolucionario con la clase obrera. Para lo cual la organización partidaria debe ser particularmente vigilante en los contenidos políticos que permitan la convergencia práctica de la lucha en el plano específico con la lucha general que encabeza el proletariado revolucionario.
El surgimiento de un proletariado revolucionario en el país, a pesar de su incipiencia, ha puesto como tema de debate político nacional durante 1971 los problemas del proletariado industrial, no solo los generales -o los ligados a la política más general- sino también los problemas concretos del mundo fabril. Así sucedió por ejemplo en Córdoba con los obreros de FIAT que transformaron en cuestión de la política diaria de la provincia los problemas cruciales -y desconocidos- sobre los que reposa la explotación del trabajo asalariado en la sociedad moderna. Así, por ejemplo, los problemas que esa explotación genera a los obreros de la sección Forja de esa empresa fueron tema de debate de un congreso psiquiátrico, y los problemas de los ritmos de producción comenzaron a ser discutidos entre sectores de la intelectualidad para aportar a la lucha obrera. En torno al polo obrero clasista se agruparon organizaciones o grupos de intelectuales, en Córdoba y en todo el país.
Esa experiencia y sus consecuencias para la formación del bloque de clases y capas sociales revolucionarias abren toda una temática para el estudio y la reflexión del Partido. Fundamentalmente porque nuestra impugnación y nuestra lucha contra el sistema capitalista la realizamos a partir de la teoría del comunismo científico, y de nuestro modelo comunista de sociedad que apunta a eliminar la división enajenante del trabajo, a eliminar el estímulo diferenciador destinado a integrar en la ideología burguesa y, a partir de esa lucha, y de ese modelo, se abre, entonces, un amplio campo para una confluencia revolucionaria de la clase obrera con la intelectualidad y con el estudiantado, preocupados éstos, no solo por qué se enseña, sino cómo y para quése enseña, y preocupados por ser cada día en la sociedad capitalista y en el capitalismo dependiente argentino más difícil la existencia de un trabajo no enajenado. Lo que abre una ancha gama de posibilidades para el empalme social entre el proletariado y la intelectualidad.
En las últimas dos décadas se produjeron cambios importantes en la composición de las capas medias ligadas a la producción y al aparato burocrático estatal, incluido el educativo. Esos cambios han sido contradictorios dado que una parte de los tradicionales empleados de “cuello duro” se han radicalizado por las consecuencias que les acarreó la crisis del capitalismo dependiente. Al mismo tiempo -al igual que en países metropolitanos- se ha desarrollado un nuevo sector ligado, una parte a la producción, y asalariado, y otra al aparato burocrático administrativo, que absorbe parasitariamente gran parte de la plusvalía y liga la defensa de sus privilegios a la defensa del sistema. La clave para diferenciar a los sectores que pueden acompañar al proletariado en la revolución de liberación social y nacional, e incluso en la lucha por el socialismo y el comunismo, está en la lucha independiente de la clase obrera que provoque la crisis del sistema y de sus mecanismos de consenso. En tanto esa lucha y el polo revolucionario encabezado por el proletariado no sea fuerte se facilita la absorción de la intelectualidad por las fuerzas burguesas.
X. Las villas de emergencia
A partir del golpe de Estado de 1966 las clases dominantes encararon un plan concreto con la Ley Nro. 17605 de “Erradicación de Villas de Emergencia y Viviendas Transitorias”, plan que ha sido analizado por nuestro Partido y por sus publicaciones. Ese plan apunta, esencialmente, a impedir que la masa de habitantes de las villas -compuesta fundamentalmente por obreros poco calificados- se integre al proceso revolucionario. Las clases dominantes conocen bien que en esa masa social “marginada” existe un enorme polvorín de descontento y odio que, en las condiciones de grave crisis social del capitalismo dependiente argentino, puede confluir con la lucha del proletariado revolucionario, y de las otras fuerzas revolucionarias.
El plan de erradicación no se propone erradicar a todas las villas de emergencia sino a aquellas que, por su extensión o por su ubicación, representan mayor peligro potencial para el régimen. De acuerdo al plan los habitantes de las villas erradicadas son trasladados a villas transitorias, vigiladas por la policía y sometidos a un régimen carcelario. Los “Centros de Reeducación” realizan allí una activa labor ideológica de integración al sistema. En las villas no erradicadas se combina el terror policial con la labor ideológica para mantener a los habitantes bajo el control estatal. Las juntas vecinales deben ser reconocidas por la Municipalidad y la lista con los nombres de sus miembros entregadas a la correspondiente seccional de policía. Lo que no es extraño en un país donde el Estado controla hasta la última elección de delegado de fábrica. El hecho de no existir aún un poderoso movimiento reivindica-tivo, económico y político, de los habitantes de las villas, hace a este control policial mucho más poderoso de lo que en realidad podría ser y se transforma en terror antipopular con las “razzias” policiales, incendios de villas, desalojos violentos, etc.
Está clara, y ha sido materia de debate en otros momentos en el Partido, la absoluta necesidad de un trabajo profundo en las villas de emergencias como parte de la política de fusión del comunismo revolucionario con quien debe ser su portador histórico: el proletariado industrial. Y como una necesidad de la estrategia insurreccional del PCR.
Ese trabajo del Partido en las villas reconoce una especificidad que no tiene nada que ver con la especificidad que le asignan las teorías que niegan el rol de vanguardia del proletariado industrial en la Argentina. La sociedad capitalista dependiente confina a un sector importante de la población en los límites de las villas de emergencia, y el partido marxista-leninista debe trabajar por vincular a esa población “marginada” con el grueso del proletariado industrial, con un proyecto revolucionario de poder que junto a las transformaciones revolucionarias de la sociedad resuelva tajantemente el problema de la vivienda, resolución que hace a la propia ruptura de la clase obrera con los mecanismos que la atan a la ideología burguesa al igual que la resolución de los problemas educacionales, sanitarios o sociales. El problema de los habitantes de las villas de emergencia es un problema de todo el proletariado y no solo de aquellos proletarios que habitan en ella. Las clases dominantes empujan a los habitantes de las villas al reformismo -adaptándose al sistema y reclamando mejoras absorbibles por el mismo- o a la desesperación, y al terrorismo pequeñoburgués, que dificulta la incorporación masiva de los habitantes de las villas a la lucha revolucionaria.
El Partido ha realizado entre los habitantes de las villas un trabajo lastrado por vicios comandistas, agitativistas o doctrinaristas. Pero el mismo, junto a experiencias positivas realizadas, nos puede permitir ajustar para el Segundo Congreso una línea correcta de alternativa revolucionaria. La práctica permitirá decidir lo que debe conservarse, superarse o negarse de la experiencia realizada.
En definitiva toda esa experiencia debe cuajar en un programa que levantando nuestra consigna de fondo “por una Argentina liberada y sin villas”, y los puntos de la Reforma Urbana que postula el Programa partidario aprobado por el Segundo Congreso, formule una plataforma de lucha que permita avanzar política y organizativamente, a los habitantes de las villas, hacia su vinculación revolucionaria con la clase obrera. Un programa y una plataforma de lucha que combinen el combate por las pequeñas reivindicaciones con las transformaciones de las estructuras de las organizaciones naturales de los pobladores de las villas, y las formas legales con las semilegales de lucha, destinadas a romper con las concepciones reformistas y militaristas, liberen del acatamiento pasivo al ordenamiento jurídico-institucional del sistema, y se propongan la conquista directa de objetivos parciales promoviendo la insubordinación de masas para alcanzar objetivos -como la ocupación de viviendas y terrenos libres- que prefiguren la solución radical y revolucionaria del mismo.
La experiencia más importante realizada por nuestro Partido en el trabajo en las villas subraya la importancia de la lucha por la entrega gratuita de lotes y por préstamos a bajo interés administrados por las comisiones o juntas vecinales para construir; unido a la lucha por las reivindicaciones de agua, luz, escuelas, dispensarios, etc. Esto junto al combate por la transformación de las comisiones o juntas vecinales en organizaciones de lucha, vinculadas al movimiento obrero y popular, y con la práctica de formas que aseguren la más amplia democracia, y el protagonismo de la masa de habitantes; y aptas para garantizar la incorporación a la lucha de las mujeres y los jóvenes.
La lucha contra la represión, en todos sus aspectos, adquiere particular relevancia en el trabajo en las villas, y empalma con la lucha general antirrepresiva y democrática.
Las villas de emergencia son también un lugar natural de organización de los trabajadores desocupados en estos momentos de crisis económica.
El problema central de nuestro trabajo en las villas de emergencia pasa por la construcción de fuertes organizaciones de Partido en ellas. Organizaciones compuestas, fundamentalmente, por obreros, y en las que se garanticen las formas adecuadas para incorporar a las mujeres obreras o esposas de obreros al Partido. Estas organizaciones deben tener formas flexibles de organización para poder jugar su rol de vanguardia en un lugar tan específico de trabajo.
XI. El federalismo y el problema de las comunas
El desequilibrio entre el litoral -especialmente el Gran Buenos Aires- y el interior, se agrava desde hace años. Especialmente respecto de algunas provincias del Noroeste y el Noreste.
Las fuerzas burguesas plantean generalmente la solución de este problema como un problema de integración de las economías regionales y de desarrollo de las mismas. Pero el simple “desarrollo”, y sin romper el yugo de los monopolios y el latifundio, cuando lo hubo, no dejó de agravar la situación de esas economías. La unificación en el molde capitalista dependiente del país fue agudizando las diferencias entre las provincias pobres y ricas; demostrando que no ha sido la falta de desarrollo capitalista la que generó el atraso sino que este desarrollo -en ese molde de dependencia y de mantenimiento del latifundio- lleva a la constante agudización de la diferencia entre el litoral rico y el interior pobre.
No se trata, como plantea el frondizismo -y repiten con otras palabras fuerzas populistas- de que “Buenos Aires, la reina del Plata, da la espalda al país interior, como hace un siglo y medio, y sigue creciendo hacia fuera”. Quien da la espalda al país interior son los monopolios y el latifundio. Pero así como la promoción de las exportaciones “no tradicionales”, por los gobiernos oligárquicos burgueses, es la promoción de las exportaciones de los monopolios -fundamentalmente extranjeros y cuyos beneficios emigran al extranjero- y así como el “compre nacional” es el estímulo por decreto a la compra de la producción de los monopolios -fundamentalmente extranjeros- así también cuando los monopolios y el poder que los representa miran hacia el interior es para favorecer la rapiña imperialista sobre las riquezas nacionales, y la extracción de una elevada cuota de plusvalía a la clase obrera, dejando por donde pasan más desolación que antes. Sirva como ejemplo el caso de “La Forestal” en el norte santafesino; o el caso de las concesiones petroleras y la situación actual de las provincias patagónicas, grandes productoras de petróleo y cada día más empobrecidas.
El atraso del interior reconoce raíces diversas y profundas.
La primera de ellas está en el atraso de la estructura agraria. Según el Censo Agropecuario de 1960 en la provincia de Catamarca, más de la mitad de la población económicamente activa en el campo -el 55,8%- está constituida por un campesinado que no emplea ni asalariados ajenos permanentemente ni familiares remunerados, y rara vez a algún transitorio. La enorme mayoría de ellos son campesinos pobres. Y si el Censo Agropecuario de 1960 reveló la existencia de treinta y tres tractores por cada cien explotaciones en la provincia de Buenos Aires, también reveló que en Catamarca existían dos tractores por cada cien explotaciones. En La Rioja, en donde aún existen tierras indivisas originadas en la supervivencia de las mercedes reales, y se asiste al éxodo masivo del campesinado, un pequeño núcleo de latifundistas -el 3% del total de propietarios- controla el 97% de la superficie de la zona ganadera de Los Llanos.
La coexistencia del latifundio y el minifundio es característica de la mayoría de esas provincias. No existe una determinación exacta del número de pequeños cañeros en Tucumán pero, según un padrón de 18.802 cañeros, figuran 17.431 cañeros minifundistas, de los que existen 13.000 predios de menos de cinco hectáreas.103 La masa de los pequeños cañeros vive en la miseria y muchos de ellos son “propietarios-proletarios”.
Se podrían así sumar datos de cada una de esas provincias. Observaríamos diferencias, importantes, pero diferencias de una estructura agraria esencialmente semejante. El desarrollo desigual del capitalismo en la agricultura es una característica del avance del mismo en nuestro país, que, en la zona de mayor desarrollo -la pampeana- ha aniquilado a millares de pequeños productores y producido la emigración de muchos de ellos, al tiempo que sustituye al antiguo arrendatario por una agricultura mecanizada realizada por medio de administradores o “contratistas”. Y en las zonas rurales más pobres se mantiene el asentamiento de pequeños campesinos -de “propietarios-proletarios”- como medio de asegurar, permanentemente, la mano de obra requerida por las grandes explotaciones. Lo que no impide que continúe el flujo de mano de obra barata hacia el litoral y otras zonas productoras del país, más aún si, como sucedió bajo la dictadura implantada en 1966, se la promueve coercitivamente como se hizo con el cierre de ingenios en Tucumán. Se estima entre 150 y 200 mil el número de chaqueños, en su mayoría obreros rurales y campesinos pobres, que abandonaron su provincia. Esta emigración se transforma en un obstáculo real a todo intento de promover el desarrollo de esas provincias o regiones.
Vinculado al problema de la estructura agraria tenemos el problema del monocultivo, generalmente de cultivos industriales destinados al mercado interno. Como éste no crece a los ritmos adecuados y como en general esa producción, salvo excepciones, tropieza con graves dificultades para conseguir mercados externos, la oligarquía burguesa terrateniente, al igual que los gobiernos burgueses, desde mediados de la década del treinta aplica un mecanismo regulatorio de esa producción -estimulándola o desalentándola a través de complicados mecanismos de precios “sostén” o de “castigo”, de acumulación o destrucción de stocks, etc.-. La situación, en general, de las economías provinciales basadas en el monocultivo se ha ido agravando con el correr del tiempo.
La otra raíz del atraso del interior está en la falta de radicación de industrias básicas y en la crisis de la pequeña industria tradicional. Los “operativos” destinados a promover esa radicación han fracasado -como el operativo Tucumán, los planes para el norte de la provincia de Santa Fe, los planes para la Patagonia- dado que todos ellos pretenden atraer a los monopolios con jugosas concesiones pero esos monopolios no tienen interés en esas radicaciones, como hemos señalado en nuestra Primera y Segunda Conferencia Permanente, y la burguesía local o nacional utiliza esas concesiones para hacer -a la sombra del amparo estatal- jugosos negociados.
Así encontramos provincias como La Pampa que prácticamente carece de industrias. Solo el 5% de su producto bruto interno es de origen industrial y proviene de una sola actividad: la harinera. O provincias como Santiago del Estero, donde el 70% de la población que queda en la provincia es señalada como “no activa” y su producto bruto interno por habitante es de 170 dólares al año contra 700 de todo el país.
Las obras de infraestructura se realizan para facilitar superbeneficios a los monopolios y no para desarrollar esas regiones. De allí que la energía eléctrica de El Chocón se destine al Gran Buenos Aires (al tiempo que es financiada en gran medida por los trabajadores del conurbano) para beneficio principal de los monopolios, y que esa obra no se acompañe de una reforma agraria que podría transformar la zona del Comahue.
En esas condiciones está claro que el federalismo -que siempre fue una palabra hueca en el país porque nunca existió realmente- no solo sea hoy una palabra retórica en los discursos oficiales, sino que la misma suene a trágica ironía. El federalismo, para existir, debe basarse en el federalismo económico y, ante su ausencia, no es extraño que incluso en las épocas de gobierno “republicano” los gobernadores de provincia hayan sido siempre sátrapas del poder central.
El proceso de concentración y centralización monopolista, acelerado a partir de 1966, y toda la legislación prolatifundista de la dictadura, encontró a las provincias del interior en condiciones de imposibilidad para adaptarse al mismo sin sufrir graves trastornos que aumentasen sus males ya crónicos. Ese proceso continúa y es de prever que la apropiación por los monopolios yanquis y alemanes de la industria del tabaco, la penetración de los monopolios extranjeros en la industria vitivinícola, la penetración de los grandes grupos monopólicos de la industria de la alimentación, que están en lucha feroz por copar la respectiva industria argentina, la crisis lanera y algodonera, acarrearán nuevos padecimientos a las masas trabajadoras del interior, a no ser que el mencionado proceso sea cortado por la revolución de liberación social y nacional.
Nuestro Partido incorpora a su programa la reivindicación del federalismo que tiene hondas raíces en la historia nacional. En nuestra concepción su reivindicación se articula con el combate contra la estrechez provinciana, aldeana, y el ataque al “porteño”, propio de las oligarquías del interior que han compartido con la oligarquía bonaerense y el imperialismo la explotación de las masas trabajadoras del país; o el antiporteñismo, propio de las burguesías provinciales. Y se articula con ese combate porque el protagonista fundamental de la revolución que sacará para siempre del atraso a las provincias del interior es, precisamente, el proletariado industrial concentrado, en su gran mayoría, en el Gran Buenos Aires.
Ahora la oligarquía burguesa terrateniente, que siempre convirtió en letra muerta al federalismo, anda buscando fórmulas electorales “federales” que le permitan anular el peso electoral del proletariado del conurbano de Buenos Aires; así como desde 1969 su principal preocupación fue impedir que el proletariado de ese Gran Buenos Aires siguiese el ejemplo del proletariado cordobés.
La defensa del federalismo desde una visión comunista revolucionaria implica combatir las teorías seudocientíficas y seudomarxistas, como las que popularizó en su momento Debray, entre otros, respecto del “aburguesamiento” del proletariado de las grandes ciudades de América Latina, que oculta que ese proletariado -en gran parte corrido del interior y habitante transitorio o permanente en las ciudades de las villas miseria- es al que se le extrae la parte más importante de la plusvalía que llena las arcas de los monopolios y la oligarquía burguesa terrateniente, incluida en esta las oligarquías y burguesías provinciales; y es ferozmente explotado, ganando salarios a veces diez veces inferiores a los de los obreros de iguales ramas industriales de los países metropolitanos.
Actualmente el imperialismo estimula la formación de partidos provinciales que levantan, para las provincias, las ventajas de ser “nación pobre e independiente”, antes que estar sometidas a la Capital. El Gran Acuerdo Nacional pretende utilizar a esos partidos como base importante de maniobra política. Al mismo tiempo, en caso de revolución, como sucedió recientemente en Bolivia con el movimiento burgués que los yanquis y las dictaduras de Argentina y Brasil impulsaron en la provincia de Santa Cruz, esos partidos trabajarán para la segregación nacional.
El problema del federalismo retoma entonces plena vigencia. Su solución estará en la revolución de liberación social y nacional hegemoni-zada por el proletariado industrial, y en su tránsito al socialismo y al comunismo. Por lo tanto, las organizaciones regionales y zonales del Partido deben abordar, programáticamente, en el marco de nuestro programa nacional, este problema, y procurar que el proletariado de cada provincia levante su propia alternativa revolucionaria respecto de los problemas concretos que hacen a la cuestión del federalismo, que será uno de los aspectos centrales a resolver por la revolución de liberación social y nacional.
El problema de las comunas y del régimen municipal tiene, evidentemente, relación con lo que hemos analizado.
A partir de 1969 se han multiplicado las rebeliones comunales. Ello no es casual dado que el auge revolucionario de las masas no podía menos que debilitar el eslabón estatal que está en contacto más directo con el pueblo: la comuna o municipalidad.
Para nosotros este problema se relaciona con la perspectiva de democracia revolucionaria que proyectamos, basada en los consejos de fábrica, casas de estudio, y diversos sectores sociales populares que constituirán las bases del poder local, provincial y central. Se relaciona estrechamente con nuestra concepción de la dictadura del proletariado y de la desaparición del Estado.
Salvo excepciones -como fue el caso de Río Gallegos- en los estallidos comunales el proletariado y el campesinado pobre participaron indiferenciados tras las fuerzas burguesas que hegemonizaron esos movimientos.
El Partido debe procurar que los obreros y los campesinos pobres de las comunas participen diferencialmente en ese tipo de luchas -que siguen repitiéndose- levantando sus propias exigencias de fuentes de trabajo, salariales, sanitarias, educacionales, etc. Al tiempo que nuestro Partido crea los comités de pueblos y ciudades destinados a ganar para el comunismo revolucionario a los obreros urbanos y rurales de esos lugares, y al campesinado pobre, debe levantar las exigencias programáticas específicas de esas masas a nivel comunal, a partir del modelo programático nacional del Partido.
XII. La conformación del bloque de clases y fuerzas revolucionarias y nuestra política de alianzas
La resolución política del Primer Congreso indicó las líneas esenciales de nuestra política de alianzas. Al respecto señaló que:
“La política de alianzas de nuestro Partido parte de la necesidad de agrupar en torno al proletariado a las clases y capas sociales que constituirán el bloque de clases que ha de destrozar el poder de la oligarquía burguesa terrateniente, e imponer un poder popular revolucionario, que realice la revolución antimonopolista, antiimperialista, agraria y popular, en camino al socialismo”.104
Y que:
“La política de alianzas de la clase obrera está dialécticamente unida a la política de hegemonía proletaria”.105
Y no podrá el proletariado,
“(…) lograr su hegemonía ni podrá fortalecerse el Partido sin una política permanente de alianzas que procure conformar el bloque histórico revolucionario. Nadie puede predecir la forma concreta con la que se realizará la revolución en nuestro país y cómo se expresará la alianza revolucionaria del proletariado con los campesinos pobres y medios, la pequeñoburguesía urbana, la intelectualidad revolucionaria y la mayoría del estudiantado. Pero cualquiera sea la forma en la que se exprese, y el plazo que dure esa alianza, es condición para lograrla el tener una política permanente tendiente a constituir ese bloque revolucionario. Es condición para que el proletariado hegemonice el proceso revolucionario porque para esto se requiere que sea paladín de las reivindicaciones revolucionarias de las clases y capas que se pretende dirigir”.106
Nuestra concepción de las alianzas y del Frente de Liberación Social y Nacional se articula entonces con nuestra política de hegemonía proletaria y con la urdimbre política y social de los organismos básicos de poder: comisiones de fábrica, comisiones interfabriles, organizaciones revolucionarias del campesinado pobre -fundamentalmente- y del campesinado medio; centros y comisiones de delegados de curso de escuelas y universidades, que serán el basamento de ese bloque social que destruirá el poder oligárquico burgués.
Actualmente la corriente comunista revolucionaria es incipiente en el proletariado industrial, y el accionar político independiente de éste solo fugaz, y parcialmente, alcanza a estabilizar opciones que lo tienen como eje de la lucha liberadora. Lógicamente la tendencia a la oscilación en las fuerzas revolucionarias pequeñoburguesas se acentúa en estas condiciones; y los acuerdos con esas fuerzas de nuestro Partido y la corriente sindical clasista, o las tendencias estudiantiles -o de otros sectores- de carácter insurreccional, se transforman, muchas veces, de intentos de alternativas sobre ejes proletarios en intentos de enganches de lo proletario para alternativas burguesas y pequeñoburguesas.
Por todo ello nosotros no somos partidarios de constituir ahora frentes estables de alianzas con fuerzas revolucionarias representativas de las clases y capas que integrarán ese frente de liberación social y nacional. Nuestra política de alternativa revolucionaria, que concibe la revolución de liberación social y nacional como fase previa a la socialista y al comunismo, exige, desarrollar, como presupuesto indispensable de la misma, una poderosa corriente clasista socialista, insurreccional en el movimiento obrero y movimientos tendenciales basados en el programa del proletariado para la actual fase de la revolución, e insurreccionales, en el movimiento estudiantil, la intelectualidad, el campesinado pobre y medio, el movimiento popular, que se proyecten y sirvan de base para el accionar político general. A partir de ellos concebimos una política de alianzas, de acuerdos, de golpear juntos, sumamente flexible, capaz de permitir la unificación en la lucha contra la oligarquía burguesa terrateniente y el imperialismo al tiempo que se combine con el fortalecimiento de nuestra línea y nuestra propuesta comunista revolucionaria en el proletariado.
Nuestra política de alternativa apunta, en su consolidación, a desblocar masas hoy influenciadas, o dirigidas, por los partidos burgueses, especialmente por el peronismo y por el reformismo. A partir de la alternativa revolucionaria hacemos acuerdos y golpeamos juntos con quienes luchan contra la oligarquía burguesa terrateniente, o contra aspectos particulares de la política de las clases dominantes (lucha por las libertades, por reivindicaciones políticas y económicas, etc). Como regla general, nunca al contrario; es decir, no vamos de la unidad a la alternativa sino desde la alternativa hacemos acuerdos, alianzas o golpeamos juntos.
La alternativa revolucionaria de poder se irá gestando desde abajo en estrecha ligazón con la construcción por las masas de organismos aptos para la lucha revolucionaria por el poder. La clase obrera será el eje y el motor fundamental de esa política de alternativa; ya la práctica demostró que al crearse un polo proletario -pese a todas sus insuficiencias- en torno a los sindicatos sitrac-sitramel mismo atrajo a la lucha conjunta a organizaciones estudiantiles, profesionales y populares.
El trabajo en la empresa que no se proyecte en alternativa proletaria de poder cae en un reduccionismo tradeunionista. El trabajo general, por arriba, del Partido, que no se asiente en la labor de la base, principalmente en la clase obrera, deviene en movimientismo y planteo de tareas concretas que se presentan como una carga para el conjunto del Partido. La unidad dialéctica de ambos términos con centro en la labor en la base, señala el camino de superación de esa contradicción, la clase debe articular su proyecto político en oposición a los proyectos burgueses, pequeñoburgueses y reformistas.
Al aproximarse las instancias decisivas del llamado Gran Acuerdo Nacional, instancias que obligan a las fuerzas burguesas y pequeñobur-guesas a hacer pasar a las masas que influencian por las horcas caudinas que ha levantado la oligarquía burguesa terrateniente, aceptando su salida electoral condicionada, proscriptiva y fraudulenta, se irán agudizando las contradicciones en los partidos burgueses y pequeño-burgueses que hoy aceptan, de una forma u otra, la salida lanussista. La grave crisis económica que sacude al país y la política dictatorial destinada a hacer pagar al pueblo esa crisis política que va acompañada de una feroz represión, hace particularmente importantes esas contradicciones que pueden, por un lado, deteriorar seriamente el plan de la dictadura, y, por otro, ser utilizadas para acumular fuerzas por la clase obrera y las tendencias revolucionarias.
Ello será posible a condición de que el Partido profundice su labor política en primer lugar en el seno de la clase obrera, contra el GAN y todas las propuestas contrarias a los intereses de la clase. La denuncia del rol de Perón es una tarea inmediata, no hacerlo es políticamente criminal y suicida.
Ello requiere una propaganda y una labor específica y diferenciada hacia las masas peronistas en primer lugar.Igualmente debe trabajarse en la misma dirección con sectores que responden al radicalismo, al PC reformista, y otros sectores, particularmente las bases obreras y la juventud de esos partidos. Así los inevitables procesos de ruptura que sobrevendrán en esas fuerzas podrán acelerarse y, fundamentalmente, ser atraídas hacia las posiciones del proletariado revolucionario.
Esta es una actividad política práctica para las células del Partido.
De allí la importancia de las iniciativas destinadas a operar en esa situación política. La construcción de una fuerza propia y los acuerdos y alianzas, aunque estos no sean estables, son inseparables; se condicionan mutuamente, ya que es imprescindible una fuerza propia, independiente, para que los acuerdos apunten a la perspectiva política de poder de la clase obrera revolucionaria; y, a la vez, los acuerdos y alianzas, aún inestables, son imprescindibles para construir esa fuerza propia dado que los mismos se deben concretar y ser parte de toda lucha real, y no al margen de la misma.
El desarrollo real de una política de iniciativas insertada en una perspectiva proletaria, debe impregnar toda la política nacional. Desde el enfoque de los propios objetivos de lucha hasta la metodología de ésta. Son tareas del Partido:
– El trabajo con el periódico La Comuna, que debe convertirse en un instrumento eficaz que vaya expresando el proyecto político del proletariado revolucionario.
– La lucha por las reivindicaciones democráticas debe ser hegemonizada por la clase obrera.
Por ejemplo, en el caso de la lucha por las libertadas nosotros debemos teñirla de un contenido político y social que ayude a desenmascarar la esencia de clase de la misma. Reivindicamos la tradición proletaria del “Socorro Rojo” y, a partir de un enfoque clasista de la lucha por las libertades, luchamos junto con fuerzas pequeñoburguesas y burguesas que efectivamente combaten por uno u otro punto, contra la política represiva estatal y patronal. Pero no partimos de la defensa de los llamados “derechos humanos” -es decir: los derechos burgueses-, bandera con cuya reivindicación el reformismo internacional acompañó su claudicación ante la burguesía. Hoy es tarea del Partido la consolidación y desarrollo de la OSPPEG. El trabajo con los curas del Tercer Mundo que en momentos de agudizarse el debate peronismo-socialismo, adquiere particular relevancia ante la posibilidad real de configurar una tendencia que adscriba a las posiciones del proletariado con las particularidades propias de ese sector.
Hoy la práctica de una permanente política de iniciativas, de acuerdos, de alianzas, en torno al momento político y sus exigencias, es relegada por la mayoría de nuestras organizaciones de Partido, lo que no puede menos que afectar no solo nuestra política general sino, en particular, la propia labor de fusión del comunismo científico con el proletariado.
XIII. Romper la trampa de la dictadura
La segunda reunión de la Conferencia Permanente del Partido analizó el proceso y las causas que llevaron a la dictadura a reemplazar su segundo libreto -el de Levingston- por el actual, llamado por ellos Gran Acuerdo Nacional, es decir: la salida electoral condicionada que asegure a la oligarquía burguesa terrateniente el control del poder estatal. Ante la impopularidad de la dictadura, generada por la política de superexplotación de los asalariados y de expropiación económica de las capas medias, y ante las luchas que abrían la perspectiva de una situación revolucionaria, la dictadura cambió su libreto. Lo importante, como dijo entonces Manrique, no era tanto aferrarse a los grandes planes como el poder dominar “la coyuntura política”. O como señaló en su momento, La Nación: “el logro práctico de lo bueno es preferible a la descripción teórica de lo mejor”.
El objetivo estratégico de la oligarquía burguesa terrateniente es alejar a las masas populares del curso de acción directa independiente que tomaron, crecientemente, a partir de mayo-junio de 1969, y que, a través de una secuencia de estallidos obreros y populares, fue bocetando un camino insurreccional para la Argentina. Procura retrotraerlas plenamente a la tutela burguesa y reformista y retomar, con los necesarios reaseguros políticos, el ritmo de superexplotación de la clase obrera y de confiscación de las capas medias que requiere el plan de concentración y centralización monopolista de la economía en nuestro país.
Como camino táctico hacia esos objetivos el GAN apunta a separar a “enemigos de opositores” y liquidar a los primeros, especialmente a la corriente clasista, socialista e insurreccional en el movimiento obrero y popular,107 y llegar a un acuerdo con los partidos burgueses que permita un presidente y cámaras legislativas que aseguren la continuidad de la política instaurada en 1966.
En esa urdimbre buscan entrampar a las masas.
Por eso nuestro Partido ha tratado de no perder de vista en todo este proceso el objetivo y los hechos producidos por la dictadura y no guiarse meramente por las palabras con las que se encubre esa política y los giros tácticos con los que procura llegar a aquel objetivo estratégico. Así, por ejemplo, inicialmente, Lanusse devolvió personerías sindicales y concedió aumentos de salarios al tiempo que reinstalaba a San Sebastián como ministro de Trabajo. ¿Esos pasos obedecían a una política “populista”, como se la quiso hacer parecer? No. Simplemente eran medidas coyunturales en el marco de la misma política económica promonopolista y proterrateniente, para desbrozar el camino hacia el Gran Acuerdo Nacional, posteriormente conocimos el capítulo de la “reconciliación nacional” en el que la dictadura utilizó ampliamente el acuerdo con Perón y la tregua concedida por los dirigentes sindicales peronistas para barrer las FFAA de los opositores al GAN y poder anunciar el calendario electoral. Salarios de hambre, desocupación, inflación, represión feroz al movimiento obrero y revolucionario también caracterizaron a esta nueva etapa.
Posteriormente Lanusse se entrevistó con Allende, sirviendo a los objetivos del Departamento de Estado, interesado en aprovechar el oportunismo de la Unidad Popular para absorber, o desviar, el proceso revolucionario chileno, o facilitar su descabezamiento.
Aprovechando el apoyo de Perón, de Balbín y del PC -entusiasta defensor de la política exterior “antiimperialista” de la dictadura (a la que ahora llama “gobierno”)- Lanusse pudo iniciar con motivo de su viaje a Perú su propia campaña electoral. Es decir, utilizando la jerga dictatorial, “el segundo tiempo” del Gran Acuerdo Nacional.
Nosotros no nos oponemos al Gran Acuerdo Nacional por ser “antielectoralistas”. Si fuésemos antielectoralistas no seríamos comunistas revolucionarios por cuanto para los comunistas las elecciones pueden ser un instrumento de lucha al igual que otros muchos. Dada nuestra estrategia insurreccional, el problema, para nosotros está en si la participación en un proceso electoral ayuda o noa acumular fuerzas para la insurrección. Cuando una organización de terrorismo urbano formula la posibilidad de “forzar la legalidad burguesa”, es decir, de participar en las elecciones que prepara la dictadura, nosotros no nos oponemos a esa táctica porque seamos enemigos de “forzar la legalidad burguesa”, o porque seamos infantiles ultraizquierdistas. Nos oponemos porque esa táctica, hoy implicacooperar con la dictadura, cuyo objetivo central es echar agua sobre los Cordobazos, Rosariazos, Catamarcazo, y los otros estallidos populares que llevaron al Journal do Brasil a decir que “el viento que viene de Córdoba”… “en la coyuntura actual de América Latina” es “más peligroso que el que ya sopla desde el Norte y el que viene desde Los Andes”. Nosotros tratamos de echar combustible y no agua sobre esas experiencias revolucionarias.
La segunda reunión de la Conferencia Permanente del Partido recordó que:
“Lenin indicaba que, a los bolcheviques: ‘(…) una experiencia demasiado larga, dura y sangrienta nos ha convencido de que es imposible basarse exclusivamente en el estado de ánimo revolucionario para crear una táctica revolucionaria. La táctica debe ser elaborada teniendo en cuenta, con estricta objetividad, todas las fuerzas de clase del Estado de que se trate (y de los Estados que lo rodean, y de todos los Estados en escala mundial) así como la experiencia de los movimientos revolucionarios’. Es sabido que los bolcheviques supieron combinar con acierto la lucha clandestina con la legal. Que boicotearon elecciones amañadas -como en 1905- y que participaron en parlamentos ‘ultra-rreaccinarios’ como el de 1908. Lenin destaca que el boicot a las elecciones parlamentarias de 1905 fue justo porque: ‘Entonces el boicot era justo, no porque esté bien abstenerse en general de participar en los parlamentos reaccionarios, sino porque se tuvo en cuenta la situación objetiva, que conducía a la rápida transformación de la huelga de masas en huelga política y, sucesivamente en huelga revolucionaria y en insurrección. Además el motivo de la lucha era, a la sazón, saber si había que dejar al zar la iniciativa de convocar la primera institución representativa o si debía intentarse arrancársela de las manos a las viejas autoridades’”.108
Y agregaba la Segunda Conferencia:
“En nuestro caso la situación internacional, especialmente en los países vecinos se preña de elementos revolucionarios. En el país se vive un momento de auge de las luchas que se transforman rápidamente, como hemos visto en 1969/1970 y en los primeros meses de 1971, en huelgas políticas y revolucionarias como en el último Cordobazo. La dictadura no se consolida. Como hemos dicho, su libreto es producto de su fracaso, no de su éxito.
“Aquí no está en discusión hoy una táctica electoral. Lo que está en discusión es el compromiso, la componenda, de las fuerzas burguesas de la Hora del Pueblo y reformistas del Encuentro de los Argentinos con la dictadura para parar la guerra civil, como dice Rodolfo Ghioldi, para parar el ‘argentinazo’, como dice Paladino; o sea, el compromiso de estas fuerzas con la oligarquía burguesa terrateniente, para preservar lo fundamental del Estado de éstas e impedir la revolución.”109
Sigue siendo válido lo afirmado entonces. El golpe de Estado en Bo-livia o la profundización inevitable y previsible del rumbo reformista del gobierno de Allende, no han cambiado la caracterización respecto de la situación general de América Latina y del Cono Sur, así como el triunfo de los partidos burgueses uruguayos sobre el frente reformista no logrará estabilizar la situación económica, política y social de ese país. Desde la Segunda Conferencia la situación internacional se ha cargado de nuevos elementos revolucionarios ante el avance de las posiciones revolucionarias de la República Popular China y su entrada en la ONU, y ante la crisis del dólar.
Eternos lechuzones del reflujo, los dirigentes de la pequeñoburguesía revolucionaria nos gritan:
“Ustedes están equivocados. No hay crisis del reformismo. Hay avance. Miren a Uruguay y a Chile. No es tiempo de ofensiva, es tiempo de repliegue. El GAN avanza. Por eso derrotaron a sitrac-sitram.”
Resulta que esos dirigentes primero avalan las experiencias reformistas en Chile y Uruguay y luego ejemplifican con ellas el avance del reformismo. Primero entregan sin lucha a sitrac-sitram, en cuyas direcciones llegaron a predominar y luego gritan: “¡Ven que no se puede luchar!”.
De todas esas teorizaciones -que son simplemente la pantalla que encubre la claudicación de la pequeñoburguesía revolucionaria y el reformismo entrampados en el GAN- desprenden esas fuerzas la táctica de prepararse para entrar en las elecciones. O cooperando en la reorganización del partido peronista. O cuchicheando la conveniencia de converger hacia el Encuentro de los Argentinos. O planteando “forzar la legalidad burguesa” antes que Lanusse anuncie la fecha de elecciones. O preparando una confluencia electoral de la izquierda revolucionaria.
El poder de la dictadura es hoy tan inestable como lo era en marzo del 71. A medida que se aproximen los momentos definitorios del Gran Acuerdo Nacional esa inestabilidad se acentuará. Una profunda crisis económica sacude al país, imposibilitando la demagogia que exigirían los audaces planes del GAN. Cuando el presidente del Banco Central declara que el país está al borde de la cesación de pagos, independientemente de la utilización política que quiera hacer de esa afirmación, no está haciendo otra cosa que decir la verdad. La combatividad de las masas, por todo lo señalado anteriormente, no decae. Por eso creemos que el epílogo de estos tres años de lucha sin tregua contra la dictadura no puede ser el permitirle culminar su operación y prepararnos para otra “vuelta de calesita”. El camino está en profundizar la lucha de clases, intensificar la lucha contra la trampa, no darle tregua a la dictadura, procurando destrozar su nuevo libreto con el objetivo de crear el caos entre los de arriba, y fortalecer la alternativa revolucionaria de poder, es decir, acumular fuerzas para la insurrección. Esta política permitirá tonificar a las fuerzas clasistas del movimiento obrero y hacerlas avanzar a niveles superiores de organización y de combate, y permitirá seguir engrosando las fuerzas revolucionarias en las capas populares.
A partir de esta lucha, en la medida en que la misma se lleve adelante sin concesiones, teniendo en cuenta el odio profundo acumulado en las masas contra la dictadura y las clases dominantes, éstas no podrán estabilizar su poder y las posibles salidas -electorales o no- que se procuren serán precarias, acrecentándose, en cambio, a los ojos de las masas el valor histórico concreto del camino insurreccional.
Por eso el Segundo Congreso del PCR aprueba: Continuar la lucha por romper la trampa de la dictadura, es decir, la lucha por romper el nuevo libreto de ésta acordado con el Departamento de Estado yanqui, y oponernos, frontalmente, a las elecciones tramposas que prepara.
Desde ya que esta política implica un compromiso revolucionario especial para el Partido, y pone en el centro de discusión la construcción y el fortalecimiento de éste, especialmente en la clase obrera.