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25 de January de 2012


Magnitud y extensión de la crisis

Hoy 1403 / Se agudizan las contradicciones interimperialistas

La magnitud de la actual crisis mundial no tiene precedentes pues, como ya señaló Otto Vargas al comienzo de la misma, se da por una tremenda sobreacumulación del capital sobre la base de una extraordinaria expansión de la masa de plusvalía obtenida con la incorporación al mercado mundial capitalista unificado (tras la derrota del socialismo en China en 1978 y la caída del Muro de Berlín en 1990) de más de mil millones de trabajadores asalariados baratos y relativamente calificados. Masa de plusvalía incrementada no solo por la explotación de esos nuevos más de mil millones de trabajadores sino también por la mayor superexplotación de los trabajadores asalariados que esa “competencia” permitió a los capitalistas en todos los rincones del mundo, incluido en los propios países imperialistas.
Semejante sobreacumulación por los capitalistas de esa acrecentada masa de plusvalía, que tiene como contrapartida un consumo de las masas muy inferior a lo que producen en este sistema, no podía dejar de incubar una crisis de sobreproducción relativa también de una magnitud sin precedentes. Esto ya lo prefiguró la crisis que se inició en el Sudeste Asiático en 1997 y se extendió por oleadas a todo el mundo (Rusia y América Latina en 1998) hasta llegar a Estados Unidos en 2001. Pero, a diferencia de aquella, la actual crisis se inició en este país con el derrumbe del mercado inmobiliario en 2007 (que había comenzado a manifestarse con la caída de la inversión en el sector residencial a fines de 2006, con las repercusiones que eso iría teniendo en la ocupación no solo en el sector de la construcción sino también en las industrias conexas, como la madera, el hierro, el cemento, etc.) y terminaría extendiéndose al conjunto de la economía norteamericana a comienzos de 2008, manifestándose en toda su crudeza al golpear a todo el sistema financiero norteamericano y mundial en agosto de 2008 (caída de Lehman Brothers).
La sobreacumulación de capital en relación a obtener una determinada tasa de ganancia, apropiándose de la plusvalía a través de la venta de las mercancías (bienes y servicios), en definitiva no es más que el resultado de una sobreproducción de mercancías relativa a las posibilidades de absorción del mercado (en consumo e inversión) propia del capitalismo. Es decir de un sistema que no genera ingresos suficientes para que el mercado pueda absorber todo lo que puede producir (por más que la gente lo necesite, no tiene con qué pagar). Esto el capitalismo busca solucionarlo a través del crédito, contracara del endeudamiento, que permite ampliar el consumo y la inversión a cuenta de los ingresos futuros. Pero el problema vuelve a surgir cuando ese crédito adquiere tal expansión que pone en cuestión la capacidad futura de ingresos para pagar lo adeudado; es decir, que el endeudamiento llega a un nivel tal que el propio sistema ya no alcanza a generar los ingresos suficientes como para pagarlo. Así la superproducción relativa latente del sistema vuelve a presentarse con fuerza en una nueva crisis, manifestándose primordialmente como crisis financiera.
Esto ha vuelto a ponerse en evidencia con lo sucedido en la primera década del siglo 21 en una magnitud sin precedentes, donde en función de hacer rentable la extraordinaria sobreacumulación de capital lograda con la mayor superexplotación de los miles de millones de nuevos y viejos trabajadores también sin precedentes, se dio una tremenda expansión del llamado “crédito fácil” a través de los Estados y las entidades financieras y, en consecuencia, del endeudamiento público y privado, llegándose a una especulación con los papeles representativos de esas deudas que parecía no tener límites. Pero esos límites comenzaron a verse con el estallido de la llamada “burbuja inmobiliaria” (la crisis hipotecaria de 2007) en los Estados Unidos, pero pronto se vio que la enfermedad afectaba a todo el sistema financiero norteamericano y mundial, como superestructura no solo de un sector productivo (el inmobiliario) sino del conjunto de la economía. Es decir que no se trataba de una crisis parcial, o de algunos países, sino de una crisis general de superproducción relativa que abarca a todos los sectores de la economía y a todos los países del mundo, aunque en algunos lo fuera en más y en otros en menos.
La magnitud de la crisis ha venido requiriendo extraordinarias inyecciones de dinero por parte de los Estados tratando de sostener a los bancos y entidades financieras, que han significado una expansión tal del crédito público que ha puesto en cuestión la capacidad de mayor endeudamiento de los propios Estados de las principales potencias imperialistas. Sin haberse resuelto el problema de la incapacidad de pago de las deudas privadas, que se sigue arrastrando pese a la baja de las tasas de interés y las multimillonarias inyecciones de dinero a los grandes bancos y entidades financieras, el tema de la capacidad de pago, y por tanto de la capacidad de endeudarse aún más, ya es una realidad que también golpea a las deudas públicas. Los Estados ya no pueden bajar más las tasas de interés ni encuentran más crédito para financiarse, recurriendo a ajustes que les permitan “cerrar” sus cuentas (es decir reduciendo gastos sociales y aumentando impuestos, para sostener su endeudamiento) poniendo en riesgo incluso las más que débiles y temporarias recuperaciones.
La crisis mundial agudiza las contradicciones entre las distintas potencias imperialistas, con un desarrollo desigual pero interconectado y con una creciente disputa por el control de todos y cada uno de los mercados, en particular de los países dependientes y semicoloniales. Pero a la vez asistimos a una creciente rebelión de los pueblos y naciones oprimidas y un resurgir de la lucha del proletariado, no solo en los países dependientes sino también en los propios países imperialistas, desde Estados Unidos a China.