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09 de May de 2012

En estos párrafos Lenin desarrolla uno de los rasgos claves del imperialismo.

La exportación de capitales

Hoy 1418 / Del libro de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo

Lo típico del antiguo capitalismo cuando la libre competencia dominaba plenamente, era la exportación de mercancías. Lo típico de la última etapa del capitalismo, cuando impera el monopolio, es la exportación de capitales.

Lo típico del antiguo capitalismo cuando la libre competencia dominaba plenamente, era la exportación de mercancías. Lo típico de la última etapa del capitalismo, cuando impera el monopolio, es la exportación de capitales.
El capitalismo es la producción de mercancías en su más alto grado de desarrollo, cuando la misma fuerza de trabajo se convierte en mercancía. El crecimiento del cambio en el orden interno y, particularmente, en el orden internacional, es rasgo característico del capitalismo. El desarrollo desigual, a saltos, de las distintas empresas y ramas de la industria y de los distintos países, es inevitable bajo el capitalismo. Inglaterra, antes que ningún otro, se convirtió en país capitalista, y hacia mediados del siglo XIX, al adoptar el librecambio, proclamó ser el “taller de todo el mundo”, el proveedor de artículos manufacturados de todos los países, los cuales, a cambio de ello, debían suministrarle materias primas. Pero en el último cuarto del siglo XIX, este monopolio estaba ya quebrantado, pues otros países, defendiéndose con aranceles “proteccionistas”, se habían transformado en Estados capitalistas independientes.
Al iniciarse el siglo XX asistimos a la formación de un nuevo tipo de monopolios: primero, uniones monopolistas de capitalistas en todos los países desarrollados desde el punto de vista capitalista; segundo, situación monopolista de unos pocos países ricos, en los cuales la acumulación de capital había alcanzado proporciones gigantescas. En los países avanzados surgió un enorme “excedente de capital”.
Es claro que si el capitalismo hubiera podido desarrollar la agricultura, que en todas partes marcha hoy muy a la zaga de la industria; si hubiera podido elevar el nivel de vida de las masas que, a pesar del asombroso progreso técnico siguen arrastrando, en todas partes, una vida de hambre y miseria, no podría hablarse de un excedente de capital. Este “argumento” es el que esgrimen con frecuencia los críticos pequeñoburgueses del capitalismo. Pero si el capitalismo hiciera esto dejaría de ser capitalismo, pues tanto el desarrollo desigual como el miserable nivel de vida de las masas son condiciones fundamentales e inevitables y constituyen premisas de este modo de producción.

Mientras el capitalismo sea lo que es, el excedente de capital será utilizado, no para elevar el nivel de vida de las masas de un país determinado ya que ello significaría disminuir las ganancias de los capitalistas, sino para acrecentar sus beneficios, exportando capitales al extranjero, a los países atrasados. En estos países atrasados el beneficio es por lo general elevado, pues los capitales son escasos, el precio de la tierra es relativamente bajo, los salarios son bajos y las materias primas baratas. Lo que ha hecho posible exportar capitales ha sido el hecho de que una serie de países atrasados hayan sido ya incorporados al mercado capitalista mundial; en esos países se han construido o se están construyendo las principales líneas ferroviarias, se han creado condiciones elementales para un desarrollo industrial, etc. La necesidad de exportar capitales obedece a que en unos pocos países el capitalismo ha “madurado demasiado” y el capital (debido al atraso de la agricultura y a la miseria de las masas) no encuentra campo para inversiones “lucrativas”.
La exportación de capitales alcanzó proporciones gigantescas sólo a principios del siglo XX. Antes de la guerra [de 1914-18, N. de la R.], el capital invertido en el extranjero por los tres países principales [Inglaterra, Francia y Alemania] era de 175 a 200 mil millones de francos. Al modesto interés del 5 por ciento, esta suma debía dar un beneficio de 8 o 10 mil millones anuales. ¡Una buena base para la opresión y explotación imperialista de la mayoría de los países y naciones del mundo, para el parasitismo capitalista de un puñado de Estados acaudalados!
El principal campo de inversión del capital británico son las colonias de Inglaterra, que son muy grandes, incluso en América (por ejemplo, el Canadá), sin hablar de Asia, etc. En este caso, la gigantesca exportación de capitales está estrechamente relacionada con las vastas colonias, de cuya importancia para el imperialismo hablaré más adelante. En el caso de Francia la situación es diferente. El capital francés que se exporta ha sido invertido principalmente en Europa, en primer lugar en Rusia (10 mil millones de francos por lo menos). Se trata sobre todo de capital prestado, de empréstitos públicos y no de capital invertido en empresas industriales.
A diferencia del imperialismo colonial inglés, el imperialismo francés podría ser calificado de imperialismo usurario. En el caso de Alemania tenemos una tercera variedad: sus colonias no son considerables y el capital alemán invertido en el extranjero está distribuido en forma muy pareja entre Europa y América.
La exportación de capitales influye en el desarrollo del capitalismo en aquellos países a los que ha sido exportado y lo acelera extraordinariamente. Por consiguiente, si bien la exportación de capital puede, hasta cierto punto, tender a frenar el desarrollo en los países exportadores de capital, ello sólo puede hacerse expandiendo e intensificando el desarrollo del capitalismo en todo el mundo.

El capital financiero ha creado la época de los monopolios, y los monopolios introducen en todas partes los principios monopolistas: la utilización de “vinculaciones” para transacciones ventajosas reemplaza la competencia en el mercado abierto. Lo más corriente es estipular que parte del préstamo otorgado se invierta en compras en el país acreedor, particularmente de pertrechos bélicos, barcos, etc. Francia recurrió muy a menudo a este método en el curso de las dos últimas décadas (1890-1910). La exportación de capitales se convierte así en un medio de estimular la exportación de mercancías. Con respecto a esto, las transacciones entre empresas particularmente grandes adoptan una forma que, como “delicadamente” dice Schilder, “linda con el soborno”. Krupp en Alemania, Schneider en Francia y Armstrong en Inglaterra son ejemplos de firmas que tienen vinculaciones estrechas con bancos gigantescos y con gobiernos, y a las que no es fácil “ignorar” cuando se negocia un empréstito.
El capital financiero tiende sus redes, literalmente, podría decirse, en todos los países del mundo. En esto desempeñan un papel importante los bancos fundados en las colonias, así como sus sucursales. Los imperialistas alemanes miran con envidia a los “viejos” países coloniales, los cuales fueron particularmente afortunados” al precaverse al respecto. Inglaterra tenía en 1904 un total de 50 bancos coloniales con 2.279 sucursales (en 1910 había 72 bancos con 5.449 sucursales); Francia tenía 20 con 136 sucursales; Holanda 16 con 68 sucursales, y Alemania “sólo” tenía 13 con 70 sucursales. A su vez, los capitalistas norteamericanos envidian a los ingleses y alemanes: “En América del sur -se lamentaban en 1915-, 5 bancos alemanes tienen 40 sucursales, y 5 bancos ingleses tienen 70 sucursales […]. En los últimos veinticinco años. Inglaterra y Alemania han invertido en la Argentina, Brasil y Uruguay 4 mil millones de dólares aproximadamente, y como resultado disfrutan del 46 por ciento del total del comercio de esos tres países”.
Los países exportadores de capital se han repartido el mundo entre si en el sentido figurado de la palabra; pero el capital financiero ha llevado al real reparto del mundo.