Las clases dominantes, en nuestro país, tuvieron claro desde siempre el peligro que significaba para ellas el desarrollo de las corrientes revolucionarias en el movimiento obrero. En 1872, comentando un Congreso de La Internacional, decía el diario La Nación: “los gobiernos están en el derecho y en el deber de declararse en guerra con ella [La Internacional] y de suprimirla legalmente en vez de dejarse suprimir por ella. Esperamos que los gobiernos hagan de modo que no sean vencidos”.
Las clases dominantes, en nuestro país, tuvieron claro desde siempre el peligro que significaba para ellas el desarrollo de las corrientes revolucionarias en el movimiento obrero. En 1872, comentando un Congreso de La Internacional, decía el diario La Nación: “los gobiernos están en el derecho y en el deber de declararse en guerra con ella [La Internacional] y de suprimirla legalmente en vez de dejarse suprimir por ella. Esperamos que los gobiernos hagan de modo que no sean vencidos”.
Y los gobiernos actuaron en consecuencia. En 1875 se reconstituyó la sección de La Internacional en Buenos Aires. Acusados falsamente de participar en el incendio del Colegio de El Salvador, la policía detuvo a 14 personas reunidas en una pieza de un conventillo. El fiscal, pidiendo el procesamiento de los detenidos, basándose en informes policiales, expresó que “no deben tolerarse aquellas sociedades cuyos propósitos subversivos son notorios”.
La persecución policial fue una norma, no sólo para los militantes políticos, también para los sindicales. Era común que las reuniones de gremios o “sociedades de resistencia”, como se las llamaba, terminaran con la intervención policial, y varios detenidos. Ya en tiempos de Juárez Celman, dos redactores del periódico Vorwarts terminaron presos por un artículo contra el unicato, al igual que algunos de los promotores del acto del 1º de Mayo de 1890, por “fijar con profusión carteles”. Hay que decir que mientras los socialistas del Vorwarts aceptaban la presencia de los “agentes policiales” en las reuniones, desde los periódicos anarquistas se denunciaba la infiltración de los policías en las organizaciones obreras, como hacía La anarquía, del 11/3/1895, en un artículo titulado “El agente de policía secreta”, al que describe: “Eres el que hiere en la sombra, sin peligro. Tú, que te sientas en todas partes, en el hogar de la familia, y en las sacrosantas asambleas de la libertad. Tú, que te apoyas en el brazo del amigo a quien vas a delatar… ¡Maldito seas!”
La represión se fue acrecentando, a medida que las huelgas aumentaban, y se desarrollaban las organizaciones socialistas y anarquistas. Las clases dominantes buscaron distintos instrumentos represivos, como la expulsión de inmigrantes sin juicio previo, que se plasmó en la nefasta “Ley de residencia”, y que estuvo en vigencia entre 1902 y ¡1958!; la reclusión de los presos políticos en el penal de Ushuaia, las crecientes golpizas, hasta el primer crimen contra un trabajador en una huelga, el obrero azucarero Cosme Budislavich, muerto en Rosario en 1901.