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19 de September de 2012


Una histórica desobediencia

Hoy 1437 / 24 de septiembre de 1812: la batalla de Tucumán

El 27 de febrero de 1812 el Triunvirato, había ordenado al general Manuel Belgrano, al encargarle el mando del destruido Ejército del Norte, lo siguiente: “Si la superioridad de las fuerzas de Goyeneche le hicieron dueño de Salta, y sucesivamente emprendiese, como es de inferir, la ocupación del Tucumán, tomará V.S. anticipadas disposiciones para trasplantar a Córdoba la fábrica de fusiles que se halla en aquel punto, como la artillería, tropa y demás concerniente a su ejército”.

El 27 de febrero de 1812 el Triunvirato, había ordenado al general Manuel Belgrano, al encargarle el mando del destruido Ejército del Norte, lo siguiente: “Si la superioridad de las fuerzas de Goyeneche le hicieron dueño de Salta, y sucesivamente emprendiese, como es de inferir, la ocupación del Tucumán, tomará V.S. anticipadas disposiciones para trasplantar a Córdoba la fábrica de fusiles que se halla en aquel punto, como la artillería, tropa y demás concerniente a su ejército”.


Ya radicado en Jujuy, y ante el avance de las tropas realistas al mando del brigadier Juan Pío Tristán desde el Alto Perú, demoradas sólo por las guerrillas de Güemes, el general Manuel Belgrano dirigió el heroico éxodo del pueblo jujeño, iniciado el 23 de agosto de 1812 hacia Tucumán. Todo el pueblo jujeño respondió valerosamente al bando de Belgrano que reclamaba: “Estancieros, retirad vuestras haciendas; comerciantes, retirad vuestros géneros; labradores, retirad vuestros frutos; que nada quede al enemigo, en la inteligencia de lo que quedare será entregado a las llamas”. Y así se hizo.


En el camino a Tucumán, tras la victoria del 3 de septiembre en la batalla de Las Piedras entre su retaguardia de gauchos jujeños y salteños, comandada por Díaz Vélez, y dos columnas de avanzada de la tropa de Tristán, Belgrano, ya decidido a la desobediencia, escribía al Triunvirato: “V. E. debe persuadirse que cuanto más nos alejemos, más difícil ha de ser recuperar lo perdido, y también más trabajoso contener la tropa para sostener la retirada con honor, y no exponernos a una total dispersión y pérdida de esto que se llama ejército; pues debe saber cuánto cuesta y debe costar hacer una retirada con gente bisoña en la mayor parte, hostilizada por el enemigo con dos días de diferencia”.


Pero el gobierno de Buenos Aires siguió insistiendo sobre la necesidad y la urgencia de que Belgrano se retirase hasta Córdoba.


En tanto el Cabildo de Tucumán, en sesión pública, dispuso enviar tres representantes –los oficiales Bernabé Aráoz y Rudecindo Alvarado y el eclesiástico Pedro Miguel Aráoz– ante Manuel Belgrano, para pedirle que diera batalla a los españoles allí. Este, el 12 de septiembre, desde el río Salí comunicó al gobierno central su decisión con estas palabras: “Son muy apuradas las circunstancias y no hallo otro medio que exponerme a una nueva lección: los enemigos vienen siguiéndonos. El trabajo es muy grande; si me retiro y me cargan, todo se pierde, y con ello nuestro total crédito. La gente de esta jurisdicción se ha decidido a sacrificarse con nosotros, si se trata de defenderla, y de no, no nos seguirá y lo abandonará todo; pienso aprovecharme de su espíritu público y energía para contener al enemigo, si me es dable, o para ganar tiempo a fin de que se salve cuanto pertenece al Estado. Cualquiera de los dos objetos que consiga es un triunfo, y no hay otro arbitrio que exponerse. Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados y deseosos de distinguirse en una nueva acción. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos, con la esperanza de hacer tremolar sus banderas en esa Capital”.


Al entrar a Tucumán el 13 de septiembre, Belgrano encontró a Balcarce con 400 hombres –sin uniformes y armados sólo con lanzas, pero bien organizados– y a la ciudad dispuesta a ofrecerle apoyo; Belgrano, les dijo que se quedaría si su fuerza era engrosada con 1.500 hombres de caballería, y si el vecindario le aportaba 20.000 pesos plata para la tropa, cantidades que la comisión ofreció duplicar. Decidió ignorar por lo tanto las intimaciones del Triunvirato y hacerse fuerte allí.


Los llamados “vecinos principales” se ocuparon en alistar gente de la campaña para engrosar el ejército, también reunieron caballadas y proporcionaron reses para el mantenimiento de los defensores, lo que se agregó al cuerpo de caballería gaucha de 400 hombres, aportados principalmente por la poderosa familia Aráoz, dos de cuyos integrantes Eustoquio Díaz Vélez y Gregorio Aráoz de La Madrid, prestaban servicios bajo el mando de Belgrano como mayor general o segundo jefe y teniente respectivamente.


También llegaron algunos contingentes de Catamarca y Santiago, que se sumaron a los jujeños y salteños que venían con Belgrano. Así se formaron los cuerpos de caballería de las provincias del Norte, llamados Decididos. Muchos de estos soldados tuvieron que improvisar hasta sus lanzas con cuchillos enastados en palos y tacuaras.


El ejército invasor español, en tanto, había tenido que soportar el vacío y el silencio que hallaron a lo largo del camino por Jujuy y Salta. Eran hostilizados por las partidas criollas y el 23 de septiembre, al avistar la ciudad de Tucumán, el brigadier Tristán tuvo la máxima sorpresa, al advertir la presencia de Belgrano y su ejército en ella.


El 24 de septiembre se encontraron el ejército realista y el patriota en el Campo de las Carreras, y a pesar de que el ejército realista contaba con 4.000 hombres y el patriota con sólo 2.000, la suerte sería favorable para los patriotas. En tanto, en Salta, se desarrollaba el levantamiento al mando del general Juan Antonio Alvarez de Arenales.


La desobediencia de Belgrano no fue un mero acto de voluntarismo: utilizó todos los medios para despertar el sentimiento patriótico de los pueblos y confió en ellos para unirlos y organizarlos en la lucha contra los colonialistas españoles.


A su vez, la llegada de la noticia de la victoria de Belgrano a Buenos Aires, desataría el movimiento del 8 de octubre de 1812 que dio por tierra a Rivadavia y lo que restaba del Primer Triunvirato, constituyéndose el Segundo Triunvirato, con Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Alvarez Jonte y el restituido Juan José Paso. Además de conocidos “morenistas” como Monteagudo y Agrelo, tuvieron una participación importante en este movimiento Alvear y San Martín, quienes habían llegado a Buenos Aires en marzo de ese año, luego de abandonar el ejército español en Europa, para pasarse al bando patriota aquí.


En la sesión pública de la Sociedad Patriótica del 29 de octubre de 1812, Bernardo de Monteagudo, sostuvo: “El grande y augusto deber que nos impone la memoria de las víctimas sacrificadas el 24 de septiembre, es declarar y sostener la Independencia de América… de no haberse producido ese triunfo, los realistas ya estarían en Córdoba, y los enemigos interiores acelerarían el momento de nuestra desolación… Jurad la Independencia, sostenedla con vuestra sangre, enarbolad su pabellón, y estas serán las exequias más dignas de los mártires de Tucumán”.