Apenas cinco meses después del incendio de la fábrica Tazreen Fashion en Dhaka, Bangladesh, en el que murieron 112 trabajadores, el derrumbe de un edificio que albergaba al menos cinco fábricas textiles causó 402 muertos reconocidos, centenares de heridos, y 149 desaparecidos.
Una nueva masacre enluta a la clase obrera y a los pueblos del mundo, causada por la codicia de empresas imperialistas que superexplotan a trabajadores, prin- cipalmente mujeres, con la venia de empresarios aliados a los gobernantes de Bangladesh.
Apenas cinco meses después del incendio de la fábrica Tazreen Fashion en Dhaka, Bangladesh, en el que murieron 112 trabajadores, el derrumbe de un edificio que albergaba al menos cinco fábricas textiles causó 402 muertos reconocidos, centenares de heridos, y 149 desaparecidos.
Una nueva masacre enluta a la clase obrera y a los pueblos del mundo, causada por la codicia de empresas imperialistas que superexplotan a trabajadores, prin- cipalmente mujeres, con la venia de empresarios aliados a los gobernantes de Bangladesh.
El edificio de ocho pisos, ubicado en las afueras de la capital -propiedad de Mohammad Sohel Rana, empresario denunciado por sus vinculaciones con la gobernante Liga Awami- se derrumbó el 24 de abril. Un día antes, los trabajadores textiles habían tenido un enfrentamiento público con Rana, denunciando las graves grietas aparecidas en el edificio, en el que trabajaban miles de personas, confeccionando prendas para grandes marcas y tiendas como Adidas, El Corte Inglés, C&A, Kik, Walmart, entre otras.
“Las grietas eran visibles –dice El País de España-. La noticia había salido en los informativos del martes. La policía había ordenado al propietario del Rana Plaza que cerrara las puertas hasta que se realizara una inspección. Esas órdenes fueron desobedecidas. ‘Ninguno de nosotros quería entrar’.
“A primera hora de la mañana del miércoles, los trabajadores no querían entrar y se congregaron frente al edificio. Su dueño no hacía más que recordarles que no era nada serio, que el edificio aguantaría “100 años más”. Con megáfonos, los capataces les ordenaron que entraran y les recordaron, por si era necesario, que los que se quedaran fuera se quedarían sin paga. Ninguno de nosotros quería entrar. Los jefes llegaron con palos. Al final, nos obligaron a entrar”, dijo después un superviviente. “El edificio se vino abajo a las nueve de la mañana”, relata el periódico.
Miles de trabajadores salieron a las calles luego de lo sucedido, en varias ciudades del país, exigiendo la detención del empresario, y denunciando la complicidad del poder político, tanto nacional como municipal. Se enfrentaron con la policía, y atacaron la sede de la Asociación de Fabricantes y Exportadores de Ropa de Bangladesh.
Bangladesh ha pasado a ser el segundo productor mundial de vestimenta, detrás de China, sobre la base de bajísimos costos de producción, fundamentalmente por los miserables salarios que pagan estas fábricas y talleres que emplean a cerca de 4 millones de personas: 37 dólares al mes por jornadas de trabajo de hasta 15 horas al día. Esta industria de la confección, que genera el 80% de las exportaciones del país, es fuente de enriquecimiento en un sector de políticos y militares del régimen, que han dado vía libre a las más importantes marcas de ropa de los países imperialistas. Como dato, las organizaciones sindicales denuncian que las leyes laborales se violan sistemáticamente, y que hay sólo 18 inspectores del Ministerio de Trabajo para las más de 100.000 fábricas existentes en Dhaka.
Para algunos sectores, las muertes podrían ser muchas más, deliberadamente ocultadas por las autoridades, en lo que describen como un “asesinato masivo”. El dolor y la indignación ha ganado a la clase obrera y el pueblo de Bangladesh, que se ha movilizado masivamente este 1º de Mayo, exigiendo castigo a los culpables y mejores condiciones de trabajo.