En un exclusivo rincón de Tigre, donde se erige un complejo digno de magnates (con mansión, helipuerto y cancha de Futsal con todos los chiches), se disputa un partido de fútbol que, en realidad, es un hecho más político que deportivo. En pleno período de tranzas y roscas por las candidaturas presidenciales, y en el corazón del territorio de Massa, Tinelli pone sus jugadores al servicio de la competencia entre sectores de las clases dominantes. Él inclina la balanza, al menos es lo que los poderosos piensan, y lo que les preocupa. Esta vez, el ungido es Scioli: la foto del partido circula como escándalo y como confirmación de quién es el candidato del licenciado vice presidente de San Lorenzo de Almagro.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires fue el primero en ser imitado del “Gran Bailando”, la parodia de Show Match 2014, que mezcla lo que fuera el “Gran Cuñado” (a su vez parodia de “Gran Hermano”) del 2009 con el ya clásico certamen de baile “Bailando por un Sueño”. En aquel momento, De Narváez fue el ganador del programa, y también de las elecciones. Los grandes perdedores fueron los candidatos del gobierno. Hoy, aunque Scioli deba soportar las bromas de pésimo gusto sobre la falta de su brazo en el programa más visto de la televisión argentina, está dispuesto a comerse ese sapo (como tantos otros que vienen, sobre todo, de parte del kirchnerismo), porque sabe que si Tinelli lo transforma en un personaje simpático, lleva las de ganar.
Por arriba, por ahora todos parecen acordar en el análisis de la situación política hacia el 2015: el próximo presidente no será del riñón K. Y ahí se abren las compuertas para que se saquen los ojos entre ellos por quedarse con el trono. A Marcelo Hugo no le importa si la inflación hace insoportable la vida de los más pobres y los trabajadores, ni que el ajuste golpee fuerte abajo, o que empiece a escasear el laburo y se tengan que esconder las cifras de pobreza porque “el relato” hace agua. Ni siquiera le importaría que el actual gobierno pierda apoyo. Lo que le importa es el negocio: por eso va a golpear al gobierno K, a su manera. Si le hubieran dado –como prometieron- el tremendo botín del Fútbol Para Todos, sería el más oficialista del país. Como eso no pasó, y sangra por la herida, se va a vengar, siempre y cuando eso no le cueste el negocio. Porque ahora, el ultra K Cristóbal López es el dueño de su productora.
¿Esto está aprobado?
“Me llamaba profesor, me hizo sentir un maestro”, decía Tinelli en su primer programa, refiriéndose a Capitanich. Se victimizó porque le hicieron pensar ideas y un logo y lo dejaron afuera, sin demasiadas explicaciones. En tono de broma, les pidió a sus productores que no lo metan en líos con las imitaciones de los políticos, porque no quiere que pase lo mismo que con De la Rúa, quien le echó la culpa de haber tenido que irse, con lo “excelente” que había sido como mandatario. Se quiere hacer el inocente, hace propio el relato de muchos (oficialistas y opositores) que dicen que “Tinelli no define una elección”, pero después todos quieren operar sobre lo que se dirá de ellos en el programa. Él lo sabe, lo usa, lo disfruta. Así que, agárrense, porque esta vez está re caliente. Lo que demuestra que sus principios son tan firmes como un flan. Por la plata baila el “cabezón”, igual que el mono.
Tiene dos problemitas. Uno, que el rating no lo acompañó el último año que estuvo al aire, y las fórmulas que aplica este año no aportan nada novedoso para captar a la audiencia. Por ahora lo acompaña el viento de cola de haber arrancado, y de la expectativa que generó el hecho de que durante el 2013 se quedara sin pantalla y tuviera que volver con el caballo cansado al Grupo Clarín. El segundo problema que tiene es que ahora Cristóbal López es el dueño del 81% de la productora, y, salvo que el empresario muerda la mano de quien le da de comer, no va a poder ir con los tapones de punta contra el gobierno. Frente a la primera imitación (la de Scioli) Tinelli bromeaba y, como en todos sus chistes, colaba algo de lo que sucede, en serio. Preguntaba una y otra vez detrás de cámara si lo que iba a decir el personaje estaba aprobado. Alguna de las voces que se escuchan por detrás preguntó “¿Quién lo tiene que aprobar?”. Por respuesta, sólo obtuvo un gesto enigmático del conductor.