Abrió el telón, iluminó la escena y en un solo gesto desplazó al cineasta Jorge Coscia de la Secretaría de Turismo y Cultura y creando el Ministerio de Cultura para poner a su frente a la cantautora Teresa Parodi. Con un pronunciamiento rimbombante que luce atractivo y dulce a los oídos y necesidades populares y a los de la mayoría de los artistas, intelectuales y trabajadores de la cultura, CFK dijo: “Tiene que haber un espacio dentro del Ministerio para el mundo under de la cultura… única manera de buscar nuevos valores”. ¿Qué hay detrás del escenario? Seguramente jugadas a varias bandas. Una: desplazar a Jorge Coscia, con antiguas y recurrentes denuncias por despilfarro y sus insistentes elecciones “a dedo” para las producciones culturales estatales. Otra, seguramente será, reforzar consenso y credibilidad a través de actividades culturales y simbólicas que fueron instrumentos altamente significativos en estos diez años. Pero ¿qué otras? La jugada de CFK en cultura produce ese efecto contradictorio e interrogantes: ¿En qué medida se beneficia con esto a las grandes mayorías populares? ¿Deberíamos alegrarnos por la creación del Ministerio y el nombramiento de una reconocida artista popular? Por una parte, la creación del Ministerio de Cultura fue un propuesta y reclamo de larga data de los trabajadores de cultura, artistas, intelectuales y creadores de todo tipo –puntualizada y exigida en los Congreso Nacionales de Cultura que el mismo gobierno organizó– para garantizar el acrecentamiento del presupuesto y políticas nacionales y populares específicas en cultura. Por otra parte, debería ser alentador que para ello sea nombrada Teresa Parodi, reconocida cantautora popular, con quien hemos transitado la lucha antidictatorial en el Movimiento de Reconstrucción y Desarrollo de la Cultura Nacional, con quien confluimos en la lucha contra la política entreguista y privatista de Menem en los contrafestejos de los 500 años de la conquista española y luego en el Modacuna enfrentando las políticas culturales devastadoras y extranjerizantes neoliberales de Menem y De La Rúa, que implicó que muchos creadores y productores de cultura argentinos quedaran fueron de sus ámbitos específicos. Se mantiene la misma política cultural Sin embargo, nos preguntamos ¿Cuánto puede durar esta medida y cuál es su alcance siendo que se mantiene la misma política cultural? Política que aprovechando los reclamos de una cultura gratuita y democrática, implementa como único mecanismo privilegiado el de los espectáculos gratuitos, convirtiendo a la mayoría del pueblo en simples espectadores y no creadores y productores de su propia cultural. Propiciando el gasto de presupuestos faraónicos en shows multimediáticos mientras se reduce el presupuesto a las orquestas de niños, a los centros culturales, a los teatros independientes, a los talleres de canto, danza y música municipales, provinciales y nacionales. Una política de espectacularización que, siguiendo las leyes del mercado e industria cultural monopólica, deja afuera a muchos artistas mientras encumbra y selecciona solo a otros, a quienes beneficia con jugosos contratos en tanto su popularidad rinda beneficios para el consenso y el negocio cultural gubernamental, y que tarde o temprano se verán desplazados por otros cuya fama y reverencias cubran las expectativas del poder. El negocio cultural es lo que caracteriza a este gobierno, encubriéndolo en ropajes de nacional y popular, pero que en los últimos años promovió el turismo y los megaespectáculos favoreciendo con prebendas estatales a un pequeño número de personajes (avezados como Javier Grosman o inexpertos como Vitali) que vienen armando su grupo económico en cultura, haciéndose cargo de las producciones y espectáculos del estado, con sus servicios culturales (programación artística, sonidos, audiovisuales, producción escénica, etc.), en el manejo de exportación e importación de espectáculos, bienes e insumos para la actividad cultural, patrocinando artistas y grupos. Nuevos zares de la cultural que imponen tendencias y consumo culturales. Miles de jóvenes que se vuelcan a la danza, el canto, la música, la pintura y que quieren vivir de lo que producen, contratados para el festejo del Bicentenario, para Tecnópolis y otras presentaciones artísticas para el Estado, trabajan en negro, con contratos basura para empresas tercerizadas amigas de los K, muy eficaces a la hora de demorarle los pagos o achicarles los ingresos a estos jóvenes entusiastas en nombre de que trabajan de lo que les gusta. ¡Cuántos artistas, músicos y trabajadores subieron al escenario K y fueron bajados más o menos violentamente y sin saber por qué! Mientras que la cultura sea un negocio, cuyo circuito de difusión / distribución, exposición / exhibición y producción / creación esté regido por los grandes monopolios y por el poder que grupos económicos y gubernamentales tienen por el control del estado; mientras gran parte de nuestro patrimonio y recursos nacionales estén extranjerizados, mientras se mantenga el endeudamiento que succiona los ingresos de educación, salud y cultura, el entusiasmo será breve. El gesto de alegría durará hasta que el ajuste apague las luces del escenario de Cristina y lo encienda nuevamente en el escenario de las carencias más brutales de nuestro pueblo. La cultura nacional y popular, no es un producto externo al pueblo y no puede florecer en alianza con los acuerdos más o menos beneficiosos, más o menos democráticos con el que se nos presentan las inversiones supuestamente “piolas” en cultura que dejan grandes ganancias a unos pocos. La cultura nacional y popular requiere garantizar que el pueblo y sus artistas e intelectuales puedan decidir, con instrumentos democráticos, a través de las asambleas y delegados en sus teatros, centros culturales, escuelas, universidades, bibliotecas, cines, clubes deportivos barriales y provinciales, que puedan crear y producir a través de poner de manifiesto sus verdaderos sentimientos y pareceres, que puedan administrar, asignar presupuestos y reconocer a los artistas e intelectuales que los representan; y no que le sean dictados por quienes solo quieren aprovechar la cultura rica y variada de nuestro pueblo en su beneficio propio. Esto será posible en un país liberado y no dependiente como es la Argentina actual.