Cuando Hipólito Yrigoyen asume la presidencia, en octubre de 1916, los anarquistas venían de sufrir una derrota en el terreno gremial, ya que la corriente sindicalista había ganado la mayoría en la central sindical FORA en el 9° Congreso. Desde la FORA del V°, donde se mantenían nucleados los anarquistas, y desde los principales periódicos de ese sector, como La Protesta, se mantenían fieles a la prédica antipolítica característica de los ácratas. Partían de lo afirmado por Mijail Bakunin: “el sufragio universal… representa el medio más seguro para hacer que las masas cooperen en la construcción de su propia cárcel”. A esto confrontaba Federico Engels, cuando afirmaba, en nombre del marxismo que “Predicarles a [los obreros] el apoliticismo sería echarlos en brazos de la política burguesa”.
En nuestro país, dirigentes anarquistas como Malatesta habían planteado ya a fines del siglo 19 que “el derecho electoral es el derecho a renunciar a los propios derechos y por lo tanto es contrario a nuestra finalidad”. A mediados de la segunda década del siglo 20, el anarquismo se mantenía en estos “principios”, y predicó el abstencionismo en las elecciones que tuvieron lugar a partir de la Ley Sáenz Peña, en 1912, que llevaron en el 16 al triunfo del radicalismo. Un pequeño sector liderado por dirigentes como Bautista Fueyo y Santiago Locascio se alejó del abstencionismo proponiendo conformar un partido de trabajadores, para participar en las elecciones.
Se conocen contactos de radicales con anarquistas en los días previos al levantamiento de 1905, y algunos pocos dirigentes, como el educador Julio Barcos, conocido por ser impulsor de las “escuelas libres”, pasaron a tener posiciones cercanas al radicalismo, pero son los menos.
Alberto Ghiraldo, conocido escritor y dirigente anarquista, muchos años director de La Protesta, desmintiendo una supuesta candidatura favorable al radicalismo, decía categóricamente: “Yo, el anti parlamentarista, yo, el propagador acérrimo de la acción directa de candidatos, mezclado hoy en las listas pintorescas… ¡Por favor no!”. Pero como el radicalismo había logrado penetrar en las bases de los anarquistas, conquistando votos obreros, el dirigente de ese sector Abad de Santillán, se justificaba afirmando “la aureola que rodeaba al anarquismo había atraído a numerosos elementos que habían comprendido insuficientemente las ideas y que eran candidatos propicios a todas las desviaciones”. Desde los inicios del gobierno de Yrigoyen, el anarquismo denunció a la FORA del 9 Congreso por connivencia con el radicalismo.