El lunes 8 de diciembre no sería un feriado más, la madrugada de Villa Muñecas (Tucumán) se vio interrumpida por los gritos de Sandra al ver que alguien había entrado al patio de su casa; Rafael asustado toma un viejo pistolón y corre hacia donde estaba su mujer, allí se encuentra con un joven y le dice que se vaya, que estaba armado. Miguel Ángel no le hace caso y parece buscar entre sus ropas un arma. Rafael, asustado, dispara. Miguel Ángel, herido, escapa. Pero cuando intenta saltar la reja se desploma cayendo de cabeza a la vereda, camina unos metros y queda tirado en medio de la calle. Sandra llama inmediatamente al 107, pero la ambulancia llega una hora y media después, cuando Miguel Ángel ya estaba muerto. La policía se lleva detenido a Rafael.
Al día siguiente, un grupo de 50 personas (la mayoría jóvenes), se congrega en la vivienda, y quema neumáticos en el pasaje. Las piedras llovieron sobre la vivienda de Rafael y Sandra, y un cascote rompió la ventana de madera que da hacia el dormitorio, arrojaron neumáticos encendidos en el cuarto, y la cama se prendió fuego: “Eran varios, casi todos chicos, y tenían armas. Hicieron algunos disparos”, contó una de las vecinas.
Rafael y Sandra no viven en un country custodiados por ejércitos privados, no poseen alarma centralizada ni cámaras de circuito cerrado, no caminan por las calles con custodia. Ellos son dos trabajadores, trabajadores de la cultura, docentes; que con mucho trabajo y sacrificio lograron levantar su casa. Rafael, un creador comprometido con su pueblo y con su tiempo, venía de ganar la fiesta provincial del teatro con la obra “El Tiempo de las Mandarinas” donde relata con crudeza el tema de la trata de personas, la alegría del reconocimiento pareció esfumarse en el estruendo del disparo.
Es una realidad con nombre propio, de carne y hueso, no es un invento de los medios desestabilizadores ni el relato de un gobierno que se prevee en retirada. Es una realidad que nos toca directamente. El avance de las drogas en los barrios, que inundó a la juventud principalmente, cambió los códigos y destruyó el entramado social. Quienes vivimos y recorrimos durante años las barriadas más pobres de Tucumán sabemos que eso de que “no se roba a los vecinos” cambió hace muchos años, que “entregar todo” en caso de robo ya no es garantía de que evitemos una agresión, la droga destruyó todos los limites.
Al cumplirse un año del levantamiento policial que conmovió la provincia el tema de la mal llamada “seguridad” vuelve a ponerse sobre la mesa. Por un lado un Estado que entrelazado con el negocio del narcotráfico y la trata, que tienen en las cúpulas policiales sus principales aliados, y por el otro el pueblo trabajador.
Este es un tema que incomoda y duele, pero que es necesario debatir. Las grandes masas populares somos rehenes de un Estado que nos pone entre la espada y la pared, dejando por un lado a una masa de jóvenes sumergidos en la desocupación, la droga y el robo, y por otro a los trabajadores intentando defender su familia con lo que tienen a mano. Nadie elige salir a robar, como nadie elige matar a quien entra a su casa; puestos en esa disyuntiva no tienen salida, son rehenes de este estado de situación. Rafael, Sandra y Miguel Ángel son, cada uno en su medida, víctimas; mientras el gobierno sigue haciendo negocios jugosos e intentando garantizarse la impunidad de la mano de una justicia adicta.
Los familiares, amigos y conocidos se movilizaron de inmediato exigiendo la excarcelación de Rafael. Llegaron saludos y solidaridad de todos los rincones del mundo pidiendo por su libertad. Recién el tercer día detenido convocan a la única testigo para que brinde declaración, al día siguiente en horas de la noche lo liberan, “Sin el apoyo de la gente yo no estaría libre” decía Rafael al terminar su detención.
La justicia que lo detiene es la misma que semanas antes da el beneficio de la prisión domiciliaria a 34 de los 37 ex militares y policías condenados por masivos delitos de lesa humanidad en el marco de la Megacausa Arsenales I – Jefatura de Policía II, la misma justicia que condena a los ladrones de gallinas a años de cárceles, la misma justicia que mira para otro lado cuando se suceden una tras otras las denuncias de torturas a jóvenes en las comisarías, la misma que obstaculizó la investigación para conocer quiénes fueron los asesinos de Paulina Lebos.
El aparato policial tiene una esencia netamente reaccionaria, son funcionarios del aparato represivo del Estado; es a esta “institución” a la que algunos sectores le exigen seguridad. La misma policía que está entrelazada con el negocio de la trata, con los narcos, la que tortura en las comisarías, la que no dudó en generar los saqueos hace un año. Por ese camino las víctimas siempre serán del lado del pueblo.
Diciembre del 2013 demostró que el pueblo puede tomar la seguridad en sus propias manos, los vecinos en las esquinas frenaron los saqueos en los barrios. La cuestión del robo en los barrios y el grado de violencia que adquirieron producto del avance de las drogas, no es un problema individual sino colectivo, y es de esta manera como tenemos que abordarlo. Hay que aprender de la experiencia de Diciembre donde el pueblo Tucumano nuevamente demostró de lo que es capaz cuando se une y se organiza, ya que no fue el acuerdo entre la cúpula policial y el gobierno el que frenó los saqueos, fueron las barricadas y el pueblo organizado y armado en cada esquina el que lo hizo. Deberemos pensar entonces, colectivamente, como nos organizamos en los barrios para de esta manera poder recuperar la confianza en el otro, en el que vive a la par, en el que en definitiva comparte nuestros sufrimientos diarios y con quienes podremos transformar estos en alegrías.
Hoy la familia de Miguel Ángel llora su muerte, Rafael y Sandra pelean para seguir viviendo en su casa y para convivir el resto de sus vidas con esta tragedia. Mientras tanto el gobierno sigue imperturbable mirando para otro lado, festejando la década ganada.