El juez Díaz Gavier, al terminar la declaración del testigo Quiroga, agradeció a todos por el trabajo realizado en estos casi tres años que lleva el megajuicio de La Perla iniciado allá por diciembre de 2012. y que se tramita en el Tribunal Oral Federal Nº 1 de nuestra ciudad por el cual se juzga la intervención de 52 miembros de las fuerzas armadas y de seguridad. Producto de la lucha de la Comisión Permanente de Homenaje, la CCC y el PCR, se incluyó el caso de nuestro querido René Salamanca, secretario general del Smata Córdoba y dirigente del PCR, secuestrado el mismo 24 de marzo de 1976.
El testigo Miguel Quiroga hacía unos segundos, había narrado sus últimas palabras en un testimonio conmovedor. Él, junto al resto de los otros 579 testigos (entre los que también se encuentran compañeros de la Lista Marrón del Smata dirigido por René), terminaba la etapa probatoria en cuanto a los testimonios se refiere. “Venís a apagar la luz, me dijeron los guardias que me trajeron hasta acá”, expresaba Quiroga en la antesala del recinto donde se llevan adelante las sesiones de este juicio. Y nosotros allí presentes, al terminar de declarar, conversábamos con él.
“En ese entonces había bulla en el pueblo sobre que en los hornos habían muertos. Yo escuchaba de los mayores. Un día con mi hermano mayor, por curiosidad, fuimos hasta allí y él con el palo se pone a escarbar. Yo me quedo arriba y veo que me tira algo como en chiste y era la mano de una persona. Tenía mucho olor, todavía tenía uñas. Parecía la mano de un hombre… yo tenía 12 años, puede haber sido en el año 76…”
Junto a sus padres y hermanos, nació y se crió en un paraje llamado La Ochoa. Un pueblo hecho alrededor de una molienda de piedras, para trabajar las canteras, zona perteneciente al Tercer Cuerpo, en el mismo casco a 10 kilómetros del ex centro de detención clandestino. En octubre pasado, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) encontró restos óseos en los hornos ubicados allí. Son esos mismos hornos donde Miguel, junto a uno de sus hermanos, anduvo muchas veces. Unas, llevando animales que su familia tenía, para que pasten en la zona. Otras, para jugar. Es en esas circunstancias en que con su hermano mayor, encontraron “algo”.
Después de ese hecho, Miguel y su hermano nunca más hablaron del tema, ni dijeron nada en su casa, ya que les habían prohibido ir a ese lugar.
—¿Qué lo llevó a decidirse para dar su testimonio?
—Es algo que conté en el juicio, es como un peso que llevaba encima, por el sólo hecho de guardar silencio. Cuando se hizo el museo, me impactaron muchos escritos que hay ahí, muchas cosas. Entonces es cuando definitivamente me dije, no puedo llevar más esto oculto. Me decidí, tenía que hablar con alguien, es como un peso que tenía encima. Una señora me escuchó, me llevó con el director y hablamos.
Miguel sentía que era un deber que tenía que cumplir. Estar tantos años sin poder contarlo, era una carga muy grande. Cómo es esto de los juicios, ¿no? Las víctimas, y todos aquellos que quieren dar una mano o que vieron algo en esos años, son los que terminan sintiéndose culpables por no haber hablado antes. En vez de ser los asesinos quienes rindan cuentas por sus crímenes, son los ex presos, familiares, amigos y testigos directos como Miguel, quienes tienen que remover un pasado doloroso y sangriento.
Nuestra charla continuó: “Está bien, hubo muchos testimonios que como me dijo el director, no encontraron nada, pero yo le dije, tengo dos ojos en la cara y me juego uno y la mitad del otro que pueden encontrar algo. Soy creyente y le pedí a Dios que encontraran algo. Yo sabía que había allí algo. Supieron quiénes son y terminó la odisea para los seres queridos que tanto buscaron”.
“Siempre volvía a los hornos pensando que ahí había gente tapada. Pensé que tal vez les servía ese dato, por eso para el Día de la Memoria pasado decidí ir a hablar… humanamente me ponía en el lugar de los familiares. La conciencia me decía que tenía que hablar, me saqué una mochila grande que tenía de años”.
Se emociona, pero la firmeza de su testimonio le afirma la voz para seguir relatando lo que le tocó vivir. Que por más que parezca un hecho menor, nadie sospechaba que terminaría esclareciendo la identidad de cuatro personas. Expresa Miguel: “Yo les dije a los del museo, después que encontraron los restos si algún día se sabe quiénes son, me gustaría conocer a los parientes. Pensaba que iban a pasar muchos años, no sabía que iban a tardar tan poco en reconocerlos. La ciencia ha avanzado y bienvenido sea para los familiares, y para mí también porque tuve el agrado de conocer a muchas personas que me brindaron un abrazo. En ese abrazo se reflejan muchas cosas; agradecimientos, tristezas. Pude compartir con ellos, tenía un nudo en la garganta.
—¿Qué mensaje le daría a esa gente que en esa época vio algo, conoce algo, por más mínimo que sea, aún hoy cuando se van a cumplirse 40 años del golpe y no han hablado?
—Que se animen a hablar. Lo que yo viví conociendo a los parientes de los desaparecidos, es único. Es algo que no tiene explicación, aunque yo me imaginaba algo así. Hay personas que aún esperan un hijo, un hermano, un ser querido. Tener una noticia de algo aunque sea, por lo menos algo.
Nos fuimos pensando que después de casi tres años, los testimonios han sido muchos, variados, contundentes. Verles las caras a las lacras asesinas, también es una forma de fortalecerse. Seguro para los testigos estar allí, frente a ellos, no ha sido fácil, pero cada uno tuvo la entereza suficiente como afrontar ese momento.
El juicio pasa a otra etapa. En el 2016, se cumplirán 40 años del golpe genocida más grande y sangriento que asoló nuestra Patria. Y también 40 años de la desaparición de René Salamanca. Fue uno de los mejores hijos que ha dado la clase obrera argentina. Exigimos que allí pueda dilucidarse quiénes se llevaron a nuestro querido René; cómo; bajo las órdenes de quiénes. Por qué. Y que tengan castigo.