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02 de March de 2016

El Manifiesto del Partido Comunista apareció en Londres, en febrero de 1848, como la plataforma de la Liga de los Comunistas. Esta fue una asociación obrera, primero exclusivamente alemana y después internacional. Una organización inevitablemente secreta, dadas las condiciones existentes en el continente europeo antes de 1848. Por esa misma razón, la primera edición se hizo en Inglaterra.

El Manifiesto del Partido Comunista

Apareció en febrero de 1848

En el Congreso de la Liga de los Comunistas realizado en Londres en noviembre de 1847, Carlos Marx y Federico Engels fueron encargados de preparar un programa detallado del Partido, a la vez teórico y práctico. El manuscrito en alemán fue completado en enero de 1848 y enviado a Londres para su impresión, pocas semanas antes de la Revolución Francesa del 24 de febrero de 1848. La traducción al francés fue publicada en París en vísperas de la insurrección de junio de 1848. La primera traducción en inglés apareció en Londres, en 1850, en el Red Republican. También se hizo inmediatamente una edición en polaco y otra en danés; luego en ruso en 1869.
“El Manifiesto tiene su propia historia –escribió Engels en 1890–. Recibido con entusiasmo en el momento de su aparición por la aun poco numerosa vanguardia del socialismo científico (como lo prueban las traducciones citadas en el primer prefacio) fue pronto relegado a segundo plano a causa de la reacción que siguió a la derrota de los obreros parisinos, en junio de 1848, y proscripto ‘de derecho’ a consecuencia de la condena de los comunistas en Colonia (Alemania), en noviembre de 1852. Y al desaparecer de la arena pública el movimiento obrero que se inició con la revolución de febrero, el Manifiesto pasó también a segundo plano.
“Cuando la clase obrera europea hubo recuperado las fuerzas suficientes para emprender un nuevo ataque contra el poderío de las clases dominantes, surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores. Esta tenía por objeto reunir en un inmenso ejército único a toda la clase obrera combativa de Europa y América. No podía, pues, partir de los principios expuestos en el Manifiesto. Debía tener un programa que no cerrara la puerta a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles, y a los lassalleanos alemanes. Este programa –los considerandos de los Estatutos de la Internacional– fue redactado por Marx con una maestría que fue reconocida hasta por Bakunin y los anarquistas. Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el Manifiesto, Marx confiaba tan solo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrota, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera. Y Marx tenía razón”.