Argentina es un país que tiene, en cuanto a riesgo de catástrofes por fenómenos naturales, la mayor posibilidad en las catástrofes por inundaciones. Es uno de los seis países del mundo con más posibilidades de que ocurran.
Argentina es un país que tiene, en cuanto a riesgo de catástrofes por fenómenos naturales, la mayor posibilidad en las catástrofes por inundaciones. Es uno de los seis países del mundo con más posibilidades de que ocurran.
Esto, que ya fue estudiado por Florentino Ameghino, entre otros, no ha significado de parte del Estado la adopción de políticas específicas al respecto, por lo que cada vez que hay un fenómeno extremo de la naturaleza, empiezan a improvisar los funcionarios de turno, haciendo que cada inundación, vuelva a ser la primera. Salvo el sistema de alerta e información del Instituto Nacional del Agua (INA) de hecho, no hay nada.
Por eso cada vez que hay una lluvia importante, hay una catástrofe. En las cuencas chicas, como la del Río Luján, las reacciones son muy rápidas, y como se ha hecho todo lo necesario para agravar la inundación, construyendo criminalmente barrios en el valle de inundación del cauce, deforestando, derivando aguas para secar el predio propio sin importar el otro, los daños que se generan son proporcionalmente mayores.
Eso lo conocen muchos argentinos que viven bajo zozobra cada vez que hay un pronóstico de lluvia con alerta meteorológico. Cuando esas prácticas se hacen en grandes cauces, como el Río Paraná, uno de los más grandes del mundo, afectando su cuenca con esas mismas prácticas criminales, los daños son más permanentes y graves.
El brutal desmonte par a dar lugar principalmente a la sojización de millones de hectáreas en Brasil, Paraguay y Argentina e incluso la zona chaqueña de Bolivia, ha modificado el régimen de aguas, agravando en el origen el escurrimiento. Así, un cauce menor, como el Bermejo, o el propio Río Paraguay, con una misma lluvia en 1983, año de un fenómeno Niño similar al actual, genera hoy el doble de caudal actualmente, según afirman los técnicos del INA, llegando a 7.000 m3 por segundo, volúmenes que no había posibilidad antes que se dieran, porque los árboles con sus raíces generan una retención profunda de las aguas de lluvia, cosa que, por supuesto, ahora no ocurre.
Y por el otro extremo, donde el río desagua al Río de la Plata, en el Delta del Paraná, que tiene una superficie de 17.000 km2, equivalente aproximadamente a la mitad de países como Bélgica, Suiza, Dinamarca, Delta que tiene su otra margen con la zona más poblada del país, se ha desencadenado una verdadera ley de la selva, donde compiten rutas mal planeadas, diques y barrios “privados” en deformar el valle de inundación, generando distintos efectos que retienen las aguas, o las elevan del nivel natural, agravando todas las consecuencias de las inundaciones.
La apropiación de las tierras del Delta ha sido bestial, así, caso único en el mundo, hay a 100km o 150 km de la Capital Federal, campos de 50.000 has, o de 30.000, siempre en propiedad de representantes del capital financiero. Construyen diques monstruosos, como el de Estancias del Ibicuy de 27.000 has, que es propiedad de la sucesión de Pedro Pou, que para graficar lo absurdo, cuando se rompió en el curso de esta inundación, ¡el intendente de Gualeguay festejó! Lógicamente, ese dique que se encuentra en la desembocadura del Río Gualeguay en el Paraná Ibicuy, obstruye el desplazamiento de las aguas, agravando el riesgo de que la ciudad de Gualeguay se inunde, como ya ocurriera en episodios anteriores.
En nombre de la “producción”, el “progreso”, el “trabajo”, etc., se han hecho tremendos negocios inmobiliarios en estos últimos 10 o 12 años, que consisten en la adquisición de importantes superficies, 5.000 has, otras de 3.000 que son totalmente endicadas, para hacer soja, maíz o para ofrecerlas como “chacras productivas” endicando la totalidad, cerrando los cauces menores del sistema hídrico del Delta, ocupando el valle de inundación, con lo que las inundaciones, que han construido en alrededor de 5000 años el Delta, tienen mayor nivel y mayor duración que lo que la naturaleza impone.
Esos inversores parece que no pueden, por ejemplo, si compran cinco mil hectáreas, hacer dos diques de 1000 hectáreas cada uno, dejando cauces y valle de inundación, tienen que cerrar todo para que “le cierren los números”. Por eso se oponen a cualquier tipo de estudio o de intervención, incluso, de los propios organismos técnicos del estado.
Lo impresionante es que, hasta los propios norteamericanos, que han hecho esa barbaridad –que se hace ahora en el Paraná– con el cauce del Mississippi, advierten que en nuestro Delta aún el proceso es reversible. La ocupación del valle del Mississippi creó las condiciones para que, ante el huracán Katrina, se rompiera el dique que debieron construir y se inundara Nueva Orleans.
Algo que es un privilegio enorme, contar con las mayores reservas de agua dulce del planeta, se convierte en una tragedia en manos de terratenientes y el capital financiero que sólo buscan cómo hacer mayores negocios, sin medir consecuencias.
Urge una política ambiental que preserve los maravillosos recursos naturales de nuestra patria y que tenga una política concreta ante las catástrofes naturales, política que las mitigue, no que las agrave.