Se libró en las trincheras de Curupaytí , que se extendían a lo largo de unos 10 Km. Uno de sus extremos se apoyaba en el río Paraguay, algunos kilómetros al sur de la fortaleza de Humaitá (“la Sebastopol de América”). Estaban asentadas en uno de los pocos lugares altos de todo el “cuadrilátero”, en que se decidió lo fundamental de la guerra. Territorio absolutamente cubierto por esteros al punto que los principales localidades son “pasos” (Paso Pucú) o “islas” (Isla Umbú). Hoy es habitado por muchas mas vacas, pero no muchos más hermanos paraguayos que antes de la guerra.
El 22 de setiembre se enfrentaron allí 20.000 soldados “aliados” (argentinos, brasileros y algunos uruguayos) contra un ejército paraguayo considerablemente inferior en número como en armamentos.
El Ejército aliado era comandado por el mismísimo General Mitre, que había afirmado al declararse la Guerra: ¡En 24 horas a los cuarteles, en quince días en Corrientes, en tres meses en Asunción!
Envalentonado por las batallas anteriores, aconsejado por la soberbia de los “Ilustres varones porteños”, sediento de gloria y disputando con los brasileros el reparto del Paraguay, mandó a su ejército brillante de botas y uniformes europeos, al asalto de las trincheras defendidas por soldados con quepís, chiripás y “en patas”.
La batalla comenzó antes del mediodía, y cuatro horas después el ataque había sido rechazado y había sido destruida la flor y nata de las fuerzas “aliadas”, en particular las argentinas que habían encabezado el ataque con el batallón 1º de Santa Fe y el Rosario. Que al igual que el resto de la tropa, habían sido conseguidos con levas forzosas. Muchos de los reclutados conducidos con grilletes, en medio de la resistencia de las provincias, las fugas, los motines y los fusilamientos.
Las cifras verdaderas de la batalla no se conocen. En primer lugar porque todos los archivos paraguayos, desde la colonia, fueron robados por el Imperio del Brasil al término del exterminio de la ciudad mártir de Piribebuy ( 3ª capital durante la guerra) y hasta el día de hoy permanecen junto con los documentos brasileros de la campaña, bajo absoluto secreto en el Ministerio de Relaciones Exteriores del Brasil.
Aún los mitristas, como el rosarino De Marco, ex presidente de la Academia Nacional de la Historia, no pueden menos que reconocer 4000 bajas aliadas, y la mayoría de los autores las consideran entre 7.000 y 10.000, la mayoría argentinos. Las bajas paraguayas fueron menos de cien.
Las consecuencias
Como consecuencia de la derrota, la guerra se prolongó por dos años más en el cuadrilátero y cuatro en total. Mitre tuvo que volver a Buenos Aires y entregar la hegemonía de las tropas a los mandos brasileros (primero Caxias y luego el Conde de Eu) más voraces y sanguinarios, si eso fuera posible, que los generales argentinos.
El supuesto paseo hasta Asunción se transformará en una guerra de exterminio, con cinco años posteriores de ocupación brasilera.
Con episodios de crueldad y heroísmo ocultados incluso por las propias clases dominantes paraguayas. Para llegar hoy a las trincheras de Curupaytí, que han resistido el paso de 150 años y son perfectamente distinguibles, hay que recorrer 60 Km. de camino de tierra y diez de camino de estancia, para encontrarse con tres pequeños monumentos bastante abandonados.
Episodios como el exterminio de la ciudad de Piribebuy donde mataron a los hombres y mujeres y, al término del combate, incendiaron el Hospital de Sangre con los heridos y enfermeras adentro
O la batalla de Acosta Ñu, donde más de 10.000 aliados aniquilaron un ejército de 4000 combatientes, con un solo escuadrón de veteranos y el resto niños de no más de 13 años. Al término del combate, quemaron el pajonal para que murieran los heridos y las madres que acompañaban a los soldados niños, que iban a rescatarlos. Hoy se celebra el Día del Niño paraguayo en la fecha de la batalla.
O la persecución del Mariscal Francisco Solano López rodeado de los últimos combatientes y su familia. Realizada con miles de soldados “aliados” hasta Cerro Corá, donde lo matan junto a dos de sus hijos para escarmentar la memoria de la epopeya para siempre.
En palabras del oficial argentino José Ignacio Garmendia, después de la caída de la fortaleza de Humaitá, el 5 de Agosto de 1868:
“Lo demás de la guerra fue una agonía `prolongada; la de una fiera que, acosada y herida, emplea sus últimas fuerzas en bravío combate contra la numerosa jauría que la acosa.
El pueblo paraguayo, en esta última época, presentó un ejemplo que aún la historia de los tiempos modernos no revista otro igual: un último ejército de inválidos, viejos y niños de diez a quince años, combatiendo bizarramente contra fuerzas superiores y muriendo como si fueran soldados, en los campos de batallas que no concluían sino para volver a dar comienzo, entre la agonía de los moribundos y el horror del degüello sin piedad”.
Los beneficiarios de la tragedia
Al término de la guerra, la inmensa mayoría de las tierras, incluyendo “las “estancias de la patria”, son propiedad de ingleses y terratenientes brasileños y argentinos (entre ellos el rosarino Casado del Alisal, fundador del Banco de Santa Fe), los ferrocarriles y sociedades pasan a ser inglesas, el gobierno Argentino se anexa lo principal de la actual Provincia de Formosa y el Brasil, la zona Norte, corriendo la frontera hasta el río Apa.
El episodio de Madame Lynch, última compañera del Mariscal, nacida en Irlanda, a punto de ser fusilada junto a los cadáveres de su esposo y de sus hijos, y diciendo “a mí no me pueden matar porque soy inglesa”, revela al servicio de quien, en última instancia, los oligarcas argentinos y brasileros exterminaron a los hermanos paraguayos y derramaron la sangre de decenas de miles de soldados argentinos. Como si continuara el mandato de Sarmiento de “no ahorrar sangre de gauchos”. Y junto con ellos, su propio hijo, Dominguito Sarmiento caído en Curupaytí.
Las cifras de población de Paraguay antes de la guerra, oscilan según los autores entre 1.000.000 y 500.000 habitantes. Al finalizar la guerra quedaban no más de 120.000 con menos del 10% de varones, al punto de obligar a que tanto el Estado como la Iglesia oficializaran la poligamia.
¿Por qué se oculta esta guerra?
Para ocultar el carácter asesino y genocida del imperialismo, cuando están en juego los mercados, las ganancias, el “libre comercio”, el reparto del mundo, aun cuando fueran desafiados por un pequeño país americano y mediterráneo, decidido a avanzar de un modo independiente.
Y para ocultar los prodigios de heroísmo de los que son capaces las mujeres y los hombres por su libertad y su independencia. Un pueblo que siguió a López hasta el fin, al margen de sus errores y algunas de sus concepciones.
Para los revolucionarios y el pueblo argentinos, es igualmente importante reflexionar sobre las consecuencias de esa guerra para nuestra Nación:
La consolidación de un modelo terrateniente, exportador, genuflexo con el imperialismo de turno. De las clases dominantes, que se enriquecieron sin medida con el comercio de la tragedia, que la utilizaron para liquidar lo mejor de los caudillos federales y tomaron envión para lanzar la campaña de exterminio de los originarios. Todo en aras de consolidar un Estado, “su” Estado, cuyos rasgos principales se continúan hasta nuestros días.