En la casa de Nati la pobreza a veces duele. Duele mucho.
Nati es mamá de un bebé de año y medio. Tiene 6 hermanos, un papá fallecido hace dos años, una mamá que sobrevive de planes sociales.
En la casa de Nati la pobreza a veces duele. Duele mucho.
Nati es mamá de un bebé de año y medio. Tiene 6 hermanos, un papá fallecido hace dos años, una mamá que sobrevive de planes sociales.
Eso que a veces suele llamarse fatalidad ahora le ató un nudo en la garganta: su hermano, único con ingreso más o menos estable de dinero en la casa, quedó sin trabajo. Estaba empleado en una empresa de colectivos, tuvo un accidente, lo intervinieron, algo falló, volvieron a intervenirlo, seis meses inactivo y lo que siguió fue lo que nadie esperaba: el telegrama de despido. Desde hace tres días, comer se ha vuelto un tema complicado en la casa de Nati.
Nati, una piba que va a tercer año, le mandó un whatsapp a Luis, el vicerrector de la escuela secundaria a la que asiste, en el sur de la ciudad: “Hola, Profe. No podré ir hoy. Ando descompuesta”.
Eso dijo Nati. Que anda descompuesta. Después, con esa gramática mañosa de los chicos que se acostumbran demasiado al texto virtual, explicó por qué. “Por q ase tres días que no como. Ni yo ni mis hermanos. No hay plata y mi hermano está sin trabajo”.
Nati debía rendir examen de Biología. Y eso la preocupaba tanto como el hambre. No fue a clase, claro. Tampoco pudo rendir el examen de Biología.
“Le pedí al profesor si me lo puede tomar como trabajo práctico ya q se me ASE difícil estudiar con el estómago vacío. Pero no me contestó nada el viejo”. Duelen las palabras de Nati.
Le dolió leerlas a Luis, el vicerrector. “Me puse triste. Y me dije: qué tema estudiar con hambre”. Luis juntó lo que encontró en la alacena de la casa. Florencia, la psicopedagoga, hizo lo mismo. Y armaron un bolsón, modesto. Lo comentaron con el resto de los profesores. Hubo una colecta y compraron más alimentos. Se los dejaron en casa de Nati. La escuela es muchas veces eso también.
Florencia, la psicopedagoga, cuenta una historia. En mayo, una chica de segundo año también se descompuso. Se descompuso de hambre y neumonía. “Enferma, la piba seguía yendo a la escuela por el té y la galleta”. Esa vez, el “equipo”, como llama al gabinete donde hay psicólogo, psicopedagoga, asesora pedagógica, trabajadora social, decidió ocuparse de un tema que los excede: dar forma a lo que ahora llaman como “canasta solidaria”.
Cada docente pone algo de dinero de su bolsillo, arman un fondo común y alguien va y hace las compras en un mayorista, y se asiste al alumno con mayores carencias, con más dificultades, que va a clase con hambre.
Lo mismo pasa con la tarjeta de colectivos. “Si no tienen para comer, menos van a tener para el colectivo” deduce Florencia. En invierno, procuraron frazadas, colchones, y ahora quieren ir por el comedor escolar todos los días. Los fondos que reciben del Estado apenas alcanza para dar una galleta a los alumnos, a veces un trozo de queso, en ocasiones, servirles un té. Poco más.
Luis, el vicerrector, dice que el hambre rodea a su escuela, una escuela en la zona sur de la ciudad. “Esto pasa siempre. Te encontrás con chicos descompuestos por el hambre, con chicos que faltan porque no tienen calzado para ponerse. Hacemos ferias, venta de ropa, juntamos comida entre los profes, hacemos de todo, pero a veces no alcanza”. Nati, por ejemplo.
Nati faltó el martes. La escuela no puede darle más que un puñado de saberes, algo de contención, pero no puede servirles un almuerzo. Esta escuela del sur de la ciudad no da un plato de comida. Solamente pueden dar una galleta. Eso dice el vicerrector. Lo dice y vuelve a leer los mensajes de Nati.
Nati le escribió: “Estoy re descompuesta Profe. Estoy esperando q abra el quiosco a ver si me da anotado”. La historia de Nati es así: tiene final abierto. Muy abierto.