Noticias

08 de February de 2017

Los ciclos de las crisis capitalistas en esta época del imperialismo se vienen repitiendo desde la Gran Crisis de 1929/30 con una periodicidad de 7 a 8 años, con desigualdades en su desarrollo según las situaciones específicas de las economías componentes de la economía internacional, la particularidad de los sectores en los que se manifiesta la sobreproducción en cada uno de ellos y a escala internacional. No se termina de salir de una crisis cuando ya se está incubando la siguiente, con las particularidades que haya tenido en cada caso la salida de la crisis anterior.

La economía mundial

¿En vísperas de una nueva crisis?

 

 
La economía mundial capitalista enfrenta una situación depresiva signada por la debilidad de la recuperación de la economía norteamericana desde la crisis de 2008/09, las sucesivas crisis de 2011/12 en la Eurozona y en Japón, el frenazo en el crecimiento de la economía china desde 2014 y la inmediata crisis de sobreproducción en importantes sectores de la economía mundial desde las materias primas vegetales y minerales (incluyendo el petróleo) hasta en industrias básicas como en el hierro y el acero, el vidrio, las construcciones navales, etc.
Todo esto se ha traducido en un debilitamiento general del comercio mundial cuya tasa de crecimiento disminuyó de 5% anual a 2,5% ya en 2015 y a 1,5% en 2016. Y como la situación depresiva de la economía mundial ha agudizado la guerra comercial y de divisas entre las distintas potencias imperialistas, las perspectivas para 2017 ya eran desalentadoras. Más aún después del ascenso al gobierno por Trump en Estados Unidos.
El débil crecimiento de la economía norteamericana ya se había reducido en 2016 a apenas un 1,2% anual del PIB, inferior al crecimiento de su población. La baja en la tasa de desempleo al 4,7% que muestran las estadísticas ha sido producto del abandono en la búsqueda de trabajo; en la industria hoy hay 7 millones de obreros menos que en el año 2000. La tasa de inversión estadounidense es la más baja en 70 años: apenas un 15% del PIB. El giro al proteccionismo inaugurado con Trump, si bien puede traer un estímulo inmediato para recuperar la inversión, significará un serio golpe para su comercio exterior, que por su peso golpeará con fuerza al conjunto de la economía mundial, a cuyo hundimiento no podrán escapar los propios Estados Unidos, como ocurrió en 1929 con la política proteccionista de Hoover, graficada como “recuperarse a costa del empobrecimiento de sus vecinos”.
En cuanto a la economía china ya viene ajustando su crecimiento de la mano de la revaluación del yuan frente al dólar, que le implica dificultades crecientes en sus exportaciones y una acentuada fuga de divisas, pese al aumento de los controles gubernamentales. Con un índice de 6,9%, en 2015 el crecimiento del PIB de China fue el más bajo en 25 años, para 2016 se estima en dos décimas inferior, y aún más bajas para 2017 y 2018.
Un problema estructural del capitalismo de China es que el consumo interno no alcanza al 30% del PIB cuando en la mayoría de los países supera el 70%. Y que la calidad de la inversión es tan baja que, aunque representa casi el 50% del PIB, no alcanza para sostener una tasa de crecimiento del 7% anual. Las “tasas chinas” pudieron sostenerse con una política agresiva de exportaciones, respaldada en las inversiones y en la diplomacia con una presencia militar cada vez más activa en el mundo, con un crecimiento geométrico de la capacidad militar en armas convencionales, renovación del armamento nuclear y tecnología espacial.
 
Crecientes turbulencias desde 2014
De la crisis de 2008/09 se ha venido “saliendo” a los tumbos, con recaídas profundas como en la mayoría de los países de Europa, con un empapelamiento de dólares y una hipertrofia del sector financiero, que ha hecho que éste crezca en una magnitud totalmente desfasada de la débil y oscilante recuperación económica, en particular de los Estados Unidos, la principal acreedora del mundo.
La “lluvia de dólares” sobre el mundo, y la mejor posición relativa del Sudeste y Sur de Asia, en particular de China pero también de otros grandes países como Indonesia e India, con una “cantera” de mano de obra superexplotable que permitió una acumulación de plusvalía absoluta sin precedentes entre la crisis de 2001 y 2008/09, corrió el eje del crecimiento económico del mundo del Atlántico al Pacífico. Esto hizo que asistiéramos a un boom en los precios de las materias primas (vegetales y minerales) que, pese a la breve interrupción en 2008/09 se sostuvo de manera creciente hasta prácticamente 2014, cuando el crecimiento de la oferta estimulada por esos altos precios comenzó a manifestarse como una superproducción relativa (“sobreoferta” en término de los mercados).
Ya a comienzos de 2014 la simple disminución de la emisión de la moneda estadounidense comenzó a hacer temblar los mercados financieros y monetarios en todo el mundo. Esto, junto al debilitamiento relativo del crecimiento de China, con una superproducción relativa manifiesta en particular en la industria siderúrgica, comenzó a hacer hundir los precios de materias primas como el hierro y el carbón. Crisis de superproducción que se extendió luego a la abrupta caída del petróleo y de la mayoría de los productos minerales y agrícolas, con mayor énfasis en los de uso alternativo al petróleo como el biodiesel y el etanol (en particular la soja en un caso, y el maíz y azúcar en el otro).
Otro elemento que está tras los sacudones de las bolsas, que se viene dando desde 2014, por las recaídas en Europa y Japón y el debilitamiento del crecimiento de China, es el efecto disruptivo del fortalecimiento relativo del dólar que acompaña la fase de recuperación del ciclo de la economía estadounidense, que llevó a que la FED, el banco central estadounidense, realizara su primera subida de tasas de interés desde 2006 (previo a la crisis de 2008-9), lo que comenzó a revertir el flujo de capitales desde los llamados países emergentes.
El todavía tímido cambio de dirección de los capitales globales ya ha impactado seriamente sobre los países con grandes déficits por cuenta corriente, como Turquía, Sudáfrica y Brasil. Las grandes corporaciones en los llamados países emergentes emitieron alrededor de 375.000 millones de deuda internacional entre 2009 y 2012, más del doble que en los cuatro años precedentes a la crisis financiera de 2008, según los datos del Banco Internacional de Pagos (BIS).
En esta nueva fase del ciclo capitalista es necesario destacar el tremendo agigantamiento de los sectores financieros, con las consiguientes burbujas especulativas, del endeudamiento de los Estados y de los Bancos Centrales de los países imperialistas y del agotamiento de sus políticas monetarias –con los que vinieron sobrellevando los efectos de la crisis de 2008/09–, que los dejan sin instrumentos para afrontar la nueva crisis, como se manifiesta no sólo en Rusia y en China sino sobre todo en la magnitud de los endeudamientos públicos y de las emisiones monetarias en los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, sin que ello produjera una reavivación cierta de la demanda y sus economías siguen atrapadas por las tendencias deflacionarias.
Los vaivenes de las Bolsas en China, desde el 12 de junio de 2016, volvieron a poner de relieve las limitaciones de las políticas monetarias para la recuperación económica en el capitalismo y cómo esas políticas generan tremendas burbujas financieras especulativas. También que esas políticas resultan impotentes para frenar la posterior nueva crisis.
Los ciclos de las crisis capitalistas en esta época del imperialismo se vienen repitiendo desde la Gran Crisis de 1929/30 con una periodicidad de 7 a 8 años, con desigualdades en su desarrollo según las situaciones específicas de las economías componentes de la economía internacional, la particularidad de los sectores en los que se manifiesta la sobreproducción en cada uno de ellos y a escala internacional. No se termina de salir de una crisis cuando ya se está incubando la siguiente, con las particularidades que haya tenido en cada caso la salida de la crisis anterior.
Tanto por el agigantamiento de los mercados financieros y el superendeudamiento (público y privado) que nos ha legado la crisis de 2008/09, como por el fin del superciclo de las materias primas agrícolas y minerales (que se dio con la derivación de gran parte de los fondos especulativos hacia el aumento de su producción, con el caso más notable en el petróleo del shale en Estados Unidos, las arenas bituminosas de Canadá y las profundidades del Mar del Norte), la crisis que se avecina podría ser aún más profunda y prolongada que la de 2008/09, en particular para “el mundo en desarrollo” (es decir, los países de América Latina, Africa, Asia y Oceanía). China ya no podrá ser la locomotora que alivie las cargas como fue entonces –aun cuando pudiera atemperar los efectos de la nueva crisis con sus gigantescas reservas–, ya que ha agotado su ciclo largo de acumulación primitiva sin poder aumentar el número de personas incorporadas a la explotación capitalista (la India no puede llegar a reemplazarla, aunque no haya tenido la limitación del control de la natalidad que también comenzó a afectar a China).