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10 de May de 2017

Extractado del editorial del programa La Brújula de la Semana del 29/04/17, Wox FM en el 88.3 / www.wox.fm

Macri, Trump y las cosas en su lugar

“Yo le voy a hablar de Corea del Norte, Macri me va a hablar de limones”

La visita de Mauricio Macri a Estados Unidos, la primera en la era Trump, podríamos decir que más allá de los discursos oficiales y los partes de prensa, puso las cosas en su lugar. O por lo menos en el lugar que las grandes potencias pretenden darle.

La visita de Mauricio Macri a Estados Unidos, la primera en la era Trump, podríamos decir que más allá de los discursos oficiales y los partes de prensa, puso las cosas en su lugar. O por lo menos en el lugar que las grandes potencias pretenden darle.
La relación entre ambos países, si bien ha variado en intensidad en el tiempo, en lo esencial se ha mantenido estable. En Argentina están instaladas más de 400 compañías de capitales norteamericanos, muchas de las cuales prometieron inversiones antes de la llegada de Macri al poder, que todavía se espera sean concretadas.
Pero incluso sin la “lluvia de inversiones” que prometió el macrismo, confiado en una relación carnal con Estados Unidos, la nación gobernada ahora por Trump sigue siendo el principal inversor en Argentina, con un stock de U$S19.800 millones. Un 24% del total, según señala un documento de la Cámara Argentina de Comercio de los Estados Unidos en Argentina (Amcham).
La mayor parte de las inversiones yanquis en nuestro territorio tienen que ver con la industria petrolera y la petroquímica. Ante esta realidad, Macri viajó ilusionado en traer algunos anuncios vinculados a la llegada de más capitales americanos a Vaca Muerta, la última alhaja de la abuela que queda por vender. Si bien las ilusiones eran fundadas, por la composición esencialmente petrolera del gabinete de Trump, la cosa quedó en ganas.
Tratar de entender la nueva relación entre Estados Unidos y Argentina, al margen de la nueva situación de la economía mundial y la guerra comercial en desarrollo, sería como tratar de entender qué fue a hacer Macri allá a través de las notas de los principales diarios argentinos, que hablaron más del vestido de Awada y Melania, del menú de chorizo y los limones, que de los verdaderos problemas comerciales que se discutieron en el Salón Oval.
Sorprendió a muchos medios locales que la gira presidencial comenzara con Mauricio Macri junto al CEO de Techint, Paolo Rocca, inaugurando la ampliación de la planta de Tenaris en Bay City, con una inversión de U$S1.800 millones. Inversión que generará 600 puestos de trabajo para el país del norte.
La sucursal de Tenaris está ubicada a solo 800 km de las principales zonas para exploración de hidrocarburos no convencionales, y apuesta a abastecer de tubos la exploración y la producción shale en Estados Unidos.
Solo pueden sorprenderse aquellos que vean esta inversión como una cuestión por fuera de la guerra comercial, y que no hayan tomado nota de algunos otros anuncios de estos últimos meses. Repasemos.
Esta misma semana el gobierno de Donald Trump anunció una ambiciosa reforma fiscal con fuertes rebajas de impuestos a empresas; que el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, consideró como la mayor de la historia de Estados Unidos. 
El plan se basa esencialmente en reducir de 35 a 15% los impuestos a las empresas. Reforma totalmente entendible en el marco de la pelea de Trump por repatriar a las empresas que se desperdigaron por el mundo en busca de mejor rentabilidad, durante los años dorados de la globalización.
Pero con el caso Techint, hay otro agregado, porque en el medio está China que produce el 50% del acero mundial y tiene una sobrecapacidad instalada de alrededor de 400 millones de toneladas.
Fue el mismo Paolo Rocca el que hace menos de un mes aseguró que “el caso de China tiene distorsiones, subsidios y una intervención del Estado que crea un plano inclinado con el cual es muy difícil competir”. El empresario aseguró que en Argentina es necesario “producir bienes industriales manufacturados sin la amenaza permanente que proviene de países que no respetan reglas de mercado”; como sería el caso de China.
Incluso Rocca llegó a remarcar la necesidad de que “Argentina siga en el marco continental, incluido Estados Unidos que se mantiene muy firme en explicar por qué la economía china no es una economía de mercado”. Haciendo así referencia a que en febrero pasado el Departamento de Comercio de Estados Unidos anunció que impondría sanciones, desde el 63,86% hasta el 190,71%, a productos de acero inoxidable de China, tras realizar una investigación antidumping y antisubsidios.
Recapitulando, don Paolo no solo invierte en Estados Unidos por las promesas de Trump de bajarle impuestos, sino que además parece seducido por una política de cierre de fronteras prometida por el hombre del peluquín naranja.
 
Al norte la industrial y al sur…
Mientras Rocca lleva plata y genera trabajo en Estados Unidos junto a Macri, aquí en Argentina su empresa despidió a fines de marzo pasado a trabajadores de la planta de Campana y en 2016 la empresa Tenaris Siat echó a 15 trabajadores, entre 10 y 30 años de antigüedad. También durante el año pasado hubo despidos en San Nicolás.
Y es que los dueños del volante mundial parecen decididos a poner las cosas en su lugar, o por lo menos en el lugar que nos adjudican. Un lugar donde no hay previsiones de que desarrollemos la industria ni mucho menos, sino que nos tienen reservado el rol del… Sí, del granero del mundo, como desde el siglo pasado; de proveedor de materia prima o, en el mejor de los casos, de commodities con algún valor agregado, tampoco demasiado. 
Y es por eso que esta semana se produjo otro hecho inédito del comercio exterior mundial. Dos empresas de capital yanqui defendiendo a Argentina contra la acusación de una cámara empresaria yanqui, que ellas mismas integran. Sí ya sé, parece un mal chiste.
Cargill y Dreyfus, que en los Estados Unidos tienen plantas de biodiesel, igual que en Argentina, presentaron un alegato en ese país a favor de las importaciones del biocombustible argentino que está acusado de supuesto dumping, o sea de recibir subsidios y no competir con las reglas del mercado. Otro capítulo de la guerra comercial, que en este caso tiene a las empresas que integran la National Biodiesel Board, intentando con esa excusa que no entre más biodiesel argentino a Estados Unidos.
Estados Unidos utiliza 4,5 millones de toneladas de biodiesel en la mezcla con el gasoil, y no parecen estar interesados en tener competencia. Algo que ya pasó con el biodiesel que Argentina vendía a Europa y que, después de cuatro años de fronteras cerradas, parece que en breve volverá a exportar.
Lo inédito es que dos empresas yanquis como Cargill y Dreyfus hayan presentado la defensa de Argentina, cosa que no habían hecho ni siquiera en la disputa con Europa. Sin embargo no carece de lógica. El resto de las empresas de biodiesel instaladas en Estados Unidos y el mismo gobierno norteamericano no parecen dispuestos a perder ni siquiera un rubro como el del biodiesel que se encuentra en los escalones más bajos de la generación de valor agregado. No en manos de un país como el nuestro, al que le tienen asignado otro rol: el de simple productor de materias primas.
Dicho sea de paso, este es el principal problema comercial en este momento y no los famosos limones. Argentina exporta el 90% de su biodiesel a Estados Unidos, seguido por Perú con el 7,8%. 
De hecho el año pasado, mientras todos los productos del complejo sojero argentino (porotos, harina y aceite) presentaron caídas en las exportaciones, solo crecieron los envíos de biodiesel que con 1,6 Mt alcanzaron el mayor volumen de los últimos cuatro años. Un negocio de U$S1.240 millones anuales, bastante más grande que los 50 millones de dólares que implica el mercado de limones. Quizás Macri vio más fácil destrabar esto último y así volver con algún anuncio positivo.
Más allá de las muestras de “amistad”, Macri se chocó de frente con una realidad mundial que sigue empecinada en contrariarlo. Una guerra comercial entre la profundización de la globalización impulsada por China para mantener a las empresas de aquel lado del Pacífico y llegar con sus capitales a este lado, y el cierre de fronteras y la repatriación de empresas impulsada por Trump. Guerra que, por otro lado, promete hacer de paraguas para que la ansiada por el macrismo lluvia de inversiones no llegue ni a llovizna.