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14 de June de 2017

En las Tesis de Abril Lenin se refiere a uno de los nudos de la situación. Y lo hace en sus dos aspectos críticos. Afirma: “Reconocer que, en la mayor parte de los soviets de diputados obreros, nuestro Partido está en minoría y, por el momento, en una minoría reducida…”.

El difícil tránsito de la revolución rusa

Las batallas de Lenin (II)

Enero de 1917. Durante una conferencia en Suiza un exiliado ruso pronuncia las siguientes palabras: “Nosotros, los viejos, quizás no lleguemos a ver las batallas decisivas de esa revolución futura”. El “viejo” que está hablando anda por los 46 años, se llama Lenin y está a apenas 10 meses que se consumara la obra a la que dedicó su vida en la construcción del Partido bolchevique de Rusia.

Enero de 1917. Durante una conferencia en Suiza un exiliado ruso pronuncia las siguientes palabras: “Nosotros, los viejos, quizás no lleguemos a ver las batallas decisivas de esa revolución futura”. El “viejo” que está hablando anda por los 46 años, se llama Lenin y está a apenas 10 meses que se consumara la obra a la que dedicó su vida en la construcción del Partido bolchevique de Rusia.
Lo cierto es que los bolcheviques no se planteaban plazos. Sí objetivos. Cabeza fría, corazón ardiente, no se engolosinaron cuando Febrero revolucionó el panorama. Que todo se acelerara no autorizaba a confundir deseos con realidad. Para arribar a la meta el camino estaría sembrado de tareas y más tareas.
En Lenin no hay una gota de eclecticismo. Al considerar la situación comenta “No cabe la menor duda de que ese ‘entrelazamiento’ no está en condiciones de sostenerse mucho tiempo”. Y completa: “La dualidad de poderes no expresa más que un momento transitorio en el curso de la revolución, el momento en que ésta ha rebasado ya los cauces de la revolución democrática burguesa corriente, pero no ha llegado todavía al tipo “puro” de dictadura del proletariado y de los campesinos”. Insiste una y otra vez en que el proceso en curso tiene final abierto. La hendija no va a durar indefinidamente. Para garantizar el éxito en esa transición “no hay más remedio” que encarar las tareas.
Vemos la película 1917 conociendo el “final feliz”. Sabemos que a los postres disparó el acorazado Aurora y que los obreros y soldados insurrectos asaltaron el Palacio de Invierno. Celebramos, merecidamente, la clarividencia de Lenin. Pero muy mal haríamos si pensáramos ese proceso como un paseo. Al menospreciar el clima de incertidumbre y los mil contratiempos que se debieron afrontar seremos funcionales a los posibilistas de hoy. Flota en el ambiente la idea: “Antes se podía”. Para un exitista los aportes de Lenin radicarían en el resultado. Se priva así de analizar la riqueza de ese entrevero de contradicciones que conformaban masas y vanguardia. Y en ellas la incidencia del Partido bolchevique.
En las Tesis de Abril Lenin se refiere a uno de los nudos de la situación. Y lo hace en sus dos aspectos críticos. Afirma: “Reconocer que, en la mayor parte de los soviets de diputados obreros, nuestro Partido está en minoría y, por el momento, en una minoría reducida…”. Tras de ello dedica un largo pasaje para referirse a los “contradictores de buena fe”. Se trata, ni más ni menos, que de los grandes sectores proletarios y populares aún influenciados por las direcciones mencheviques y eseristas. Que con su apoyo a éstas las convertían en mayoritarias. Y en este panorama traza su línea para revertir esa desfavorable correlación de fuerzas.
No es secreto que el término bolcheviques (los mayoritarios) se originó en una votación durante el II Congreso del Posdr (Londres, 1903). Esa condición de mayoritarios se mantuvo y se perdió repetidas veces. Al momento de Febrero los bolcheviques eran una fuerza muy activa pero pequeña. Cuánto más pequeña si se tiene en cuenta la dimensión de lo que estaba ocurriendo. El epicentro de los acontecimientos, Petrogrado, era una gran capital con más que 2.000.000 de habitantes. En algunas concentraciones participaron medio millón de personas. Muchos de ellos obreros y soldados enfervorizados y armados. E imbuidos de todo tipo de ideas. No existía ningún atajo. El único sendero hacia la meta pasaba por conquistar a esas grandes multitudes. Por su parte, los otros sectores no irían a contemplar pasivamente mientras los bolcheviques se fortificaban.
Una imagen muy difundida nos muestra a un Lenin repartiendo mandobles para todos lados. Que lo hacía, lo hacía. Pero también los recibía. Gobierno y Soviets constituían dos actores insoslayables. No los únicos. La derecha recalcitrante estaba viva y con fuerte inserción en el aparato estatal. Particularmente en el Ejército. Algunos, no todos, propugnaban la restauración monárquica. A todos ellos los cohesionaba el odio a la revolución. Por su parte, los partidos “moderados” utilizaban su influencia en grandes sectores populares para neutralizarlos. En ese complejo escenario los bolcheviques comenzaron a crecer. 
Todo el mundo “hacía su juego”. Sobre Lenin y los bolcheviques se descargaban calumnias de todo tipo. Tras las Tesis de Abril la mentira lisa y llana de que estaba convocando a la guerra civil. Algún servicio de inteligencia (nunca faltan) “demostró” que Lenin no era más que una operación alemana. 
No todo requería de una respuesta. Ni todo era tan intrascendente como para ser ignorado. Para propagar sus posiciones y refutar lo que correspondiera los bolcheviques llegaron a editar simultáneamente hasta 42 periódicos. Desde el Pravda central a otros Pravda temáticos (el de las trincheras, el de la guarnición de Petrogrado, el de la flota) y publicaciones de empresa y regionales. Y, omnipresente, un infatigable Lenin…