El desarrollo de un modelo agroexportador centrado principalmente en la sojización de la agricultura se ha profundizado en nuestro país en los últimos 20 años. Además de las consecuencias en la producción, la ecología y el desarrollo desigual de la economía interna, este proceso fue atando a la Argentina a una larga cadena de dependencia del cual uno de sus eslabones principales, aunque menos visible, son las empresas procesadoras/exportadoras de cereales y sus derivados, en su mayoría propiedad de capitales multinacionales.
La mayoría de las mismas están concentradas territorialmente en complejo agroexportador al norte de Rosario, sobre las márgenes del río Paraná por donde llevan al exterior la producción argentina, parte de la brasilera, la paraguaya y la boliviana.
El nuevo viejo modelo
Argentina como el granero del mundo no es ninguna novedad. Ya a comienzos de siglo XX las potencias mundiales le habían otorgado ese lugar en la división internacional del trabajo y era Inglaterra por entonces la potencia que, a fuerza de ser la principal compradora, iba ejerciendo influencia en la vida política y económica de nuestra joven nación. El peso de la billetera del comprador fue deformando el crecimiento y el desarrollo económico, condicionando su dirección a sus propios intereses…
Este modelo conocido desde hace un siglo por nuestro país, fue tomando otras formas (aunque con resultados muy similares para los intereses nacionales) a partir del desarrollo tecnológico y la expansión de la agricultura de precisión. Con la llegada a mediados de los 90 de la siembra directa y la soja genéticamente modificada para resistir potentes herbicidas como el glifosato, el desarrollo y la ampliación de la superficie cultivada con soja ha crecido exponencialmente.
Como explica detalladamente Oscar Ainsuain en su libro Del robo de tierras al boom sojero: “los especialistas en temas agrarios sostienen que la siembra directa, la soja RR y el herbicida a base de glifosato fueron los pilares del proceso de sojización. Esto no es nuevo, ya que una situación similar se produjo con el quebracho, explotado y comercializado fundamentalmente por La Forestal. El emporio británico metió el ferrocarril en lo más hondo del Chaco creando pueblos y fábricas para la extracción del tanino, dejando de lado cualquier otra actividad económica y cuando le fue más rentable la planta de mimosa en África, abandonó el país. En unos años, miles de desocupados y pueblos fantasmas reemplazaron el ‘progreso’ de los ingleses. Al país le quedó el daño ecológico y social, y a los británicos las ganancias extraordinarias del período en que se desarrolló la explotación. La expansión de la soja, tal como sucedió con el quebracho, afectó a otros sectores de la producción como el sorgo, las batatas, arvejas y lentejas; los montes frutales y las verduras”.
Argentina se ubica hoy como principal exportador mundial de harina y aceite de soja para 2016/17. Produce el 5% del total de granos del mundo y participa en un 15% en el comercio de granos y subproductos.
Nuevos productos, nuevas cadenas
El peso de la exportación agrícola en la economía argentina es innegable. El 46% de las exportaciones totales del país la generan granos, harinas, aceites, biodiesel y otros subproductos. Esto implica que 1 de cada 3 dólares que entran por exportaciones, lo aporta la soja y el girasol y que 2 de cada 3 dólares que entran por exportaciones, lo genera el campo más la agroindustria y la piscicultura.
El 17% de las exportaciones totales de Argentina son harina y pellets de soja, siendo el principal rubro de exportación. Y con el protagonismo de un nuevo producto, como la soja, también se dio la llegada de un nuevo comprador principal: China.
Paralelamente al crecimiento de la producción agrícola argentina se dio el proceso de industrialización chino que trasplantó a miles de chinos desde el campo a la ciudad, lo que generó un masivo cambio de dieta que empezó a reclamar mayor producción de carne animal, principalmente porcina y aviar. Ese cambio a gran escala demandó para el gigante asiático un desafío en torno al autoabastecimiento de insumos para la producción animal. A esa demanda las empresas procesadoras y comercializadoras mundiales la empezaron a satisfacer con la producción de Argentina, junto con la de Brasil, Estados Unidos, Paraguay y en menor medida Bolivia. Nuevamente, como a comienzos de siglo con Inglaterra, el peso de la billetera del comprador tuvo sus consecuencias (que veremos más adelante) en la política y la economía internas de nuestro país. Proceso de injerencia, el chino, que se hizo más visible durante el gobierno kirchnerista y que hoy se profundiza con el macrismo.
¿Quiénes (y de dónde) son?
En base a datos oficiales de operaciones entre enero y noviembre de 2016 la consultora Zeni elaboró el ranking de las 10 principales empresas agroexportadoras de Argentina. Solo tres de ellas son de capitales nacionales.
El relevamiento incluye a 35 empresas que colocaron 80,2 millones de toneladas durante el 2016. En primer lugar, como desde hace más de una década se encuentra la empresa estadounidense Cargill con exportaciones de 10.925.863 toneladas.
Si bien el relevamiento ubica a otra empresa yanqui como es el caso de Bunge con 9.127.870 toneladas en el segundo lugar, si observamos las ventas de Nidera y Noble, ambas controladas por el grupo chino Cofco, podremos observar el nuevo fenómeno en el mercado exportador. Entre ambas empresas controladas por el gigante estatal chino, suman ventas por un total de 9,5 millones de toneladas, por lo que tomadas en conjunto se ubicarían como el segundo grupo exportador agrícola del país.
En cuarto lugar, aparece Dreyfus (francesa) que vendió al exterior 8.317.222 toneladas, y en el quinto, el grupo global ADM/Toepfer (Estados Unidos) con exportaciones de 6.339.784 toneladas.
Sexta, se ubica la empresa nacional de la familia Urquía (del ex senador kirchnerista Roberto Urquía), Aceitera General Deheza, con ventas al exterior de 6.319.551 toneladas.
Otra firma argentina ingresó en el top ten, se trata de Vicentin, con 5.790.043 toneladas que llegó al séptimo lugar. La multinacional suizo/inglesa Glencore (socia de Vicentin en Renova, la empresa procesadora de cereal más grande del mundo ubicada en Timbues) quedó octava, con 4.588.141 toneladas.
En el puesto diez, está la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) que exportó 3.474.991 toneladas.
Si lo medimos por el monto de facturación es más evidente aún el peso de estas empresas multinacionales en la economía nacional. Según el ranking elaborado anualmente por la revista Mercado de las mil empresas que más facturan en el país entre las 20 primeras en 2016 hay 7 exportadoras de cereales y sus derivados.
En el séptimo. lugar del ranking, que tiene en el tope a YPY y Ternium, está Cargill con ventas por 55.100 millones de pesos; la china Cofco la sigue de cerca, con una facturación en 2016 de 48.499 millones de pesos. En décimo lugar, esta AGD con 46.870 millones; en el puesto 12, Bunge con 45.669 millones; en el 13, la empresa de Alberto Padoan (actual presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario y uno de los hombres más influyentes en la política provincial y de Mauricio Macri), Vicentin con una facturación anual de 45.200 millones y en el puesto 14, la francesa Dreyfus con 44.777 millones.
Los eslabones de la dependencia
Monopolios imperialistas y terratenientes
Extractado del artículo “Argentina sangra por las barrancas del Río Paraná”, de Luciano Orellano, publicado en el número 72 de la revista Política y Teoría.
Estas empresas “participan como capital financiero interviniendo en el comercio y la producción y son poseedores de grandes extensiones de tierras y pooles de siembra. Poseen, además, gran parte de la logística: ferrocarriles, hidrovía, caminos y accesos. También participan en los negocios de la producción cárnica (bovina, aviar, y porcina), son dueños de frigoríficos y tienen el monopolio casi absoluto de la producción y procesamiento de la industria avícola (ejemplo: Tres Arroyos). Dominan un sector estratégico de la economía y por lo tanto son los delineadores de gran parte de las políticas económicas, en alianza con terratenientes nativos y extranjeros. Se produce así un entrelazamiento que combina capital financiero con capitales comercial, agrario, industrial y bancario.
Se asocian y subordinan a los terratenientes; 6.200 terratenientes que tienen el 49,6% del territorio nacional, obtendrán este año a través de la renta 9 mil millones de dólares (calculada sobre soja, maíz, trigo y girasol). El crecimiento exponencial del complejo, motorizado por una demanda creciente y buenos precios internacionales, amplió la frontera agrícola haciendo subir el precio de la tierra. Esto, junto a una revolución científico-tecnológica posibilitaron una productividad nunca vista y una producción a gran escala monopólica, generando una renta extraordinaria que vino a cumplir los “sueños” de la oligarquía terrateniente: cobrar por anticipado 20 quintales por hectárea, expulsando a miles de chacareros y pueblos originarios de sus tierras.
Nunca debemos olvidar que la renta extraordinaria que obtienen es producto de la extracción de “plusvalía” del trabajo de los obreros rurales, fundamentalmente, y de un conjunto de semiproletarios del campo, junto a un gran sector de la burguesía agraria. Estos puertos no sólo actúan como simples intermediarios monopólicos en la comercialización, de la cual obtienen una parte de la renta, la plusvalía y los beneficios de la defraudación al fisco, sino que además son fábricas que extraen plusvalía de manera directa a partir del trabajo de los miles de obreros del cordón industrial y aquellos que trabajan en sus diversos y numerosos emprendimientos productivos”.
Hoy N° 1712 11/04/2018