El Argentinazo abrió un surco profundo en la política nacional: dejó en el aire el Estado de Sitio, barrió a cuatro presidentes y hubo un día sin gobierno, empujó el no pago de la deuda externa por dos años, paró el “corralito”, obligó a conceder más de dos millones de planes sociales, posibilitó establecer numerosas empresas recuperadas, salvó del remate a miles de pequeños productores nacionales agrarios y urbanos, entre otras conquistas. Hizo emerger una profunda crisis de hegemonía de las clases dominantes. Mostró el camino para conquistar un gobierno de unidad popular, patriótico, democrático y antiimperialista.
Los diez días de combate, las dos jornadas heroicas del 19 y 20, han enseñado a la clase obrera y el pueblo más que muchos años de lucha reformista y electoral.
Las limitaciones que tuvo hacen a enseñanzas decisivas para el futuro
En primer lugar, mostró la necesidad del fortalecimiento de las fuerzas clasistas y combativas, de las corrientes antiimperialistas y antiterratenientes, de los sectores patrióticos y democráticos, del frente único de las fuerzas populares, y del crecimiento del partido de vanguardia de la clase obrera, el PCR.
En segundo lugar, el movimiento obrero llegó dividido, y mayoritariamente dirigido por la CGT de Daer y por fuerzas como la CGT “rebelde” de Moyano y como la CTA, que en las jornadas decisivas del 19 y 20 desmovilizaron a sus organizaciones. Luego, la CGT “rebelde” y la de Daer, llamaron a un tardío paro el 21, cuando ya se marchaba a la Asamblea Legislativa.
Esta nueva experiencia replantea la necesidad de recuperar para el clasismo a los sindicatos, y particularmente a los Cuerpos de Delegados, que son instrumentos fundamentales para unir, movilizar y dirigir a la clase obrera. A ello va unido la necesidad de volcar a la lucha al movimiento agrario y al movimiento estudiantil.
En tercer lugar, no hubo un centro coordinador. Cómo iba a existir si la mayoría de las direcciones de las fuerzas populares, incluso algunas de las que se dicen de izquierda, rechazaban el camino del Argentinazo, ilusionadas con el de las elecciones. Ni siquiera se despertaron con el cachetazo de las elecciones de octubre de 2001, cuando la corriente mayoritaria de las masas, la mitad del padrón votó nulo, blanco o se abstuvo; y volvieron a “sorprenderse” cuando esas masas se volcaron al Argentinazo y expresaron en las calles todo el odio acumulado al régimen político. Lo sufrió en carne propia Patricio Echegaray, el jueves 20, a las 10 de la mañana, cuando fue abucheado en Plaza de Mayo, por segunda vez (ya le había sucedido en el Congreso) a los gritos de: ¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!
En cuarto lugar, como anticipamos, el Argentinazo llegó también hasta donde daba la situación de las Fuerzas Armadas. El hecho de que permanecieran neutralizadas (en lo que jugó el resurgimiento de la corriente nacionalista), rechazando las presiones del gobierno para sumarlas a la represión, le permitió a las masas avanzar hasta donde llegaron. Y el hecho de que los sectores patrióticos –por la correlación de fuerzas– no se sumaran al pueblo, marcó el límite de hasta donde éste podía avanzar. Ninguna revolución ha triunfado, y menos aún una insurrección, sin que las fuerzas revolucionarias tuviesen una política hacia las Fuerzas Armadas. Cuando De la Rúa no pudo ganar a éstas para la represión, la medida del Estado de Sitio fue totalmente ineficaz para contener la rebelión de masas. Al mismo tiempo, si se hubiese logrado ganar a un gran sector de las mismas, como sucedió en Ecuador el 21 de enero del 2000, se hubiese creado la posibilidad de un gobierno de unidad popular.
Con el Argentinazo emergió la situación revolucionaria que incubaba la sociedad argentina. Lo que Lenin definía como una situación revolucionaria objetiva, cuando se ha producido un agravamiento superior al habitual de la miseria y las penalidades de las clases oprimidas y estas no quieren vivir como antes y se produce una intensificación considerable de la actividad de las masas y, por otro lado, los de arriba no pueden seguir gobernando como hasta ahora. Esta situación se abrió a fines del 2000, sin haber podido desembocar en una situación revolucionaria directa, en la que se den las condiciones para que las fuerzas revolucionarias tomen el poder. El Argentinazo no logró imponer un gobierno de unidad popular. Pero la situación cambió.
Las clases dominantes, con el objetivo de recomponer el Estado oligárquico imperialista y sus instituciones se dieron una política para dividir a las masas populares y encauzar su rebeldía. El gobierno de Duhalde decretó una brutal devaluación que afectó profundamente a los asalariados, mientras compensó a los bancos. El asesinato de los compañeros Kosteki y Santillán por la sangrienta represión policial en el puente Pueyrredón produjo una impresionante respuesta popular, lo que los obligó a adelantar las elecciones para abril de 2003. Se dividieron las fuerzas sociales y políticas, heterogéneas, que habían confluido en diciembre de 2001. La rivalidad del menemismo con el duhaldismo teñía toda la política nacional. Tras esa rivalidad se escondía la disputa interimperialista, fundamentalmente entre los yanquis y sus rivales rusos y europeos que con Duhalde se habían afirmado en el gobierno y con ellos el sector de monopolios y terratenientes beneficiados por la devaluación.
En ese marco, tras el resultado de la primera vuelta en la que ganó Menem, el duhaldismo, el holding Clarín, y las fuerzas que se agrupaban tras la candidatura de Kirchner, utilizaron toda su artillería para polarizar la definición de la segunda vuelta electoral contra Menem y los yanquis. Pretendían asumir el gobierno con una amplia base electoral. Al no presentarse Menem a la segunda vuelta no pudieron lograr todo lo que querían.