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15 de May de 2019

Otto Vargas, secretario general del PCR fallecido el 14 de febrero de 2019

Sobre el Cordobazo

Extractado de “¿Ha muerto el comunismo? El maoísmo en la argentina”. Conversaciones con Otto Vargas, de Jorge Brega tercera edición, Editorial Ágora, 2008, págs. 165 a 167.

¿Qué contenido adquiere en este período de auge popular la polémica entre el PCR y las otras fuerzas de la izquierda revolucionaria, en especial las tendencias guerrilleristas o terroristas?
—Nosotros veníamos planteando que en los combates por venir el problema planteado era qué rol jugaría el proletariado. Si iba a ser un poderoso auxiliar de fuerzas golpistas de recambio o de fuerzas conciliadoras de la burguesía, terminando todo en otra variante reformista, o si, por el contrario, el proletariado sería capaz de hegemonizar la lucha por el derrocamiento de la dictadura de Onganía, lo que presuponía una insurrección armada triunfante.

Nosotros, que en ese entonces dirigíamos la Federación Universitaria Argentina, presidida por el camarada Jorge Rocha, teníamos alguna implantación en empresas importantes, pero éramos muy débiles; recién comenzábamos a trabajar en las grandes empresas del proletariado en Córdoba, teníamos alguna fuerza ferroviaria y habíamos jugado un papel importante en la lucha de la destilería en Ensenada. No habíamos realizado nuestro primer Congreso; con una lucha interna feroz; muy infiltrados, con una inexperiencia muy grande en algunos terrenos. Nuestra línea fue la de colocarnos a la cabeza de la lucha contra la dictadura. Nosotros nacimos luchando. Estuvimos en la ocupación de la fábrica Alba; teníamos allí compañeros que estuvieron encabezándola. Cuando digo que encabezamos la lucha de los petroleros de Ensenada, digo lo que fue: compañeros nuestros fueron los que propusieron en asamblea las medidas tomadas, estuvieron en el Comité de Lucha, organizaron la solidaridad durante un período prolongado. En el movimiento estudiantil empujamos grandes luchas como la huelga universitaria de junio de 1968 que conmovió y sorprendió al país.

Nadie se esperaba que ese paro sería como fue, total y exitoso en todo el país. Empujábamos las medidas de lucha. Pero al mismo tiempo predominaban en nosotros concepciones espontaneístas. Trabajamos para hacer estallar el polvorín, pero sin acompañar esto –como se dijo en el I Congreso– con una propuesta clara de construcción de una organización revolucionaria que permitiese al proletariado beneficiarse con ese estallido. Íbamos afirmando una organización que trataba de ser nacional, pero jugábamos un rol más agitador que de organización concreta. Pero lo hacíamos en oposición a quienes planteaban que había que hacer un largo proceso pedagógico para ir ganando al proletariado para las ideas revolucionarias. Es decir que en eso estábamos esencialmente acertados; y también en que dábamos importancia a la lucha política. Esta era una polémica también, porque en este proceso va a ir surgiendo lo que luego se llamaría “una nueva izquierda”, “una nueva oposición”.

Las fuerzas de izquierda que trabajaron para la organización de distintas variantes del foquismo guerrillero, seguían paralelamente en política una línea de unidad muy amplia que los hacía furgonear, consciente o inconscientemente, a las variantes de oposición burguesa que se ensayaban en ese período. También a estas variantes de recambio golpista, ya que en esos años hubo un polo golpista encabezado por el general Julio Alsogaray, que en definitiva iba a terminar con Onganía y, después de una breve transición de Levingston, impondría la presidencia de Lanusse; y había otra línea golpista que se consolidaba en torno al general Pedro Eugenio Aramburu.

Todo esto estaba teorizado. Por ejemplo, Julio Guillán, uno de los teóricos de la CGT de los Argentinos –a quien nosotros conocíamos bien por haber sido un consecuente y fiel compañero de ruta del PC– nos decía que el error fundamental de nuestro proyecto revolucionario era considerar que estábamos ante la hora del proletariado, y que no sólo en la Argentina sino mundialmente, esa era la hora de la burguesía. Daba como ejemplo el frente tan amplio que se había constituido en Vietnam del Sur en la lucha anti yanqui. Por eso la CGT de los Argentinos, que jugó un papel combativo muy importante en aquellos años, en política siempre terminó trabajando en combinación con alternativas golpistas como las que recién mencioné o de oposición burguesa como la del pacto Perón-Illia, cuya posibilidad se había planteado anteriormente.

Había también variantes doctrinarias extremas, como fue el caso de los trotskistas de Política Obrera, que al producirse el Cordobazo, desorientados por la vida, ya que ese hecho no figuraba en los esquemas que tenían, volvieron a buscar en libros y revistas la consigna para el momento. Y la encontraron en las manifestaciones estudiantiles que se habían producido en Italia hacía poco; y tomándola de ellas levantaron como una de sus consignas centrales la de “¡Desarme de la policía!”.

Con el Cordobazo todo cambia. Había quienes estaban organizando grupos guerrilleros rurales y los sorprendió el Cordobazo en medio de la selva. Tuvieron que abandonar el monte y trasladarse e instalarse en Córdoba y otras ciudades, revisando sus concepciones sobre la guerra campesina. Paralelamente crecía en Uruguay el Movimiento Tupamaro, y comienza a pesar en esas fuerzas de izquierda revolucionaria la idea de la guerrilla urbana.

Se va a repetir en esos años una situación en la cual va a haber siempre alguna iniciativa política de las fuerzas de la oposición burguesa, que trabajaron primero para una salida Perón-Illia, después con Aramburu, después con el golpe de Lanusse y después el Gran Acuerdo Nacional; y junto a esa política un sector de la izquierda revolucionaria que se inclina por el foquismo y las acciones de guerrilla urbana, que en definitiva son siempre instrumentadas por esas mismas facciones burguesas.

Hay dos hechos que históricamente salvan al PCR y lo salvan porque la mayoría de sus cuadros venían de protagonizar grandes luchas de masas y siempre tenían como referencia a las masas. Uno fue el Cordobazo y otro la toma de Perdriel. El Cordobazo demostró que estratégicamente teníamos razón en el sentido más amplio. Infundió confianza a los militantes de nuestro partido en cuanto a que el proletariado argentino podía ser el caudillo de los grandes cambios que era necesario producir en nuestro país.

Fue el hecho estratégico más importante, que bosquejó el camino que más tarde o más temprano van a seguir las masas populares para acabar con sus enemigos. Fue un primer tanteo nacional de los enemigos históricos –decíamos entonces– en la Argentina. Y desde el punto de vista táctico demostró la justeza de nuestra tesis del polvorín. La lucha no terminó por esto. Pasó a una nueva escala. Los grupos de guerrilla se trasladaron a la ciudad y entonces se va a producir un nuevo debate en torno al Cordobazo: ¿qué le faltó?, se preguntaba. Para algunos al Cordobazo le faltaron cien guerrilleros organizados –como dijeron Abraham Guillén y los cubanos– que abrieron el foco guerrillero allí. Para otros, faltó un acuerdo político de los dos grandes partidos, el peronista y el radical. Hubo un debate sobre lo que fue y un debate sobre lo que le faltó. Nosotros dijimos que le faltó un partido de vanguardia capaz de dirigir políticamente al proletariado, y que también faltó que las masas bosquejaran el embrión de gobierno paralelo y un nivel más avanzado de organización popular de tipo revolucionario armado.

Hoy N° 1766 15/05/2019