La primera capitana de un barco pesquero de la Argentina se llama Nancy Jaramillo e integra la multisectorial de la mujer en Mar del Plata, tiene poco más de cuarenta años y una historia digna de ser contada. Como tripulante le han corrido las mismas leyes del mar que a cualquiera: una vida sufrida lejos de la casa, llena de peligros y de ausencias en momentos importantes. Pero ella además debió sumar la constante discriminación a la que fue sometida tanto arriba del barco como en tierra.
—¿Cómo fue que llegaste a tener una vida en el mar?
—“Por necesidad, me dice con su voz dulce y pausada. A los diecisiete años fui mamá y nosotros nos habíamos criado yendo a comedores comunitarios y no quería repetir esa historia con mi hijo, quería que el pudiera sentarse en la mesa de su casa a almorzar”.
Con ese objetivo Nancy salió muy temprano a buscar un trabajo que le permitiera darle a su hijo una vida distinta, aunque eso implicara sacrificar la suya. Fue a la Armada y a la policía pero la rechazaron porque era madre. En la Prefectura le pasó lo mismo, pero al menos le dieron la opción de hacer un curso de camarera para probar suerte y lo tomó.
Imaginarla a los dieciocho años, hace más de dos décadas, caminando el muelle en medio de la noche produce una pequeña opresión en el pecho. Si hoy la presencia de mujeres no es habitual en los barcos, mucho menos lo era en la década del noventa. Fueron años muy duros para esta jovencita, que sintió en carne propia el desprecio y la discriminación por querer hacer un trabajo digno y ofrecerle un futuro a su hijo.
Arriba del barco debió soportar muchas veces el destrato de sus compañeros. Señalarla como la culpable de que no encontraran pescado por ser mujer y traer mala suerte, era habitual. También tener que poner freno a los que pasados de copas —en esa época se permitía tomar bebidas alcohólicas— la incomodaban.
“La mejor forma que encontré de protegerme, fue pasando siempre desapercibida”. Volverse invisible podía depararle una jornada apacible, pero a veces ni siquiera eso bastaba para que la respetaran. “En algún momento también me tuve que imponer con el mismo idioma de ellos, por las malas”, dice.
Al trabajo de la cocina en el mar y a la angustia de dejar a su hijo siendo todavía un bebé, Nancy debía sumarle el esfuerzo extra que implicaba mantener el empleo en un medio que sus compañeros volvían más hostil de lo que por sí ya es. Pero lo peor era que su lucha por ser respetada no terminaba cuando bajaba del barco, porque allí la esperaban, a un costado del muelle, las mujeres de los pescadores para insultarla.
“Me decían cosas muy feas, eran tan agresivas”, cuenta Nancy y revive esos momentos oscuros. “Piensan que las mujeres que nos embarcamos somos unas locas, por no decir otra cosa, y entonces descargaban toda su furia cuando me veían bajar. Y entre ellas, pobrecito, estaba mi hijo que venía a buscar a su mamá”, recuerda Nancy y pasa la mano por delante de su cara como queriendo borrar de su vida ese recuerdo.
“Yo resigné la crianza de mi hijo para que no le faltara nada, me fui a trabajar y lo criaron mis padres; yo me convertí casi en una visita. A mí me apena tanto que encima, cuando por fin nos podíamos ver, tuviera que pasar por esos momentos tuve que pedir que no lo llevaran más. Por suerte, pese a eso que tuvo que vivir, él está orgulloso de su mamá”, dice Nancy y esboza una sonrisa que revela un orgullo mutuo.
Ella había llegado al agua para ganar dinero y veía que como marinera podía mejorar sus ingresos; decidió entonces ir a la Escuela de Pesca Luís Piedrabuena para formarse. Pero tampoco allí le fue fácil, la rechazaron y solo cuando su profesor amado, el Capitán Luis Martini intercedió, logró que la aceptaran. “Les dijo a los directivos, si ustedes no la aceptan por ser mujer, yo los denuncio”.
Nancy no solo estudió sino que fue el mejor promedio, pese a lo cual debió esperar que pasara bastante tiempo hasta que le permitieran continuar los estudios para obtener el grado de oficial. Cuando recibió un reconocimiento el Día del Trabajador en Chubut por ser la primera marinera mujer, aprovechó para pedir públicamente que se le permitiera seguir estudiando y fue su jefe en la empresa Harengus quien realizó las gestiones para que fuera aceptada.
Logró graduarse con las mejores calificaciones y siguió juntando horas de navegación, trabajando en cubierta a la par de sus compañeros. Dice que no sintió nunca agotamiento físico, que pudo soportarlo sin problemas a pesar de que todo debió hacerlo sola, sin que nadie le diera una mano, porque si quería estar ahí tenía que ganarse el lugar. “Le estaba robando el lugar a un hombre” es la explicación que encontró Nancy a la falta de colaboración.Ya trabajando en la empresa Wanchese, dedicada a la captura de vieira, decidió completar los estudios para ser capitana. Otra vez se encontró con trabas pero ya no tenía veinte años y había aprendido a lidiar con los obstáculos que le imponía el hecho de ser mujer. Finalmente se recibió y fue la primera mujer egresada con ese título de la Escuela de Pesca. Otra vez con calificación excelente.
Desde hace unos años está al mando del buque Erin Bruce y lleva varios años con la misma tripulación, primero como primera oficial y luego como la máxima autoridad del barco. No fue fácil imponerse a la supremacía machista, pero hoy sin problemas se desempeña como la jefa de dotación de hombres.
Le pregunto, ahora que logró ser capitana, que pudo ofrecerle un futuro a su hijo como quería, si se arrepiente de haber elegido una vida en el mar: “Por tener este trabajo tuve que resignar tener una vida en tierra, formar una familia porque no es fácil que un hombre quiera hacer pareja con una mujer que se va muchos meses al mar en un barco cargado de varones. Por eso digo que la discriminación fue lo que más sufrí: arriba del barco por ser mujer y abajo por ser una mujer que trabaja en un barco lleno de hombres”.
La historia de Nancy en muchos aspectos es similar a la de otras mujeres que deciden embarcarse y de las que sorprende escuchar que la situación se mantiene igual: “Lamentablemente estamos igual que hace veinte años, no cambió la situación para las mujeres en la pesca. Es necesario que los armadores cambien de mentalidad, que entiendan que las mujeres no somos un problema”.
La Armada hoy exhibe con orgullo que aumentó considerablemente la formación de mujeres y destaca que la igualdad está dando por resultado un mayor número de jefas en la fuerza. La Escuela de Pesca también se congratula de haber aumentado, después de Nancy, el número de mujeres graduadas. Pero en los muelles no ha llegado la inclusión con perspectiva de género.
“Hace poco le pedí a mis jefes que me permitieran bajarme del barco para probar en otras pesquerías como capitana y no conseguí trabajo en ningún lado. No importó mi experiencia, mis calificaciones ni mis referencias. Soy mujer y por eso no me tomaron. Ahora sigo siendo la capitana del Erin Bruce”, concluye Nancy y opina que solo a través de un cupo femenino obligatorio se podrá cambiar la historia.
Hoy N° 1786 09/10/2019