La huelga fue convocada por todos los sindicatos: CGT, FO, FSU, Solidaires, UNL y UNEF. Se paralizó el transporte. Once de las 14 líneas del metro (subterráneo, el principal medio de transporte urbano) de París permanecieron completamente cerradas. El 20% de los vuelos fueron cancelados, mientras que el 90% de los trenes de alta velocidad y el 80% de los regionales fueron suspendidos. Atracciones turísticas como la Torre Eiffel y museos como el Louvre, el más visitado del mundo, estuvieron cerrados o sólo parcialmente abiertos.
Una gran parte de las escuelas y colegios del país tampoco abrieron sus puertas debido a que fue muy importante el paro docente: el 51% de los profesores de primaria y 42% de secundaria se declararon en huelga. En el caso de los docentes, también reclaman una actualización de los salarios. La huelga afectó notablemente a las compañías de gas y electricidad donde trabajan 140.000 personas. Hubo paros menores en Renault y en los hospitales. Los diarios nacionales no pudieron publicar sus ediciones impresas.
Siete de las ocho refinerías francesas estaban también paradas. Algo “inédito”, según el secretario federal del sector del petróleo de la CGT. Si la movilización continúa, esto aumenta el riesgo de una escasez de combustible si la movilización continúa.
Se realizaron unas 245 manifestaciones en París y en todo el país. Más de 1.500.000 franceses según los sindicatos, y 800.000 según el gobierno salieron a las calles. En París se produjo la manifestación central, con cientos de miles de participantes. Se sumaron policías, recolectores de basura, abogados, jubilados. También los “chalecos amarillos”, que al ser un movimiento asambleario integrado por trabajadores precarios y no sindicados, se hicieron notar sobre todo en la calle.
Hubo enfrentamientos con la policía, en París, Nantes, Toulouse, y Rennes. Se destaca el apoyo a la huelga, como “una huelga de todo el pueblo, de los ciudadanos”. “Pensiones por puntos, trabajo sin fin” decía una pancarta en París. Ha sido un verdadero estallido de indignación popular. Un dato importante es que según encuestas de opinión pública hay un 70% de apoyo a la movilización, principalmente entre quienes tienen de 18 a 34 años.
Una nota sorpresiva la dio el grupo de desobediencia civil Extinction Rebellion (XR) que denuncia que los monopatines eléctricos son una “catástrofe ecológica”, y saboteó y destruyó alrededor de 3.600 de estos aparatos, la mayoría en París y Lyon. Dan una serie de argumentos de que presentarían problemas para el medio ambiente.
Ciento ochenta y dos artistas e intelectuales, entre ellos el economista Thomas Piketty, el director de cine Robert Guediguian, el filósofo Etienne Balibar y la escritora Annie Ernaux, lanzaron un manifiesto de apoyo a la huelga. Señalaron que “nuestro presente y nuestro futuro surgirán de las luchas sociales y políticas… las luchas plurales que estructuran una gran parte de la sociedad francesa son un punto de partida para la construcción e implementación de nuevos paradigmas”, entre los que citaron “poder vivir en lugar de poder comprar, globalidad frente a globalización, justicia social y no la ley del más fuerte, y la emancipación individual y colectiva frente al éxito individual”.
El documento también alentó a participar y reflexionar junto a los grupos que trabajan por un futuro de esperanza, continuando la lucha “este 5 de diciembre y en los días que seguirán”, “porque nuestro futuro está al alcance de nuestras inteligencias colectivas”.
La reforma previsional
Si bien el gobierno habla de terminar con “privilegios”, como los de ferroviarios, la mayor parte de la población, que apoya la huelga, considera que el nuevo régimen previsto disminuirá el monto de las pensiones y “degradará los derechos de todos, especialmente de los más precarios y de las mujeres”. Pretenden sustituir los 42 regímenes actuales por un sistema por puntos en el que cada euro cotizado dé los mismos derechos al alcanzar la jubilación, independientemente del tipo de tareas realizadas, además de prolongar la edad jubilatoria. Pero las manifestaciones abarcaron a muchos más que los “regímenes especiales”.
El gobierno justifica la decisión porque la esperanza de vida se está alargando. Pero hay diferencias en la esperanza de vida según las categorías sociales, como argumenta Piketty. Los ejecutivos viven más tiempo, pero también con mejor salud que los trabajadores: su esperanza de vida a los 35 años sin problemas sensoriales y físicos es de 34 años, frente a solo 24 años para los trabajadores, según las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas de Francia.
Macron, que se ha marcado el objetivo de presentar la reforma ante el Parlamento a inicios de 2020, dijo el jueves estar “determinado” a llevar a bien su proyecto “escuchando y consultando”. Su primer ministro Edouard Philippe aseguró que presentará las “grandes líneas” de la reforma a mediados de esta semana. Al cierre de esta nota, el lunes 9, la ministra de Solidaridad y Salud, Agnes Buzyn, y el alto comisario encargado de las pensiones, Jean-Paul Delevoye, recibían a los sindicatos para “negociar” varios puntos, una reunión de último minuto.
Durante el paro no hay servicios mínimos. El Consejo Constitucional de 2004 dictaminó que “garantizar un servicio normal por tramos horarios” sería “una injerencia desproporcionada en el derecho de huelga”. La última huelga tan grande como esta fue en 1995. También contra el aumento de la edad jubilatoria. Paralizó el país durante varias semanas y acabó forzando a retroceder al primer ministro Alain Juppé, que tuvo que retirar su propuesta.
Los sindicatos, como en 1995, amenazan con prolongar la huelga de forma indefinida. Se prevé nuevo paro y manifestaciones para el martes 10 de diciembre. El sector agrario protagonizó también protestas hace poco tiempo. Los sindicatos no ceden en sus demandas.
Escribe Irene Alonso
Hoy N° 1795 12/12/2019