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29 de January de 2021

A 100 años de la rebelión obrera en el norte de Santa Fe

La rebelión obrera de La Forestal

Extracto del libro “Del genocidio y el robo de tierras al Boom Sojero” de Oscar Ainsuain

La política de distribución de tierras implementada por el gobierno santafesino dio lugar a la formación de enormes latifundios en el norte provincial.

La colonización de esa zona comenzó con Emilia y San Justo, ambas fundadas en 1864 por Mariano Cabal. Buscando las tierras del oeste santafesino, los colonos de los primeros asentamientos cercanos a la ciudad de Santa Fe fundaron Rafaela en 1883. Los irrisorios precios de los suelos facilitaron la fundación de Santurce (1887) y San Cristóbal (1890).

En esa época también nacían Hersilia y Ceres, situadas en la línea ferroviaria Rosario-Tucumán. En todas estas colonias, la actividad económica principal estaba orientada exclusivamente a la ganadería. Las colonizaciones del extremo nordeste –Departamento General Obligado– datan de la década del ‘70. Las Toscas, Florencia y Ocampo se dedicaron al cultivo de la caña de azúcar. En un primer momento, a través del Río Paraná, llevaban la producción a las refinerías de Rosario. Ya en la década del ‘80 aparecieron los ingenios Mercedes, Germania y Tacuarendí, pero debido a su producción irregular, como así también a la competencia extranjera y de los grandes establecimientos del noroeste argentino, los ingenios santafesinos quedaron en desventaja.

Durante esos años, la producción forestal pasó a ser hegemónica en el norte de la provincia, especialmente en el ángulo nordeste, el epicentro del quebracho colorado. Además de poseer propiedades curtientes, el quebracho proveía de postes y durmientes para consumo interno y para la exportación. En ese período se establecieron dos fábricas de tanino, una en Empedrado y otra en Paraguay, ambas pertenecientes a Carlos Casado. Este terrateniente y comerciante santafesino participó activamente del despojo de tierras que sobrevino tras el triunfo de las fuerzas invasoras de la Triple Alianza en la Guerra de Paraguay, apropiándose de 600.000 hectáreas en el extremo norte de ese país, lugar donde fundó un pueblo, Puerto Casado.

En el año 2000, este latifundio con pueblo incluido, fue vendido por los herederos de Casado a la Secta Moon.

En 1890 se inauguraba el ferrocarril Santa Fe-Reconquista, obra vital que permitiría evacuar hacia el sur la producción de la zona. A fines de ese siglo, “Harteneck y Cía.” era la empresa de tanino más próspera de la zona, y en 1902 se fusionó con los hermanos Portalis constituyendo la Compañía Forestal del Chaco, que inició la industria forestal a gran escala. Esta empresa poseía cientos de miles de hectáreas ubicadas en las provincias de Santa Fe y Chaco. Además, contaba con grandes obrajes, fábricas, ferrocarriles y el puerto Piracuá.

El monopolio –que terminaba imponiendo precios– lograba adquirir a valores irrisorios la mayoría de los emprendimientos familiares que habían iniciado algún tipo de actividad vinculada al quebracho colorado. También pasaron a manos de la compañía las empresas “Urdaniz y Cía.” del Chaco y “Teopecke y Cía.”.

En 1906 se constituyó en París, mediante la adquisición de la Compañía Forestal del Chaco, y con la participación de capitales ingleses y alemanes, la “Compañía de Tierras, Maderas y Ferrocarriles, La Forestal Ltda.”. Previamente, en 1904, se fundó “Argentine Quebracho Company”, empresa que tenía su sede en Nueva York. La nueva compañía instaló una fábrica de tanino en Tartagal, que llegó a emplear 2.000 obreros y a explotar 280.000 hectáreas, fusionándose con La Forestal a partir de 1913.

En 1914, este monopolio se integró a la compañía de Tierras de Santa Fe (Murrieta y Cía.) que poseía 1.800.000 hectáreas. De esta manera, La Forestal se transformó en la empresa más grande de Argentina y llegó a controlar el mercado mundial del tanino. Con el surgimiento de este oligopolio, en unos años se triplicó el número de pobladores de los actuales departamentos General Obligado y Vera, que crecieron de 19.000 habitantes en 1894 a unos 60.000 en 1914. El grueso eran obrajeros correntinos y en menor medida santiagueños, registrándose también una fuerte presencia de Mocovíes y Tobas.

Toda la vida de la región dependía de La Forestal, una sociedad que lo monopolizaba todo si se tiene en cuenta que las escuelas, proveedurías de alimentos, viviendas, energía eléctrica junto a los teléfonos, hospitales o el transporte eran de la empresa. El trato que la empresa brindaba a los obreros era inhumano. Los contratistas de obrajes, por su parte, parecían empleados del monopolio más que pequeños empresarios y tenían prohibido, incluso, contratar gente “marcada” por la empresa debido a su actividad sindical. El total de los salarios de los trabajadores era prácticamente absorbido por la proveeduría o el almacén de la empresa, y de esta manera los obrajeros cobraban en especies y la empresa disponía libremente del dinero.

Las condiciones de trabajo eran de una precariedad total y en muchas oportunidades la gran cantidad de alimañas e insectos obligaban a suspender las tareas. Se comía la carne de los viejos bueyes que no servían más para la producción. La mayoría de los obrajeros y su familia vivían en los “benditos”, que eran fosas cubiertas con enramadas para protegerse del frío.

Los más explotados fueron los Mocovíes y Tobas, que en su gran mayoría habían sido incorporados como hacheros de quebracho y eran estafados con mayor impunidad que los correntinos, tanto en el pesaje como en la proveeduría. La gran huelga que se desató a partir de 1919, dirigida por los anarquistas de la FORA y los socialistas, fue la respuesta de los trabajadores ante esta situación de explotación. Las reivindicaciones planteadas por los huelguistas consistían en: aumento de salarios, jornada de ocho horas y suspensión de los despidos.

En una segunda huelga, los obreros lograron que la empresa aceptara los dos primeros puntos; no obstante el acuerdo logrado, la zona se militarizó con tropas nacionales y de la policía provincial, comenzando una campaña de persecución contra los trabajadores más combativos. Muchos de los líderes de la protesta debieron huir o terminaron en las cárceles. La detención de los dirigentes del movimiento dio origen a la gran protesta de 1920, que exigiría la libertad de los presos. Con el paro sobrevino un período de dura represión y, tras la muerte de un gerente, comenzaron las expulsiones masivas, clausurándose algunas fábricas como La Gallareta, Tartagal, Santa Felicia, etc. Estos cierres motivaron la huelga de enero de 1921, en defensa de la fuente de trabajo, huelga que contó con la adhesión de la Federación Obrera de Santa Fe, Rosario y Buenos Aires.

La violencia represiva no se hizo esperar. En las cercanías de Villa Ana se produjo un enfrentamiento con muchas muertes de ambos lados. Las milicias (o patotas) de La Forestal, los “cardenales”, incendiaron el Centro Obrero de Villa Guillermina y los ranchos de aquellos que la empresa quería deportar de su territorio. Sólo a fines de 1921 se reanudaría la actividad de la fábrica.

La Forestal fue el monopolio más importante de la Argentina. Un complejo urbano industrial sólo comparable a los instalados por empresas extranjeras en los países centroamericanos y africanos.

Eran de su propiedad las fábricas de tanino de Calchaquí, La Gallareta, Santa Felicia, Tartagal, Villa Ana y Villa Guillermina. Las líneas ferroviarias de la empresa alcanzaron una extensión de 400 kilómetros. Pueblos como Las Gamas, Santa Lucía, Colmena, Garabato, Golondrina, Olmos, Las Garzas, Ogilvie y Puerto Piracuá fueron fundados por La Forestal con el único objetivo de atender las necesidades de los obrajes. En estas poblaciones la empresa tenía el monopolio del comercio y el transporte.

La Forestal impuso su propia moneda para las compras que realizaban sus trabajadores en las proveedurías, donde el peso argentino era rechazado. De esta manera, la empresa se aseguraba que, eventualmente, cuando un trabajador ganaba una cifra superior a lo que consumía, como cobraba su salario con moneda de la compañía, obligatoriamente debía gastar el excedente en la proveeduría.

Además de disponer de una fuerza policial propia, La Forestal financiaba y manejaba la gendarmería volante creada a partir de las huelgas de 1919. Las ganancias de La Forestal, según se refleja en la prensa de la época, eran calificadas como impresionantes en todo el mundo. Durante los primeros años del siglo XX produjo y exportó la mayor parte del tanino que se consumía en el mundo, llegando a tener pedidos dos millones de durmientes para ser destinados a distintos ferrocarriles de Sudamérica.

Como siempre sucede en los países dependientes y oprimidos por el imperialismo, las empresas extranjeras como La Forestal “que traían el progreso”, gozaban de grandes exenciones impositivas.

En este sentido cabe destacar que en el año 1916, el monopolio británico pagó al Estado Provincial 290.000 pesos; mientras que al fisco de Inglaterra, donde la empresa tenía su casa matriz, aportó nueve millones de pesos. Unos años antes (el 29 de agosto de 1899), y para facilitar la radicación de inversiones extranjeras, ambas Cámaras provinciales habían sancionado con fuerza de ley la exoneración “del pago de los impuestos de Contribución Directa y Patentes por el término de diez años, a contar desde la promulgación de esta Ley, a las fábricas para la extracción del tanino, establecidas o que se establezcan en la Provincia”. Se trataba de ventajas similares a las otorgadas en los últimos años por el gobierno provincial a las empresas extranjeras que se radicaron en Santa Fe, por ejemplo, General Motors.

Hacia 1923, la situación de la zona era de verdadera crisis. El gobernador Enrique Mosca sostenía: “reducida la industria a un estado casi vegetativo, dentro del cual el esfuerzo de la producción es cada vez menor, padece con ello el capital, decrecen los índices de renta y llega a cobrar así, como derivativo lógico, contornos realmente pavorosos la miseria de los obreros”.

La Forestal abandonó Argentina cuando fue más rentable la planta de la mimosa en África y en unos años miles de desocupados y pueblos fantasmas reemplazaron el “progreso” de los ingleses. Junto a la destrucción sistemática de la riqueza natural, a nuestro país sólo le quedó un irreparable daño ecológico y social, y sobre todo, el escarnio de observar semejante saqueo llevado adelante por una empresa que despreció al Estado Argentino y a su pueblo, hasta el punto de haber enarbolado la bandera inglesa en todo ese gran feudo que fue La Forestal.

Al agotarse la existencia de quebracho, las fábricas de tanino fueron cerrando poco a poco. En el año 1950 dejaba de producir Tartagal, en 1954 Villa Guillermina, en 1957 Villa Ana y en 1963 La Gallareta. En esa época, la explotación intensiva de los bosques había cambiado la fisonomía de la provincia ya que los campos talados fueron destinados a la ganadería.

 

Algunas conclusiones del modelo del ‘80

El modelo económico impuesto determinó que la mayoría de la riqueza que se producía en el país fuera a parar a los bolsillos de los terratenientes, los grandes intermediarios –como los comerciantes importadores de Rosario– y los inversores imperialistas (principalmente ingleses y alemanes y en menor medida franceses, belgas e italianos) que se disputaban el control de la Argentina.

Contra este modelo se rebelaron los obreros y empleados de las grandes ciudades, los sectores de la incipiente burguesía nacional que participaron de las rebeliones de la Unión Cívica Radical de 1890 y 1893, los chacareros pobres y medios e inclusive algunos terratenientes menores y los trabajadores del campo como los obreros rurales –“golondrina”–, arrendatarios, aparceros, etc.

En las rebeliones de 1890 y 1893, tal como ya se ha analizado, los radicales se alzaron contra la expresión política del régimen pero sin cuestionar su base económica. A diferencia de éstos, los pequeños y medianos productores del campo y la ciudad junto al movimiento obrero, criticaron la esencia del modelo impuesto en 1880. A partir de esos años la condición de vida de los trabajadores empeoró notablemente, no sólo en el interior, sino también en las grandes industrias, desde los frigoríficos a los ingenios azucareros, pasando por los puertos y los ferrocarriles.

Los vehementes relatos de Raúl Scalabrini Ortiz, desarrollados en “Historia de los ferrocarriles argentinos” y en otros trabajos, son suficientemente ilustrativos para hacerse una idea de la superexplotación a la que eran sometidos los trabajadores. El ejemplo de La Forestal se reeditaba en todo el interior del país, desde las estancias de los Menéndez Behety en el sur hasta las de los Patrón Costas en el norte. Los salarios de hambre, sistemas de vales, proveeduría y policía propia eran moneda constante en las estancias o en los obrajes, en las zafras o en los yerbatales.

Los trabajadores comenzaban la cosecha con deudas que arrastraban de la anterior y la terminaban con nuevas obligaciones. Al igual que en La Forestal, los obreros estaban obligados a comprar los alimentos y los trapos que vestían a la empresa que los contrataba. En el campo, los inmigrantes y sus hijos no vivían mucho mejor. Con el Grito de Alcorta los colonos se levantaron. Pero a pesar de haber obtenido un triunfo parcial, no pudieron modificar la situación impuesta por los terratenientes. Observando las cifras que surgían del Censo Nacional de 1914 quedaba demostrado que la mayoría de las explotaciones agropecuarias eran trabajadas por arrendatarios o aparceros (casi el 70% en la provincia de Buenos Aires, el 74,4% en Santa Fe y el 60% en Córdoba).

Estos datos también indicaban que con la rebelión de 1912, si bien se logró una disminución del valor de los arrendamientos (bajaron del 45 al 30%), los colonos no lograron acceder a la propiedad de la tierra ni tampoco transformar las cláusulas de los contratos. Es más, la superficie trabajada bajo esta modalidad se había incrementado, y la duración de los contratos, en su gran mayoría eran menores o iguales a los tres años.

Los defensores del modelo del ‘80 sostienen que, si bien el interior permanecía estancado, en el litoral pampeano se había logrado un extraordinario progreso, dado que allí se producían la mayor cantidad de bienes exportables. Esta es una verdad a medias. Indudablemente, es cierto que en lugares como Rosario, donde se concentró la mayor parte de la población y de los “adelantos importados”, se registró un importante crecimiento. También es cierto que en el litoral pampeano se producía la mayor parte de los productos exportables; pero lo que nadie podrá negar es que el Litoral, tal cual ha sido analizado, también sufrió los efectos del latifundio y la dependencia.

Cabe destacar que Pellegrini sostenía que la región pampeana podría llegar a albergar hasta 100 millones de habitantes. Sin embargo, en los momentos de mayor crecimiento demográfico, entre 1900 y 1910, entraron al país apenas un millón de extranjeros. En ese mismo período, los Estados Unidos recibieron más de ocho millones de inmigrantes. Lo mismo sucedía con las hectáreas cultivadas (de trigo y maíz) y las exportaciones. Argentina producía casi exclusivamente para el mercado externo (61% del trigo y 77% del maíz), mientras que Estados Unidos exportaba apenas un 17% de su trigo y un 1,5% de su maíz. Otro ejemplo estaba dado por el trato a los inmigrantes que, de hecho, en nuestro país eran considerados ciudadanos de segunda clase. No sólo no podían acceder a la tierra, sino que, como vimos en el caso de Santa Fe, la oligarquía se reservaba para sí hasta los derechos cívicos no permitiendo a los extranjeros votar en las elecciones locales.

Estas retrógradas políticas determinarían que en Argentina, en 1914, sólo el 1,4% de los inmigrantes estuvieran naturalizados, mientras que en esa misma época, en Estados Unidos, entre el 64 y el 85% de las primeras corrientes y entre el 4 y el 30% de las nuevas, habían adquirido la ciudadanía. En la educación sucedía algo similar. En 1914 recibían instrucción primaria sólo el 48% de los niños y “sobraban” maestros. Estábamos en presencia de una situación similar a la que se vive hoy en Argentina con los profesionales de la salud. Se sostiene que “sobran” médicos y más del 50% de la población no tiene acceso a un sistema de salud confiable.

Al privilegiarse el sector externo, durante ese período no hubo un desarrollo significativo de la industria y mucho menos aún de la minería. En este último tema, parecería que la naturaleza se hubiera encaprichado con Argentina disponiendo que los yacimientos estén al norte de nuestras fronteras o del otro lado de la cordillera. Caso contrario no se podría explicar que países como Bolivia, Perú o Chile tuvieran un extraordinario desarrollo de este sector y Argentina no. Como se ha sostenido, a partir de la derrota de la izquierda de Mayo se impuso un modelo que se consolidó definitivamente en 1880, basado en el latifundio y la dependencia, modelo que dejó de lado el mercado interno y la posibilidad de un desarrollo autónomo.