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17 de May de 2023

La Revolución de Mayo y la guerra de la independencia

Nuestra gloriosa insurrección

Estamos a pocos días de un nuevo aniversario de “nuestra gloriosa insurrección”, como llamó Mariano Moreno a la gesta del 25 de Mayo, con el mundo conmovido por los peligros de una nueva guerra mundial imperialista. En nuestro país, crecen y confluyen las luchas obreras y populares, que impulsamos para avanzar en la necesaria liberación de las cadenas del latifundio y la dependencia. Extractamos párrafos del Programa de nuestro Partido aprobado en su 13° Congreso.

El pronunciamiento de Buenos Aires del 25 de mayo de 1810, casi simultáneo al de Caracas del 19 de abril, marca en nuestro país el inicio de una guerra prolongada y heroica –con la formación de los ejércitos patrios, de las milicias y de las guerrillas originarias y campesinas que sostuvieron una guerra anticolonial con batallas decisivas como Suipacha, Tucumán y Maipú; con éxodos de pueblos enteros como el jujeño y el oriental; con heroicas guerrillas como las dirigidas por Güemes en Salta y Jujuy, y Arias, Arenales, Warnes, Muñecas, Padilla, Juana Azurduy, los caciques Titicocha, Cáceres y Cumbay, y tantos otros en el Alto Perú–, parte de los procesos de la guerra de la independencia en la mayoría de los países de Latinoamérica, hasta la derrota definitiva de los colonialistas españoles en los campos de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.

En la guerra de emancipación nacional convergieron las masas campesinas, sobre todo originarias, que protagonizaron los heroicos levantamientos del Alto Perú, del noroeste y del noreste argentinos, del Paraguay y del Uruguay; los sectores rurales y urbanos criollos democráticos y antifeudales, como los expresados por Murillo en Bolivia, Gaspar de Francia en Paraguay, Artigas en Uruguay y Moreno, Castelli, Belgrano y Vieytes en Argentina; y además, los sectores de la aristocracia terrateniente criolla que, acordando en la lucha por la independencia de España, lo hacían defendiendo sus privilegios de clase y, por lo tanto, oponiéndose al desarrollo de los elementos democráticos, antifeudales y populares.

La revolución de 1810 no fue simplemente el producto de la acción de una elite cívica-militar. Como en toda verdadera revolución, que enfrenta un poder constituido, hubo sí una minoría organizada en forma conspirativa en el llamado Partido de la Independencia. Hubo también rebelión de una parte de las fuerzas militares, inspirada por esa minoría, y sobre la base del alzamiento popular generalizado.

La derrota de las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, en la que jugó un rol decisivo el pueblo de Buenos Aires en cuyas milicias participaron también mujeres y negros, y las nuevas fuerzas militares creadas en el curso de la defensa y lideradas por criollos, estimularon la agitación política y militar, y la organización clandestina de los sectores patriotas. Es de destacar así mismo el papel que jugaron los pueblos originarios rodeando la ciudad de Buenos Aires impidiendo la huida de Beresford.

El 25 de mayo se produjo el alzamiento insurreccional que posibilitó que los patriotas impusieran, en el Cabildo, la designación de un nuevo gobierno provisorio, la Primera Junta y se creó un nuevo ejército liberador, con los soldados y jefes que pasaron al bando patriota y las masas convocadas por el grito de libertad, en el terreno abonado por los levantamientos originarios y criollos previos.

El accionar de estas masas abrió el camino a los ejércitos patrios y empantanó a los realistas, superiores en número y en entrenamiento militar.

Así fue en las campañas a la Mesopotamia y a la Banda Oriental, y aún más claramente en las del Noroeste y el Alto Perú: las hondas y macanas de los valientes cochabambinos dispersaron las fuerzas realistas y el 7 de noviembre de 1810, en Suipacha, el ejército revolucionario vence por primera vez al ejército español; el éxodo de la mayoría del pueblo jujeño en 1812, dejando sin recursos al enemigo, y el constante ataque de las guerrillas impidiendo su abastecimiento por la Quebrada de Humahuaca, permitieron a Belgrano derrotarlos en Tucumán y Salta. También los obstinados y titánicos esfuerzos de las guerrillas mestizas y originarias desde Salta a Cuzco y Puno, entre 1814 y 1824, fueron decisivos para frustrar los nuevos intentos realistas de asentarse en Jujuy y Salta y avanzar hacia el sur, pese a que hubo sectores oligárquicos locales que colaboraron con ellos. En 1815 se convocó al Congreso de los Pueblos Libres, encabezado por José Gervasio Artigas junto a congresales de varias provincias, en donde por primera vez se aprueba la declaración de la independencia.

El 9 de julio de 1816 el Congreso de Tucumán declaró la independencia de España “y de cualquier otra dominación extranjera”. La guerra de guerrillas de los pueblos de Salta, Jujuy y del Alto Perú, la independencia de Paraguay liderada por Gaspar Francia, y el curso de la revolución en la Banda Oriental, encabezada por Artigas, permitieron mantener la independencia declarada en Tucumán y cubrieron la espalda de San Martín, quien, apoyándose en los pueblos de Cuyo, en acuerdo con los patriotas chilenos, pudo conducir la epopeya histórica de construir el Ejército de los Andes y cruzar la Cordillera. Para esto contó, a su vez, con el acuerdo y apoyo de los originarios pehuenches y mapuches de ambos lados de la cordillera, guaraníes y ranculches que encabezaron Neculñaco y Huentecura.

Tras el triunfo en Chacabuco, y a pesar del revés en Cancha Rayada, el Ejército de los Andes pudo derrotar definitivamente a los realistas en los campos de Maipú. Posteriormente, pese a la oposición de la oligarquía bonaerense, pudo llegar por mar a Lima y contribuir a la independencia del Perú.

La experiencia de la guerra revolucionaria de 1810 a 1824 mostró la importancia de las masas campesinas y originarias y de sus formas de lucha: la guerra de guerrillas y la guerra de recursos –retirando todos los posibles abastecimientos del alcance de las tropas enemigas–, se mostraron como instrumentos imprescindibles en este tipo de guerras. Cuando jefes criollos así no lo entendieron, por su concepción de clase de la guerra, sufrieron grandes reveses militares, dado que concentraron fuerzas para confrontar “ejército contra ejército”, desatendiendo e incluso enfrentando –por supuestamente anárquicas– a las guerrillas campesinas y originarias.

Pese a las múltiples disensiones internas –por la heterogeneidad de los componentes del frente antiespañol–, la decisión de los pueblos de defender la libertad con las armas en la mano permitió la continuidad de la guerra emancipadora. Permitió, además, que se utilizaran a favor de la independencia de nuestros países las disputas entre las distintas potencias europeas que, junto a la sublevación del pueblo español desde 1808, jugaron un papel importante en el debilitamiento del poder militar de la corona. Así se logró la independencia nacional.

Sin estar derrotados los españoles en el norte de Argentina, los terratenientes bonaerenses cambiaron de enemigo: pusieron como blanco a Artigas; derrotado éste, ya con el gobierno de Martín Rodríguez, en 1820, comenzaron la campaña de exterminio a los originarios en la zona pampeana.

La hegemonía de los terratenientes y grandes mercaderes criollos, solo lograda hacia 1880 tras los tres grandes genocidios, la guerra contra el Paraguay, la derrota de las montoneras y la llamada “Campaña del desierto”, hizo que fuera una revolución inconclusa: no se resolvieron las tareas de la revolución democrática, principalmente las tareas agrarias. Cuestión que aflora en todas las luchas posteriores y que aún hoy, entrelazada con la nueva cuestión nacional y social en esta época del imperialismo y la revolución proletaria, sigue sin resolverse.

 

Hoy N° 1962 17/05/2023