María Conti, Adriana, fue y será una compañera que nos marcó un camino de lucha, dejando su sonrisa y su fuerza. Hermana, amiga, camarada, madre y eterna enamorada del flaco ¡tanto te buscamos y no te vemos!
Pero estás.
Estás en las marchas por la libertad de Romina.
Estás cuando una mujer llega golpeada a nuestra casa.
Estás cuando un niño llora en el comedor del barrio.
Estás cuando nos organizamos para el Encuentro de Mujeres.
Estás en la mirada de las compañeras que muchas veces quisieron dañarse y a las que vos, como a todas nosotras, les decías que las mujeres somos importantes, que merecemos ser felices.
Estás en cada lugar que recorriste del Barrio Elena, en la Escuela Amarilla, en la Casa de la Mujer que va a llevar tu nombre: “María Conti, Adriana”.
Vos nos convenciste para ir por primera vez al Encuentro de Mujeres, cuando tanto miedo, tantos hijos, tan nada de plata y de ropa nos ataban a quedarnos: aparecieron hasta zapatos prestados, nos arreglamos para dejar los chicos y volvimos para no perder ningún otro Encuentro.
Vos trajiste la primera máquina de coser y ropa usada para arreglar y darla a quien la necesitara.
Con tu ayuda estudiamos la política y pudimos entender que las mujeres no tan sólo estábamos para cocinar y criar hijos, que podíamos ver más allá de la cocina de nuestras casas.
Vos nos dijiste que había un partido que luchaba por una sociedad distinta, donde hombres y mujeres tuviéramos los mismos derechos; donde hubiera trabajo, pan, salud y vivienda para todos.
Vos nos pusiste a trabajar entre las mujeres, tomar lo específico y así empezamos a trabajar la violencia.
La Casa de la Mujer fue un sueño y la lucha de muchos años. Desde que las mujeres tomamos la Escuela Amarilla –donde dormimos varias noches para quedarnos con el lugar– hasta la inauguración, cuando celebramos juntas que ese sueño se iba concretando.
Porque con vos había eso: compartíamos las luchas y los dolores, pero también festejábamos juntas las alegrías.
Cuando a veces creíamos que ya todo estaba hecho, vos nos decías que siempre hay algo para hacer o para organizar. Y nunca venías con un problema, sino tratando de solucionarlos: si una compañera tenía muchos hijos para ir al Encuentro, si alguien se quedaba sin techo, si no había comida… la cuestión, decías, era cómo luchar para cambiarlo.
María, Adriana: nosotras te decimos que 23 años en tu querido Barrio Elena no van a pasar así nomás. No queremos llorar, pero lloramos. No queremos sufrir tu ausencia, pero la sufrimos. Pero de tu presencia entre nosotras sacamos la fuerza para decirte que no vamos a abandonar la lucha ni el camino que juntas recorrimos, y que pese al dolor estamos “con todas las pilas”, como vos nos querías.
A los hijos de María, queremos agradecerles que vinieran a pasar un día con nosotras. Le pudimos decir que quisimos mucho a su mamá, como camarada, pero también como amiga que sabía nuestros secretos y nuestros dolores más profundos. Vimos en los ojos de Pedro y de Andrés la mirada de María para nosotras, y en sus palabras el aliento de seguir todas las tareas que nos quedan pendientes.
A todas las compañeras queremos decirles que militamos con María, Adriana, y fuimos muy felices, hasta cuando tropezamos con alguna piedra, tuvimos frío o hambre. Siempre tuvimos la fuerza que nos daba donde pedíamos justicia, pan, trabajo, vivienda y salud para todos.
Queremos abrazar a todas las compañeras, camaradas, amigas y decirles que así como nos organizamos por tierra, pan y trabajo, nos organicemos para que ninguna mujer sea golpeada. Y decirles también en el abrazo que empujemos juntas la lucha por esa sociedad donde no haya opresores ni oprimidos de la que nos hablaba María.