Ubicación de la Argentina
La República Argentina está ubicada en el extremo austral de América del Sur. Limita al Norte con Bolivia, Paraguay y una parte de Brasil; al Este con Brasil, Uruguay, y el Océano Atlántico; al Sur y al Oeste con Chile. Una parte de su territorio (las Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur) y de sus mares se encuentra bajo dominio colonial inglés. Tiene una extensión total de 3.761.274 kilómetros cuadrados (incluyendo su sector antártico y las islas australes); 2,8 millones de kilómetros cuadrados están en el continente. Su litoral marítimo alcanza los 5.117 kilómetros y tiene soberanía económica en las 200 millas sobre el Océano Atlántico. Abarca casi todos los tipos de clima. Su vasto sistema de ríos, las montañas, los bosques, las amplias praderas, la fertilidad de la tierra, permiten todo tipo de cultivos y crías. Su suelo atesora infinidad de minerales y la plataforma submarina argentina es de las más ricas en cantidad y calidad de peces.
La población (37 millones de habitantes) se concentra especialmente en el centro del país (en la pampa húmeda y en el Gran Buenos Aires) mientras que en el extremo norte y en la región patagónica la densidad baja sensiblemente. No obstante el peso de la producción agropecuaria en su economía, las tres cuartas partes de la población de la Argentina es urbana. La población activa es de 15.5 millones de personas, el 42 % (13.9 millones son urbanas y 1.6 millones rurales). Los trabajadores asalariados son el 71 % (11 millones) y de ellos, aproximadamente la mitad son obreros propiamente dichos. 9 En el conurbano bonaerense vive el 24% de los habitantes de todo el país; en la Capital Federal, 3 millones de habitantes. Argentina es un país dependiente, parte del conjunto de países coloniales, semicoloniales y dependientes oprimidos por los países imperialistas. En él predominan relaciones de producción capitalista, con un importante desarrollo industrial que la llevó a ocupar el primer lugar en América del Sur en los años 1950. Estas relaciones de producción se encuentran trabadas y deformadas históricamente por la dominación imperialista y el mantenimiento del latifundio en el campo. Esta estructura y las políticas implementadas por las clases dominantes hacen que contraste las riquezas y posibilidades de nuestro país con el hambre, la desocupación y la miseria del conjunto del pueblo y la quiebra de su industria nacional que hoy la caracteriza.
Argentina es parte de América Latina, área tradicional del imperialismo yanqui, pero ha sido y es un país disputado por varias potencias imperialistas. Tiene una historia común con los pueblos y países latinoamericanos que se remonta a tiempos anteriores a la conquista sangrienta –española y portuguesa– del siglo 16. La dominación colonial trasladó a América el régimen feudal de esos países sometiendo a inmensas masas originarias a sistemas de esclavitud y servidumbre como la mita, la encomienda y el yanaconazgo; a lo que se sumó la explotación de centenares de miles de esclavos negros traídos de Africa. El gigantesco movimiento revolucionario que se inició luego de tres siglos de feroz explotación colonial unificó, en los hechos, en un proceso, los levantamientos de los pueblos originarios con las rebeliones de los esclavos y con las ansias de libertad de vastos sectores criollos también oprimidos. Las insurrecciones, pronunciamientos de independencia y las guerras de emancipación derrotaron al colonialismo.
Pero ese movimiento liberador no pudo liquidar las relaciones de producción feudales y semifeudales y los pueblos de América Latina fueron, finalmente, dominados por oligarquías latifundistas nativas que pronto se convirtieron en apéndices de distintos imperialismos. Innumerables muestras de solidaridad se sucedieron en el siglo 20 entre nuestros pueblos que se encuentran hermanados, hoy, en la lucha por la liberación nacional y social.
La República Argentina es un país con diversas nacionalidades, etnias y culturas siendo la nacionalidad argentina mayoritaria y dominante. La nación argentina se conformó en un largo proceso histórico. Esta identidad nacional y cultural, a pesar de los feroces intentos de las clases dominantes para borrarla, hunde sus raíces en los pueblos originarios que habitaban nuestro territorio miles de años antes de la conquista española, en el siglo 16. España impuso a sangre y fuego sus valores, lengua, cultura y religión a pesar de la heroica y prolongada resistencia de los pueblos originarios. La oligarquía terrateniente bonaerense, que hegemonizó el proceso de independencia y luego aliada a los comerciantes porteños se impuso sobre los otros proyectos de organización nacional, le dio su sello dominante a la identidad y cultura nacional.
Para construir su proyecto de identidad nacional, las clases dominantes de la República Argentina continuaron el genocidio de la conquista española buscando aplastar, enmudecer y subsumir en la nacionalidad argentina, la identidad de las etnias y nacionalidades de los pueblos originarios subordinados u oprimidos por ella. Utilizó el Estado para imponer su hegemonía cultural estableciendo una identidad dependiente de las metrópolis que desde el inicio imitó lo europeo, liberal, cosmopolita, mirando al Atlántico y de espaldas a la América andina.
Los pueblos originarios resistieron heroicamente las campañas de conquista y exterminio, expulsados de sus territorios lucharon por sobrevivir y por preservar en muy desiguales condiciones, su identidad, cultura, lengua y religión. Esto les permitió sobrevivir y que aún hoy se manifieste una importante presencia cultural de guaraníes, mapuches, qom, kollas, diaguitas, wichis, ranqueles, mocovíes, tehuelches, huarpes, y otros, en las costumbres y en el habla común de los argentinos. Otro pueblo prácticamente exterminado fue el de los negros traídos como esclavos durante la colonia. Sin embargo, y a pesar de las clases dominantes, dejaron su sello en la cultura y la identidad nacional.
A los originarios y criollos nativos que poblaban nuestro país (no sólo hijos de españoles nacidos en la colonia sino descendientes de las numerosas uniones de españoles con originarios y negros), al gaucho, se sumaron en las últimas décadas del siglo 19 y en las primeras del siglo 20 grandes oleadas inmigratorias, principalmente europeas –de italianos, españoles, alemanes, franceses, eslavos, polacos, rusos, croatas, judíos, árabes y muchos más– que se fueron mezclando, muchas veces también con los originarios en las cosechas y estibas, en las fábricas, conviviendo en los conventillos de las ciudades y en los pueblos de campaña, y que en las últimas décadas se acrecentaron con la inmigración latinoamericana, principalmente paraguayos, bolivianos, uruguayos, chilenos, peruanos, etc.
Campesinos pobres y sin tierra, obreros rurales, artesanos pequeño-burgueses, intelectuales, asalariados y proletarios, nativos e inmigrantes se fueron uniendo en las luchas contra la explotación y opresión forjando fuertes elementos culturales que identifican al pueblo argentino y que, aún subordinados a la cultura y a la identidad impuesta por las clases dominantes, existen y se desarrollan en lucha contra ésta.
Las clases dominantes trataron de eliminar o de incorporar subordinándolos, todos los rasgos culturales y de identidad que expresaban a las etnias y nacionalidades originarias, así como toda manifestación cultural de lo popular, proletario, antiimperialista, antiterrateniente. La aristocracia criolla, hegemonizada por la oligarquía bonaerense utilizó el Estado para imponer su hegemonía cultural, logró subordinar, mediante alianzas o guerras, a las oligarquías terratenientes y a los comerciantes del interior. Estableció su dominio y opresión sobre el nativo y el inmigrante, el originario y el gaucho, el argentino pobre del sur y del norte, del litoral y del interior, unificó la nación argentina y su impronta rioplatense –mejor aún, bonaerense– marcó hasta hoy la cultura nacional. En resistencia y lucha con la identidad dominante existen también, subordinadas, en la cultura e identidad nacional elementos que expresan las raíces originarias y la lucha anticolonial, antiimperialista, popular y proletaria. Existen también en nuestro país etnias, pueblos y naciones originarias que han resistido y sobrevivido al genocidio de la conquista continuado en el siglo 19 por la oligarquía terrateniente argentina. Sufren hoy no sólo la opresión del imperialismo y de los terratenientes como parte del pueblo sino que soportan además la opresión y discriminación como pueblos y naciones oprimidas. Luchan tenazmente por su legítimo derecho a la autodeterminación, territorio y por preservar y recuperar su cultura, lengua, religión y tierras.
Breve reseña histórica
Lo que es hoy la República Argentina estuvo habitado por numerosos pueblos originarios, algunos de ellos con más de doce mil años de antigüedad, cuya economía y organización social se encontraba en diferentes estadios de desarrollo. Los pueblos que habitaban el noroeste y la región cuyana del actual territorio sufrieron en el siglo 14 la invasión y conquista del imperio incaico.
Cuando llegaron a América, los conquistadores europeos libraron una sangrienta guerra frente a la resistencia de los pueblos originarios hasta lograr imponer en una gran parte de la región su dominación colonial-feudal. España fragmentó sus dominios en varios virreinatos. En 1776 se creó el Virreinato del Río de la Plata, que abarcaba los actuales territorios de Argentina, Paraguay, Uruguay y parte de los de Bolivia y Brasil, aunque vastas regiones del mismo seguían bajo el dominio de los pueblos originarios: la región pampeano-patagónica (al sur del río Salado) y la región chaqueña (norte de Argentina, oeste de Paraguay y este de Bolivia).
Los pueblos originarias resistieron y luego de trescientos años de feroz explotación colonial, un gigantesco movimiento revolucionario conmovió las entrañas de la América española.
En 1780 se produjo el levantamiento de los originarios dirigido por Tupac Amaru (José Gabriel Condorcanqui), una gigantesca rebelión social en las que las masas insurrectas atacaron, en tres virreinatos, los pilares de la sociedad feudal, de castas, que España implantó junto a la colonia. Fue la expresión más elevada de las numerosas luchas –como las de los pueblos kollas, calchaquíes, diaguitas, lules, wichis, qom, mocovíes, guaraníes, huarpes, ranqueles, mapuches, tehuelches, onas, etc., en nuestro país– con que durante tres siglos las masas originarias enfrentaron a los colonialistas, y uno de los jalones más importantes en el camino hacia la independencia latinoamericana. Para la misma época en Brasil se desarrollaba la conspiración encabezada por Tiradentes, que también fue ferozmente reprimida en 1789.
Los levantamientos de los pueblos originarios empalmaron, en un proceso, con las rebeliones de esclavos y con los sentimientos y necesidades de vastos sectores criollos también oprimidos por el régimen colonial. Esto se expresó en conspiraciones como las de Colombia y Venezuela entre 1794 y 1797, la gesta encabezada por Toussaint Louverture en Santo Domingo desde 1797 y la posterior independencia de Haití en 1804, las insurrecciones de La Paz de 1798, 1800 y 1805, la expedición de Miranda a Venezuela en 1806, el rechazo a las invasiones inglesas en la Banda Oriental y Buenos Aires en 1806 y 1807, la destitución del virrey en México en 1808, la revolución de Quito en 1808, y las heroicas insurrecciones de Chuquisaca y La Paz en 1809, que dejaron encendida la tea de la libertad como gritó Murillo al pie del cadalso. En este terreno germinó, y pudo sostenerse y desarrollarse, el grito de libertad del pueblo de Buenos Aires del 25 de mayo de 1810.
Sobre esto operaron también importantes acontecimientos externos a nuestro subcontinente, particularmente la guerra de la independencia norteamericana (de 1776 a 1783), la revolución francesa (desde 1789) y las rebeliones del pueblo español contra la invasión napoleónica (a partir de 1808); además de las contradicciones entre las grandes potencias coloniales de esa época, sobre todo entre Inglaterra y España hasta la derrota de ésta en Trafalgar en 1805, y entre Inglaterra y Francia después.
Revolución de Mayo y guerra de la independencia
El pronunciamiento de Buenos Aires del 25 de mayo de 1810, casi simultáneo al de Caracas del 19 de abril, marca en nuestro país el inicio de una guerra prolongada y heroica –con la formación de los ejércitos patrios, de las milicias y de las guerrillas originarias y campesinas; con batallas decisivas como Suipacha, Tucumán y Maipú; con éxodos de pueblos enteros como el jujeño y el oriental; con heroicas guerrillas como las dirigidas por Güemes en Salta y Jujuy, y Arias, Arenales, Warnes, Muñecas, Padilla, Juana Azurduy, los caciques Titicocha, Cáceres y Cumbay, y tantos otros en el Alto Perú–, parte de los procesos de la guerra de la independencia en la mayoría de los países de Latinoamérica, hasta la derrota definitiva de los colonialistas españoles en los campos de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
En la guerra de emancipación nacional convergieron las masas campesinas, sobre todo originarias, que protagonizaron los heroicos levantamientos del Alto Perú, del noroeste y del noreste argentinos, del Paraguay y del Uruguay; los sectores rurales y urbanos criollos democráticos y antifeudales, como los expresados por Murillo en Bolivia, Gaspar de Francia en Paraguay, Artigas en Uruguay y Moreno, Castelli, Belgrano y Vieytes en Argentina; y además, los sectores de la aristocracia terrateniente criolla que, acordando en la lucha por la independencia de España, lo hacían defendiendo sus privilegios de clase y, por lo tanto, oponiéndose al desarrollo de los elementos democráticos, antifeudales y populares.
La revolución de 1810 no fue simplemente el producto de la acción de una elite cívica-militar. Como en toda verdadera revolución, que enfrenta un poder constituido, hubo sí una minoría organizada en forma conspirativa en el llamado Partido de la Independencia. Hubo también rebelión de una parte de las fuerzas militares, inspirada por esa minoría, y sobre la base del alzamiento popular generalizado.
La derrota de las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, en la que jugó un papel decisivo el pueblo de Buenos Aires en cuyas milicias participaron también mujeres y negros, y las nuevas fuerzas militares creadas en el curso de la defensa y lideradas por criollos, estimularon la agitación política y militar, y la organización clandestina de los sectores patriotas.
El 25 de mayo se produjo el alzamiento que posibilitó que los patriotas impusieran, en el Cabildo, la designación de un nuevo gobierno provisorio, la Primera Junta y se creó un nuevo ejército liberador, con los soldados y jefes que pasaron al bando patriota y las masas convocadas por el grito de libertad, en el terreno abonado por los levantamientos originarios y criollos previos. El accionar de estas masas abrió el camino a los ejércitos patrios y empantanó a los realistas, superiores en número y en entrenamiento militar. Así fue en las campañas a la Mesopotamia y a la Banda Oriental, y aun más claramente en las del Noroeste y el Alto Perú: las hondas y macanas de los valientes cochabambinos dispersaron las fuerzas realistas impidiendo su concentración en Suipacha; el éxodo jujeño, dejando sin recursos al enemigo, y el constante ataque de las guerrillas impidiendo su abastecimiento por la Quebrada de Humahuaca, permitieron a Belgrano derrotarlos en Tucumán y Salta. También los obstinados y titánicos esfuerzos de las guerrillas mestizas y originarias desde Salta a Cuzco y Puno, entre 1814 y 1824, fueron decisivos para frustrar los nuevos intentos realistas de asentarse en Jujuy y Salta y avanzar hacia el sur, pese a que hubo sectores oligárquicos locales que colaboraron con ellos.
El 9 de Julio de 1816 el Congreso de Tucumán declaró la independencia de España “y de cualquier otra dominación extranjera”. La guerra de guerrillas de los pueblos de Salta, Jujuy y del Alto Perú, la independencia de Paraguay liderada por Gaspar Francia, y el curso de la revolución en la Banda Oriental, encabezada por Artigas, permitieron mantener la independencia declarada en Tucumán y cubrieron la espalda de San Martín. Quién, apoyándose principalmente en los pueblos de Cuyo, pudo así conducir la epopeya histórica de construir el Ejército de los Andes, cruzar la Cordillera, derrotar a los realistas en los campos de Chacabuco y Maipú, y posteriormente, con el apoyo chileno, y ya con la oposición de la oligarquía bonaerense, pudo llegar por mar a Lima y contribuir a la independencia del Perú.
La experiencia de la guerra revolucionaria de 1810 a 1824 mostró la importancia de las masas campesinas y originarias y de sus formas de lucha: la guerra de guerrillas y la guerra de recursos –retirando todos los posibles abastecimientos del alcance de las tropas enemigas–, se mostraron como instrumentos imprescindibles en este tipo de guerras. Cuando jefes criollos así no lo entendieron, por su concepción de clase de la guerra, sufrieron grandes reveses militares, dado que concentraron fuerzas para confrontar “ejército contra ejército”, desatendiendo e incluso enfrentando –por supuestamente anárquicas– a las guerrillas campesinas y originarias.
Pese a las múltiples disensiones internas –por la heterogeneidad de los componentes del frente antiespañol–, la decisión de los pueblos de defender la libertad con las armas en la mano permitió la continuidad de la guerra emancipadora. Permitió, además, que se utilizaran a favor de la independencia de nuestros países las disputas entre las distintas potencias europeas que, junto a la sublevación del pueblo español, jugaron un papel importante en el debilitamiento del poder militar de la corona. Así se logró la independencia nacional.
Pero, la hegemonía de los terratenientes y grandes mercaderes criollos hizo que fuera una revolución inconclusa: no se resolvieron las tareas de la revolución democrática, principalmente las tareas agrarias. Cuestión que aflora en todas las luchas posteriores y que aún hoy, entrelazada con la nueva cuestión nacional en esta época del imperialismo y la revolución proletaria, sigue sin resolverse.
Así se vieron frustradas todas las ansias de libertad de los sectores populares despertadas con la Revolución de Mayo, y la guerra civil posterior se convirtió en una permanente guerra entre distintos caudillos, muchos de ellos expresión de diferentes sectores de la vieja y nueva aristocracia terrateniente y comercial, que se prolongaría por más de cincuenta años. Estos sectores pugnaban por llevar adelante distintos proyectos en consonancia con sus intereses. En algunos casos, y sobre todo en las provincias del Noroeste estos proyectos implicaban la protección de las artesanías y otras producciones locales y actitudes de unidad con los países americanos, en particular con Chile, Bolivia y Paraguay, con los cuales habían mantenido lazos comerciales; los otros, estaban integrados por los terratenientes del Litoral y los comerciantes y ganaderos del puerto de Buenos Aires. Todo esto como parte del proceso de reafirmación de las relaciones semiserviles y de ampliación del latifundio de origen feudal a través de la apropiación de la tierra de los pueblos originarios, exterminándolos en masa cuando resistían, lo que permitió someter a los campesinos pobres y a los gauchos a las nuevas condiciones de servidumbre.
El mantenimiento de las relaciones semiserviles, el establecimiento de aduanas interiores, etc., agudizó la disgregación nacional y demoró la formación de un mercado nacional unificado. Cuando terminó imponiéndose la organización nacional bajo la hegemonía de los terratenientes bonaerenses y comerciantes porteños, después de la batalla de Pavón de 1861, la unificación del mercado se hizo sobre la base del librecambio externo (con el consiguiente desmedro para las incipientes industrias nacionales), en función de su alianza con el capitalismo europeo, abriendo el puerto a la entrada de productos extranjeros (con excepciones como el caso del azúcar y el vino) a cambio de garantizar mercados para sus exportaciones agropecuarias.
Así también se vio condicionada la independencia nacional con la creciente injerencia de las potencias europeas, particularmente Inglaterra y Francia, aliándose con uno u otro sector de terratenientes y comerciantes intermediarios. En 1833, Inglaterra ocupa nuestras islas Malvinas. En 1840, Buenos Aires sufre el bloqueo francés y en 1848, el de ambas potencias –Francia e Inglaterra– coligadas, ya enfrentadas en la batalla de la Vuelta de Obligado durante el gobierno de Rosas, el 20 de noviembre de 1845. Y en 1865, los sectores expresados entonces por el mitrismo, instigados principalmente por Inglaterra, llevaron a nuestro país a ser organizador y parte fundamental en la guerra fratricida de la Triple Alianza (Argentina-Brasil-Uruguay) contra el Paraguay, que liquidó el desarrollo independiente que se venía operando allí.
Este verdadero genocidio del pueblo y la nación paraguaya sirvió aquí a los terratenientes y comerciantes porteños para asegurar su hegemonía, terminando de liquidar o someter a los sectores del interior que los enfrentaban –avasallando brutalmente las autonomías provinciales– y poniendo proa hacia el más grande genocidio desde la conquista española, perpetrado ahora por la oligarquía argentina encabezada por el General Roca que, apropiándose de la bandera originalmente creada por Belgrano para unir a todos los pueblos de este país, la usó para someter a los pueblos originarios de la región pampeana y patagónica en la mal llamada “conquista del desierto”, e inmediatamente después contra los del Chaco, para ampliar así el latifundio en millones de hectáreas. Asimismo son acallados brutalmente todos los reclamos de propiedad de la tierra de las masas campesinas criollas y originarias, como ocurrió con el levantamiento de los habitantes de la Quebrada de Humahuaca y Puna, masacrados en 1874 por los terratenientes, en la batalla de Quera, para impedir que la tierra retornase a sus manos.
En este marco, los grandes cambios producidos tras el derrocamiento de Rosas en 1852, con la apertura a la inmigración y a las mercancías y el capital extranjero, siguieron estando limitados por el predominio de los terratenientes que se adaptaron y los aprovecharon a su favor, fortaleciéndose la alianza del sector hegemónico de terratenientes bonaerenses con el capitalismo europeo. Los pocos inmigrantes que pudieron beneficiarse con planes de colonización fueron circunscriptos en pequeñas extensiones y en zonas alejadas del puerto, marginándolos de las mejores tierras.
Al mantenerse el latifundio de origen feudal en el campo, se vio dificultado el desarrollo de los centros urbanos, aunque éstos comenzaron a ser, particularmente Buenos Aires, el lugar de asentamiento obligado de los inmigrantes que no podían acceder a la tierra. También muchos nativos del interior ya emigraban hacia las ciudades, y en especial a Buenos Aires, escapando a las levas forzosas y a las condiciones semiserviles de las estancias.Así las ciudades-puerto (sobre todo Buenos Aires y, en menor medida, Rosario, Bahía Blanca, etc.) se fueron convirtiendo en un reducto para las artesanías y pequeñas fábricas. Esto implicó un desarrollo del proletariado industrial aún débil y una más débil y dispersa burguesía con aspiraciones industrialistas. Las primeras experiencias de organización obrera están ligadas a este precario desarrollo industrial, destacándose el caso de los tipógrafos que ya en 1857 formaron una sociedad mutual, y en 1878 protagonizaron la primer huelga organizada del país con la creación de un verdadero sindicato, la Unión Tipográfica, que funcionó entre 1877 y 1879.
Entretanto, con la “pacificación” del país y la capitalización de Buenos Aires en 1880, se consolidó la hegemonía de la clase terrateniente en el Estado argentino a través del sector de grandes terratenientes ganaderos bonaerenses y del interior expresados por el roquismo. Sector que, subordinando a los otros sectores terratenientes y en alianza con los grandes comerciantes, en particular con los del puerto de Buenos Aires, impuso el llamado “proyecto del ‘80” que hizo de la Argentina “un modelo” de país dependiente del imperialismo, como lo calificó Lenin. “Así los terratenientes y comerciantes porteños hegemonizaron un bloque de clases dominantes que desarrolló el país sobre el eje del litoral pampeano, creciendo ‘hacia afuera’, renegando de su condición latinoamericana, produciendo materias primas para las potencias de ultramar e importando sus manufacturas y sus capitales.” 10
A partir de 1880, entonces, avanzó rápidamente la penetración del capital extranjero –en proceso de conversión en imperialista– invirtiéndose sobre todo en los ferrocarriles, frigoríficos, puertos, electricidad y finanzas. Esto aceleró el desarrollo de relaciones capitalistas en la ciudad y en el campo y la formación de la clase obrera moderna, sobre la base de los trabajadores criollos y una creciente afluencia de inmigrantes de distintas nacionalidades europeas. Se fue produciendo así un desarrollo del capitalismo, aunque lastrado por el mantenimiento del latifundio de origen feudal en el campo y por la propia penetración imperialista, que constriñe y deforma todo el desarrollo de la economía nacional en función de sus intereses.A su vez, la entrada de capitales de distintos orígenes (ingleses, franceses, norteamericanos, alemanes, italianos, holandeses, belgas, españoles, etc.) instaló en nuestro país la disputa interimperialista por el control económico y político del mismo. Esta disputa se expresa fundamentalmente a través del enfrentamiento entre distintos sectores de terratenientes y de burguesía intermediaria, convertidos en verdaderos apéndices de uno u otro imperialismo. Sirva de ejemplo el que mantuvieron a fines del siglo pasado los terratenientes vacunos de la provincia de Buenos Aires y Córdoba, en general proingleses, con los terratenientes laneros de la provincia de Buenos Aires más ligados al capital francés.
Al calor de importantes movimientos huelguísticos de ferroviarios, albañiles, carpinteros, panaderos, modistas, domésticas, etc., el 1º de mayo de 1890 se conmemoró en la Argentina, junto a los trabajadores de todo el mundo, con actos en Buenos Aires, Rosario, Chivilcoy y Bahía Blanca en los que participaron más de tres mil personas. Los oradores hicieron sus discursos en castellano, italiano, francés y alemán: ésta era la realidad del movimiento obrero por entonces. Cabe destacar el papel de los pioneros de su organización como Germán Ave Lallemant, quien valiéndose del marxismo, ayudó con su análisis y toda su práctica al desarrollo de nuestro movimiento obrero. La crisis de 1890 postergó la constitución de la Federación de Trabajadores de la República Argentina hasta el año siguiente y en 1892 comenzó a funcionar la Agrupación Socialista que dio origen en 1896 al partido del mismo nombre.11
Entretanto, distintas fuerzas agrupadas en la Unión Cívica en oposición al régimen oligárquico protagonizaron la Revolución del Parque, del 26 de julio de 1890. Pese al empuje y el heroísmo de la juventud burguesa y pequeñoburguesa, la insurrección fue derrotada. La línea de su dirección hegemonizada por un sector de grandes terratenientes y comerciantes, al no integrar al resto del movimiento popular (fundamentalmente las masas obreras y campesinas), la condujo al aislamiento en Buenos Aires y terminó negociándola con Roca y Pellegrini.
La Unión Cívica se dividió: un sector formalizó un acuerdo para compartir el régimen oligárquico (pacto de Mitre con Roca); el otro, agregando el nombre de Radical, con la dirección de Alem, siguió la lucha, organizando levantamientos armados en 1891 y 1893 en casi todas las provincias.
Superada la crisis de 1890, continúan avanzando a pasos agigantados las inversiones extranjeras y, junto a ellas, se acelera significativamente la inmigración de trabajadores traídos sobre todo de las regiones campesinas más atrasadas de Europa, que compartirán con los trabajadores nativos y de inmigraciones anteriores su condición proletaria.
La gran afluencia de inmigrantes y su decisiva participación en la formación de la clase obrera argentina, influyó también en ideas que fueron el basamento del reformismo argentino. Desconocían la historia –reciente– de setenta años de guerras civiles y luchas armadas que vivió el país. Y muchos de ellos compartieron, durante muchos años, la ilusión de las clases dirigentes sobre un curso pacífico del desarrollo capitalista argentino. También hubo una corriente que aportó en ideas y prácticas revolucionarias.
Globalmente avanza la opresión imperialista sobre nuestro país, predominando en ese período la hegemonía del imperialismo inglés. Se mantiene el latifundio de origen feudal en el campo, con el consiguiente retraso en el desarrollo de relaciones capitalistas de producción y la permanencia y recreación de relaciones semifeudales; y la Argentina se convierte en un país dependiente, parte del conjunto de países coloniales, semicoloniales y dependientes oprimidos por los países imperialistas. Como dice Lenin “envuelto en las redes de la dependencia financiera y diplomática”.
Así se interrelacionaron la contradicción entre el pueblo y los terratenientes y la burguesía intermediaria y la contradicción entre el imperialismo y la Nación Argentina. Así se interrelacionaron también las dos grandes tareas de la revolución argentina: la tarea democrática y la tarea antiimperialista. Así también se interrelacionan, desde 1890, aunque marchando a veces por carriles separados, el movimiento democrático y el movimiento nacional. Separación que no sólo ha afectado globalmente al movimiento liberador sino que incluso ha dividido, durante décadas, al movimiento obrero.
Irrumpe el proletariado
En los primeros años del siglo 20, el movimiento obrero argentino y sus organizaciones gremiales y políticas dieron un gran salto adelante. La expansión de la economía argentina trajo aparejado un aumento de la cantidad de trabajadores del campo y de la ciudad, sometidos a condiciones de tremenda explotación. Enfrentando el trabajo a destajo, las jornadas de doce y más horas, reclamando aumentos de salarios, crecieron los combates obreros. Estando en lucha los estibadores del puerto de Buenos Aires, los obreros del Mercado Central de Frutos, los conductores de carros, las alpargateras, etc., y convocada por la Federación Obrera Argentina (FOA), estalló el 22 de noviembre de 1902 la primera huelga general del movimiento obrero argentino.
El paro del puerto de Buenos Aires, lugar clave de la economía argentina, enfureció a la oligarquía. El gobierno del general Roca, con la aprobación de senadores y diputados, implantó el Estado de Sitio y la tristemente célebre Ley de Residencia (Nº 4.144), para expulsar a los extranjeros acusados de agitadores. La policía y el ejército ocuparon las calles, desencadenándose una brutal represión sobre el movimiento obrero.La huelga fue derrotada, pero su desarrollo fue de gran importancia. Grandes masas explotadas mostraban a través de su propia experiencia la enorme capacidad de lucha y el potencial revolucionario del proletariado argentino. Quedó desnudo ante las grandes masas el carácter reaccionario del Estado de los terratenientes, de los burgueses intermediarios y del imperialismo, expresado políticamente por el gobierno de Roca.
Ya aparecía la necesidad del proletariado de tener una línea y una organización independiente para poder enfrentar con éxito a ese Estado. En el seno del movimiento obrero estaba abierta una gran lucha de líneas, que se daba principalmente entre los anarquistas y los socialistas. Los anarquistas impulsando con decisión las luchas jugaron un rol protagónico en la primera gran huelga general. Así se fortalecieron en el movimiento obrero. Los socialistas tomaron distancia de las luchas acusando a la huelga general de “descabellada y absurda” y perdieron fuerza en la clase obrera. El socialismo, hegemonizada su dirección por el revisionismo, absolutizaba la lucha política parlamentaria. El anarquismo, teñido por tendencias espontaneístas, sindicalistas e incluso antiorganizadoras, secundarizaba la lucha política por el poder. Ambos, al crear un abismo entre la lucha económica y la lucha política, eran impotentes para construir una línea que armara al proletariado para organizar su Partido y dirigir la revolución democrática y antiimperialista. Con la derrota de la huelga general de 1902 no se apagaron las luchas. En 1903, el movimiento obrero se dividió en dos centrales sindicales: la FORA dirigida por los anarquistas y la UGT que dirigían los socialistas. En ambas, predominaban concepciones no marxistas que dificultaron el avance del movimiento obrero. Durante los años 1903 y 1904 se triplicaron las huelgas, destacándose las de ferroviarios, tabaqueras, azucareros y obreros de la carne. En febrero de 1905 se produjo una nueva insurrección radical contra el régimen oligárquico.
Pese a la intensificada represión de los gobiernos oligárquicos (clausura de locales, prohibición de la prensa obrera, la militancia sindical es considerada delito, etc.), las organizaciones sindicales se van desarrollando y fortaleciendo. Ya para fines de 1905 la mayoría de los gremios habían conquistado la jornada de ocho ó nueve horas y logrado aumentos de salarios.
Un rasgo distintivo de esos años fue la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado, y su importante participación en las luchas, en la organización gremial, y el desarrollo de un fuerte movimiento de mujeres, que logró arrancar en 1907 al Estado oligárquico la Ley 5.291, reglamentando el trabajo de mujeres y niños.
Entre 1906 y 1909 crecen las luchas y se extienden a varias provincias. En la llamada Semana Roja que arranca el 1º de mayo de 1909, una concentración convocada por la FORA en Plaza Lorea, fue violentamente reprimida con un saldo de once muertos y cientos de heridos. La FORA, la UGT y los sindicatos autónomos formaron un comité de huelga y declararon la huelga general. El 3 de mayo se inicia la lucha. Trescientas mil personas acompañaban los restos de los asesinados. La policía dirigida por el coronel Falcón cargó sobre la columna dejando un saldo de varios muertos. La huelga sigue y dura ocho días. El ejército y la policía acompañados de bandas “nacionalistas”, “niños bien” de la oligarquía, se lanzan sobre los barrios obreros para quebrar la organización y romper el movimiento. Asaltan e incendian círculos culturales, bibliotecas y locales obreros.Pero el movimiento no pudo ser aplastado. El gobierno debió negociar y aceptar todas las peticiones obreras. Por primera vez en nuestra historia, sobre la base de una huelga general, el movimiento obrero lograba semejante triunfo. Habían pasado diecinueve años desde aquella primera conmemoración del 1º de mayo de 1890. Diecinueve años de experiencias de lucha protagonizadas por grandes masas explotadas que, a través de su práctica, fueron tomando conciencia de su fuerza como clase.
Un año después, cuando se preparaban los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, ante el llamamiento a la huelga por la derogación de la Ley de Residencia y el cumplimiento de la promesa de liberar los presos sociales, el gobierno de Figueroa Alcorta desencadena una feroz represión al movimiento obrero. Se decretó el Estado de Sitio y se sancionó la Ley de Defensa Social, para reprimir al movimiento sindical. Fueron apresados más de dos mil obreros, cien deportados y otros tantos confinados en Ushuaia. Así conmemoraba la oligarquía el Centenario. Sacando fuerzas de su flaqueza, y en el marco de una nueva crisis económica iniciada en 1910, el movimiento obrero continuó sus luchas. Esto estimuló a otros sectores populares. En Macachín, La Pampa, se levantaron los campesinos exigiendo la abolición de los contratos esclavistas y los pagarés en blanco. Pese a que el gobierno envió tropas para reprimir, la huelga triunfó.
En junio de 1912 estalló en el sur de la provincia de Santa Fe, la huelga conocida como el Grito de Alcorta. La lucha se desató contra los altos arrendamientos y los contratos leoninos y se extendió rápidamente hacia el norte de la provincia de Buenos Aires y el sur de Córdoba y Entre Ríos. Pese a la represión el movimiento triunfó, surgiendo la Federación Agraria Argentina.
El Grito de Alcorta señala el comienzo de una nueva etapa en la historia de las luchas campesinas argentinas. Hacía su aparición en el corazón de la pampa húmeda un nuevo torrente del otro gran protagonista de la revolución, poniendo en evidencia ante grandes masas las nefastas consecuencias del latifundio, grandes extensiones de tierra monopolizadas por la oligarquía terrateniente. “La tierra para quien la trabaja”, pasó a ser una de las banderas del movimiento agrario. Con el desarrollo de las luchas obreras y campesinas, fue creciendo una corriente revolucionaria dentro del movimiento sindical y dentro del Partido Socialista, corriente que reivindicó el marxismo y el carácter clasista del socialismo. La posibilidad de una convergencia de hecho de las luchas obreras y campesinas con sectores burgueses y pequeñoburgueses que tras las banderas del radicalismo enfrentaban aspectos parciales del régimen conservador, ponía en riesgo el poder de las clases dominantes. Estas, a su vez, se encontraban horadadas por la agudización de la disputa interimperialista que llevaría a la Primera Guerra Mundial. Terciando en la tradicional disputa entre ingleses y franceses, desde fines del siglo pasado habían ido adquiriendo un importante peso interno otros intereses imperialistas, como los italianos, los belgas y, particularmente, los alemanes. Cuando la disputa de éstos con los ingleses pasó a ser la principal, en la primera década de nuestro siglo, comenzaron a terciar también aquí los imperialistas yanquis.
En estas condiciones, para quitarle base al insurreccionalismo y abstencionismo electoral de los sectores del radicalismo enfrentados con el régimen, el sector de la oligarquía que había llegado al gobierno con Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña negocia con Yrigoyen. Concede en 1912 el voto universal masculino, secreto, excluyendo a los extranjeros y a las mujeres. Hace jugar a su favor la fiebre electoralista, de conciliación con la oligarquía y el imperialismo, predominante tanto en el socialismo como en el radicalismo. Esto condicionará todo el desarrollo posterior del movimiento democrático. En el movimiento de mujeres pasan a ser hegemónicas las corrientes “sufragistas” de carácter reformista burgués, con el paulatino retroceso del “feminismo clasista”, quedando desarticulado para acompañar más activamente el nuevo auge de luchas obreras.
El inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914, entre las potencias imperialistas atlánticas (principalmente Inglaterra y Francia) y los imperios centrales (Alemania y Austria-Hungría), ahonda la división interna de la oligarquía, a la vez que debilita transitoriamente la opresión imperialista sobre nuestro país. Así, a través de elecciones, el radicalismo llega al gobierno nacional en 1916.
El nacimiento del Partido Comunista
Yrigoyen se hizo cargo del gobierno en octubre de 1916 con el apoyo de una parte importante del movimiento obrero y de las masas populares, que ganaron las calles para festejar. Pero la política de conciliación con la oligarquía y el imperialismo tiñó todo el período del gobierno radical yrigoyenista.El carácter reformista burgués del gobierno radical y sus lazos estrechos con sectores de la oligarquía, determinaron que el triunfo electoral del radicalismo no significara el fin del Estado de los terratenientes, la burguesía intermediaria y el imperialismo, aunque se recortasen algunos privilegios de esos sectores.
El proletariado crecía y se lo admiraba por sus luchas. Pero carecía del partido que le permitiera participar activamente, con independencia, en la revolución democrática y antiimperialista y, en su curso, tomar su dirección política, ya que, por su línea, ni socialistas, ni anarquistas podían hacerlo.
En el marco del ascenso del yrigoyenismo al gobierno y de la conmoción mundial que produjo el triunfo de la revolución bolchevique, el movimiento obrero y popular protagonizó un nuevo auge de luchas logrando avanzar en sus conquistas democráticas y económicas. Ejemplo de esto son las huelgas portuarias que obtienen la jornada de ocho horas y aumentos salariales, y las de los ferroviarios, que lograron la anulación del artículo 11 de la Ley de Jubilaciones que imponía renunciar al derecho de huelga para acogerse a sus beneficios. El movimiento campesino, continuando su lucha, obtendrá rebajas en los arrendamientos y, finalmente, la primera ley de arrendamientos y aparcerías rurales en 1921. En junio de 1918 se inicia un gran movimiento democrático en la Universidad, que tiene como centro la Universidad de Córdoba, lugar donde se concentraba la reacción feudal y clerical. Este movimiento tuvo amplia repercusión en toda América Latina. La lucha estudiantil conquistó a través de la Reforma Universitaria reivindicaciones importantes como el cogobierno, la autonomía y la libertad de cátedra. En este contexto de ascenso revolucionario del movimiento obrero y popular, y contribuyendo al mismo, se fortaleció la corriente que en el seno del Partido Socialista reivindicaba el marxismo y el carácter clasista del socialismo, en la lucha contra el revisionismo y el oportunismo político de su dirección. Estimulada esta corriente por el triunfo de la revolución bolchevique, expulsados sus miembros por la dirección del PS, dan origen –el 6 de enero de 1918– al Partido Socialista Internacional, que a partir de 1921 pasaría a ser el Partido Comunista de la Argentina. Se creaba así la posibilidad de que el proletariado argentino contase con un partido auténticamente revolucionario, marxista-leninista.
Terminada la guerra interimperialista, la oligarquía y el imperialismo pasaron a trabajar activamente por recuperar el terreno perdido, poniendo el centro en detener la oleada revolucionaria de masas y cercando al gobierno radical.
Primer boceto revolucionario
Desde 1917, con grandes huelgas como la de los obreros ferroviarios, de la carne, azucareros tucumanos, etc., un nuevo período de auge sacude a la Argentina. Esta oleada de luchas obreras alcanzó su pico más alto en la segunda semana de enero de 1919. La lucha por salario, condiciones y tiempo de trabajo de los ochocientos obreros de los Talleres Vasena fue reprimida violentamente por la policía, dejando un saldo de cuatro muertos y treinta heridos. Esta represión puso en pie a los trabajadores y el pueblo de Buenos Aires y Avellaneda.
Los paros y marchas espontáneos se extendieron rápidamente, obligando a la FORA del 9º Congreso a llamar a la huelga general, cosa que ya había hecho la FORA del 5º Congreso. La huelga se extendió a todo el país. Grandes masas se plegaron al paro y protagonizaron numerosas movilizaciones y enfrentamientos con las fuerzas represivas. Se bocetaron soviets (consejos de delegados obreros y de soldados). El alcance y profundidad de estos combates marcó un hito en la historia del movimiento obrero y la lucha revolucionaria en nuestro país. Las doscientas mil personas que acompañaban los restos de los obreros asesinados son tiroteadas por la policía. Las masas enfrentan, rebalsan a las fuerzas policiales y la sublevación se extiende. Se generalizan las barricadas, asaltos de armerías, tomas de algunas comisarías, etc., y durante un corto tiempo el pueblo se transforma en dueño de gran parte de la ciudad.
El gobierno de Yrigoyen reprimió sangrientamente la sublevación popular. El ejército entró en la ciudad; se arman grupos civiles de la oligarquía que asaltan locales e imprentas obreras y realizan verdaderas “razzias” en los barrios obreros con un saldo de entre ochocientos y mil quinientos muertos –según las fuentes diplomáticas de la época– y más de cuatro mil heridos, incluyendo mujeres, ancianos y niños. Genocidio sólo comparable a los de Rosas y Roca contra los originarios, que pasará a la historia oficial con el nombre de Semana Trágica.
Pese a la masacre, los ecos del levantamiento obrero y popular de la Semana de Enero de 1919 llegan hasta los más apartados rincones, conmoviendo a los explotados y a los explotadores de esos verdaderos imperios latifundistas del norte y del sur argentinos. Ejemplos de esto son las históricas huelgas de los hacheros alzados contra La Forestal y la rebelión de los obreros rurales y campesinos pobres en la Patagonia, en 1920 y 1921, donde los obreros implantaron comunidades autoadministradas, con su propia autodefensa y servicio sanitario y organizaron grupos móviles armados. Fueron, también, sangrientamente reprimidas por el ejército enviado por Yrigoyen en apoyo de la oligarquía. La matanza de Santa Cruz superó en alevosía y en el número de muertos a la Semana de Enero, con resultados mucho más catastróficos para la provincia, pues reforzó allí la dictadura omnímoda de los latifundistas e imperialistas.
La oligarquía aplastó sangrientamente estas luchas. Pero ese río de sangre dividió las aguas de la lucha de clases en la Argentina, creando nuevas condiciones para la maduración de la conciencia revolucionaria. Es importante analizar la actitud política, las posiciones y las reflexiones de las organizaciones sindicales y políticas que por ese entonces, desde la oposición al gobierno de Yrigoyen, disputaban la dirección del movimiento obrero.
En la Semana de Enero de 1919, solo la FORA del 5º Congreso, anarco-comunista, impulsó la huelga general revolucionaria.12 La dirección del Partido Socialista, aunque crítica del gobierno de Yrigoyen, consideró “infaustos” los hechos proponiendo la vuelta al trabajo.13 La FORA del 9º Congreso, sindicalista, en principio trató de que el paro se limite a la rama metalúrgica y a la solidaridad. No convocó a la huelga general y, después, llamó a levantar el paro.14 El Partido Socialista Internacional, luego Partido Comunista, denunció la represión, pero adhirió a la declaración de la FORA del 9º Congreso.15 Las mismas posiciones se mantuvieron en las huelgas de La Forestal y la Patagonia.
En estas impresionantes huelgas, las masas enfrentaron la represión de las fuerzas oligárquicas con un elevado grado de violencia, dejando enseñanzas que aún hoy tienen vigencia. Sin embargo tanto el Partido Socialista como el Partido Comunista le dieron la espalda a la lucha violenta del proletariado. El PS por oponerse, el PC por ignorarlas. Desde nuestro punto de vista los hechos mostraron hasta dónde podía llegar el movimiento obrero encabezado y dirigido por los sectores más avanzados del anarquismo. Estos, por sus concepciones dejaron librado a la lucha espontánea de las masas la destrucción del Estado oligárquico. Carecieron de una línea que hiciera posible el avance de la lucha revolucionaria en la Argentina. Sobre el levantamiento de la Semana de Enero de 1919 y su prolongación en huelgas como las de la Forestal y la Patagonia debe decirse que:
1º) Constituyeron el primer boceto revolucionario. Este primer boceto insurreccional mostró que el proletariado tenía fuerza y capacidad (aun en las condiciones descriptas) para hegemonizar al conjunto del pueblo y hacer temblar las clases dominantes. Esto es lo fundamental. Cincuenta años después, en nuevas y superiores circunstancias, el Cordobazo y otras puebladas de la década de 1970 volvieron a bocetar el camino de la revolución Argentina. Las enseñanzas de estas rebeliones, para nuestra línea insurreccional, son de gran importancia en la actualidad, cuando los cortes de ruta, piquetes y puebladas conmueven al país.
2º) Sin embargo, como se manifestó en medio de la huelga de enero de 1919, hubo errores que facilitaron el aislamiento del proletariado y su represión sangrienta:a) El insuficiente apoyo campesino y el corte de abastecimiento de alimentos que llegaban desde el campo puso en evidencia la necesidad de la alianza obrera-campesina.b) La falta de una comprensión de la cuestión nacional en un país dependiente como el nuestro facilitó que el gobierno instrumentara falsas banderas patrióticas para dividir al movimiento y aplastar las luchas.c) Se plegaron a la huelga obreros y empleados que trabajaban en los arsenales militares. Había descontento de los soldados y suboficiales de la 2ª División del Ejército de Campo de Mayo, muchos de ellos organizados. Pese a esto, el infantilismo antimilitarista que predominaba en los sectores reformistas impidió una línea de trabajo más amplia sobre las Fuerzas Armadas, que en el curso del enfrentamiento ganase a una parte y neutralizara a otra para crear una correlación de fuerzas que permitiera derrotar a los sectores más recalcitrantes de las mismas.d) Las concepciones espontaneístas del anarquismo impidieron la existencia de un plan y de la preparación militar que posibilitara al proletariado y las masas populares crear una situación revolucionaria directa.
3º) En este proceso la clase obrera hizo por primera vez sus deberes en borrador. Como tal debió ser profundamente estudiado por los marxistas-leninistas (así como Marx hizo con la Comuna de París y nuestro PCR lo hizo con el histórico Cordobazo).
El Partido Comunista, por sus insuficiencias teóricas, sus concepciones erróneas y su profunda desconfianza en el potencial revolucionario del proletariado argentino, no hizo autocrítica sobre sus posiciones ni extrajo enseñanzas correctas de estas impresionantes luchas. Por lo tanto, no pudo desarrollar una línea de hegemonía proletaria ni afirmar el camino armado para el triunfo de la revolución en la Argentina.
Por su parte, la actitud del yrigoyenismo grafica el doble carácter de la burguesía nacional, que por un lado forcejea y por el otro concilia con el imperialismo y la oligarquía terrateniente. Y si bien hace concesiones al movimiento obrero y popular, para tratar de mantenerlo bajo su égida, temerosa del desborde, reprime violentamente las luchas que se salen de su control. La experiencia del yrigoyenismo en el gobierno mostró, en definitiva, el fracaso del camino reformista para resolver las tareas agrarias y antiimperialistas. Su conciliación, particularmente con los grandes terratenientes ganaderos, facilitó la recuperación de posiciones por parte de la oligarquía y el imperialismo, que pasaron a predominar abiertamente con el gobierno de Alvear, de 1922 a 1928. Esto obligó al yrigoyenismo a pasar prácticamente a la oposición, desde la cual nuevamente, y con mayor amplitud, ganó las elecciones nacionales que dieron la presidencia por segunda vez a Yrigoyen en 1928.
En este retorno del yrigoyenismo se expresaron con fuerza las aspiraciones industrialistas de sectores de la burguesía nacional que se vieron reflejados en la definición sobre la cuestión petrolera. La defensa de los intereses nacionales expresada entre otros por los generales Mosconi y Baldrich fue respaldada por el gobierno. En septiembre de 1928 la Cámara de Diputados aprobó el proyecto yrigoyenista de nacionalización del petróleo, que golpeaba principalmente a intereses imperialistas yanquis e ingleses.
Crisis mundial y golpe reaccionario
En 1929, con el estallido de la crisis económica mundial del capitalismo se agudizó la disputa interimperialista por el control del mundo, que diez años después llevó a la Segunda Guerra Mundial. Junto con esto, las potencias imperialistas descargaron la crisis sin piedad en los países oprimidos.
En nuestro país la profundidad de la crisis puso en evidencia la fragilidad de una economía nacional basada en la dependencia del imperialismo, en el latifundio terrateniente y en función del mercado externo. También desnudó la debilidad de la burguesía nacional con un gobierno que por su política era incapaz de impedir que la crisis se descargara brutalmente sobre los trabajadores y el pueblo. Pero que tampoco era garante de los imperialismos, los terratenientes y la burguesía intermediara para defender sus intereses. Pasó a ser una necesidad del bloque hegemónico de las clases dominantes instalar un gobierno fuerte a su servicio. Así iniciaron los preparativos golpistas.
El nuevo gobierno de Yrigoyen, surgido de un amplio apoyo popular, en el contexto de un nuevo auge de luchas antiimperialistas en toda Latinoamérica –entre las que se destacará la de Sandino en Nicaragua– además de la nacionalización del petróleo, planteó entre otras medidas el establecimiento de relaciones comerciales con la entonces socialista Unión Soviética. Pese a estas medidas avanzadas, desbordado por la magnitud de la crisis, el yrigoyenismo se debatió en la impotencia de su política reformista. Pesaba en las masas, además, la brutal represión a las grandes luchas del movimiento obrero principalmente durante su primer gobierno. Por su línea fue incapaz de romper la dependencia con el imperialismo y con la gran propiedad del latifundio terrateniente, y de convocar al pueblo para enfrentar a los golpistas. Estos lanzaron una gran campaña de desprestigio sobre Yrigoyen, y aprovechando las dificultades creadas por la crisis, pasaron abiertamente a la conspiración. Con el golpe de Estado del 6 de setiembre de 1930, llegó a la presidencia el general Uriburu.
El sector hegemónico de las clases dominantes argentinas operó de hecho como un solo bloque para imponer el golpe de Estado, postergando su disputa interimperialista, que comenzarían a dirimir inmediatamente después.
Frente a la crisis económica y política, la ofensiva oligárquica-imperialista y la dualidad de la política del gobierno de Yrigoyen, el movimiento obrero se vio totalmente inerme. Sus organizaciones sindicales dirigidas principalmente por las corrientes sindicalistas y socialistas se mantuvieron “neutrales”16.
Ni el Partido marxista-leninista, ni los anarquistas, alertaron al pueblo sobre el peligro del golpe de Estado. Tampoco llamaron a movilizar a las masas en defensa de sus libertades y sus conquistas sociales, ni tuvieron una propuesta de salida a la crisis económica y política a favor del pueblo.
Esto fue así porque la dirección del PC, los anarquistas y otros sectores de izquierda se equivocaron en la caracterización política del gobierno de Yrigoyen, no viendo la diferencia entre los rasgos reaccionarios de éste y el carácter fascista del golpe que se preparaba. Impulsaron una línea política que ubicó al yrigoyenismo como enemigo principal y no denunció a los sectores reaccionarios que conspiraban contra él.
En este grave error político, oportunista de izquierda en ese período, volvió a pesar una valoración no leninista del Estado oligárquico imperialista y la subestimación de los rasgos que diferencian a un país oprimido como la Argentina de los países opresores.
En la raíz teórica del error pesó principalmente un análisis equivocado del carácter de la burguesía nacional, uno de los problemas fundamentales de la revolución en los países coloniales, semicoloniales y dependientes. No diferenciaron a la burguesía nacional de la burguesía intermediaria y confundieron a los terratenientes con la burguesía agraria. No vieron el carácter de burguesía nacional del yrigoyenismo y su contradicción con el imperialismo y la oligarquía.
En consecuencia tuvieron una línea política errónea que llevó al PC y demás sectores de izquierda a equivocar el camino. De estas experiencias que costaron sangre a la clase obrera y al pueblo argentino, de los errores cometidos, es importante para los marxistas-leninistas-maoístas, para los revolucionarios, extraer enseñanzas para que el movimiento revolucionario pueda avanzar.
La década infame
Con el golpe del 6 de septiembre de 1930 se inició la llamada década infame, con fusilamientos, prisiones, deportaciones, proscripciones y persecuciones a los sectores obreros, patrióticos y populares, particularmente a anarquistas, comunistas y radicales yrigoyenistas. Pese a esto la resistencia obrera, popular y patriótica fue creciendo tanto durante la presidencia del general Uriburu como con su sucesor, el general Justo. Hubo importantes luchas obreras (frigoríficos, calzado, madera, petroleros de Comodoro Rivadavia, etc.), creció la agitación en el movimiento estudiantil y también en los cuarteles con levantamientos encabezados por el teniente coronel Gregorio Pomar (julio de 1931) y el comandado por el teniente coronel Atilio Catáneo (diciembre de 1932).
En el golpe reaccionario confluyeron distintos sectores proimperialistas, tanto proyanquis y proalemanes como profranceses y proingleses. La dictadura durante el gobierno de Uriburu fue hegemonizada precariamente por sectores proalemanes y proyanquis. Pero ya en 1931, conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas independientes conformaron la Concordancia, alianza que permitió al general Agustín P. Justo ser electo presidente en noviembre de ese año (en esas elecciones el radicalismo proscripto llamó a la abstención). Esto expresaba en política un liderazgo en el bloque hegemónico de las clases dominantes más acorde con el predominio que tenía entonces el imperialismo inglés sobre la economía y la sociedad argentina. Predominio cuya base estaba en el entramado de relaciones que habían forjado con los sectores de terratenientes que dependían en particular de sus inversiones en los ferrocarriles y los frigoríficos, una de cuyas principales expresiones era en ese momento la alianza del sector de los terratenientes ganaderos invernadores con los frigoríficos ingleses y norteamericanos del enfriado (chilled beef) que, además, tenían en Inglaterra su principal comprador. Lo que se graficó en la firma del Pacto Roca-Runciman de 1933.A su vez los otros sectores de la oligarquía componentes también del bloque hegemónico de las clases dominantes argentinas continuaron manteniendo sus respectivas fidelidades con los otros imperialismos de Europa, donde estaba su principal mercado para la carne congelada (frozen beef) y los cereales y el lino, y esos imperialismos tampoco dejaron de seguir operando en el país, en particular los alemanes, franceses e italianos. Así, por ejemplo, en junio de 1934 llegaba a nuestro país la delegación alemana a Latino América encabezada por Otto Kiep, con la que se firmaría un Convenio Comercial y de Pagos, de características similares al firmado con los ingleses.
En América del Sur, al igual que en nuestro país, había crecido el peso del imperialismo yanqui en aguda disputa con ingleses y alemanes, como lo mostró en particular la guerra del Chaco –de 1932 a 1935–, en la que los pueblos hermanos de Bolivia y Paraguay fueron utilizados como carne de cañón para dirimir el conflicto por esa región petrolera entre las potencias imperialistas, en la disputa por la hegemonía de América del Sur.
En la Argentina, en el bloque hegemónico de las clases dominantes predominaban los sectores proingleses en alianza y disputa con los sectores proalemanes y profranceses, coincidentes en enfrentar principalmente a los intereses del imperialismo yanqui en la región. Expresión política de ese bloque, con los cambios y matices que se dieron en los distintos sectores de la oligarquía, en particular con relación al imperialismo más agresivo en el mundo en ese período (el alemán), fueron los gobiernos entreguistas de Justo (1932-38), Ortiz (1938-40) y Castillo (1940-43) Uriburu, Justo, Ortiz, Castillo gobernaron para las “minorías selectas”, con una política que descargó brutalmente la crisis sobre los trabajadores y el pueblo. Creció el hambre y la desocupación, la tuberculosis y otras pestes golpearon los hogares de millones, se rebajaron salarios, aumentaron los arriendos, etc.En defensa de sus posiciones y sus privilegios, la oligarquía y el imperialismo hicieron uso indiscriminado del Estado, de todo su poder, para imponer un orden que les garantizara la continuidad de su política. Este dominio descarnado de los terratenientes alcanzó rasgos más brutales de opresión semifeudal en las provincias. Utilizaron bandas armadas a su servicio y la represión policial, con la tristemente célebre Sección Especial de represión del comunismo, para matar, torturar salvajemente a miles de luchadores obreros y populares. Impusieron las proscripciones, el fraude electoral y la intervención a las provincias opositoras como norma política.En esas difíciles condiciones, a mediados de la década de 1930, el movimiento obrero, campesino y popular inició un nuevo auge de luchas, que se fue extendiendo y profundizando en todo el país.
Al calor de la lucha, avanza la organización del movimiento obrero a través de los sindicatos por rama de la producción, superando los viejos gremios por oficio, como es el destacado caso de la Federación Obrera Nacional de la Construcción, FONC, en cuyo desarrollo y fuerza incidieron decisivamente los principios del clasismo revolucionario y antiimperialista, que impulsaba en esos años el entonces Partido Comunista de la Argentina. Con una orientación semejante se desarrollan otros sindicatos y federaciones de la industria, como los cerveceros, obreros de la carne, alimentación, madera, metalúrgicos, del vestido, del calzado, etc.
La prolongada huelga de la construcción de fines de 1935 concitó una gran huelga general de solidaridad en enero de 1936, con características de un nuevo boceto de pueblada en la Capital Federal, enfrentamientos masivos a la represión y bloqueo de trenes en localidades cercanas.
La huelga general de enero de 1936
El 17 de octubre de 1935, el sindicato de obreros albañiles de la Capital Federal en una asamblea general resuelve ir a la huelga. Se exigía el reconocimiento del sindicato, aumentos de salarios, fijación de horario de trabajo y seguridad. El 23 de octubre unos 15 mil trabajadores del andamio paralizaron sus tareas y se concentraron en el Luna Park, en una nueva asamblea general que mostró un clima de gran combatividad.
A los 20 días de iniciada la huelga de los albañiles, todos los gremios de la construcción en la ciudad de Buenos Aires salieron a la huelga y se concentraron en una tercer asamblea general que desbordó el Luna Park. Allí se votó la huelga general de todos los trabajadores de la industria de la construcción, con lo que el número de huelguistas llegó a los 60 mil. La construcción quedó paralizada en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, extendiéndose la huelga a todo el país e incluso a la ciudad de Montevideo, en la República Oriental del Uruguay.
Se movilizaron activamente en las calles fortaleciendo su unidad en la lucha y en medio de un gran debate político se organizaron en comité por barrio de la capital y se formaron piquetes para controlar las obras diariamente.
Los trabajadores de la construcción desarrollaron una política para lograr la solidaridad y ampliar el combate a otros gremios. Se formó el Comité de Defensa y Solidaridad con los Obreros de la Construcción, que agrupó a 68 sindicatos de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, adheridos o no a la CGT.A los dos meses de huelga de los trabajadores de la construcción, este comité efectuó un mitin masivo en plaza Once, declarando la huelga general de solidaridad en “Buenos Aires y pueblos circunvecinos” para el 7 de enero de 1936. Recién en la víspera del inicio de la huelga, la nueva dirección de la CGT le dio su apoyo.
El 7 de enero, los trabajadores y el pueblo ganaron las calles de Buenos Aires, acompañados de manifestantes que llegaban de localidades vecinas. Además de los nutridos piquetes de huelga, densas columnas de trabajadores, con la participación también de otros sectores populares más oprimidos, mujeres, jóvenes y hasta niños, se dirigieron a los lugares de concentración preestablecidos para la mañana en los distintos barrios de la ciudad, para después marchar a un acto central convocado para la tarde en Plaza Once. Los pocos tranvías y ómnibus que salieron ese día fueron volcados o incendiados. También los piquetes obreros accionaron para impedir la circulación de los trenes, quedando paralizado por completo el tránsito. La policía fue desbordada debiendo retirarse de los barrios, quedando las calles en manos de las masas movilizadas.
En la mañana del 7 el centro del combate fue en un área que abarcaba los barrios de La Paternal, Villa del Parque, Villa Devoto, el Talar, Villa Mitre, Villa Urquiza, pero también hubo enfrentamientos en otros barrios, como La Boca, Villa Crespo, Parque Chacabuco, Flores, Mataderos y Liniers. Además la huelga general y la lucha en las calles se extendió a algunas localidades cercanas, como Vicente López, San Martín, Caseros, Ciudadela, Morón, Quilmes y Berazategui.
El gobierno de Justo respondió con una brutal represión encarcelando a centenares de obreros, clausurando los sindicatos y cerrando los comedores colectivos, pero siguió el enfrentamiento en las calles, en el barrio de Villa Urquiza, la policía mató a Santiago Bekener, quien se defendió del ataque hiriendo tres agentes. En Pompeya fue baleado y muerto por la policía el obrero panadero Gerónimo Osechuk. En un tiroteo entre obreros y policías, cayó mortalmente herido el obrero Jaime Chudi. En Sáenz y Roca, en otro tiroteo con las fuerzas represivas, cayó muerto un policía, como consecuencia de lo cual fue condenado a prisión perpetua el activista proletario Carlos Bonometti y, a 4 años, Efraín Lach.
En respuesta a la feroz represión y por la libertad de los presos, la huelga general se prolongó por 24 horas más. La dirección de la CGT no se sumó, aduciendo “que no podía hacerlo sin consultar a las organizaciones que la componían”, y tampoco “importantes gremios” como informaba ese día el órgano del Partido Socialista, La Vanguardia, refiriéndose a “los lamentables incidentes de ayer (…) provocados por agitadores extraños a las filas gremiales y por algunos inconscientes”.
Pese a la presión de los sectores que querían frenar la lucha la mayoría de los obreros se plegaron al paro, volviéndose a producir numerosas manifestaciones, concentraciones y choques callejeros con la policía, particularmente en los barrios más proletarios. Ese día la huelga se extendió a La Plata por la decisión de numerosos gremios (además de los de la construcción, metalúrgicos, ladrilleros y madereros), paralizándose incluso el servicio de ómnibus a Buenos Aires. El paro se prolongó hasta las 18 hs, acorde a la decisión tomada por los miembros del Comité de Defensa y Solidaridad que no habían sido detenidos, ante la promesa del gobierno de reabrir los locales y liberar a los presos.
En cuanto a la huelga de la construcción, pese a que sus dirigentes quedaron detenidos, los obreros la prosiguieron hasta lograr el triunfo. En total fueron 96 días de lucha. La huelga general de 1936 fue clave para hacer retroceder al gobierno y las patronales. Esta gran lucha con características insurreccionales fue un jalón en la historia de la clase obrera y el pueblo argentino.
El heroico ejemplo de los trabajadores y el pueblo de Buenos Aires daría nuevos bríos a las luchas obreras y populares en todo el país, entre las que se destacan la nueva huelga contra La Forestal en el norte santafecino y la lucha de los campesinos algodoneros del Chaco contra Bunge y Born y Anderson Clayton, así como las de algunas zonas chacareras de la pampa húmeda.
También en este período se destaca la denuncia del negociado de las carnes hecha por el senador Lisandro de La Torre contra el monopolio de los frigoríficos ingleses y yanquis.
En este marco, se organizó el movimiento antifascista que dio lugar, por primera vez, a una manifestación conjunta de la CGT con los partidos políticos opuestos al gobierno de Justo, el 1º de mayo de 1936. Y a partir de julio de 1936, con el inicio de la guerra civil española, que conmovió y enfrentó a gran parte de la sociedad argentina, se desarrolló el movimiento de solidaridad con la República (que incluyó el envío de brigadas para su defensa) frente al levantamiento franquista que contaba con el apoyo abierto de los gobiernos imperialistas fascistas de Alemania e Italia.
En todas estas luchas jugó un papel muy importante el Partido Comunista, que a través de la abnegada labor de sus militantes marcó un hito en las gloriosas tradiciones internacionalistas de lucha antiimperialista del movimiento comunista argentino.
A su vez, en medio de este torbellino de luchas y cambios, surgió de la juventud yrigoyenista el grupo FORJA (Arturo Jauretche, Homero Manzi, etc.), al que se sumaron intelectuales como Scalabrini Ortiz. Fue un grupo heterogéneo con sectores patrióticos avanzados que denunció la penetración del imperialismo inglés en el Río de la Plata. El trabajo de FORJA tuvo influencia en los grupos nacionalistas que surgieron en las Fuerzas Armadas.
Guerra y posguerra
En setiembre de 1939 se inició la Segunda Guerra Mundial imperialista. Este hecho repercutió hondamente en toda la sociedad argentina, produciéndose una división en todo el país entre los que querían alinearse junto a las naciones aliadas contra el eje que lideraba Alemania, y los que querían mantener a todo trance la neutralidad. Los cambios y reagrupamientos en la situación internacional incidieron directamente en el bloque dominante. Con el debilitamiento temporal del imperialismo inglés se vieron afectadas las posiciones de los principales opresores de la Nación argentina. Creció la influencia alemana y las aspiraciones hegemonistas del imperialismo nazi. Con el ingreso de Estados Unidos a la guerra (enero de 1942) aumentó la presión del imperialismo yanqui para que el gobierno argentino jugara contra el Eje. Pese a esa presión se mantuvo la posición de neutralidad del gobierno argentino. Posición que no cuestionaban ni ingleses ni alemanes. Todo esto alentó, durante este período, un cierto espíritu de independencia de la burguesía nacional, particularmente respecto del imperialismo inglés. Principalmente en los sectores de burguesía nacional con aspiraciones industrialistas que empalmaban con jóvenes militares entre los que había crecido una corriente nacionalista heterogénea. Corriente sobre la que trabajaban agentes del imperialismo alemán y del imperialismo inglés. En esa corriente heterogénea existían sectores pronazis, sectores no nazis pero deslumbrados por el crecimiento industrial de Alemania e Italia, y sectores nacionalistas antiimperialistas. Allí surgió el coronel Perón y el GOU (Grupo de Oficiales Unidos) como una logia con organización y fuerza creciente en los cuarteles.Con la agresión de Alemania a la URSS (en ese entonces bajo la dictadura del proletariado), la guerra interimperialista se transformó en una guerra mundial antifascista, en la que se fundió la defensa del primer país socialista con la lucha liberadora de los pueblos oprimidos por el nazismo alemán, el militarismo japonés y el fascismo italiano. El imperialismo nazifascista se convirtió en el enemigo principal del proletariado a escala mundial. Fue justo considerarlo así mundialmente y esto no era antagónico con los intereses liberadores de la revolución argentina.
Dada la nueva situación nacional e internacional, la clase obrera argentina hubiera podido impulsar bajo su dirección un frente antifascista, antiimperialista y antioligárquico que, promoviendo las luchas populares, atrajera un sector de la burguesía nacional y colocase al país junto a la coalición antifascista. Pero la línea errónea del PC limitó mucho el aporte argentino a la coalición antifascista e hizo perder independencia al proletariado, al subordinar su política a la alianza con los imperialistas angloyanquis y con los sectores liberales de los terratenientes. El 4 de junio de 1943 se produjo el golpe militar que desalojó del gobierno a conservadores y radicales antipersonalistas. Los sectores proingleses que actuaron preventivamente, poniendo a la cabeza al general Rawson, rápidamente se vieron parcialmente desplazados por los proalemanes, que impusieron a Ramírez.Pero este golpe se dio cuando los ejércitos nazis habían sido derrotados en Stalingrado, y en el grupo de militares hegemónico, a diferencia de los que seguían creyendo en el triunfo de Hitler, había sectores nacionalistas que pensaban ya en el mundo de posguerra, con Estados Unidos y la Unión Soviética triunfantes. Entre éstos estaba el entonces Coronel Perón, que desde la Secretaría de Trabajo fue teniendo cada vez más influencia entre las masas obreras.Terminada la Segunda Guerra Mundial con la derrota de la Alemania nazi, crece el auge de la lucha revolucionaria de los pueblos y países oprimidos, abonado con el prestigio de la URSS y los comunistas por el papel jugado en la derrota del eje nazi-nipo-fascista.Estados Unidos se transforma en el imperialismo más agresivo a escala mundial, y en el gendarme y principal enemigo de los pueblos.
Esto sucedió en 1945 e inicialmente no todos los comunistas lo comprendieron así. Justamente por haberlo entendido, y a fondo, es que el Partido Comunista de China pudo conducir su revolución al triunfo en 1949.
En nuestro país, en las condiciones impuestas por la crisis de las metrópolis imperialistas de los años ‘30 y por la segunda guerra mundial, en medio del auge de luchas obreras y populares, se había ido conformando una extensa burguesía de medianos y pequeños industriales cuyas aspiraciones políticas confluyeron con las de sectores nacionalistas del Ejercito.
Frente a esto, los sectores oligárquicos subordinados al imperialismo pasaron a combatir esa perspectiva con todas sus armas. Este enfrentamiento fue profundizando la división en toda la sociedad argentina.
El Partido Comunista tuvo una valoración equivocada de la situación internacional al señalar como enemigo principal al imperialismo alemán –ya derrotado– y no ver que el imperialismo yanqui, con el que se había golpeado junto durante la guerra antifascista, terminada la guerra había pasado a ser el imperialismo más agresivo a escala mundial. Al golpear como blanco a la burguesía nacional que lideraba el coronel Perón, y por su política oportunista respecto de los terratenientes liberales, se aisló del proletariado, perdió fuerzas y no pudo orientar correctamente el movimiento obrero, campesino y popular en alza.
La base teórica de los errores de la dirección del Partido Comunista de la Argentina estuvo en que revisó la teoría leninista del imperialismo y se volvió a equivocar en el análisis del carácter de la burguesía nacional, dos cuestiones claves para el avance del proceso revolucionario en los países oprimidos como la Argentina.
Hizo suyas las teorías browderistas (del revisionista Browder, que había sido importante dirigente de la Internacional Comunista, y en ese momento encabezaba el Partido Comunista de los Estados Unidos), planteando que se abría un período de colaboración con los imperialismos “democráticos” (principalmente Gran Bretaña y los Estados Unidos) y con ello la posibilidad de abrir un proceso de liberación nacional con su ayuda.
Al aliarse con el enemigo traicionó los intereses de la clase obrera y el pueblo y le regaló la dirección política de las masas a la burguesía. Grave error que la clase obrera y los verdaderos comunistas pagarán durante décadas.
En estas condiciones y aprovechando la debilidad momentánea de los distintos sectores imperialistas, con la dirección del entonces coronel Perón, la burguesía nacional pasó a hegemonizar un frente nacionalista burgués que logró ganar una gran base de masas.
El 17 de Octubre de 1945
Con el crecimiento industrial se incorporaron a las fábricas cientos de miles de obreros rurales y campesinos pobres provenientes de las zonas más oprimidas de la Argentina y de países vecinos.
Se incorporaban a las fábricas trayendo su experiencia de hambre, trabajo de sol a sol y prepotencia de patrones y capataces. Pero también traían su historia de rebelión, de luchas contra la opresión terrateniente e imperialista.La clase obrera creció en organización y fuerza, de 80.000 obreros sindicados en 1943 se pasó a 500.000 en 1945. Desde la secretaría de Trabajo y Previsión el coronel Perón fue estructurando una organización sindical fuerte, basada en la conciliación de clases.
Perón levantó la bandera de la justicia social logrando que por decreto el gobierno otorgara mejoras sociales a los trabajadores. Conquistas por las que el movimiento obrero había protagonizado heroicas luchas durante décadas, con mucha sangre derramada.
La secretaría de Trabajo y Previsión fue impulsora, de hecho, de la conformación de comités de apoyo a Perón en todo el país. Junto con esto Perón se dirigía a los peones rurales y a los pobres del campo diciendo: “el problema argentino está en la tierra” “no debe ser un bien de renta, sino un bien de trabajo”.
Con esta política dirigida a las masas proletarias en ascenso y a los pobres del campo, con el avance de los sectores nacionalistas de las Fuerzas Armadas y con el apoyo de un sector de la intelectualidad, de profesionales, de empresarios antingleses y antiyanquis fue cambiando el escenario político nacional. A su vez, la presión internacional y nacional lleva el 26 de enero de 1944 a romper relaciones con los países del Eje, cae Ramírez, asume la presidencia el general Farrell y en febrero Perón es designado ministro de Guerra.
La burguesía nacional (principalmente industrial) fue acumulando fuerzas y pasó a disputar la hegemonía a los sectores oligárquico-imperialistas que pasaron a jugar abiertamente para sacar del medio al coronel Perón con el apoyo abierto del nuevo embajador de Estados Unidos, Spruille Braden.
Los dirigentes de los partidos Radical, Conservador, Socialista, Demócrata Progresista y Comunista, junto a fuerzas gremiales, profesionales, universitarias, etc., convocan a la "Marcha de la Constitución y la Libertad" reclamando la destitución de Perón y el paso del gobierno a la Corte Suprema de Justicia.
La convocatoria contó con el apoyo de los grandes diarios y el auspicio de la embajada norteamericana, la Sociedad Rural y la Unión Industrial.
El 19 de setiembre de 1945 el frente opositor exhibía toda su fuerza, realizando el primer ensayo de lo que luego sería la Unión Democrática.
En los primeros días de octubre un sector del ejército encabezado por el general Eduardo Avalos, con apoyo de la oficialidad de Campo de Mayo y otras unidades militares le exigía al presidente Farrell separar al coronel Perón de todos sus cargos. Esto dejaba en evidencia la fractura en el ejército y en la Fuerzas Armadas.El 8 de Octubre un comunicado oficial anunciaba la renuncia del coronel Perón a sus cargos de vicepresidente, ministro de Guerra, y secretario de Trabajo y Previsión.
La situación política se fue precipitando aceleradamente. Renuncia el gabinete del gobierno de Farrell, pero antes saca un decreto convocando a elecciones para abril de 1946, son designados ministros el general Eduardo Avalos y el contralmirante Vernengo Lima, pero no pueden conformar el resto del gabinete.
Mientras el general Avalos desplazaba a los peronistas de los puestos claves del gobierno, de las Fuerzas Armadas y de seguridad, Perón era detenido y llevado a la isla Martín García, y una movilización, principalmente de capas medias y altas, se concentraba frente al Círculo Militar reclamando la entrega del gobierno a la Corte.Entre los trabajadores se afirmó la conciencia de que la ofensiva contra Perón, y luego su arresto, abrirían paso a la instalación de un gobierno de los "galeritas", de la oligarquía, y con ello a la pérdida de las conquistas salariales, el aguinaldo y otras como la jubilación, los convenios colectivos de trabajo, las vacaciones pagas, la rebaja y congelación de los alquileres y arrendamientos, el Estatuto del Peón.
Un sector nacionalista del ejército, de las Fuerzas Armadas y de seguridad buscaba reagruparse para contragolpear.
A favor o en contra de Perón pasaría a ser la división de aguas en la sociedad argentina.
El 15 de octubre la FOTIA declaró en Tucumán la huelga general, esa misma noche hicieron lo mismo algunos sindicatos en Rosario centrando en la libertad de Perón.
Presionada por la enorme agitación de las bases obreras y los dirigentes intermedios, el 16 de octubre la CGT declaró el paro general para el día 18, en defensa de las conquistas sociales, sin plantear la libertad de Perón. La huelga se decidió en medio de una intensa polémica: parte importante de los dirigentes sindicales ya se habían vinculado estrechamente con la secretaría de Trabajo y con el coronel, y con ese apoyo habían avanzado en desplazar a dirigentes opuestos a Perón. Del otro lado los dirigentes enrolados en los partidos Comunista y Socialista que, identificando a Perón con el nazismo, coincidían con la embajada yanqui y con las fuerzas oligárquicas en reclamar la destitución del coronel.Pero los paros que iban realizando algunos gremios, la efervescencia existente y el accionar de los activistas de los días previos, hicieron que una cantidad de sindicatos en el Gran Buenos Aires declararan por su cuenta la huelga general pasando por encima de la dirección de la CGT.La huelga y la puesta en movimiento de las masas proletarias se inició el 17 a primera hora. Columnas de trabajadores de Berisso y de Ensenada marcharon juntas a La Plata encabezadas por Cipriano Reyes y sectores militares como el que expresaba el coronel Mercante. Piquetes de obreros peronistas paralizaron los tranvías, apedreando el Jockey Club y la representación del diario oligárquico La Prensa. La huelga se generalizó. Desde La Plata, nutridos contingentes viajaron a Buenos Aires, juntándose en el acceso con los del frigorífico Anglo de Avellaneda y otros contingentes obreros. En los ferrocarriles el paro era casi total. Millares de personas, hombres, mujeres y niños se encolumnaban hacia Buenos Aires vivando al coronel Perón.
A media mañana, las columnas obreras provenientes de Avellaneda, Lanús y Berisso marchaban hacia Plaza de Mayo cruzando por cualquier medio posible el Riachuelo, incluso a nado. A ellas se sumaban los trabajadores de las fábricas de la Boca, Barracas, Patricios y de barrios populares del oeste.
El aparato del Estado estaba partido; una parte del ejército y la policía apoyaba a Perón, otra parte quedó neutralizada y el sector antiperonista fue desbordado por la movilización obrera y popular. La "pueblada" en marcha alentó a los militares de la corriente nacionalista. Los coroneles Velazco y Molina coparon el Departamento Central de Policía y otros oficiales peronistas tomaron el Regimiento 3 de Infantería, mientras era neutralizado y se rendía el sector intermedio, representado por la jefatura de Campo de Mayo (guarnición decisiva en el desenlace de los acontecimientos). El almirante Vernengo Lima intentó sublevar a la Marina para desatar la represión, pero se vio aislado política y militarmente.
Entrada ya la noche, el coronel Perón debió ser liberado y presentado en los balcones de la Rosada ante una multitud que lo aclamaba. El presidente Farrell anunció la aceptación de los reclamos.
La pueblada del 17 de Octubre hegemonizada por la burguesía nacional, no solo abrió paso al triunfo del proyecto nacionalista y reformista-burgués que encarnaba el peronismo. También refirmó el camino de las "puebladas", el de la Revolución de Mayo de 1810 y el de las insurrecciones radicales de 1890. Camino reiniciado, en otras condiciones históricas, con el Cordobazo de mayo de 1969 y, ahora, con el Argentinazo del 19 y 20 de diciembre de 2001. Un camino por el que las masas proletarias y populares -con la dirección del Partido Comunista Revolucionario- pueden recuperar sus conquistas históricas y avanzar hacia la revolución democrática, agraria y antiimperialista, que asegure la liberación definitiva del pueblo y de la Patria.
El peronismo
La "pueblada" del 17 de octubre dio un brusco giro a la situación. Todas las fuerzas políticas y sociales debieron tomar nota de la irrupción de las masas obreras y populares en la escena política nacional.
En estas condiciones, se marcha a las elecciones nacionales del 24 de febrero de 1946, que se caracterizan por una polarización extrema de la sociedad argentina, encontrando a la propia clase obrera dividida pues el partido del proletariado, al impulsar e integrar la Unión Democrática, se alió a los enemigos de la revolución argentina (el imperialismo y los terratenientes). Ante la opción: Braden o Perón, la mayoría del proletariado industrial y rural y del campesinado pobre se volcó hacia este último, convirtiéndose en la principal base social del movimiento peronista, que fue hegemonizado por la burguesía nacional con aspiraciones industrialistas y en el cual confluyó también una fracción de terratenientes.
El 4 de junio de 1946 Perón asume como presidente constitucional. En el acto de asunción junto a representantes de distintos países aparecía un nuevo embajador de Estados Unidos en reemplazo de Spruille Braden y también el embajador de la URSS, país con el que se establecen relaciones diplomáticas. Esto expresaba la nueva situación internacional de la posguerra.
Durante los diez años de gobierno peronista y en particular durante la primera presidencia de Perón, los sectores de burguesía nacional industrialista pasaron a hegemonizar el Estado. Se adoptaron medidas que lesionaron intereses imperialistas y se recortaron beneficios de la oligarquía. Medidas que estimularon el desarrollo de la burguesía nacional, ampliaron el mercado interno y dieron impulso al desarrollo capitalista. A ello se sumó el fomento del capitalismo de Estado en energía, transporte, fabricación de material militar, desarrollo de la industria naval y aeronáutica, industrias metalmecánicas, etc., la nacionalización de una parte del comercio exterior y el congelamiento de los arrendamientos, lográndose la colonización y nacionalización de algunos latifundios, principalmente allí donde los campesinos lo tomaron en sus manos: Lapín en Rivera, Nueva Plata en Pehuajó, en el latifundio de Otto Bemberg en Chascomús, etc.
Al mismo tiempo se impulsó un proceso de sindicalización masiva y se puso en práctica una legislación que generalizaba reivindicaciones por las que la clase obrera había luchado heroicamente durante muchas décadas: jubilación, viviendas, obras sociales, convenciones colectivas de trabajo, escuelas fábrica, voto de la mujer, etc. Eva Perón jugó un gran papel tanto en la reivindicación de los derechos de la mujer como en la asistencia social y la jerarquización del rol de las masas más pobres en la sociedad. También se plantearon algunos derechos de los pueblos originarios. Perón se negó a ingresar al Fondo Monetario Internacional y a su política de endeudamiento externo.
Todo esto hizo que globalmente la sociedad argentina operara un importante avance con el peronismo. Pero éste, dada la naturaleza de clase de su dirección, no tocó lo fundamental de las clases dominantes: el latifundio y los monopolios imperialistas, principalmente en la industria de la carne y la electricidad. La economía argentina continuó siendo dependiente y se mantuvo la base del poder de los terratenientes. A la vez, realizó una política de sujeción de los sindicatos al Estado, restringiendo y persiguiendo a la oposición, no sólo de los sectores oligárquicos sino también de sectores populares y de la clase obrera que no aceptaban subordinársele. Incluso recurrió a la represión abierta de las huelgas y manifestaciones obreras y populares que iban más allá de “lo permitido”, es decir, luchas por reivindicaciones que cuestionaban las limitaciones de su nacionalismo y reformismo por la conciliación con los terratenientes y los imperialistas. Esto llevó a ahondar las divisiones en el movimiento obrero, y sobre todo entre éste y los demás sectores populares (ya que el peronismo los reprimía autoatribuyéndose la representación del movimiento obrero), lo que fue hábilmente aprovechado por la oligarquía para reconquistar sus posiciones.
Sometido a una fuerte presión del imperialismo yanqui –y sin divisas para importar los bienes de capital que necesitaba la industria para fortalecer los sectores de la metalurgia pesada y liviana, petróleo y derivados y otras ramas industriales– el gobierno peronista comenzó a retroceder. Mientras, conspiraban activamente los terratenientes y en general los sectores proimperialistas (golpe fallido de 1951) y avanzaban tanto la oligarquía como los monopolios (yanquis, ingleses, europeos en general).
Las masas, particularmente la clase obrera, seguían combatiendo por sus reivindicaciones, enfrentando en muchos casos las persecuciones y la represión, con importantes hitos como las huelgas de los trabajadores azucareros tucumanos, gráficos, metalúrgicos, ferroviarios, bancarios, etc. Hacia fines de 1950 se desarrolló un gran movimiento popular contra las presiones por participar con un contingente de soldados argentinos junto al imperialismo yanqui en la guerra de Corea. La marcha de los obreros ferroviarios de Pérez, pese a ser también reprimida, jugó un papel decisivo en este movimiento que, finalmente, logró su objetivo.
Asimismo, las masas obreras y populares resistieron el intento de entrega del petróleo a empresas yanquis y las propuestas del “Congreso de la Productividad”, que impulsó una política de superexplotación obrera como salida para la crisis.
Los terratenientes, sabiéndose fuertes porque el país necesitaba divisas y éstas provenían del campo, y los monopolios imperialistas, recuperados sus países de las secuelas de la guerra por su capacidad de inversión en las industrias mencionadas, marcharon a formar un bloque contra las exigencias populares y contra el gobierno peronista. Tratando de resistir el creciente hostigamiento imperialista, Perón hizo importantes acuerdos económicos con la URSS y otros países entonces todavía socialistas.
La restauración oligárquica-imperialista
Ante la creciente amenaza de golpe de Estado, especialmente después de la jornada sangrienta de junio de 1955, las masas obreras intentaron enfrentarlo, incluso con las armas. El gobierno vaciló y finalmente se negó a repartir armas al pueblo.El 16 de setiembre de inicia el levantamiento gorila. Lo encabezan el general Lonardi y el almirante Rojas. El grupo golpista tuvo, de inicio, una correlación de fuerzas desfavorable. No solo por los contingentes obreros que se volcaron al combate, sino también porque la base del Ejército y la Aeronáutica se mantuvo leal al gobierno (como lo mostró el fracaso del general Aramburu en el intento de sublevar la guarnición de Curuzú Cuatiá). Pero la negativa final de Perón a repartir armas al movimiento obrero limitó sus posibilidades de combate. Además, en la propia cúpula militar que se mantenía formalmente “leal” a Perón, había sectores golpistas encubiertos; y otros que temían a la rebelión obrera, ilusionados con la idea de “un peronismo sin Perón”, y abrían expectativas a la fórmula de Lonardi de “ni vencedores ni vencidos”. Estos sectores de la cúpula militar paralizaron y dejaron sin dirección a las fuerzas del Ejército y la Aeronáutica leales al gobierno.
Así, en setiembre de 1955 el golpe triunfó, a pesar de que hubo una fuerte resistencia obrera y popular y de sectores militares nacionalistas, con cientos de detenidos, perseguidos y fusilados. La burguesía nacional peronista, como antes la radical, mostraba su impotencia para impedir la restauración oligárquico-imperialista.
La disputa en el seno de los golpistas llevó al golpe palaciego del 13 de noviembre, que desplazó a Lonardi y colocó a la cabeza de la dictadura “libertadora” a Aramburu y Rojas. Estos endurecieron la represión sangrienta y los fusilamientos, profundizaron la política de entrega a las potencias imperialistas y el revanchismo de la oligarquía, fuerzas que habían alentado el golpe de Estado de setiembre.
En la dirección del PC, contra la actitud de muchos de sus militantes que participaron de esta resistencia, terminó predominando una línea de apoyo a la “Libertadora”. En ocasión del golpe del 16 de junio de 1955 había exigido armar al pueblo; tres meses después, ante el golpe de setiembre, el día 18 llamó a “poner término a la guerra civil que estaba haciendo estragos”. Esta supuesta posición independiente ocultaba que la dirección del PC había puesto un pie en el golpe gorila (participación del sector militar afín a Solanas Pacheco, Lanusse, Guglialmelli y también en el sector representado por Señoranz) lo que se expresó en la concurrencia masiva de sus militantes universitarios y de barrios de la Capital a la concentración que festejó en la Plaza de Mayo el triunfo gorila. Muchos de sus miembros ocuparon puestos importantes en los sindicatos y universidades intervenidos por la “revolución libertadora”.
Desde 1955 se acentúa la dependencia de nuestro país, a partir de anudar lazos con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras instituciones financieras imperialistas. La política de la dictadura reforzó la penetración yanqui y europea, favoreciendo un rápido proceso de concentración y centralización del capital en la industria, el comercio y las finanzas, a la vez que se eliminaban las restricciones al latifundio en el campo. Así se profundizó la explotación y opresión de la clase obrera y el pueblo, se recrearon relaciones de producción atrasadas en el campo y se perjudicaron amplios sectores de la burguesía nacional.La resistencia a esta política tuvo diversas formas. La clase obrera y las masas populares protagonizaron grandes combates. El 9 de junio de 1956 se produjo el levantamiento de militares y civiles peronistas encabezados por el general Juan José Valle. En La Pampa la rebelión triunfante repuso transitoriamente al gobierno peronista y repartió armas al pueblo. En el resto del país actuaron grupos militares nacionalistas con escasa participación del pueblo, lo que facilitó su aislamiento. Así la rebelión fue derrotada, y el día 10 la dictadura de Aramburu-Rojas impuso por decreto la ley marcial, fusilando a 22 de los militares sublevados, entre ellos el propio general Valle, e incluso un grupo de 12 civiles, ametrallados por la espalda en los basurales de José León Suárez. Sin embargo, ello no acalló la resistencia peronista. Peronistas, comunistas y otros sectores se unieron contra la intervención dictatorial en la CGT y la derrotaron.A partir de 1957, estimulado y apoyado por la camarilla que después de la muerte de Stalin restauró el capitalismo en la URSS, en la dirección del PC se impuso totalmente el revisionismo y la traición a los intereses de la clase obrera, en contradicción con una parte importante de su militancia.
En oposición a esa línea, que transformó al PC de partido del proletariado en quintacolumna del socialimperialismo soviético, y estimulada por el triunfo de la revolución cubana de enero de 1959, surgió la corriente antirrevisionista, antioportunista, que desde posiciones marxistas-leninistas, fue creciendo dentro del Partido y su Juventud a partir de 1962. A través de un desarrollo complejo, en el curso de la lucha de clases nacional e internacional y alentados por la lucha antirrevisionista a escala mundial, se fueron configurando los afluentes que el 6 de enero de 1968 iban a constituir el Partido Comunista Revolucionario de la Argentina.
Frondizi-Guido-Illia
En el campo de la burguesía, entretanto, se había ido conformando la corriente desarrollista, liderada por Frondizi, quien inicialmente planteó posturas antiimperialistas.
Los revisionistas soviéticos pudieron aprovechar sus viejas relaciones y las del PC con los dirigentes del frondofrigerismo para instrumentar dicha corriente en sus forcejeos con los yanquis. Utilizando su poderoso aparato económico y, también, las relaciones comerciales de sectores de las clases dominantes con la URSS, el socialimperialismo soviético fue desarrollando sectores de gran burguesía intermediaria como Gelbard (como grupo económico y en el accionar político, Gelbard y Frigerio marcharon unidos hasta fines de la década del 60), Madanes, Besrodnik, Novakovski, Broner, Graiver, Werthein, Duchatski, Trozzo, Greco, Oddone, Saiegh, Capozzolo, Bulgheroni, García Oliver, etc. Y fue asociando también en forma subordinada a un grupo de terratenientes y de burguesía intermediaria tradicional, como los que expresan miembros de las familias Lanusse, Bullrich, Shaw, Blaquier, Acevedo, Martínez de Hoz, Hirsch, Navajas Artaza, Zorraquín, Gruneisen, Muñiz Barreto, Cárcano, Santamarina, etc.
Es durante el gobierno de Frondizi (1958-1962) cuando estos sectores comenzaron a adquirir un gran desarrollo, no por las leyes del mercado sino por el uso de los fondos, estímulos, licitaciones, vaciamientos y demás beneficios que les permitía el manejo del gobierno. Para hacer esta política, el gobierno de Frondizi tuvo que otorgar importantes concesiones a sectores del imperialismo yanqui y a monopolios europeos, quienes tenían un peso decisivo en la economía nacional.
Dadas las condiciones existentes entonces, y en particular la posibilidad de invertir en ramas poco desarrolladas y con un mercado interno importante, como la industria automotriz y conexas (petróleo, caucho, partes, etc.), se produjo un crecimiento y una diversificación de la economía en los años siguientes a 1959. Esto se logró con la ruina y el empobrecimiento de otros sectores, la opresión de la mayoría del pueblo, la superexplotación obrera y la entrega del patrimonio nacional. Esta política iba a acarrear una nueva crisis, aún más profunda, como fue la de 1962-63.
En heroicas jornadas, con huelga general y barricadas, la clase obrera resistió la política del gobierno. Frondizi apeló entonces a la represión abierta, recurriendo incluso al ejército, como en la histórica toma del frigorífico Lisandro de la Torre, en enero de 1959, y la huelga grande ferroviaria de 1961.
Las grandes luchas del movimiento estudiantil en estos años (por mayor presupuesto, en defensa de la enseñanza laica, etc.), al confluir con la resistencia obrera al frondizismo, ayudaron a disminuir la brecha abierta en el campo popular en 1955. Comunistas y peronistas, obreros y estudiantes, juntos en las calles y en las cárceles de Frondizi, enfrentando la represión y el Plan Conintes, iban forjando una nueva unidad. Esto se expresaría también en el intento de resistir, aún contra la opinión de las direcciones del PC y el PJ, la intervención a la provincia de Buenos Aires (cuando el peronismo ganó con Framini las elecciones en 1962).
Estos acontecimientos ocurrían mientras avanzaba la Revolución Cubana, cuyo triunfo (en 1959) había conmovido a todo el pueblo argentino, fortaleciendo el combate antiimperialista y la búsqueda de un camino revolucionario. Esta revolución tuvo la simpatía de grandes masas de obreros peronistas y contribuyó a producir una izquierdización masiva de las capas medias, especialmente en el estudiantado.
El derrocamiento de Frondizi en marzo de 1962, reemplazado por el presidente provisional del senado Guido, no frenó el auge de luchas obreras y populares y comenzaron las ocupaciones de fábricas. En este marco se producen los enfrentamientos en la cúspide militar que culminan en la lucha armada entre “azules” y “colorados”, expresión de la pugna por el poder de distintos sectores proimperialistas, de terratenientes y de gran burguesía intermediaria.
Mientras los sectores desarrollados con el frondizismo (proyanquis, proeuropeos y prorrusos) anidaban en los “azules”, los “colorados” expresaban a los sectores de oligarquía tradicional más ligados al imperialismo inglés. Derrotados estos últimos, la disputa seguirá en el seno de los “azules” (“modernistas”), como expresión principalmente de las contradicciones entre los sectores proyanquis y prorrusos.
En esta situación, de aguda lucha por el control del poder y con el peronismo proscripto, se realizaron las elecciones de 1963, que llevaron al radicalismo al gobierno, con Illia como presidente. Pese a su debilidad de origen, este gobierno tomó algunas medidas antiimperialistas, como la anulación de los contratos petroleros entreguistas de Frondizi, e impulsó reformas para limitar el poder económico de los monopolios y los terratenientes, como las leyes de medicamentos y de arrendamiento impuesto a las tierras ociosas de los latifundios.
La clase obrera y el pueblo realizaron en este período importantes luchas reivindicativas y políticas. Se generalizaron las tomas de fábrica en el marco del plan de lucha de la CGT, y el 21 de mayo de 1964 se realizó una toma de fábricas simultánea en todo el país. En estas movilizaciones fueron asesinados los obreros metalúrgicos Mussi, Retamar y Méndez. Hubo grandes luchas estudiantiles y movilizaciones en solidaridad con Santo Domingo, contra el envío de tropas y repudiando la intervención yanqui a ese país, donde fue asesinado el estudiante Daniel Grinbank.
Tuvieron lugar importantes movimientos campesinos, como las marchas cañeras hacia la ciudad de Tucumán que permitieron el pacto entre la UCIT (campesinos cañeros) y la FOTIA (obreros del azúcar), enfrentando a la oligarquía de los ingenios azucareros. Todo esto se reflejó en la incorporación de la lucha por la reforma agraria en el programa de la CGT, y en un pacto de ésta con la Federación Agraria y otras organizaciones del campo para luchar por la Reforma Agraria.Durante este período y aprovechando esta situación, se amplió la penetración soviética, creció la relevancia del grupo Gelbard-Broner-Madanes y de los sectores asociados al socialimperialismo. El frondofrigerismo y el gelbardismo fueron activos golpistas contra Illia. Actitud compartida por la dirección del PC (que antes había apoyado abiertamente a los “azules”) y la dirección del PJ (en particular, el vandorismo); ambos instrumentaron las justas luchas obreras y populares para sus fines, aún cuando muchos militantes comunistas –en creciente oposición a su dirección– y también peronistas, eran contrarios a los enjuagues golpistas. La dirección del PC y el vandorismo acordaron en ese momento una conducción de la CGT.Finalmente, sectores proyanquis y proeuropeos lograron hegemonizar el golpe militar del 28 de junio de 1966, que instauró la autodenominada “revolución argentina”, encabezada por el general Onganía. En él también venían emboscados los militares prosoviéticos, como los expresados por el general Lanusse.
Así, si bien el golpe central fue al movimiento obrero y popular, la dictadura de Onganía golpeó también a los sectores más visiblemente ligados a la dirección del PC, en particular a los que se relacionaban con la pequeña y mediana burguesía a través del manejo de las cooperativas de crédito. No fueron afectados los sectores terratenientes y de gran burguesía asociados al socialimperialismo. Y éste, incluso, fortaleció sus posiciones en las Fuerzas Armadas argentinas.La posición de la dirección del PC, de oposición verbal y de prescindencia en los hechos frente al golpe de Estado del 28 de junio, se correspondía con el objetivo principal de los soviéticos: avanzar en el copamiento de los altos mandos de las Fuerzas Armadas. A su vez, el llamamiento del general Perón a “desensillar hasta que aclare” creaba expectativas en sectores nacionalistas de las Fuerzas Armadas.
El surgimiento del PCR
La política proterrateniente y proimperialista de la dictadura de Onganía creó un polvorín de descontento en las masas obreras, campesinas, y populares en general. La clase obrera se puso a la cabeza de la resistencia antidictatorial, destacándose las grandes huelgas de los ferroviarios, portuarios, azucareros, petroleros (particularmente de Ensenada), etc. Luchas con las que empalmaron las grandes movilizaciones estudiantiles convocadas por la Federación Universitaria Argentina.
En el conjunto de las fuerzas políticas de la izquierda argentina se profundizó la diferencia entre el camino reformista y el revolucionario. La muerte heroica de un revolucionario comunista, el Che Guevara, repercutió hondamente en el pueblo argentino, particularmente en la juventud. El 6 de enero de 1968 se constituyó el Partido Comunista Revolucionario de la Argentina, como una necesidad que había madurado en las entrañas del movimiento obrero y revolucionario de nuestro país.
Fue el resultado de una crisis que produjo la más grande ruptura en el viejo Partido Comunista, que había abandonado los principios del marxismo-leninismo, arrojado las banderas del clasismo revolucionario y abandonado la lucha por la revolución.
Surgimos a la vida política argentina cuando nos convencimos que ese partido ya era irrecuperable para la revolución, en momentos en que el Che Guevara luchaba en Bolivia y la dirección de ese partido nos atacó por defenderlo y por querer apoyarlo. Ellos sabían (nosotros, no) que el Che Guevara estaba luchando en Bolivia nada más que como un prólogo a la instalación de la lucha armada en la Argentina en épocas de la dictadura de Onganía. Cuando el mundo era conmovido por la heroica lucha del pueblo vietnamita, y la Gran Revolución Cultural Proletaria en China. Como nosotros siempre pensábamos y pensamos que en la Argentina no hay ninguna posibilidad de resolver el hambre, el analfabetismo, la miseria, el atraso sin una revolución que termine con la dependencia al imperialismo y con el latifundio que sigue reinando soberano, decidimos formar el Partido Comunista Revolucionario como un instrumento para la revolución. Porque nunca triunfó ninguna revolución –y vaya como ejemplo la Revolución de Mayo– sin un partido revolucionario que la organizase y la dirigiese. El general Perón había roto las “62 Organizaciones”, había formado las “62 de Pie” contra la traición de Vandor. Y el Partido Comunista se alió con Vandor y formó la CGT que sacó el Llamamiento del 1º de Mayo de 1966 y formó parte de la dirección de esa CGT. Comprendimos mucho después, que el PC hizo eso por los compromisos que tenía con un sector de las Fuerzas Armadas que encabezaba el general Lanusse, porque esa CGT fue una de las bases de sustentación de la dictadura que se impuso el 28 de junio de 1966.
Por lo tanto surgimos para defender los principios del marxismo-leninismo, para defender la revolución y para defender las banderas del clasismo, que ese partido había abandonado.
Nos unimos en cuatro puntos contra la dirección revisionista y oportunista del Partido Comunista: En rechazo a sus métodos centralistas burocráticos, antileninistas; a su línea seguidista de la burguesía; por la vía armada como única vía para el triunfo de la revolución; y en repudio a su línea internacional, especialmente por su posición de rechazo a la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad impulsada por Cuba).
La fuerza organizadora de esta vanguardia surgió con cuadros del Partido Comunista y la mayoría de la dirección de la Federación Juvenil Comunista, aportando esta el contingente mayoritario de los militantes, confluyendo con compañeros que en el movimiento universitario habían creado una corriente antiimperialista y revolucionaria, el MENAP, que dirigía la FUA en alianza con la FJC, y antes de nuestro Primer Congreso, con compañeros como los que integraban la Agrupación Felipe Vallese, que lideraba el compañero René Salamanca en Córdoba.
En ese entonces, igual que ahora, nosotros pensábamos –y pensamos- que no puede haber una revolución triunfante sin un partido revolucionario que la dirija y la conduzca: ninguna revolución en el mundo triunfó sin un partido de esas características. Si ya no lo era el Partido Comunista; si el peronismo había demostrado largamente en los años del poder que no podía ser ese partido revolucionario; y si tampoco lo eran los grupos que en ese entonces planteaban como estrategia revolucionaria el camino del terrorismo urbano o el foquismo rural, dejando a las masas la lucha económica y, en el mejor de los casos, electoral, asumiendo ellos –la "élite" revolucionaria– la lucha por la revolución, era evidente que era necesario organizar un partido revolucionario para seguir luchando por lo que todos queríamos, que era la revolución.
Y desde entonces manteniendo en alto las banderas del marxismo-leninismo llegamos al maoísmo. No nos separamos nunca de lo más explotado de la clase obrera y el pueblo, y desde la lucha trabajamos para que la revolución triunfe en la Argentina integrando la teoría con la práctica y aprendiendo de nuestra historia, en la perspectiva de un mundo sin explotadores ni explotados que es la lucha por el socialismo y el comunismo. Ideales por los que dieron la vida nuestros mártires.
El Cordobazo
Nuestro Partido nació luchando contra la dictadura proyanqui de Onganía, tuvo una participación relevante en las luchas obreras y estudiantiles que prepararon los cordobazos, el correntinazo, el rosariazo, el tucumanazo, el mendozazo, Rocazo, Chubutazo, etc., y en esas mismas jornadas.
En esos años, fuerzas muy distintas golpeaban contra la dictadura desde diferentes posiciones. Pero las fuerzas burguesas y pequeñoburguesas negaban la existencia de un polvorín de odio popular próximo a estallar bajo los pies de la dictadura.
El Cordobazo del 29 de mayo de 1969 arrancó con un paro activo convocado por la CGT cordobesa frente a la decisión de la dictadura de Onganía de liquidar el sábado inglés. Fue precedida por asambleas del SMATA, Luz y Fuerza, Dinfia, Fiat, etc., donde los obreros masivamente decidieron el paro y la movilización. A su vez, los estudiantes, en una asamblea con más de diez mil participantes, decidieron democráticamente su participación en el paro.
Los obreros y los estudiantes, que venían protagonizando luchas y movilizaciones por las calles de Córdoba, sabían que iban a un combate y se prepararon para ello. En algunas fábricas a través de los cuerpos de delegados, jugando un importante papel las agrupaciones clasistas, se armaron bombas “molotovs”, se juntaron piedras y también algunas armas. En el Barrio Clínicas, donde vivían miles de estudiantes que venían del interior y de otras provincias, a través de delegados por manzana y por cuadra organizaron sus fuerzas.
A las 10 de la mañana del 29 de mayo salieron las columnas desde las distintas fábricas. La policía había montado un gran dispositivo para frenar la movilización. En distintos puntos de la ciudad comenzaron los enfrentamientos. En el choque de la columna de Santa Isabel con la policía, cae asesinado el obrero Máximo Mena. Al correrse la noticia, crece el odio y la masividad. Se multiplican las barricadas. Las columnas obreras combaten palmo a palmo con la policía. Los estudiantes ocupan y se adueñan del Barrio Clínicas. A las 13 horas, la policía se retira derrotada hacia el Cuartel Central.
Los obreros y el pueblo de Córdoba quedaron dueños de la ciudad.
El combate de las masas, principalmente de las empresas de concentración proletaria, con un gran papel de los cuerpos de delegados y comisiones internas donde participaban activamente las fuerzas clasistas y la emergente izquierda revolucionaria, desbordó la política burguesa.
El Cordobazo fue un gigantesco ensayo revolucionario de las masas que introdujo un cambio de calidad en la lucha obrera y popular de nuestro país. Un cambio tal que se puede decir que, después de él, nunca nada volvería a ser igual en la Argentina.
Apenas producido el Cordobazo, se abrió el debate entre los revolucionarios y en el movimiento obrero, centrado en ¿qué le faltó al Cordobazo? Para las organizaciones terroristas faltaron quinientos guerrilleros urbanos. Para las fuerzas reformistas, un acuerdo con las grandes fuerzas burguesas y la “comprensión” de Onganía.
Y para el incipiente PCR se afirmó la necesidad decisiva de que el proletariado tenga su partido de vanguardia para triunfar. Estudió esa experiencia de masas, analizándola a la luz del marxismo-leninismo. Trató de aprender de las masas, de analizar las formas de lucha y organización que las propias masas han encontrado, formas que bocetan el camino de la revolución en nuestro país. Valorando, en ese proceso de democratización del movimiento obrero, el papel de los cuerpos de delegados y su posible transformación en órganos de doble poder en momentos de crisis revolucionaria.
La corriente clasista revolucionaria, incipiente en 1969, fue creciendo y retomando gloriosas tradiciones del proletariado. Nació en DINFIA, tuvo su desarrollo en Perdriel, luego en Santa Isabel, y alcanzó su máxima expresión con el triunfo de la lista Marrón en el SMATA de Córdoba, que significó la recuperación del mismo por un frente único en el que tuvieron una participación destacada obreros clasistas revolucionarios junto a obreros peronistas, radicales y de otras corrientes, y que fue dirigida por nuestro Partido (los camaradas César Gody Alvarez y René Salamanca, posteriormente secuestrados y desaparecidos por la dictadura videlista, son parte fundamental de esa experiencia).
Se inició así un proceso de democratización sindical no conocido anteriormente en el país (con permanente consulta a las masas, con un elevado papel de los cuerpos de delegados, con rotación de los dirigentes en sus puestos de trabajo, con una línea de unidad obrera y de unidad con el campesinado pobre y el pueblo, etc.).
El ascenso del movimiento obrero en las ciudades influyó sobre el campo y despertó a la lucha a masas de miles de obreros rurales y campesinos pobres y medios, surgiendo y desarrollándose rápidamente las ligas agrarias, particularmente en el Noreste, y las ligas tamberas y chancheras en Córdoba y Santa Fe. Las Ligas agrarias del Noreste, conformadas mayoritariamente por campesinos pobres, se destacaron por su masividad y por su combatividad.
A su vez, las luchas de los estudiantes dirigidos por el PCR, que ya había tenido un papel importante en las jornadas previas al Cordobazo –particularmente en Corrientes y en Rosario–, continuaron desarrollándose junto a la clase obrera y el pueblo en históricas puebladas.
Las gigantescas luchas populares deterioraron a la dictadura, obligándola a retroceder. Creció la resistencia burguesa y crecieron las distintas expresiones políticas de la pequeñoburgesía radicalizada, algunas de las cuales adoptaron el terrorismo como forma principal de lucha. La profunda crisis estructural de la sociedad argentina afectaba a capas extensas de la pequeñoburguesía urbana de las grandes ciudades y, en especial, de los pueblos del interior, así como también de la burguesía nacional. Crisis que arrastraba incluso a sectores de terratenientes arruinados. Provocó la crisis universitaria y afectó a todas las profesiones liberales, condenando a muchos profesionales a una desocupación encubierta.
Esta crisis profunda tiene como base el estancamiento de la sociedad argentina, e impide a las clases dominantes generar una ideología que suscite la adhesión de esas capas medias. Al mismo tiempo el proletariado, maniatado por el reformismo y el revisionismo durante muchos años, no era capaz, todavía, de encauzar en un sentido revolucionario real ese amplio disconformismo de grandes masas oprimidas por el imperialismo, los terratenientes y la burguesía intermediaria. Incluso el propio proletariado había sido impregnado por la ideología de esas clases y capas sociales arruinadas por la profunda crisis de la sociedad argentina.
Cada paso del movimiento antidictatorial y cada paso del proletariado revolucionario eran acompañados de propuestas de las fuerzas burguesas y de acciones cada vez más espectaculares del terrorismo pequeñoburgués. Su objetivo era hegemonizar al movimiento de masas. Pero, además, su movilización era alentada por los sectores terratenientes e imperialistas que disputaban con los sectores representados por Onganía. En ese período, numerosas acciones terroristas fueron estimuladas e instrumentadas por el social-imperialismo ruso para “sacar del medio” a sus rivales en sindicatos, empresas, e incluso en las Fuerzas Armadas.
En este contexto y aprovechando las contradicciones que generaba con los intereses terratenientes el cierre del mercado europeo, la negativa del ministro Krieger Vasena a devaluar y su intento de crear un impuesto a la tierra, fueron creando las condiciones que permitieron a los sectores prorrusos encabezados por Lanusse desplazar a Onganía, primero, y a Levingston, después. En esto también incidió grandemente la situación cada vez más difícil del imperialismo yanqui en el mundo y las promesas del lanussismo prosoviético a importantes sectores de la burguesía nacional, que habían sido tremendamente golpeados por la dictadura de Onganía.
Así, montándose en el odio al imperialismo yanqui del pueblo argentino, pasaron a predominar los sectores prorrusos, en aguda disputa con sectores proyanquis y proeuropeos, buscando aliar y subordinar a sectores de éstos y de la burguesía nacional.
El predominio socialimperialista
Con Lanusse, el grupo económico de terratenientes y burguesía intermediaria subordinado al socialimperialismo soviético y el sector de testaferros a su servicio avanzaron en el control de palancas claves del país. En 1971 se firmó en Moscú el convenio comercial entre los gobiernos de la Argentina y de la URSS, que dio a ésta el trato de nación más favorecida.
Al mismo tiempo, los sectores prosoviéticos disputaban con Perón la hegemonía del frente burgués antiyanqui. Trabajaron para debilitarlo y subordinarlo, ya que necesitaban de su acuerdo, tanto para poder realizar las elecciones como para afianzarse en el poder; el peronismo seguía siendo la gran fuerza electoral del país y el movimiento político mayoritario.
Aprovechando la vacilación de la burguesía nacional liderada por Perón y la débil influencia política y organizativa del PCR en la clase obrera y en otros sectores populares, lograron impedir que la larga serie de puebladas que deterioraron la dictadura de Onganía, coronase en un Argentinazo triunfante. Así pudieron imponer una salida electoral condicionada a través del Gran Acuerdo Nacional. Pero la profundidad de ese proceso, del que formó parte la jornada de movilización del 17 de noviembre de 1972 ante la vuelta del general Perón, impidió a los prosoviéticos imponer a Lanusse como candidato del GAN, y los obligó a llegar a acuerdos con Perón y con Balbín.
Perón, a los setenta y seis años, tenía pocas chances. Debió optar entre la candidatura (que con seguridad sería vetada) y el retorno. Cedió la candidatura, facilitando así el montaje de las elecciones del 11 de marzo de 1973, y cedió la hegemonía en el nuevo gobierno, para continuar luchando en mejores condiciones, y desde el país, para imponer su dirección.
Así resultó el gobierno de Cámpora, manteniéndose la hegemonía de los sectores prosoviéticos, lo que se expresaba en el peso de Gelbard dentro del gabinete y en la jefatura de Carcagno en el ejército. Perón volvió al país y pasó a disputarles la hegemonía, haciendo uso de todo su peso político, aunque mantuvo a Gelbard como prenda de unidad. Muerto Perón, Isabel desplazó a Gelbard; en ese momento comienza la nueva cuenta regresiva de los golpistas. Necesitaban aplastar el auge de luchas de masas abierto en 1969. Y al no poder subordinar al peronismo, particularmente a Isabel Perón, las fuerzas prosoviéticas pasaron a ser las más activas fuerzas golpistas. Trabajaron primero para un “golpe institucional” con Luder, quien por un breve lapso ejerció la presidencia. Fue Luder el que decretó la entrada en operaciones del Ejército en Tucumán para “aniquilar la subversión”. Se intensificó el accionar terrorista con atentados que fueron abiertamente provocativos.
Las organizaciones en que cristalizó el agrupamiento de la pequeñoburguesía radicalizada tuvieron una línea equivocada que los llevó a cometer graves errores políticos y estratégicos. Con una interpretación errónea de la revolución cubana (lucha corta y acciones armadas al margen de las masas), con el yugo de la teoría del capitalismo dependiente y considerando a la URSS amiga de los pueblos (no imperialista), ubicaron como blanco principal de la revolución en la Argentina a la burguesía nacional. Calificaban a la burguesía nacional en el gobierno de pro-yanqui y a los sectores de la burguesía prosoviética (como Gelbard) los presentaban como burgueses nacionales. Todo esto los llevó a golpear centralmente primero a Perón y luego a Isabel Perón, repitiendo el error del PC de los años 1945 y 1955, con lo que favorecieron a los enemigos de la revolución que preparaban el golpe de Estado.
Estos errores permitieron que miles de jóvenes que querían cambios revolucionarios fueran instrumentados por el sector golpista prosoviético que, al mismo tiempo, operaba en las Fuerzas Armadas con el violovidelismo y otras corrientes. Una vez más, los sectores proimperialistas y proterratenientes pudieron instrumentar a sectores de la pequeñoburguesía, para aislar al proletariado y hacer pasar sus planes golpistas.
Frente al accionar terrorista, un sector del peronismo impulsó la línea de enfrentar aparato contra aparato y se creó, en vida de Perón, la “Triple A” para la represión parapolicial “antisubversiva”. Aparecieron luego otras organizaciones “anticomunistas” dirigidas por fuerzas golpistas y de los servicios –algunas llamadas también como ‘triple A’– que desataron una ola de asesinatos a dirigentes obreros y populares, dirigentes peronistas reconocidos por su defensa del gobierno constitucional y hacia militantes de nuestro Partido, a partir de nuestra posición antigolpista. El socialimperialismo soviético había sufrido golpes duros en Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil. Corría el riesgo de perder su principal punto de penetración en el Cono Sur de América: Argentina. Como todo imperialismo joven y relativamente inferior en fuerzas a los imperialismos que quiere desalojar, demostraba un apetito insaciable. Pero tropezaba con una fuerza burguesa de carácter nacional, el peronismo, que quería aprovechar el control del gobierno, y el apoyo de las masas, para desalojarlo de sus posiciones. Esta fuerza burguesa le disputaba la alianza con monopolios europeos e incluso yanquis y con la burguesía nacional de otros países latinoamericanos; y amenazaba con expropiarle empresas en su poder, o asociadas a él, como Aluar y Papel Prensa.
Tropezaban también con el peligro de un proletariado y un pueblo combativos, con fuerte conciencia antiimperialista, que avanzaban en su clarificación y organización y escapaban a las posibilidades de su control por los jerarcas prosoviéticos.
El gobierno peronista no controlaba las palancas claves del Estado. Era un gobierno de burguesía nacional, con una política internacional tercermundista, débil y heterogéneo. Los principales golpistas como Videla (Comandante en Jefe del Ejército), Viola (Jefe de Estado Mayor), Harguindeguy (Jefe de la Policía Federal), Calabró (gobernador de la provincia de Buenos Aires), usaban sus puestos en el gobierno y el Estado para promover el aislamiento de Isabel Perón y el golpe. La presencia en el gobierno de sectores de derecha, como el que expresaba López Rega, junto a la actividad golpista de una gran parte de los dirigentes políticos y sindicales, facilitaron la división y el aislamiento del movimiento obrero y popular. Para enfrentar esto, junto a medidas de carácter nacional como la argentinización de la ITT y las bocas de expendio de Shell y Esso y junto a concesiones al movimiento obrero y popular como paritarias, Ley de Contrato de Trabajo, créditos preferenciales al campesinado pobre y medio, etc., el gobierno de Isabel, por su propio carácter de clase, se apoyó en sectores reaccionarios acordando medidas represivas (estimuladas por los golpistas) contra la clase obrera y el pueblo, lo que contribuyó a su aislamiento y desprestigio.
Sin embargo, la resistencia de una parte del peronismo, en especial de Isabel Perón, superó las previsiones de los estrategas del socialimperialismo.
Pero, sobre todo, se vieron sorprendidos por la resistencia del partido marxista-leninista del proletariado, el PCR, al que ellos habían dado por muerto hacía mucho. Pugnando por unir a todas las fuerzas patrióticas y democráticas para enfrentar el golpe de Estado, nuestro Partido, luchando por las libertades democráticas y demás reivindicaciones obreras y populares, tuvo una propuesta de gobierno de frente único antigolpista, una plataforma de emergencia y la consigna de armar al pueblo para enfrentar y derrotar el golpe.
Desde la posición antigolpista, nuestro Partido realizó un intenso trabajo para que el proletariado se colocara en el centro de la lucha contra el golpe, evitando la falsa opción de luchar por sus reivindicaciones y ser usados por los golpistas o no luchar y defender incondicionalmente a un gobierno cuya política no los satisfacía plenamente.
A fines de 1975, los sectores no subordinados a los soviéticos, conscientes de no tener la hegemonía del movimiento golpista que estaba en curso, adelantaron su jugada el 18 de diciembre con el intento golpista del brigadier Capellini. El PCR jugó un rol importante en la denuncia de este golpe y nos ubicamos a la cabeza del combate antigolpista promoviendo la unidad contra el golpe y aprovechando la contradicción entre el sector de Capellini y el de Videla para movilizar a las masas y golpear al sector golpista que había sacado la cabeza. Lo más importante de esos acontecimientos estuvo dado por el paro general del 22 de diciembre que paralizó por una hora a todo el país. Paro en el que tuvieron un papel destacadísimo los cuerpos de delegados que llegaron, en algunos casos, a paralizar las fábricas por encima de la dirección de muchos sindicatos que vacilaron o quedaron paralizados por las posiciones hegemónicas en las direcciones de muchos de ellos.
Desde 1969 se había desarrollado fuertemente el clasismo. La contradicción golpe-antigolpe dividió también aguas en el mismo. Durante la lucha antigolpista, los cuerpos de delegados y las comisiones internas y congresos de delegados jugaron un rol decisivo en la movilización del proletariado. El clasismo revolucionario pugnó por colocar a la clase obrera en el centro de un frente antigolpista para defender y avanzar en sus conquistas. Las asambleas del SMATA de Córdoba, los congresos de la UOM y de FATRE, asambleas y ocupación del Swift de Berisso, Astilleros Río Santiago, Propulsora, FATE, etc., son ejemplos de esto. Al igual que los paros y tomas de fábrica el mismo día del golpe, como en Santa Isabel, ferroviarios de Rosario, rurales de Igarzábal y en varias otras empresas y gremios. En cambio otros sectores clasistas fueron instrumentados por los golpistas, en especial por las fuerzas prosoviéticas.La lucha antigolpista de nuestro Partido le costó caro al socialimperialismo porque, debido a ella, fue desenmascarado ante grandes sectores populares y sus planes se dificultaron grandemente. Esto se unió a una activa y amplia denuncia del carácter del socialimperialismo soviético y a la denuncia en concreto de su penetración en la Argentina. Este es un mérito histórico de nuestro Partido que forjó, en esa lucha, lazos de sangre con los peronistas y otros sectores patrióticos17.
Por todo lo anterior se habían complicado los planes de los golpistas prorrusos tanto como los de sus rivales proyanquis. Pero el socialimperialismo, haciendo concesiones, pudo aliarse para el golpe con empresas yanquis del sector conciliador con la URSS, con las que ya se había asociado en negocios como la exportación a Cuba de automotores; o con empresas yanquis asociadas en negocios con sus testaferros desde mucho tiempo atrás, o interesadas en recuperar bienes expropiados por el gobierno peronista (ITT, Standard Oil, etc.) o con fuerzas yanquis interesadas en impedir un foco tercermundista en América del Sur. Aunque luego, en una segunda vuelta, debieran enfrentarse para dirimir la hegemonía en el poder.
Pudo además atraer a la mayoría de la clase terrateniente, en la que existía una fuerte corriente asociada desde hacía mucho al socialimperialismo, y donde había creciente disgusto por la política reformista del peronismo, temor por el crecimiento de la organización del proletariado rural (que había impuesto en muchos lugares la jornada de ocho horas, la organización por estancias y otras conquistas), y por las concesiones al campesinado pobre de algunas regiones.
Tanto los terratenientes como un gran sector de la burguesía estaban ansiosos de “orden”, aterrorizados por el peso de los cuerpos de delegados y comisiones internos, a los que llamaban “soviets” de fábrica, y por el auge del terrorismo de derecha y de “izquierda”; y estaban ilusionados en el comercio con la URSS, que había sido el principal cliente de nuestras exportaciones en 1975. También existía una poderosa corriente golpista en el campesinado medio y en la pequeñoburguesía urbana, corriente que crecía por la impotencia de la política reformista del peronismo para aliar a esos sectores contra el golpe.
Volcada así la correlación de fuerzas, era seguro que los monopolios europeos, la Iglesia y otros sectores apoyarían también, en última instancia, el golpe de Estado; y que el sector “duro” de los yanquis se cuidaría mucho de ir a un enfrentamiento en el que podía perder para siempre sus posiciones en la Argentina y encender un conflicto imprevisible en América del Sur.
Así fue posible el triunfo del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Volvía a demostrarse que el proyecto de la burguesía peronista de “reconstruir primero el país en paz” para luego liberarnos, es equivocado e irrealizable. Que es preciso liberarnos primero de los terratenientes e imperialistas para poder luego reconstruir el país en beneficio de las masas populares. Una vez más fracasó el camino reformista de lucha contra el imperialismo y los terratenientes.
Siete años de dictadura
Las fuerzas reaccionarias que con la hegemonía del sector prosoviético se instalaron en el poder el 24 de marzo de 1976 coincidían en ahogar el proceso de masas abierto en 1969 y terminar con el gobierno peronista, para llevar adelante un plan de hambre y superexplotación de la clase obrera y el pueblo en beneficio de los terratenientes e imperialistas. Esto, en el marco de una agudizada disputa entre distintos sectores de gran burguesía intermediaria, particularmente entre los sectores prorrusos y proyanquis, por ver quien sacaba la mayor tajada.
En estos años, la política de la dictadura va desamarrando el comercio exterior argentino de su dependencia de los mercados occidentales y lo fue amarrando a la URSS y a sus países satélites. En 1977, Videla legaliza definitivamente el contrato con Aluar y ratifica los convenios con la URSS firmados por Gelbard en 1974, y que no habían sido ratificados por el gobierno peronista. En 1978 se suscribe un acuerdo para realizar consultas políticas periódicas entre ambas cancillerías. En 1979 se produce el intercambio de delegaciones militares. En 1980, con el embargo cerealero que aplica Estados Unidos contra la URSS por su invasión a Afganistán, se produce un nuevo salto en las relaciones argentino-soviéticas. En ese mismo año se firma el pacto cerealero y los protocolos pesqueros, y al año siguiente el pacto de carnes y el pesquero. En materia financiera, la dictadura estableció la famosa “tablita” de Martínez de Hoz. Desde 1976 los yanquis y la banca imperialista internacional, para colocar los abundantes “petrodólares”, empujaban a los países dependientes a sobrevaluar sus monedas y ofrecer altas tasas de interés para atraer préstamos. La “plata dulce” y la “bicicleta financiera” significaron en la Argentina un gran negocio no sólo para los banqueros acreedores sino también para los grupos económicos imperialistas, de burguesía intermediaria y terratenientes –principalmente prosoviéticos– que eran hegemónicos entonces. Estos “fugaron” desde 1976 decenas de miles de millones de dólares al exterior. La deuda externa se incrementó, cinco veces en siete años. Bajo la dictadura de Viola, Cavallo inicia en 1981 la estatización de las deudas externas privadas. No se conoce el destino de los fondos, las negociaciones fueron secretas y sin rendir cuentas, por lo que, en su mayor parte, esta deuda es ilegítima.
A su vez, la política global de la dictadura en desmedro del mercado interno, con el cierre de industrias, pauperización del campesinado pobre y medio, ruina de las economías regionales, etc., hizo que la economía argentina dependa, todavía más que antes, de sus exportaciones de origen agropecuario.
Todo esto hizo que la dependencia de la URSS, con el manejo que ella tenía del mercado mundial de granos y sus estrechos lazos con grupos monopolistas como Dreyfus, Bunge y Born y otros, fuera tan grande como lo fue, en la década de 1930, respecto del imperialismo inglés. Este fue uno de los principales saldos de siete años de dictadura.
Por su parte en el terreno diplomático, la política de la dictadura se caracterizó por crear un detonante potencial para un conflicto bélico con Chile en el Atlántico Sur, al servicio de los objetivos de la URSS que pretendía –al igual que los Estados Unidos– ir completando su dispositivo estratégico global para la tercera guerra mundial y creando focos de conflicto que distrajeran a sus rivales del punto central de disputa: Europa Occidental. Se gastaron miles de millones de dólares en armamentos y se montó una infame campaña chauvinista contra Chile, utilizándose el Mundial de fútbol de 1978 para desplegarla a fondo. La dirección del P“C”, como lo atestiguan sus documentos oficiales, actuó como quintacolumna del sector violovidelista de la dictadura, defendiéndola en el plano internacional y llamando a la “convergencia cívica-militar” con aquel sector, en lo interno.18 Semejante política hambreadora, entreguista, ultrarreaccionaria y belicista, sólo podía ser impuesta por el fascismo y el terror abierto. Nunca, en el siglo 20, conoció la Argentina una dictadura terrorista como la instaurada en 1976. Decenas de miles de personas, en su mayoría obreros, estudiantes, intelectuales, campesinos, detenidos por sus ideas políticas y sociales, fueron arrojados a inmundos “chupaderos”, torturadas en forma brutal. ¡30.000 personas fueron “desaparecidas”, incluidas decenas de niños!19 Miles fueron arrojadas durante años en las cárceles y sometidas a todo tipo de torturas y vejámenes. Fueron pisoteadas todas las libertades democráticas. Se proscribieron partidos como el nuestro y se dispuso la veda de la actividad política. Se intervinieron sindicatos y se prohibieron las huelgas y las convenciones colectivas de trabajo. Se reprimieron, hasta liquidarlas, a las Ligas Agrarias y otras organizaciones del campesinado pobre. Se intervinieron las universidades, se prohibieron los centros estudiantiles y se reprimió policialmente la actividad gremial en las universidades y colegios secundarios. Se hicieron “listas negras” de artistas e intelectuales y se implantó la censura.
La amplitud y profundidad del terror fascista sirven para medir la amplitud y profundidad del movimiento revolucionario que se desarrolló en la Argentina desde 1969 a 1976. El fascismo del violovidelismo es el precio que pagó la clase obrera y el pueblo por su falta de unidad y, principalmente, por no tener un poderoso partido político revolucionario en condiciones de haberle permitido impedir el golpe de Estado de 1976. El PCR era débil. Estaba el carácter engañoso del socialimperialismo y su máscara socialista encubría al que por ese entonces era el imperialismo más agresivo; hubo sectores de la izquierda que trabajaron para el golpe de Estado. Pero este es sólo un aspecto del problema. El otro es que las clases dominantes ya no podían seguir gobernando con los viejos métodos. Debieron recurrir al terror fascista abierto para poder contener a las masas.
Consumado el golpe de Estado, el proletariado dio un paso atrás. Se abrió un prolongado período de reflujo en el movimiento de masas. Pero, poco a poco, fueron surgiendo pequeñas luchas que permitieron acumular experiencias en el combate contra un enemigo desconocido y feroz. En octubre-noviembre de 1976 se comenzaron a desarrollar luchas importantes en el movimiento obrero: Luz y Fuerza, General Motors (Barracas), Mercedes Benz, IKA Renault, Ford, Standard, La Cantábrica, Peugeot, entre otras. Luego, la gran huelga ferroviaria de noviembre de 1977 marcaría un nuevo momento en la resistencia a la dictadura fascista.
A su vez, el 30 de abril de 1977 se inició el movimiento de Madres de Plaza de Mayo que jugó un destacadísimo papel en la resistencia antidictatorial, evidenciando el papel que jugaron las mujeres en ella y preanunciando el desarrollo que luego tendría el movimiento de mujeres. Y para fines de 1978, se produjeron las gigantescas manifestaciones por la paz con Chile, en las que participaron grandes masas de jóvenes y mujeres, logrando impedir que la dictadura nos llevase a una guerra fratricida. Con la derrota de la política belicista, se inició la cuenta regresiva del ciclo dictatorial y se abrió un nuevo momento, de avance, en la resistencia de las masas.Con el paro, histórico, del 27 de abril de 1979, el movimiento obrero realizó su primera huelga general antidictatorial. Durante 1979 y 1980, la resistencia antidictatorial se amplió y generalizó; crecieron las luchas. Un hito importante en esto fue la huelga de las obreras y obreros del Frigorífico Swift de Berisso (primera huelga larga contra la dictadura de Videla). La dictadura, pese a recibir cada vez golpes más duros, se mantuvo a la ofensiva. La crisis financiera, a inicios de 1981, la conmovió. Como un monstruo herido en sus entrañas, si bien siguió aplicando su política, ya no pudo recomponer sus fuerzas.La resistencia obrera a la política de superexplotación y hambre de la dictadura, y luego las luchas del movimiento campesino con sus históricas concentraciones de Valle de Uco (Mendoza), Cañada de Gómez (Santa Fe) y Villa María (Córdoba), contra los impuestos y los créditos confiscatorios, fueron los principales arietes que golpearon hasta agrietar el plan económico de la dictadura. A su vez, la ampliación del movimiento democrático, con su avanzada en las Madres de Plaza de Mayo, fue haciendo conocer ante el mundo los horrendos crímenes de una dictadura que fue apañada en los foros internacionales, desde el inicio, por la URSS y sus satélites. Todo esto, y la agudización de las disputas interimperialistas e interoligárquicas, llevarían al debilitamiento del tandem Videla-Viola y a su reemplazo por Galtieri en la cúpula dictatorial, junto a otros cambios en los mandos del Ejército y de la Armada, hacia fines de 1981.
El 30 de marzo de 1982 se produjo una gran movilización de masas antidictatorial, convocada por la CGT, la que fue duramente reprimida. Esto no impidió que esas mismas masas manifestaran en apoyo a la recuperación de las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, el 2 de abril de 1982, hecho que produjo un profundo remezón patriótico y antiimperialista.
La Guerra de Malvinas
El 2 de abril de 1982 fueron recuperadas para la soberanía nacional las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. La bárbara agresión del imperialismo inglés, posterior a este acto, impuso a la Argentina una guerra nacional que duró hasta el 14 de junio.
La guerra de Malvinas conmovió profundamente a la sociedad argentina, a todo el pueblo. Todo lo que se ha hecho después para que se olvide la guerra, para desmalvinizar, tiene que ver con la profundidad de los sentimientos que se removieron con motivo del desembarco argentino en las islas, de la agresión inglesa posterior y de la lucha contra esa agresión. Nunca como entonces apareció tan claro para las masas que la Argentina es un país dependiente que tiene una parte de su territorio sometido a dominio colonial. Y que es un país disputado por las grandes potencias. Porque en ese momento nos encontramos frente a la agresión británica y el boicot económico de los países de la Comunidad Europea. Los yanquis, después del juego hipócrita de supuesto árbitro de su secretario de Estado, Haigh, ayudaron a preparar fríamente el ataque inglés. Los rusos, que no vetaron en las Naciones Unidas la propuesta inglesa, suspendieron luego la compra de nuestros productos agropecuarios presionando descaradamente por concesiones a cambio de una hipotética ayuda, que nunca existió, y además nunca reconocieron nuestra soberanía en las Malvinas. También China se abstuvo en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con la diferencia de que posteriormente apoyó la soberanía argentina sobre Malvinas. En ese momento sólo contamos con el apoyo de los países del Tercer Mundo y de América Latina, en particular Perú, Cuba y Venezuela.
La guerra por el dominio y la soberanía sobre las Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur produjo un cambio sustancial en la política nacional. Fue una guerra justa desde el punto de vista nacional; desde el punto de vista de la contradicción del mundo moderno entre los países imperialistas, opresores, y los países dependientes, oprimidos. La Argentina, un país de un olvidado rincón del mundo, se atrevió a levantarse en armas para recuperar un pedazo de su territorio en manos del imperialismo inglés. El poder estaba en manos de una dictadura prooligárquica y proimperialista, pero, al igual que en 1806 y 1807 con las invasiones inglesas –cuando vivíamos oprimidos por el virreinato colonial español–, el pueblo supo ubicar a su enemigo principal, por encima del carácter tiránico del gobierno y las pretensiones de la dictadura militar de utilizar la guerra para blanquear los 30.000 detenidos-desaparecidos e intentar perpetuarse en el poder. En cambio, políticos como Frondizi y Alfonsín trabajaron para la derrota mientras trajinaban de reunión en reunión negociando la herencia del “proceso”.
Miles de jóvenes combatientes (soldados, suboficiales y algunos oficiales patriotas) enfrentaron con las armas en la mano la agresión del imperialismo inglés: 648 patriotas dieron su vida regando con su sangre nuestras islas y mares adyacentes. Las masas protagonizaron la mayor movilización de este siglo. Masas que tomaron conciencia, abruptamente, de la realidad de la Argentina como un país oprimido y débil; un país que interesa a las potencias imperialistas fundamentalmente por su posición estratégica en el Atlántico Sur; un país que tiene como amigos verdaderos a los países de América Latina, Asia y Africa, a sus pueblos y a la clase obrera mundial, que fueron los que nos apoyaron, incondicionalmente, en la ocasión. Si esa solidaridad no fue más efectiva, como ocurrió también con la oleada patriótica que conmovió al país, fue por la línea que siguió la dictadura, inversa a la que requería una guerra nacional.
En plena guerra, el Comité Central de nuestro Partido en su informe del 29 de mayo alertó que “ni desde la Junta Militar, ni desde la mayoría de las direcciones sindicales y políticas se empuja realmente la organización de las masas para la guerra. Además, las quintacolumnas proyanqui y prorrusa bloquean esa organización. Si la resistencia sólo es sostenida por las Fuerzas Armadas con el apoyo pasivo del pueblo fracasará, porque el enemigo es muy poderoso”. Y porque la dictadura, que chorreaba sangre, era incapaz de garantizar la unidad nacional que exigía la guerra.
El Partido impulsó la organización del pueblo para enfrentar al imperialismo inglés; también planteamos que se debían nacionalizar las estancias de propiedad inglesa, los bienes de las compañías británicas y no pagar la deuda externa con Gran Bretaña. Una posición firme al respecto, al contrario de lo que se hizo, no sólo hubiera vigorizado el respaldo de los que nos apoyaban sino también obligado a definirse a una serie de países que oscilaban, con la demostración de la voluntad argentina de luchar hasta el fin. En definitiva, el resultado de la guerra podía haber sido distinto, si se la entendía como una lucha prolongada que hubiera conmovido a toda América. Si los yanquis jugaron un rol hipócrita fue precisamente por el temor de que se encendiera una hoguera en su “patio trasero”.La lección de Malvinas demuestra que quienes quisieron pelear, y lo hicieron con patriotismo, vieron malograr su empeño por una dictadura que era un instrumento fundamental del sistema de sometimiento nacional y de dominación oligárquica. La unión nacional contra la agresión imperialista exigía la más amplia y profunda movilización del pueblo para que éste tomase en sus manos la defensa de la patria, creando las condiciones para una defensa nacional basada en las mejores tradiciones de la lucha por la independencia nacional frente a España y las dos primeras invasiones inglesas: pueblo y nación en armas; tal como lo hacen hoy los pueblos y naciones que no se arrodillan ante las grandes potencias.
Las consecuencias de esta guerra para la conciencia antiimperialista del pueblo argentino fueron muy grandes. Grandes masas populares se sintieron estafadas. Las clases dominantes desataron una feroz campaña desmalvinizadora, tratando de contrarrestar el sentimiento antiimperialista que abrió esta guerra. Los ex combatientes fueron olvidados y maltratados, negándosele hasta el día de hoy la resolución de sus urgencias más elementales. Sectores de la corriente militar nacionalista que habían sido formados en la tesis de que nuestro país estaba ubicado junto a Occidente, se encontraron de pronto con que la primera vez en el siglo que las Fuerzas Armadas argentinas debieron pelear verdaderamente con una nación extranjera, tuvieron que hacerlo contra los jefes de Occidente. Ante esta realidad, muchos de ellos consideraron que iban a contar con la solidaridad y apoyo soviético, y no fue así. Se dieron cuenta de que los soviéticos lo único que querían era aprovechar esa lucha para avanzar en sus posiciones. Por todo lo cual se produjo el resurgimiento de una poderosa corriente nacionalista en las Fuerzas Armadas.Aprovechando la derrota de Puerto Argentino, la corriente proterrateniente y prorrusa expresada por el violovidelismo recuperó posiciones con Bignone. Pero ya la dictadura no pudo quitarle al pueblo el amplio espacio legal que ganó con motivo del gran movimiento patriótico que se había desarrollado entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, y por la profunda división que se produjo a partir del resultado de la guerra en las Fuerzas Armadas. Se extendió la lucha obrera y popular y surgieron organizaciones específicas, como Amas de Casa del País en el movimiento femenino, iniciativas multisectoriales, etc. Así se entró en un nuevo período en el que la dictadura, acosada por la lucha de masas y minada por sus propias contradicciones, pudo sin embargo elegir el camino de su retirada, negociándolo con los dos grandes partidos burgueses, el radicalismo dirigido por Alfonsín y el Partido Justicialista.
El gobierno alfonsinista
Con el triunfo de Alfonsín en las elecciones proscriptivas del 30 de octubre de 1983 y su asunción al gobierno, se creó una situación compleja. El gobierno radical fue un gobierno heterogéneo, en el que predominaron los representantes de intereses terratenientes, de gran burguesía intermediaria y del imperialismo, especialmente los vinculados al socialimperialismo ruso y a la socialdemocracia europea, sectores que habían sido los principales beneficiarios del período dictatorial. La línea principal de ese gobierno fue proterrateniente, promonopolista y proimperialista, y no expresó los intereses de la burguesía nacional.
El resultado electoral del 30 de octubre golpeó el proceso de ascenso del movimiento de masas. Luego, lentamente, las masas fueron retomando el camino de organización de los cuerpos de delegados y comisiones internas, desde abajo. Los obreros de Ford estuvieron en la avanzada de ese proceso imponiendo desde abajo los delegados por sección, rompiendo el tope salarial y jugando un rol importante en la derrota de la Ley Mucci. Ley que fue un intento del alfonsinismo de dividir al movimiento obrero e imponer la flexibilización laboral.
Todo este nuevo ciclo de auge está teñido por la sangría dictatorial y el balance que las masas han realizado de la misma.
Con tres mil quinientas huelgas y trece paros nacionales, la clase obrera fue el motor de la lucha popular. La histórica ocupación de la planta de 18 días en junio-julio de 1985, protagonizada por 4.500 obreros de Ford dirigidos por su comisión interna y cuerpo de delegados, con puesta en marcha de la producción, trascendió lo gremial para convertirse en lucha política contra el plan de hambre de las clases dominantes, en lo que jugó un papel fundamental nuestro PCR. Crecieron las luchas y movilizaciones campesinas en la Pampa Húmeda y otras regiones del país, las movilizaciones de mujeres, estudiantiles y docentes con la histórica Marcha Blanca. En 1986 se realizó el Primer Encuentro Nacional de Mujeres. El 13 de octubre de 1986 el paro activo convocado por la CGT, los empresarios y el conjunto del pueblo de Mar del Plata contra los acuerdos pesqueros con la URSS, fue la primera movilización de masas que enfrentó la penetración del socialimperialismo en nuestro país.
Desde 1986 nuestro Partido planteó la necesidad de la confluencia de las luchas obreras, campesinas, estudiantiles y populares contra la política alfonsinista de hambre, entrega e impunidad a los genocidas de la dictadura, y la necesidad de la unidad política de todas las fuerzas que se le oponían. En abril de 1987, estimulada por la política alfonsinista de hijos y entenados que beneficiaba a la cúpula gorila lanussista, eclosionó la crisis militar de Semana Santa que se venía incubando desde la derrota de Puerto Argentino. Se produjo así una fractura en las Fuerzas Armadas, que puso en evidencia la existencia de una importante corriente nacionalista enfrentada a los mandos lanussistas. Asimismo quedó claro para las grandes masas que Alfonsín no era garantía para impedir el golpe de Estado. Al poco tiempo sancionó las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. En 1987 las masas castigan en las urnas a la política alfonsinista. Esto, y el triunfo de Menem en la interna del peronismo en julio de 1988, abrieron una nueva situación política en la Argentina, caracterizada por el hambre de grandes masas desatada por la hiperinflación alfonsinista. La política del frente opositor plasmó en el Frente Justicialista de Unidad Popular (alianza integrada por once partidos) y en sus comités de apoyo, en dura lucha por arriba y por abajo.
Tres afluentes confluyeron para la derrota del alfonsinismo: 1) La lucha creciente de la clase obrera fue la avanzada del combate antialfonsinista; 2) la rebelión de la oficialidad subalterna y gran parte de la suboficialidad que deterioró seriamente a la cúpula lanussista de las Fuerzas Armadas; y, 3) el FREJUPO, el frente político que derrotó al alfonsinismo en las urnas, del que nuestro Partido formó parte.
Con la derrota del alfonsinismo se debilitó principalmente el sector prorruso hegemónico en las clases dominantes.Tanto el movimiento obrero, como la rebelión militar nacionalista y el FREJUPO, fueron hegemonizados por diferentes corrientes burguesas. La dirección que la burguesía ejerció en éste proceso es clave para ubicar lo que sucedió después del 14 de mayo de 1989.
El gobierno de Menem y el cambio de hegemonía
El triunfo electoral de Menem abrió una gran esperanza en los trabajadores y el pueblo argentino de que, por primera vez en muchos años, hubiera una política a favor de los intereses populares. Pero los postulados de contenido nacionalista y reformista levantados en la campaña electoral por Menem fueron abandonados a poco de asumir el gobierno. La esperanza en el salariazo y la revolución productiva fue recibiendo garrotazo tras garrotazo.
En el contexto de los profundos cambios operados en el plano internacional, en particular el colapso de la superpotencia soviética, el gobierno de Menem llevó adelante una política liberal privatizadora, de entrega y ajuste antipopular, en particular antiobrera. Así se pasó de una economía fuertemente estatizada a la economía de mercado y desregulada. Se liquidaron ramas enteras de la producción nacional, en especial las más avanzadas tecnológicamente, importantes para un desarrollo independiente de la economía nacional. Incluso se ha retrocedido en sectores importantes de la industria liviana como la metalúrgica, textil o la del calzado. Con todo eso se expulsó masivamente mano de obra, se liquidó a grandes sectores de la burguesía nacional, en especial la pequeña y media, se agravó la crisis agraria crónica en ciertas zonas y se sumió en la miseria a grandes regiones del país, llevándose a la crisis financiera a la mayoría de las provincias. Se pulverizó la legislación laboral producto de más de un siglo de luchas obreras y se ajustaron las leyes laborales a los nuevos métodos de trabajo que imponen los monopolios. Con la traición del menemismo al frente único y al programa del FREJUPO con el que se había derrotado al alfonsinismo, se abrió un período de confusión en las grandes masas. La CGT fue copada por los sindicalistas colaboracionistas con el menemismo. Lo fundamental de la dirección nacional del Partido Justicialista colaboró con la política menemista al igual que sectores importantes de las direcciones provinciales, lo que facilitó que la misma se llevara adelante. Se rompió el FREJUPO; la corriente nacionalista en las Fuerzas Armadas fue disgregada. El gobierno de Menem coronó con los indultos la impunidad a los genocidas de la dictadura. La capa superior de la burguesía nacional que expresó el menemismo se alió al imperialismo (particularmente yanqui) , a los terratenientes y a la burguesía intermediaria.
Con el gobierno de Menem se profundizó la dependencia al imperialismo y se agudizó la disputa interimperialista por el control de la Argentina.
El imperialismo ruso, luego de la caída del muro de Berlín en 1989 y del golpe de Estado de agosto de 1991 en la ex URSS, perdió posiciones importantes y debió replegarse a escala mundial. En la Argentina, en este contexto y también como resultado de los golpes recibidos por la lucha obrera y popular y la fractura en las Fuerzas Armadas, el imperialismo ruso perdió su condición de potencia hegemónica en las clases dominantes, posición que tenía desde 1971.
El imperialismo yanqui aprovechó sus posiciones en el FMI y las finanzas mundiales, y se apoyó en el hecho de que lo fundamental de la deuda externa argentina es estatal y los bancos norteamericanos son los principales acreedores de esa deuda, para utilizar a su favor la política de privatizaciones y el cambio que significó pasar de una economía fuertemente estatizada a la economía de mercado y desregulada que implementó el gobierno de Menem. Los yanquis han penetrado profundamente en la economía, la política, las Fuerzas Armadas y represivas, y en la política nacional. Se transformó en la potencia hegemónica en el bloque de las clases dominantes (PCR, 8º Congreso: Resoluciones sobre Situación Política, pág. 60).El gobierno de Menem dio un gran impulso al Mercosur. Este, con los planes y políticas de Menem, en Argentina, y Cardoso, en Brasil, se transformó en un instrumento importante para el objetivo de las clases dominantes de nuestros países de instalar una economía de mercado, desregulada, libreempresista, dominada por un puñado de monopolios y terratenientes.
Nuevo auge de luchas
La clase obrera y el pueblo, en esas difíciles condiciones, no dejaron de luchar. Los estatales y el pueblo jujeño protagonizaron en 1990 una pueblada con un programa de avanzada impulsado por nuestro Partido que volteó al gobernador Ricardo De Aparici y en junio de 1992 la movilización por aumento salarial de los estatales, principalmente municipales, llevó a la renuncia del gobernador Roberto Domínguez. También se destacaron la prolongada lucha de los trabajadores contra la privatización del Astillero Río Santiago , la huelga de Siderca en 1992, el triunfo de los vecinos de Barrio Elena (Matanza) en su lucha por los títulos de propiedad. Estos hechos marcaron una huella en la noche negra del menemismo donde la mayoría de las luchas fueron derrotadas. Fueron derrotadas huelgas importantes como la petrolera, la lucha telefónica, mineros de Sierra Grande, ferroviarios, metalúrgicos de SOMISA, etc. Un período de reflujo del movimiento obrero y popular generalizado y profundo signó la política nacional argentina y se extendió entre los años 1990 y fines de 1992. El imperialismo, la burguesía intermediaria y los terratenientes, gracias a la política menemista, avanzaron a fondo, en su política de destrucción de las conquistas laborales y sociales de los trabajadores de la ciudad y el campo y de entrega nacional.
A fines de 1992 se realizó el paro agrario nacional y, bajo la presión intensa de los trabajadores, se pudo hacer el primer paro nacional de oposición a la política menemista. Se realizaron grandes concentraciones populares contra la Ley de Educación, los jubilados comenzaron a marchar los miércoles, etc., y empezó a revertirse el reflujo abierto en 1990. El 16 de diciembre de 1993 todo el país fue conmovido por el Santiagueñazo. El camino de las grandes puebladas y rebeliones populares de fines de la década de 1960 y principios de la de 1970, característico del auge de masas anterior, era retomado por las masas populares argentinas. Se reanimó el clasismo antioligárquico y antiimperialista. Apareció con fuerza en la escena política nacional la Corriente Clasista y Combativa y con ello un instrumento del proletariado para unificar las luchas y recuperar de manos de los colaboracionistas las direcciones de las organizaciones sindicales. Que el peronismo defendiera y aplicara una política antipopular y proimperialista, como la de Menem, sucedía por primera vez en la historia de ese partido. Siempre existió, en el peronismo, una derecha proimperialista y proterrateniente (vinculada a una u otra potencia imperialista, como sucedió antes del golpe de Estado de 1976) y siempre existieron en ese partido sectores fascistas. Y el peronismo, desde su origen, siempre contuvo en su seno la contradicción entre la ideología nacionalista-burguesa y de conciliación de clases de su dirección, con sus bases obreras y de campesinos pobres. Pero esta contradicción no era polarmente antagónica con las necesidades de estas bases populares. En un país oprimido por el imperialismo, como el nuestro, la lucha nacional es la forma principal de manifestación de la lucha de clases. Por eso la política del general Perón en vida de éste, y luego la de Isabel Perón y la dirección peronista, aunque no enfrentó a fondo al imperialismo ni a los terratenientes, fue una política de reformas de tipo nacionalista y en favor del pueblo; Perón, y la mayoría de los dirigentes peronistas, plantearon una política nacionalista y de contenidos populares y siempre forcejearon, con políticas reformista-burguesas, con los terratenientes, con la burguesía intermediaria y con el imperialismo. Particularmente con el imperialismo yanqui. Por lo que la política de la dirección peronista encabezada por Menem fue antagónica con las necesidades de las masas populares peronistas, con su doctrina nacional-burguesa y con sus mejores tradiciones: las tradiciones del primer gobierno peronista, las de la resistencia frente a la “Libertadora” y a la política entreguista de Frondizi, las de las luchas contra la dictadura de Onganía y Lanusse, las del gobierno peronista de 1973 a 1976 y las de la lucha contra la dictadura militar violo-videlista y contra el alfonsinismo.
Las consecuencias de la hiperinflación alfonsinista hicieron que las masas se aferraran a la estabilidad conseguida con el plan de convertibilidad, a pesar de que la misma estaba basada en el congelamiento salarial y la entrega del patrimonio nacional. En la medida en que el plan Cavallo se agotó, se terminaron las esperanzas en que la política gubernamental traería un mejoramiento de la situación de los trabajadores y fueron saliendo a la luz las consecuencias funestas del mismo, tanto para los intereses populares como para la Nación argentina, y las masas se fueron incorporando a la lucha contra esa política, se crearon condiciones para que sectores muy amplios del peronismo, en primer lugar su izquierda obrera y popular, corrientes nacionalistas y antiimperialistas y corrientes de burguesía nacional y regional ligadas históricamente a ese partido, rompieran con la dirección menemista y se incorporaran a la lucha contra la política de hambre y entrega continuada por el gobierno de la Alianza.
Los períodos de auge del movimiento de masas, en nuestro país, son relativamente prolongados. Duran varios años, como sucedió con el que, iniciado en 1969, terminó con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Tienen momentos de ascenso, de transitoria calma, de retroceso relativo, de un nuevo y mayor ascenso, con un desarrollo que no transcurre en línea recta sino en espiral: en determinados momentos parece retroceder a niveles anteriores para, en un proceso que no es lineal sino a saltos, alcanzar un nivel superior. Así ha sucedido, desde el Santiagueñazo hasta aquí, en la cuestión de los organismos que son gérmenes de doble poder, hasta llegar a la dirección de delegados de piquetes, y también en el grado de utilización de la autodefensa de masas y la violencia frente a las fuerzas represivas.
El gobierno de De la Rúa
Con el ascenso al gobierno de De la Rúa-Alvarez, como analizaron las Resoluciones sobre Situación Política del 9° Congreso del PCR, las fuerzas prorrusas y proeuropeas que forcejean con los yanquis abrieron una “hendija”, apuntando a terminar con el “alineamiento automático” de la política argentina con la política yanqui. El gobierno de la Alianza era un gobierno proimperialista, de burguesía intermediaria, de monopolios imperialistas y de terratenientes. No pensó ni por asomo tocar los privilegios de los terratenientes y de los grandes monopolios. Era un gobierno que expresaba al bloque hegemónico en las clases dominantes y por eso estuvo en el blanco de la lucha popular.
El gobierno de la Alianza, en lo esencial, profundizó la política de ajuste y entrega del menemismo. Se agravó la situación económica y aumentaron los sufrimientos del pueblo. Tras un breve período de confusión, en particular en los sectores de las masas que habían votado la Alianza, fue quedando claro para la gran mayoría que nada bueno podía esperar de ese gobierno.
Jugaron un gran papel los cortes de ruta de los desocupados de La Matanza en noviembre de 2000, y en particular el corte de 18 días de mayo de 2001 que le torció el brazo al gobierno de De la Rúa.
Se multiplicaron los cortes de ruta en el conurbano y en todo el país y se tonificaron las luchas obreras y populares. Se destacaron las luchas de los desocupados de Jujuy junto a los municipales del SEOM y la heroica pueblada de Mosconi-Tartagal en la que la población enfrentó durante varios días a la gendarmería de De la Rúa y a la policía del gobernador Romero, protagonizando 4 puebladas masivas, en las que la represión asesinó a Carlos Santillán y Daniel Barrios y dejó un centenar de heridos, muchos con balas de plomo. Cuando el gobierno nacional reprimió la lucha salteña y la jujeña, y cercó para desangrar y destruir la lucha matancera, fue la heroica resistencia de los pobladores de Mosconi que enfrentaron y derrotaron a la gendarmería, y la rápida respuesta nacional con manifestaciones en todo el país lo que paró el golpe represivo.
Crecieron los frentes de tormenta de los diferentes sectores afectados por la política del gobierno de la Alianza y se retomó el camino de las grandes puebladas, con paros activos y cortes de ruta, ocupaciones de fábricas amenazadas de cierre, de escuelas y facultades, etc.
Con sus vaivenes, el auge de masas se profundizó. A su vez el gobierno de la Alianza, impotente para resolver la crisis y los reclamos de las masas, entró con la renuncia de Carlos “Chacho” Alvarez a la vicepresidencia en una grave crisis política. “Se mantenían en plena ebullición las tres crisis: la económica, la social y la política. El gobierno parecía un barquito de papel sacudido por las mencionadas tres tormentas. Pero la causa de fondo de la inestabilidad política y económica era la lucha de masas que el gobierno era incapaz de detener, pese a todos sus golpes represivos y a su propaganda mentirosa…” (Informe del Comité Central del PCR del 25 y 26 de agosto de 2001).
Así el gobierno de De la Rúa apeló frente a la justa rebelión de las masas populares a las fuerzas represivas y afinó los instrumentos jurídicos y de inteligencia para el uso de las mismas contra los luchadores y organizaciones populares, continuando y profundizando también en este terreno la política de Menem.
El gobierno de Bush exigía profundizar el ajuste con el “déficit cero” y planteaba que no iba a utilizar el dinero de “los plomeros norteamericanos” para salvar los negocios de los bancos que habían especulado en países como Argentina. El gobierno de De la Rúa-Cavallo para profundizar su política de ajuste y entrega tropezaba en primer lugar con la lucha creciente de las masas, y también con los obstáculos que le ponían desde el congreso el duhaldismo y el alfonsinismo que iban preparando sus planes para el recambio.
Al agudizarse la crisis económica se hizo cada vez más evidente la división en el seno de las clases dominantes entre un sector vinculado a las finanzas y a la deuda externa, a las importaciones, a los grupos altamente endeudados en el extranjero y a los terratenientes de la Sociedad Rural que planteaban ir a fondo con el “déficit cero” y la dolarización, y otro sector de poderosos monopolios y terratenientes vinculados a las exportaciones, a la industria nacional al borde de la quiebra, a los terratenientes empobrecidos por el derrumbe del Mercosur, etc. que planteaban de una u otra manera devaluar.
En ese marco se dieron las elecciones del 14 de octubre de 2001, donde una marea de votos en blanco, nulos y abstenciones se constituyó en la primera fuerza electoral. La protesta social que conmovía al país se transformó así en protesta política golpeando duramente al gobierno de De la Rúa y dejándolo tremendamente debilitado.
El Argentinazo
El 19 y 20 de diciembre de 2001, irrumpieron grandes masas en una rebelión popular que sacudió a la Argentina hasta sus cimientos: el Argentinazo. Por primera vez, el pueblo en las calles derrocó a un gobierno nacional, el de De la Rúa y Cavallo, aplastó el Estado de Sitio que ese gobierno había impuesto, y forzó la declaración del no pago de la deuda externa. En unos pocos días hubo cinco presidentes. El 30 de marzo de 1996, sobre la base del auge de masas, el hambre y la crisis económica y social, en un discurso de Otto Vargas en el 20 aniversario de la dictadura, en el sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, el PCR lanzó la táctica de “imponer otra política y otro gobierno (…) siguiendo el camino que nos enseñó el heroico pueblo santiagueño y el heroico pueblo jujeño (…): un Argentinazo nacional triunfante”20. Esa táctica del PCR tenía particularmente en cuenta una larga y rica experiencia de la clase obrera y el pueblo argentino, que para jugar el papel de vanguardia, el papel dirigente del Partido, nos apoyamos, siempre, como enseñaron Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao, en la extensión espontánea del movimiento revolucionario de las masas. Insistimos, reiteradamente, en que la revolución es un drama pasional que no comienza por el último acto sino por el primero, y que la clave de éste primer acto era que abriera el camino para el avance del proceso revolucionario.
Durante cinco años el PCR junto a fuerzas clasistas, antiimperialistas y antiterratenientes buscamos los caminos de aproximación a esa salida, que abriera un curso revolucionario. A partir del Cutralcazo, en junio de 1996, y luego las puebladas de Tartagal-Mosconi y de Ledesma, el país fue conmocionado por innumerables puebladas, cortes de ruta, ocupaciones de fábrica y luchas obreras, campesinas y populares. La primera Marcha Federal permitió el surgimiento de la CCC, y ésta fue el motor de la coordinación de las fuerzas que enfrentaban al menemismo en el movimiento obrero, mediante la Mesa de Enlace (CCC, CTA y MTA, a la que se sumarían la FAA, la FUA y otras organizaciones). Esas luchas cerraron el paso al intento de re-reelección de Menem. El temor de las clases dominantes a una pueblada nacional, aceleró los planes para la constitución de la Alianza, a la que se sumaron las fuerzas reformistas de la Mesa de Enlace, que entraron en la tregua.
Otro momento en que se bocetó la pueblada nacional fue con la oleada de masas que enfrentó el plan de “ajuste” de De la Rúa-López Murphy con una participación destacada del movimiento estudiantil universitario y secundario. Allí se volvió a constituir la Mesa de Enlace. El movimiento de desocupados, con la CCC de La Matanza a la cabeza, ganó la Plaza de Mayo proyectándose nacionalmente. Con la renuncia de López Murphy y la asunción de Cavallo, nuevamente las fuerzas reformistas rompieron la Mesa de Enlace y dieron tregua al gobierno. Cuando el gobierno jugó a aislar a los matanceros, la respuesta popular ante la represión en Tartagal-Mosconi le dio vuelta el guante.
El movimiento de desocupados tenía su centro en La Matanza con los desocupados de la CCC y de la FTV-CTA. Desde el corazón del movimiento de desocupados, en La Matanza se llamó a dos asambleas piqueteras que convocaron a tres semanas de lucha que estremecieron al país.
En este período jugaron un gran papel la lucha de los trabajadores de Aerolíneas Argentinas y la de los movimientos agrarios, entre los que se destacó el Movimiento de Mujeres en Lucha (MML).
Con la jornada de lucha nacional del 12 de diciembre, con cortes de ruta en todo el país, los desocupados detonaron el Argentinazo.
El jueves 12, con el paro nacional activo convocado por las tres centrales sindicales, el movimiento obrero ocupó el centro de la escena política nacional. Fue la movilización de la Asamblea Piquetera encabezada por la CCC unida a diversos sectores combativos, cortando rutas, calles, vías férreas y ocupando edificios públicos en todo el país lo que garantizó el carácter de paro activo que tenía la protesta. Ese día los obreros de la alimentación de la fábrica Terrabusi, junto a los desocupados y jubilados de la CCC y otras organizaciones garantizaron el corte de la Panamericana.
La jornada de lucha del jueves 12 y el paro activo del viernes 13 sacudieron la política nacional con la confluencia de obreros industriales ocupados con desocupados y jubilados, y con una amplísima masa de cuentapropistas, pequeños y medianos comerciantes y productores de la ciudad y del campo y ahorristas golpeados por el manotazo del gobierno a los depósitos bancarios (llamado corralito). La desaparición del dinero afectó toda la economía informal.
En los días que siguieron se fueron precipitando los hechos.
Duhalde y Alfonsín, ante la evidencia que el gobierno de De la Rúa se derrumbaba, venían tejiendo laboriosamente la transición post-De la Rúa. En diciembre de 2001, cuando se iniciaron las negociaciones para una concertación o acuerdo nacional, no fue descartada la posibilidad de mantener como un títere a De la Rúa en la presidencia de la Nación, con Duhalde como ministro Coordinador con superpoderes. Para asegurar la transición, con o sin De la Rúa, se designó a Ramón Puerta como presidente del Senado y se buscó el acuerdo de la embajada yanqui para el proyecto.
Se produjeron saqueos a supermercados en Entre Ríos, Mendoza, Santa Fe, luego en varias provincias y en el Gran Buenos Aires. Montándose en el ascenso del auge de luchas, en el hambre y la desesperación de los sectores populares desde la provincia de Buenos Aires (dirigida por el gobernador Ruckauf) y desde otras gobernaciones provinciales primero se alentaron los saqueos impulsándolos contra los pequeños y medianos comerciantes, y posteriormente desataron una represión sangrienta que comenzó a cobrarse las primeras víctimas.
En esa situación, con el acuerdo de Menem, Duhalde y Ruckauf, el 19 de diciembre De la Rúa decretó el Estado de Sitio que fue el detonante de la rebelión popular, cuya envergadura sobrepasó los planes de Duhalde-Alfonsín.
La respuesta popular fue inmediata. Grandes masas populares de la Capital Federal salieron a las calles, se juntaban en los barrios golpeando cacerolas, particularmente grandes contingentes de capas medias y de jóvenes, que marcharon por las avenidas y llenaron la Plaza de Mayo, en repudio al Estado de Sitio y lanzando la consigna: ¡Qué se vayan! El gobierno respondió a la movilización pacífica con la orden de desalojar Plaza de Mayo a cualquier costo, dando “zona liberada” a la represión. Numerosos contingentes, mayoritariamente de jóvenes, se organizaron en el microcentro para enfrentar a la represión, y en ellos tuvieron destacada actuación el PCR y la JCR. Los combates se prolongaron durante toda la jornada del 20 haciendo fracasar el operativo represivo. El Porteñazo dejó en el aire a De la Rúa. Aislado de su propio partido, debió renunciar, escapándose de la Casa Rosada en helicóptero.
El gobierno reprimió sangrientamente para impedir que las masas populares del Gran Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y otras provincias se levantaran junto a las de la Capital. Reprimió incluso, con balas de plomo y numerosos heridos, en La Matanza, también reprimió en Pilar. Pero no pudo impedir que los combates y movilizaciones se generalizaran en Mar del Plata, La Plata, Berazategui, Rosario, Neuquen, Río Negro, Jujuy, Salta, Tucumán, Bahía Blanca, Mendoza y muchísimos otros lugares del país. José Daniel Rodríguez, militante de la CCC de Entre Ríos, fue asesinado por la represión, que nacionalmente cobró más de 30 víctimas principalmente en la Capital Federal y en Santa Fe. En la noche del 20 y el 21, grandes masas populares ocuparon sus barriadas, organizando piquetes armados, incluso con armas de fuego, ante la amenaza de saqueos y de represión a sus barrios.La lucha de calles que se desarrolló durante el Argentinazo tuvo componentes espontáneos, semiespontáneos y organizados: la mayoría de las masas que participaron en los saqueos y en los combates callejeros lo hizo de manera espontánea, o en grupos que teniendo algún grado de organización no estaban coordinados en un centro de dirección general (es decir, participó de manera semiespontánea). Y una parte (como es el caso de contingentes de la CCC, la CEPA, el MUS, el PCR y la JCR) lo hizo de manera organizada, al igual que los piquetes y barricadas en los barrios. Pero aun en este caso, esos grupos organizados trabajaron para dar cierta organicidad a los contingentes que se agrupaban de manera espontánea y semiespontánea. Una larga historia de luchas obreras y populares hace que, aun cuando las masas actúan espontáneamente, esa espontaneidad está enriquecida por la experiencia de muchos años de combate. Las huelgas y puebladas, las formas organizativas de democracia directa como los cuerpos de delegados, los piquetes y barricadas, son parte de esa conciencia. Al mismo tiempo, el crecimiento político y orgánico de las fuerzas clasistas y combativas, de las fuerzas antiimperialistas y antiterratenientes (como se expresó en esos días en el Casildazo y las puebladas del sur de Santa Fe), y del PCR son expresión de esa maduración de la conciencia.
El Argentinazo fue una tormenta política de masas que arrasó con el gobierno de De la Rúa y la Alianza, sobrepasó la conspiración de Duhalde-Alfonsín, pero no pudo imponer un gobierno popular.
En esas condiciones el Frente Federal de Gobernadores impuso a Rodríguez Saá como presidente, gobierno políticamente débil basado en un acuerdo frágil entre distintos sectores del peronismo, lo que se graficó en un gabinete con personajes sumamente desprestigiados.
Otra pueblada, el 28 de diciembre, volteó a una parte del gabinete dejando en el aire a Rodríguez Saá.
En ese contexto Duhalde, Alfonsín e Ibarra impulsaron un golpe de estado “institucional” y a través de una nueva Asamblea Legislativa, de dudosa constitucionalidad, se designó a Duhalde presidente.
El Argentinazo no pudo imponer un gobierno de unidad patriótica y popular porque careció de la organización y la dirección necesarias. Las limitaciones que tuvo, por la correlación de fuerzas, hacen a enseñanzas decisivas para el futuro.
En primer lugar, mostró la necesidad del fortalecimiento de las fuerzas clasistas y combativas, de las corrientes antiimperialistas y antiterratenientes, de los sectores patrióticos y democráticos, del frente único de las fuerzas populares, y del crecimiento del partido de vanguardia de la clase obrera, el PCR. El Argentinazo, en el que estas fuerzas han jugado un gran papel, y por el que venimos luchando desde 1996, es lo que crea extraordinarias condiciones para estos avances.En segundo lugar, el movimiento obrero llegó dividido, y mayoritariamente dirigido por la CGT de Daer y por fuerzas como la CGT “rebelde” y como la CTA, que en las jornadas decisivas del 19 y 20 desmovilizaron a sus organizaciones. Luego, la CGT “rebelde” y la de Daer, llamaron a un tardío paro el 21, cuando ya se marchaba a la Asamblea Legislativa. Hicieron como la dirección de la CGT de 1945, que llamó a un paro para el 18 de octubre, cuando ya el pueblo había hecho la pueblada el 17. Esta nueva experiencia replantea la necesidad de recuperar para el clasismo a los sindicatos, y particularmente a los Cuerpos de Delegados, que son instrumentos fundamentales para unir, movilizar y dirigir a la clase obrera. A ello va unido la necesidad de volcar a la lucha al movimiento agrario y al movimiento estudiantil.
En tercer lugar, no hubo un centro coordinador. Cómo iba a existir si la mayoría de las direcciones de las fuerzas populares, incluso algunas de las que se dicen de izquierda, rechazaban el camino del Argentinazo, ilusionadas con el de las elecciones21. Ni siquiera se despertaron con el cachetazo de las elecciones de octubre de 2001, cuando la corriente mayoritaria de las masas, la mitad del padrón votó nulo, blanco o se abstuvo; y volvieron a "sorprenderse" cuando esas masas se volcaron al Argentinazo y expresaron en las calles todo el odio acumulado al régimen político. Lo sufrió en carne propia Patricio Etchegaray, el jueves 20, a las 10 de la mañana, cuando fue abucheado en Plaza de Mayo, por segunda vez (ya le había sucedido en el Congreso) a los gritos de: ¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!
En cuarto lugar, como anticipamos, el Argentinazo llegó también hasta donde daba la situación de las Fuerzas Armadas. El hecho de que permanecieran neutralizadas (en lo que jugó el resurgimiento de la corriente nacionalista), rechazando las presiones del gobierno para sumarlas a la represión, le permitió a las masas avanzar hasta donde llegaron. Y el hecho de que los sectores patrióticos —por la correlación de fuerzas— no se sumaran al pueblo, marcó el límite de hasta donde éste podía avanzar. Ninguna revolución ha triunfado, y menos aún una insurrección, sin que las fuerzas revolucionarias tuviesen una política hacia las Fuerzas Armadas. Siempre dijimos que una insurrección popular triunfante es imposible sin ganar para ella a un sector patriótico y popular de las fuerzas armadas y neutralizar a otra parte. Y dijimos que la extensión y profundidad de un posible Argentinazo iba a depender de que sucediese con las fuerzas armadas. Cuando De la Rúa no pudo ganar a éstas para la represión, la medida del Estado de Sitio fue totalmente ineficaz para contener la rebelión de masas. Al mismo tiempo, si se hubiese logrado ganar a un gran sector de las mismas, como sucedió en Ecuador el 21 de enero del 2000, se hubiese creado la posibilidad de un gobierno de unidad popular.
Los diez días de combate, las dos jornadas heroicas del 19 y 20, han enseñado a la clase obrera y el pueblo más que muchos años de lucha reformista y electoral y han templado a su vanguardia.
Con el Argentinazo emergió la situación revolucionaria que incubaba la sociedad argentina. Lo que Lenin definía como una situación revolucionaria objetiva, cuando se ha producido un agravamiento superior al habitual de la miseria y las penalidades de las clases oprimidas y estas no quieren vivir como antes y se produce una intensificación considerable de la actividad de las masas y, por otro lado, los de arriba no pueden seguir gobernando como hasta ahora. Esta situación se abrió a fines del 2000, sin haber podido desembocar en una situación revolucionaria directa, en la que se den las condiciones para que las fuerzas revolucionarias tomen el poder.
Notas:
9/ Datos del Indec, año 2000. > volver
10/ Otto Vargas: El marxismo y la revolución Argentina, tomo I. > volver
11/ Ver: José Ratzer: El movimiento socialista en la Argentina. > volver
12/ En su declaración del 10 de enero de 1919, el Consejo Federal de la FORA anarquista no solo decidía continuar con la huelga general, sino que destacaba además su potencialidad revolucionaria, resolviendo: “Proseguir el movimiento huelguístico como acto de protesta contra los crímenes del Estado consumados en el día de ayer y anteayer (…) A las iras populares no es posible ponerles plazo; hacerlo, es traicionar al pueblo que lucha. Se hace un llamamiento a la acción. ¡Reivindicaos, proletarios! ¡Viva la huelga general revolucionaria!” (Hugo del Campo: El sindicalismo revolucionario (1905-1945), Centro Editor de América Latina). > volver
13/ La Declaración del 9 de enero de 1919 del Partido Socialista decía: “Los infaustos acontecimientos del día de hoy demuestran que lo que se inició como una genuina y justificada protesta obrera ha sido perturbado por la intromisión de factores extraños al gremialismo orgánico, factores de naturaleza todavía difícil de definir pero que no han de ser ajenos a los manejos de la política criolla. (…) La clase obrera, que de buena fe ha intervenido en la huelga general, debe ponerse en guardia contra ciertas magnificaciones totalmente extrañas a sus generosos propósitos. (…) El Comité Ejecutivo cree conveniente la vuelta al trabajo.” (Hugo del Campo, Ibídem). > volver
14/ “El Consejo Federal de la FORA, en su reunión extraordinaria de fecha 9 del corriente, considerando nuevamente la situación que se le crea a la organización de los trabajadores con actos punitivos de las fuerzas policiales (…) acuerda: Asumir la dirección del movimiento en la Capital Federal y llamar a una reunión de delegados y secretarios de las organizaciones sindicales, quienes resolverán en definitiva sobre plazos y fijación de las aspiraciones a concretar en aquél.” Al día siguiente, esa asamblea decidía: “dar por terminado el movimiento, recomendando a todos los huelguistas reanuden de inmediato el trabajo”. (Hugo del Campo, Ibídem). > volver
15/ En la declaración reproducida por los diarios el lunes 13 de enero de 1919, el Partido Socialista Internacional decía: “vista la resolución de la FORA aconsejando la vuelta al trabajo, acuerda: solidarizarse con dicha resolución y exhortar a los trabajadores a su estricto cumplimiento (…) No solidarizarse con los actos producidos en el Correo y la Policía, que no respondían a la finalidad del movimiento y que por restarle simpatía no pueden provenir de huelguistas auténticos” (Edgardo J. Bilsky, La Semana Trágica, Centro Editor de América Latina). > volver
16/ Esas organizaciones fueron posteriormente al “diálogo” con el dictador Uriburu, fusionándose en la CGT colaboracionista el 27 de setiembre de 1930. La FORA del 5º Congreso no adhiere. > volver
17/ El PCR pagó con sangre su lucha, primero en defensa de las libertades democráticas y, a partir de noviembre de 1974, su clara posición en contra de cualquier golpe de Estado, prorruso o proyanqui, contra el gobierno constitucional. El 10 de octubre de 1974 fue muerto por la policía el estudiante de Medicina, Armando Ricciotti, en una manifestación por la reapertura de la Universidad de Buenos Aires, y el 29 de noviembre fue secuestrado y asesinado Daniel Winer, dirigente del Centro de Estudiantes de Ingeniería, de esa Universidad. El 7 de diciembre se produjo el intento de secuestro y, ante su resistencia, el fusilamiento en la puerta de su casa de Enrique Rusconi, en La Plata; también en esa misma ciudad son asesinados el 14 de mayo de 1975, Ana María Cameira, Carlos Polari, David Lesser y Herminia Ruiz, y el 23 de mayo, Guillermo Gerini. El 17 de junio fue secuestrada y asesinada, en Lanús, Patricia Inés Tosi, y el 20 de marzo de 1976 fue muerto en Mendoza, Mario Susso. > volver
18/ “El general Videla encarna por el imperio de las circunstancias y por su decisión personal la voluntad de una corriente de las Fuerzas Armadas coincidente con el anhelo popular de poner fin a los crímenes de las siniestras ‘triple A’” (Nuestra Palabra, órgano oficial del Comité Central del PC, 3/9/75). La revista Gente del 7/12/78, registró una cena en homenaje a Videla realizada el 1º de diciembre, en la Confitería El Molino, organizada por la Asociación de ex Legisladores. En el listado de los participantes figuran los dirigentes del PC Rodolfo Ghioldi, Jesús Mira y José Comínguez. Este último, según recogió Gente, dirigiéndose a Videla dijo: “Gracias por permitirme estar aquí.” > volver
19/ Los miembros del PCR detenidos desaparecidos o asesinados durante la dictadura son: César Gody Alvarez, Renée Salamanca, Angel Manfredi, Manuel Guerra, Ana Sosa, Luis Márquez, Rodolfo Willimberg, Miguel Magnarelli, Raúl Molina, Orlando Navarro, Gabriel Porta, Manuel Alvarez, Sofía Cardozo, Daniel Bendersky, Miguel Angel Spinella, Jorge Andreani, Américo Eiza, Hugo Garelik, Juan Telmo Ortiz, Eugenio Cabib, Antonio Satuto, María Cristina Ortiz de Satuto, Enriquito Imhoff y María Eugenia Irazuzta.
20/ Semanario hoy, 3/4/1996. > volver
21/ “El PCR se encuentra ante una enorme impasse (por su) expectativa de un ‘Argentinazo’ prometido desde ¡hace tres años!”, dijo Altamira, del PO, burlándose del trabajo del PCR por el Argentinazo, ¡dos meses y medio antes del Argentinazo! (Prensa Obrera, 29/9/01). Y poco después del Argentinazo se arrogaba la paternidad de la rebelión: “No se hubiera llegado a las jornadas del 19 y 20 sin una constante evolución de los diferentes factores subjetivos y del papel del PO” (Jorge Altamira, El Argentinazo y el presente como historia).
Patricio Etchegaray, secretario del PC, en un acto público polemizó con el PCR, ¡una semana antes del Argentinazo! negando que existieran condiciones para un Argentinazo: “A quién no le gustaría un Argentinazo, el tema, compañeros, es que para organizarlo, para proyectarlo, en función de los intereses del pueblo, hace falta una gran fuerza alternativa capaz de conducir las luchas populares a otro nivel” (Propuesta 13/12/01). > volver