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17 de July de 2013

El viernes 14 de junio se escucharon nuevos testimonios del horror que vivieron los detenidos en los campos de concentración de la dictadura genocida que se instaló en nuestro país el 24 de marzo de 76.

Angel Manfredi y Ana Sosa

MEGACAUSA JEFATURA II – ARSENALES II

“La llevé y la dejé en Mendoza y Mitre. Nunca más la vi”, recordó el médico Carlos Reynaga, esposo de Ana María Sosa. Afirmó que al atardecer de ese día allanaron su casa. “Sacaron libros y apuntes. Me llevaron a mí también. Me vendaron los ojos. Querían saber si yo había tenido participación en su actividad [la de Ana]. Pero yo siempre fui radical”, memoró. En simultáneo al operativo en la casa de los Reynaga hubo otro en la de los Manfredi.

“La llevé y la dejé en Mendoza y Mitre. Nunca más la vi”, recordó el médico Carlos Reynaga, esposo de Ana María Sosa. Afirmó que al atardecer de ese día allanaron su casa. “Sacaron libros y apuntes. Me llevaron a mí también. Me vendaron los ojos. Querían saber si yo había tenido participación en su actividad [la de Ana]. Pero yo siempre fui radical”, memoró. En simultáneo al operativo en la casa de los Reynaga hubo otro en la de los Manfredi.
Diego Andrés Reynaga, el menor de los tres hijos de Ana Sosa, tenía tres años cuando su mamá Ana Sosa fue secuestrada. Dijo que aún recuerda el llanto de sus hermanos cuando esa tarde se llevaron también a su papá. “Me acuerdo mucho de caos, la casa dada vueltas”, dijo Diego. Afirmó que pudo reconstruir el destino de ella por “retazos”. Supo que Ana estuvo en Arsenales, que fue secuestrada junto a Ángel Manfredi en la Colonia 1 del Ingenio Concepción. “Mi madre era una persona creativa, rebelde, innovadora, para la visión uniforme y reaccionaria de estas personas mi madre era peligrosa. Se perdió mucho con ella. Este juicio nos devolverá la paz que tanto necesitamos”, consideró. Y agregó “estoy orgulloso de mi madre y agradecido de tanta gente que hizo todo para que estemos hoy bien”. Diego se sentó de costado sin mirar en ningún momento a los genocidas presentes, pero no por temor sino por asco.

“Quería un mundo mejor”
Luego declaró la esposa de Ángel, Lola Farhat, afirmó que el grupo armado iba a llevársela junto a los niños, pero desistieron. “Fue un gran padecimiento familiar. No era fácil ni la subsistencia. Nos marginaron”, lamentó. Recordó a su marido como una persona comprometida con sus convicciones: “quería un mundo mejor, su principal delito eran sus ideas”.
Otro testimonio de la jornada fue el de María Cristina Romano de Fiad. Secuestrada en 1976, junto a Raúl Vaca, la llevaron a Arsenales, en su propio auto que luego utilizaron para secuestrar más personas. Sufrió torturas, mientras la acusaban de darle dinero a los ‘guerrilleros’.
María Cristina estuvo secuestrada con Ana María Sosa, Trini Iramaín y su esposo; Lucho Falú, Enrique Sánchez. Escuchó cuando mataron a Enrique Díaz, un 12 de octubre. Vio cuando separaron de una fila, en la que ella estaba, a Trini Iramain. “Esa noche acribillaron a esas personas”, contó.
Sobre Ana María Sosa dijo: “Era una mujer de una bondad sin límites”. Contó que a todos los tenían siempre vendados pero que Ana se había sacado la venda y que ayudaba a todos los compañeros, que con dos palitos se hizo unas agujas de tejer y le confeccionaba pequeños tejidos a los compañeros de tormento.

El valor y el coraje   de dos comunistas
El 8 de agosto de 1976 Ana María Sosa de Reynaga (37) y Ángel Manfredi (34) estaban celebrando el Día del Niño en una casa de la Colonia 1 del Ingenio Concepción. Ambos militaban en el Partido Comunista Revolucionario. Ese día fueron secuestrados. Ella era profesora en la Escuela Normal, era integrante de la dirección del PCR de Tucumán, él era trabajador de los Talleres de Tafí Viejo, estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras, secretario político del PCR de Tucumán y miembro de su Comité Central. Ana tenía tres hijos y Ángel también.
Fueron vistos con vida por última vez en el Arsenal, según el relato de sobrevivientes y permanecen desaparecidos.
El valor y el coraje de estos comunistas revolucionarios, como cuando Ángel les gritó en la cara con el rostro altivo “soy comunista revolucionario”, o cuando Ana se sacó la venda de los ojos mirando de frente a los torturadores, su heroico comportamiento ante torturadores y asesinos, soportando valerosamente los tormentos, sin dar ninguna información requerida por estos genocidas para seguir destruyendo y matando, nos llena de orgullo a los revolucionarios y nos reafirma el camino emprendido para lograr una sociedad mejor. Sin hambre, sin miseria, sin explotación.
Por eso con el puño en alto, la mirada firme y el grito más fuerte de nuestras gargantas decimos: compañeros Ángel y Ana ¡hasta la victoria, triunfaremos!