En 1780 se produjo el levantamiento indígena dirigido por Tupac Amaru, una gigantesca rebelión social en la que las masas insurrectas atacaron, en tres virreinatos, los pilares de la sociedad feudal, de castas, que España implantó junto con la colonia. Fue la expresión más elevada de las numerosas luchas –como las de los pueblos coyas, calchaquíes, guaraníes o mapuches–, en nuestro país, con que durante tres siglos las masas aborígenes enfrentaron a los colonialistas, y uno de los jalones más importantes en el camino hacia la independencia latinoamericana.
Los levantamientos indígenas empalmaron, en un proceso, con las rebeliones de esclavos y con los sentimientos y necesidades de vastos sectores criollos también oprimidos por el régimen colonial. Este proceso se expresaría en nuestro país en hechos como la resistencia a las invasiones inglesas de 1806 y 1807 al Río de la Plata y las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz de 1809, que en lo inmediato llevaron a la Revolución de Mayo de 1810. Revolución que también se vio estimulada por importantes acontecimientos externos a nuestro subcontinente, como la guerra de la independencia norteamericana (de 1776 a 1783), la revolución francesa (desde 1789) y las rebeliones del pueblo español contra las invasiones napoleónicas, a partir de 1808.
La Revolución de 1810 marca para nuestro país el inicio de una guerra prolongada y heroica –con hitos decisivos en batallas como las de Suipacha, Tucumán y Maipú y el protagonismo activo del pueblo en jornadas memorables como las del éxodo jujeño–, parte de los procesos de la guerra de la independencia en la mayoría de los países de Latinoamérica, hasta la derrota definitiva de los conquistadores españoles en los campos de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
En la guerra de emancipación nacional convergieron las masas campesinas indígenas que protagonizaron los heroicos levantamientos del Alto Perú, del Noroeste y del Noreste argentinos, del Paraguay y del Uruguay; los sectores rurales y urbanos criollos, como los expresados por Murillo en Bolivia, Gaspar de Francia en Paraguay, Artigas en Uruguay y Moreno en la Argentina; y además, los sectores de la aristocracia terrateniente criolla que, acordando en la lucha por la independencia de España, lo hacían defendiendo sus privilegios y, por tanto, oponiéndose al desarrollo de los elementos democráticos, antifeudales.
Pese a las múltiples disensiones internas –por la heterogeneidad de los componentes del frente antiespañol–, la decisión de los pueblos de defender la libertad con las armas en la mano permitió la continuidad de la guerra emancipadora. Permitió, además, que operaran a favor de la independencia de nuestros países las disputas entre las distintas potencias europeas que, junto a la sublevación del pueblo español, jugaron un papel importante en el debilitamiento del poder militar de la Corona.
Pero la hegemonía de los terratenientes y grandes mercaderes criollos en la guerra emancipadora nacional hizo que, triunfante la revolución en cuanto a la independencia del amo español, no se resolvieran las tareas de la revolución democrática. Derrotados los intentos antifeudales, quedó pendiente la necesidad de la revolución democrática en nuestro país.
Esto está en la base de la preservación del atraso latifundista de origen feudal, y de los prolongados enfrentamientos entre distintos sectores de terratenientes y grandes comerciantes de Buenos Aires y del Interior, que demoraron por más de 60 años la definitiva organización nacional. La disputa de las potencias europeas particularmente Inglaterra y Francia por los mercados y fuentes de materias primas, también operó en ese proceso, aliándose con uno u otro sector de terratenientes y comerciantes intermediarios, predominando uno u otro de estos sectores según el periodo. En 1833, Inglaterra ocupa nuestras islas Malvinas. En 1840, Buenos Aires sufre el bloqueo francés y en 1848, el de ambas potencias –Francia e Inglaterra– coaligadas. Las posibilidades de desarrollo capitalista que se abrieron con la caída de Rosas en 1852, siguieron estando limitadas por el predominio terrateniente. El acceso a la propiedad de la tierra continuó estando vedado, en la práctica, a los nativos indígenas, mestizos y criollos pobres. Los pocos inmigrantes que pudieron beneficiarse con los planes de colonización fueron restringidos por los terratenientes a pequeñas zonas, marginándolos de las mejores tierras.
En 1865 la oligarquía argentina llevó a nuestro país a participar en la guerra genocida de la Triple Alianza (Argentina-Brasil-Uruguay) contra el Paraguay, con levas forzosas que hicieron víctimas a miles de hombres y mujeres de nuestros pueblos, entre ellos miles de origen negro africano. Esta guerra fue instigada principalmente por los intereses ingleses para liquidar la perspectiva de un desarrollo independiente.
Al mantenerse el latifundio de origen feudal en el campo, se vio dificultado el desarrollo de los centros urbanos, aunque estos comenzaran a ser, particularmente Buenos Aires, el lugar de asentamiento obligado de los inmigrantes que no podían acceder a la tierra. También muchos nativos del interior ya emigraban hacia las ciudades, y en especial a Buenos Aires, escapando a las levas forzosas y a las condiciones semiserviles de las estancias.
En esas condiciones, la ciudad-puerto se fue convirtiendo en un reducto para las artesanías y pequeñas fábricas. Esto implicó un desarrollo del proletariado industrial aún débil y una más débil y dispersa burguesía con aspiraciones industrialistas. Las primeras experiencias de organización obrera están ligadas a este precario desarrollo industrial, destacándose el caso de los tipógrafos que ya en 1857 formaron su sociedad mutual, y en 1878 protagonizaron la primera huelga organizada del país con la creación de un verdadero sindicato, la Unión Tipográfica, que funcionó entre 1877 y 1879.
En todo el período que va hasta 1880 se mantuvo el predominio económico, social y político de los terratenientes, sin que esto se haya visto afectado por los intentos reformadores burgueses, ni tampoco por las rebeliones campesinas indígenas o criollas. Los aborígenes llegaron en algunos lugares a tomar las armas para obtener la propiedad de la tierra, como los habitantes de la Quebrada de Humahuaca y Puna, masacrados en 1874, por los terratenientes, en la batalla de Quera, para impedir que la tierra retornase a sus manos.
La definitiva organización nacional bajo el control terrateniente en 1880 produce el genocidio de los pueblos aborígenes de la región pampeana y patagónica en la Conquista del Desierto y años después de los indígenas del Chaco. La liquidación o sometimiento de los gauchos libres y el brutal avasallamiento de las autonomías provinciales, va a signar todo el desarrollo posterior de la economía y de la sociedad argentinas, abriendo la época de la dominación oligárquico-imperialista sobre nuestro país.
La significativa penetración del capital extranjero –transformado ya en imperialista–, invertido sobre todo en los ferrocarriles, frigoríficos, electricidad y finanzas, aceleró el desarrollo de relaciones mercantiles en la ciudad y el campo, creando además un incipiente desarrollo de la producción capitalista. Pero esto último se verá siempre lastrado en nuestro país por el predominio de los intereses de los terratenientes latifundistas y por la propia penetración imperialista, que condiciona y deforma todo el desarrollo de la economía nacional en función de sus intereses.
La entrada de capitales de distintos orígenes (ingleses, franceses, alemanes. italianos, etc.) instaló en nuestro país la disputa interimperialista por el control económico y político del mismo. Esta disputa se expresa fundamentalmente a través del enfrentamiento entre distintos sectores de terratenientes y de gran burguesía intermediaria, convertidos en verdaderos apéndices, de uno u otro imperialismo. Sirva de ejemplo el que mantuvieron a fines del siglo xix sectores ganaderos de la provincia de Buenos Aires y Córdoba, en general proingleses, con los terratenientes laneros de la provincia de Buenos Aires más ligados al capital francés.
A partir de 1880 avanza la opresión imperialista sobre nuestro país. Se mantiene el atraso latifundista de origen feudal en el campo, con el consiguiente retraso en el desarrollo de relaciones capitalistas de producción y la permanencia y recreación de relaciones semifeudales; y la Argentina se convierte en un país dependiente, parte del conjunto de países coloniales, semicoloniales y dependientes oprimidos por los países imperialistas. Como dice Lenin “envuelto en las redes de la dependencia financiera y diplomática”. Predomina entonces la dependencia del imperialismo inglés.
Así se interrelacionaron la contradicción entre el pueblo y los terratenientes y la contradicción entre el imperialismo y la Nación Argentina. Así se interrelacionaron también las dos grandes tareas de la revolución argentina: la tarea democrática y la tarea liberadora. Así también se interrelacionan, desde 1890, aunque marchando a veces por carriles separados, el movimiento democrático y el movimiento proletario.
Al calor de importantes movimientos huelguísticos de ferroviarios, albañiles, carpinteros, panaderos. etc., el 1º de Mayo de 1890 se conmemora en la Argentina, junto a los trabajadores de todo el mundo, el Día Internacional de los Trabajadores. Acto en el que participan más de 2.000 personas. Los oradores hacen sus discursos en castellano, italiano, francés y alemán: ésta era la realidad del movimiento obrero por entonces. Cabe destacar el papel de los pioneros de su organización como Germán Ave Lallemant, quien valiéndose del marxismo, ayudó con su análisis y toda su práctica al desarrollo de nuestro movimiento obrero. La crisis de 1890 frustra la constitución de la Federación de Trabajadores de la República Argentina, aunque ya desde 1892 funciona la Agrupación Socialista que dará origen posteriormente al partido del mismo nombre.
Distintas fuerzas agrupadas en la Unión Cívica dan origen al levantamiento armado del 26 de julio de 1890. Fracasada la insurrección, la Unión Cívica se divide: un sector acuerda con la oligarquía y el imperialismo, y el otro, radical, sigue la lucha, organizando en 1893 un levantamiento armado en casi todas las provincias argentinas.
Irrumpe el proletariado
En los primeros años del siglo XX, el movimiento obrero argentino y sus organizaciones gremiales y políticas dieron un gran salto adelante. La expansión de la economía argentina trajo aparejado un crecimiento de trabajadores del campo y de la ciudad, sometidos a condiciones de tremenda explotación. Estando en lucha los estibadores del Puerto de Buenos Aires, los obreros del Mercado Central de Frutos, los conductores de carros, etc., y convocada por la Federación Obrera Argentina (FOA), estalla el 22 de noviembre de 1902 la primera huelga general del movimiento obrero argentino.
El paro del puerto de Buenos Aires, lugar clave de la economía argentina, enfureció a la oligarquía. El gobierno del general Roca, con la aprobación de senadores y diputados, implantó el Estado de Sitio y la tristemente célebre Ley de Residencia (número 4144), para expulsar a los extranjeros acusados de agitadores. La policía y el Ejército ocuparon las calles, desencadenándose una brutal represión sobre el movimiento obrero.
La huelga fue derrotada, pero su desarrollo fue de gran importancia, mostrando la enorme capacidad de lucha y el potencial revolucionario del proletariado argentino. Desnudó ante las grandes masas el carácter reaccionario del Estado de los terratenientes, grandes burgueses intermediarios y el imperialismo, expresado políticamente por el gobierno de Roca.
Ya aparecía la necesidad de una fuerte organización del proletariado para poder enfrentar con éxito a ese Estado. Y en el seno del movimiento obrero estaba abierta una gran lucha de líneas, que se daba principalmente entre los anarquistas y los socialistas.
El socialismo, impregnada su dirección por el revisionismo, absolutizaba la lucha política y parlamentaria. El anarquismo, tejido por tendencias espontaneístas, sindicalistas e incluso antiorganizadoras, absolutizaba la lucha económica. Ambos, al crear un abismo entre la lucha económica y la lucha política, eran impotentes para organizar la fuerza revolucionaria que necesitaba el proletariado.
En 1903, el movimiento obrero se dividió en dos centrales sindicales: la FORA dirigida por los anarquistas y la UGT que dirigían los socialistas. En ambas, predominaban concepciones no marxistas que dificultaron el avance del movimiento obrero.
Durante los años 1903 y 1904 se triplicaron las huelgas, destacándose las de ferroviarios, azucareros y obreros de la carne. En febrero de 1905 se produce una nueva insurrección radical contra el régimen oligárquico.
Pese a la intensificada represión de los gobiernos oligárquicos (clausura de locales, prohibición de la prensa obrera, la militancia sindical es considerada delito. etc.), las organizaciones sindicales se van desarrollando y fortaleciendo. Ya para fines de 1905 la mayoría de los gremios habían conquistado la jornada de 8 ó 9 horas y logrado aumentos de salarios. Entre 1906 y 1910 crecen las luchas y se extienden a varias provincias.
El 1º de Mayo de 1909, una concentración convocada por la FORA en plaza Lorea, fue violentamente reprimida con un saldo de 11 muertos y cientos de heridos. La FORA, la UGT y los sindicatos autónomos forman un comité de huelga y declaran la huelga general.
El 3 de mayo se inició la lucha. Trescientas mil personas acompañaban los restos de los asesinados. La policía dirigida por el coronel Falcón cargó sobre la columna dejando un saldo de varios muertos.
La huelga sigue y dura ocho días. El Ejército y la policía acompañados de bandas “nacionalistas”, “niños bien” de la oligarquía, se lanzan sobre los barrios obreros para quebrar la organización y romper el movimiento. Asaltan e incendian círculos culturales, bibliotecas y locales obreros.
Pero el movimiento no pudo ser aplastado. El gobierno debió negociar y aceptar todas las peticiones obreras. Por primera vez en nuestra historia, sobre la base de una huelga general, el movimiento obrero lograba semejante triunfo. Habían pasado 19 años desde aquella primera conmemoración del 10 de Mayo de 1890. Diecinueve años de experiencias de lucha protagonizadas por grandes masas explotadas que, a través de su práctica, fueron tomando conciencia de su fuerza como clase.
Un año después cuando se preparan los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, ante el llamamiento a la huelga por la derogación de la Ley de Residencia y el cumplimiento de la promesa de liberar los presos sociales, el gobierno desencadena una feroz represión al movimiento obrero. Se decretó el Estado de Sitio y se sancionó la Ley de Defensa Social, para reprimir al movimiento sindical. Fueron apresados más de 2.000 obreros, cien deportados y otros tantos confinados en Ushuaia. Así conmemoraba la oligarquía el Centenario.
Sacando fuerzas de su flaqueza, y en el marco de una nueva crisis económica iniciada en 1910, el movimiento obrero continuó sus luchas. Esto estimuló a otros sectores populares.
En Macachín, La Pampa, se levantaron los campesinos exigiendo la abolición de los contratos esclavistas y los pagarés en blanco. Pese a que el gobierno envió tropas para reprimir, la huelga triunfó.
En junio de 1912 estalló en el sur de la provincia de Santa Fe, la huelga conocida como el Grito de Alcorta. La lucha se desató contra los altos arrendamientos y los contratos leoninos y se extendió rápidamente hacia el norte de la provincia de Buenos Aires y el sur de Córdoba y Entre Ríos. Pese a la represión el movimiento triunfó, surgiendo la Federación Agraria Argentina.
El Grito de Alcorta señalaba el comienzo de una nueva etapa en la historia de las luchas campesinas argentinas. Hacía su aparición en el corazón de la pampa húmeda un nuevo torrente del otro gran protagonista de la revolución, poniendo en evidencia ante grandes masas las nefastas consecuencias del latifundio, grandes extensiones de tierra monopolizadas por la oligarquía terrateniente. “La tierra para quién la trabaje”, pasó a ser una de las banderas del movimiento agrario.
Con el desarrollo de las luchas obreras y campesinas, fue creciendo una corriente revolucionaria dentro del movimiento sindical y dentro del Partido Socialista, corriente que reivindicó el marxismo y el carácter clasista del socialismo.
La posibilidad de una convergencia obrerocampesina con sectores burgueses y pequeñoburgueses que tras las banderas del radicalismo enfrentaban al régimen conservador, ponía en riesgo el poder de las clases dominantes, que a su vez se encontraban horadadas por la agudización de la disputa interimperialista que llevaría a la Primera Guerra Mundial. Terciando en la tradicional disputa entre ingleses y franceses, desde fines del siglo pasado habían ido adquiriendo un importante peso interno otros intereses imperialistas, como los italianos, los belgas y particularmente, los alemanes. Cuando la disputa de estos con los ingleses pasa a ser la principal, en la primera década de nuestro siglo, comienzan a terciar también aquí los imperialistas yanquis.
En estas condiciones, la oligarquía elige el mal menor. Concede en 1912 el voto universal masculino, secreto. Hace jugar a su favor la fiebre electoralista de conciliación con la oligarquía y el imperialismo, predominante tanto en el socialismo como en el radicalismo. Esto condicionará todo el desarrollo posterior del movimiento democrático. El inicio de la guerra en 1914, entre las potencias atlánticas (principalmente Inglaterra y Francia) y los imperios centrales (Alemania y Austria, Hungría), ahondará la división interna de la oligarquía, a la vez que debilitará transitoriamente la opresión imperialista sobre nuestro país. Así, a través de elecciones, el radicalismo llega al gobierno nacional en 1916.
El carácter de clase del gobierno radical y su considerable relación con la oligarquía, determinaron que el triunfo electoral del radicalismo no significara el fin del Estado de los terratenientes, la gran burguesía intermediaria y el imperialismo, aunque se recortasen algunos privilegios de esos sectores.
El proletariado crecía y se lo admiraba por sus luchas. Pero carecía del Partido que le permitiera participar activamente, con independencia, en la revolución democrática y, en su curso, tomar su dirección política, ya que, por su línea, ni socialistas, ni anarquistas podían hacerlo.
Los gobiernos radicales
Yrigoyen se hace cargo del gobierno en octubre de 1916 con el apoyo de una parte importante del movimiento obrero y de las masas populares, que gana las calles para festejar. Pero la política de conciliación con la oligarquía y el imperialismo tiñó todo el periodo del gobierno radical yrigoyenista.
El movimiento obrero y popular protagoniza un nuevo auge de luchas logrando avanzar en sus conquistas democráticas y económicas. Ejemplo de esto son las huelgas portuarias que obtienen jornada de 8 horas y aumentos salariales, y las de ferroviarios, que logran la anulación del artículo 11 de la ley de jubilaciones que imponía renunciar al derecho de huelga para acogerse a sus beneficios. El movimiento campesino, continuando su lucha, obtendrá rebajas en los arrendamientos y, finalmente, la primera ley de arrendamientos y aparcerías rurales en 1921. La lucha de los estudiantes, que se iniciaba con la ocupación de la Universidad de Córdoba en junio de 1918, logrará la conquista de la Reforma Universitaria.
En este contexto de ascenso revolucionario del movimiento obrero y popular, y contribuyendo al mismo, se fortalece la corriente que en el seno del Partido Socialista reivindica el marxismo y el carácter clasista del socialismo, en la lucha contra el revisionismo y el oportunismo político de su dirección. Estimulada esta corriente por el triunfo de la revolución bolchevique, expulsados sus miembros del PS por la dirección, dan origen el 6 de enero de 1918 al Partido Socialista Internacional, que a partir de 1921 pasó a ser el Partido Comunista de la Argentina. Se creaba así la posibilidad de que el proletariado argentino contase con un partido auténticamente revolucionario, marxista-leninista.
Terminada la guerra interimperialista, la oligarquía y el imperialismo pasan a trabajar activamente por recuperar el terreno perdido, poniendo el centro en detener la oleada revolucionaria de masas y cercando al gobierno radical.
El desarrollo del movimiento alcanza un momento culminante en la segunda semana de enero de 1919. La lucha por salario, condiciones y tiempo de trabajo de los 800 obreros de los Talleres Vasena, es reprimida violentamente por la policía, dejando un saldo de 4 muertos y 30 heridos. Esta es la chispa que pone en pie a los trabajadores y el pueblo de Buenos Aires y Avellaneda.
Los paros y marchas espontáneas se extienden rápidamente, obligando a la FORA a decretar la huelga general. 200.000 personas que acompañan los restos de los obreros asesinados son tiroteadas por la policía. Las masas enfrentan, rebalsan las fuerzas policiales y la sublevación se extiende. Se generalizan las barricadas, asaltos de armerías, tomas de algunas comisarías, etc., y durante un corto tiempo el pueblo se transforma en dueño de la ciudad.
El Ejército entra en la ciudad con el consentimiento de Yrigoyen y reprime sangrientamente la sublevación popular, armando además grupos civiles de la oligarquía, que asaltan locales e imprentas obreras y realizan verdaderas “razzias” en los barrios obreros, con un saldo de 1.500 muertos y más de 4.000 heridos, incluyendo mujeres, ancianos y niños. Genocidio –sólo comparable a los de Rosas y Roca contra los indios– que pasará a la historia con el nombre de Semana Trágica.
Pese a la masacre, los ecos del levantamiento obrero y popular de enero de 1919, llegarán hasta los más apartados rincones, conmoviendo a los explotados y a los explotadores de esos verdaderos imperios latifundistas del norte y del sur argentino. Ejemplos de esto, serán las históricas huelgas de la Forestal y de la Patagonia, en 1920 y 1921, también sangrientamente reprimidas por el Ejército enviado por Yrigoyen en apoyo de la oligarquía. La matanza de Santa Cruz superó en alevosía y en el número de muertos a la Semana Trágica, con resultados mucho más catastróficos para la provincia, pues reforzó la dictadura omnímoda de los latifundistas.
La falta de dirección y objetivos políticos claros en el proletariado, por la insipiencia del Partido Comunista y la conciliación de los socialistas y los “sindicalistas revolucionarios” con el gobierno de Yrigoyen, llevó al aislamiento a esas históricas luchas, facilitando el ensañamiento de la oligarquía.
Pero para la lucha revolucionaria antiterrateniente y antiimperialista sus enseñanzas siguen siendo valederas.
Por su parte, la actitud del yrigoyenismo grafica el doble carácter de la burguesía nacional, que por un lado forcejea y por el otro concilia con el imperialismo y la oligarquía terrateniente, con lo que termina enredada en las telarañas del atraso y la dependencia, y si bien hace concesiones al movimiento obrero y popular, trata de mantenerlo bajo su égida; temerosa del desborde reprime violentamente las luchas que se salen de su control.
La experiencia del yrigoyenismo en el gobierno mostró, en definitiva, la impotencia del camino reformista para resolver las tareas agrarias y antiimperialistas. Su conciliación, particularmente con los grandes terratenientes ganaderos, facilitó la recuperación de posiciones por parte de la oligarquía y el imperialismo, que pasaron a predominar abiertamente con el gobierno de Alvear, de 1922 a 1928. Esto obligó al yrigoyenismo a pasar prácticamente a la oposición, desde la cual nuevamente, y con mayor amplitud, ganó las elecciones nacionales que dieron la presidencia por segunda vez a Yrigoyen en 1928.
En la década Infame
Pese al amplio apoyo popular y al nuevo auge de luchas antiimperialistas en toda Latinoamérica –entre las que se destacará la de Andino en Nicaragua– el nuevo gobierno de Yrigoyen se debatió en la impotencia de su política reformista, no yendo a fondo contra la oligarquía y el imperialismo. Estos aprovecharían las dificultades creadas por la crisis capitalista mundial de 1929, para pasar abiertamente a la conspiración que culmina con el golpe de Estado del 6 de setiembre de 1930. Se inicia así la llamada década infame, que se prolongó hasta 1943.
En el golpe del 6 de setiembre de 1930 coincidieron distintos sectores proimperialistas, tanto proyanquis y proalemanes como profranceses y proingleses. Pero estos últimos rápidamente lograrían imponer su hegemonía en el seno de la dictadura, concordando con el predominio que tenía entonces el imperialismo inglés sobre la economía y la sociedad argentina. Predominio cuya base estaba en la alianza con los terratenientes ganaderos, que tenían en Inglaterra su principal comprador. Esto se graficó con la firma del Pacto Roca-Runciman en 1933.
La hegemonía de los sectores proingleses se daba en el marco de una renovada disputa de proalemanes y profranceses, que también se vieron favorecidos por los gobiernos entreguistas de Justo, Ortiz y Castillo. Y hacia finales de la década aumentan significativamente las inversiones norteamericanas.
Distinta era la situación en el resto de América Latina, donde ya el imperialismo yanqui había logrado imponer su hegemonía, también en aguda disputa con ingleses y alemanes, como lo mostró en particular la guerra del Chaco –de 1932 a 1935–, en la que los pueblos hermanos de Bolivia y Paraguay fueron utilizados como carne de cañón para dirimir el conflicto por la región entre las potencias imperialistas.
Pese al fraude electoral y a la represión policial, con la tristemente célebre Sección Especial, el movimiento obrero, campesino y popular inicia un nuevo auge de mediados de la década del treinta.
Al calor de la lucha avanza la organización del movimiento obrero a través de los sindicatos por rama de la producción, superando los viejos gremios por oficio, como es el destacado caso de la Federación Obrera Nacional de la Construcción, FONC, en cuyo desarrollo y fuerza incidieron decisivamente los principios del clasismo revolucionario y antiimperialista, que impulsó en esos años el todavía Partido Comunista de la Argentina. Con una orientación semejante se desarrollan otros sindicatos y federaciones de la industria, como los cerveceros, obreros de la carne, alimentación, madera, metalúrgicos, del vestido, del calzado. etc.
La prolongada huelga de la construcción de fines de 1935, que concitó la gran huelga de solidaridad de enero de 1936, dio nuevos bríos a las luchas obreras y populares, entre las que se destaca la lucha de los campesinos algodoneros del Chaco contra Bunge y Born y Anderson Clayton.
En este marco se organiza el movimiento antifascista, que da lugar por primera vez a una manifestación conjunta de la CGT con los partidos políticos opuestos al gobierno de Justo, el lº de Mayo de 1936. Ya partir de julio de 1936, con el inicio de la guerra civil española, se desarrollará en particular el movimiento de solidaridad con la República, que incluyó el envío de brigadas para su defensa frente al levantamiento franquista, que contaba con el apoyo abierto de los gobiernos fascistas de Alemania e Italia.
En todas estas luchas juega un papel decisivo el Partido Comunista, que a través de la abnegada labor de sus militantes marca un hito en las gloriosas tradiciones de lucha del movimiento comunista argentino.
En setiembre de 1939 se inicia la Segunda Guerra Mundial imperialista. El debilitamiento temporal de Inglaterra, por la ofensiva de la Alemania nazi incidió sobre la situación argentina. Se vieron afectadas las posiciones de los principales opresores de la Nación Argentina. A la vez, las inversiones alemanas hacían crecer la intención nazi de adueñarse de nuestro país. Estados Unidos entró en la guerra dos años más tarde. A partir de entonces presionó en distintos terrenos, aunque sin éxito, para lograr el apoyo activo de nuestro país. Todo esto alentó, durante este período, un cierto espíritu de independencia de la burguesía nacional, particularmente respecto del imperialismo inglés.
Con la agresión de Alemania a la URSS (en ese entonces todavía bajo la dictadura del proletariado), la guerra interimperialista se transformó en una guerra mundial antifascista, en la que se fundió la defensa del primer país socialista con la lucha liberadora de los pueblos oprimidos por el nazismo alemán, el militarismo japonés y el fascismo italiano. El imperialismo nazifascista se convirtió en el enemigo principal del proletariado a escala mundial. Fue justo considerarlo así mundialmente y esto no era antagónico con los intereses liberadores de la revolución argentina.
Dada la nueva situación nacional e internacional la clase obrera argentina podía impulsar bajo su dirección un frente antifascista, antiimperialista y antioligárquico que, promoviendo las luchas populares, atrajera a la burguesía nacional y colocase al país junto a la coalición antifascista. Pero la línea errónea del PC limitó mucho el aporte argentino a la coalición antifascista e hizo perder independencia al proletariado, al subordinar su política a la alianza con los imperialistas angloyanquis y con los sectores liberales de los terratenientes. En estas condiciones y aprovechando la debilidad momentánea de los distintos sectores, imperialistas, la burguesía nacional pasó a hegemonizar un frente nacionalista burgués que logró ganar una gran base de masas.
El peronismo
El 4 de junio de 1943 se produjo el golpe militar que desalojó del gobierno a conservadores y radicales antipersonalistas. Los sectores proingleses que actuaron preventivamente, poniendo a la cabeza al general Rawson, rápidamente se vieron parcialmente desplazados por los proalemanes, que impusieron a Ramírez. Pero este golpe se dio cuando los Ejércitos nazis habían sido derrotados en Stalingrado y en el grupo de militares hegemónico habla sectores nacionalistas que pensaban ya en el mundo de posguerra, con EE.UU. y la Unión Soviética triunfantes; entre éstos estaba el entonces coronel Perón.
Terminada la Segunda Guerra Mundial con la derrota de la Alemania nazi, crece el auge de la lucha revolucionaria de los pueblos y países oprimidos. Estados Unidos se transforma en el imperialismo más agresivo a escala mundial, y en el gendarme y principal enemigo de los pueblos.
Esto sucedió en 1945 e inicialmente no todos los comunistas lo comprendieron así. Justamente por haberlo entendido, y a fondo, es que el Partido Comunista de China pudo conducir su revolución al triunfo en 1949.
La dirección del Partido Comunista de la Argentina no comprendió que, derrotados los nazis, las cosas habían cambiado, tanto internamente (diluyéndose toda posibilidad inmediata de que el imperialismo alemán pudiera decidir a su favor el dominio sobre la Argentina), como a escala mundial.
Al hacer suyas las teorías browderistas (del revisionista Browder, que había sido distinguido dirigente de la Internacional Comunista, y en ese momento encabezaba el Partido Comunista de los Estados Unidos), planteó que se abría un periodo de colaboración con los imperialismos “democráticos” (principalmente Gran Bretaña y los Estados Unidos) y la posibilidad de abrir un proceso de liberación nacional con su ayuda. Por esto, y por su política oportunista respecto de los terratenientes liberales, se aisló del proletariado, perdió fuerzas y no pudo orientar correctamente el movimiento obrero, campesino y popular en alza, y enfrentó como enemigo principal a la burguesía nacional.
El 17 de octubre de 1945, frente a la ofensiva de los sectores más representativos de la oligarquía y el imperialismo, se produjo la movilización obrera y popular que impidió que se instale un gobierno de galeritas apoyado por todos los poderosos de la tierra, reivindica y defiende sus conquistas sociales y saca de la cárcel a su jefe el general Perón, abriendo un nuevo rumbo para la historia argentina. Sobre la base de esta movilización promovida y hegemonizada por la dirección peronista ésta se afirma en resortes claves del Estado, logrando cambiar a su favor la correlación de fuerzas en el Ejército.
En estas condiciones se marcha a las elecciones nacionales del 24 de febrero de 1946, que se caracterizan por una polarización extrema de la sociedad argentina, y encuentran a la propia clase obrera dividida, pues el partido del proletariado, al impulsar e integrar la Unión Democrática, se alió a los enemigos estratégicos de la revolución argentina (el imperialismo y los terratenientes). Ante la opción: Braden o Perón, la mayoría del proletariado industrial y rural y del campesinado pobre se volcó hacia este último, convirtiéndose en la principal base social del movimiento peronista, hegemonizado por la burguesía nacional con aspiraciones industrialistas, en el cual confluyó también una fracción de terratenientes.
Durante los diez años de gobierno peronista y en particular durante la primera presidencia de Perón, los sectores de burguesía nacional industrialista pasaron a hegemonizar el Estado. Se adoptaron medidas que lesionaron intereses imperialistas y se recortaron beneficios de la oligarquía. Medidas que estimularon el desarrollo de la burguesía nacional, ampliaron el mercado interno y dieron impulso al desarrollo capitalista. A ello se sumó el fomento del capitalismo de Estado en energía, transporte, fabricación de material militar, industrias metalmecánica, etc., la nacionalización de una parte del comercio exterior y el congelamiento de los arrendamientos, lográndose la colonización de algunos latifundios, principalmente allí donde los campesinos lo tomaron en sus manos (Lapín en Rivera, Nueva Plata en Pehuajó, Otto Bemberg en Chascomús, etc.). Al mismo tiempo se impulsó un proceso de sindicalización masiva y se puso en práctica una legislación que concretaba reivindicaciones por las que la clase obrera había luchado heroicamente durante muchas décadas: jubilación, viviendas, obras sociales, convenciones colectivas de trabajo. Escuelas, fábrica, voto de la mujer. etc.
Todo esto hizo que globalmente la sociedad argentina operara un importante avance con el peronismo. Pero éste, dada la naturaleza de clase de su dirección, no tocó lo fundamental de las clases dominantes: el latifundio y los monopolios imperialistas, principalmente en la industria de la carne y la electricidad. La economía argentina continuó siendo dependiente y se mantuvo la base del poder de los terratenientes. A la vez, realizó una política de sujeción de los sindicatos al Estado, restringiendo y persiguiendo a la oposición, no sólo de los sectores oligárquicos sino también de sectores populares y de la clase obrera que no aceptaban subordinársele. Incluso recurrió a la represión abierta de las huelgas y manifestaciones obreras y populares que iban más allá de “lo permitido”, es decir; luchas por reivindicaciones que cuestionaban las limitaciones de su nacionalismo y reformismo por la conciliación con los terratenientes y los imperialistas. Esto llevó a ahondar las divisiones en el movimiento obrero, y sobre todo entre éste y los demás sectores populares (ya que el peronismo los reprimía auto atribuyéndose la representación del movimiento obrero), lo que fue hábilmente aprovechado por la oligarquía y el imperialismo para reconquistar sus posiciones.
Sometido a una fuerte presión del imperialismo yanqui, y sin divisas para importar los bienes de capital que necesitaba la industria para fortalecer los sectores de la metalurgia pesada y liviana, petróleo y derivados y otras ramas industriales, el gobierno peronista comenzó a retroceder. Mientras, conspiraban activamente los terratenientes y en general los sectores proimperialistas (golpe fallido de 1951) y avanzaban tanto la oligarquía como los monopolios (yanquis, ingleses, europeos en general).
Las masas, particularmente la clase obrera, seguían combatiendo por sus reivindicaciones, enfrentando en muchos casos las persecuciones y la represión, con importantes hitos como las huelgas de los cañeros tucumanos, gráficos, metalúrgicos, ferroviarios, bancarios. etc. Hacia fines de 1950 se desarrolló un gran movimiento popular contra las presiones por participar con un contingente de soldados argentinos junto al imperialismo yanqui en la guerra de Corea. La marcha de los obreros ferroviarios de Pérez, pese a ser también reprimida, jugó un papel decisivo en este movimiento que, finalmente, logró su objetivo.
Asimismo, las masas obreras y populares resistieron el intento de entrega del petróleo a empresas yanquis y las propuestas del “Congreso de la Productividad”, que impulsó una política de superexplotación obrera como salida para la crisis. Los terratenientes, sabiéndose fuertes porque el país necesitaba divisas y éstas provenían del campo, y los monopolios imperialistas recuperados sus países de las secuelas de la guerra, por su capacidad de inversión en las industrias mencionadas, marcharon a formar un bloque contra las exigencias populares y contra el gobierno peronista. Tratando de resistir el creciente hostigamiento imperialista. Perón hizo importantes acuerdos económicos con la URSS y otros países entonces todavía socialistas.
La restauración oligárquica
Ante la creciente amenaza de golpe de Estado, especialmente después de la jornada sangrienta de junio de 1955, las masas obreras intentaron enfrentarlo, incluso con las armas. El gobierno se opuso. Finalmente, en setiembre de 1955, el golpe triunfó. La burguesía peronista, como antes la radical, mostraba su impotencia para impedir las restauraciones oligárquico-imperialistas. Pese a esto, hubo una fuerte resistencia obrera y popular al golpe.
En la dirección del PC, contra la actitud de muchos de sus militantes que participaron de esa resistencia, terminó predominando una línea de apoyo a la “Libertadora”. En ocasión del golpe del 16 de junio de 1955 había exigido armar al pueblo; tres meses después, ante el golpe de setiembre, el día 18 llamó a “poner término a la guerra civil que estaba haciendo estragos”. Esta supuesta posición independiente ocultaba que la dirección del PC había puesto un pie en el golpe gorila, (participación del sector militar afín a Solanas Pacheco, Lanusse, Guglialmeli), lo que se expresó en la concurrencia masiva de sus militantes universitarios y de barrios de la Capital a la concentración que festejó en la Plaza de Mayo el triunfo gorila. Muchos de sus miembros ocuparon puestos importantes en los sindicatos y universidades intervenidos por la “revolución libertadora”.
Desde 1955 se acentúa la dependencia de nuestro país, a partir de anudar lazos con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras instituciones financieras imperialistas. La política de la dictadura reforzó la penetración yanqui y europea, favoreciendo un rápido proceso de concentración y centralización del capital en la industria, el comercio y las finanzas, a la vez que se eliminaban las restricciones al latifundio en el campo. Así se profundizó la explotación y opresión de la clase obrera y el pueblo, se mantuvo el estancamiento agropecuario y se perjudicaron amplios sectores de la burguesía nacional.
La resistencia a esta política tuvo diversas formas. La clase obrera y las masas populares protagonizaron grandes combates. Se desarrolló la resistencia peronista. Peronistas, comunistas y otros sectores se unieron contra la intervención dictatorial de la CGT y la derrotaron.
A partir de 1956, estimulado y apoyado por la camarilla que después de la muerte de Stalin restauró el capitalismo en la URSS, se abre un contradictorio proceso en la dirección del PC argentino, hasta que se impone totalmente el revisionismo y la traición a los intereses de la clase obrera.
En oposición a esa línea, que transformó al PC, de partido del proletariado en quintacolumna del socialimperialismo soviético, surgió la corriente antiterrorista, antioportunista, que fue decreciendo a partir de 1959. A través de un curso de desarrollo complejo, estimulados por la lucha de clases nacional e internacional y por la lucha antirrevisionista a escala mundial, se fueron configurando los afluentes que el 6 de enero de 1968 iban a constituir el Partido Comunista Revolucionario de la Argentina.
En el campo de la burguesía, entretanto, se había ido conformando la corriente desarrollista, liderada por Frondizi, quien inicialmente planteó posturas antiimperialistas.
Los revisionistas soviéticos pudieron aprovechar sus viejas relaciones y las del PC con los dirigentes del frondofrigerismo para instrumentar dicha corriente en sus forcejeos con los yanquis. Utilizando su poderoso aparato económico y, también, las relaciones comerciales de sectores de la clases dominantes con la URSS, el socialimperialismo soviético fue desarrollando sectores de gran burguesía intermediaria del tipo Gelbard (como grupo económico y en el accionar político, Gelbard y Frigerio marcharon unidos hasta fines de la década del 60), Broker, Graiver, Trozzo, Greco, Oliver, etc. Y asociando también a un grupo de terratenientes y de la gran burguesía intermediaria tradicional, como los que expresan los Lanusse, Bullrich, Shaw, Blaquier, Acevedo, Martinez de Hoz, Hirsch, Navajas Artaza, Zorraquin, Gruneisen, Muñiz Barreto, Cárcano, Santamarina, etc.
Es durante el gobierno de Frondizi cuando estos sectores comienzan a adquirir un gran desarrollo, no por las leyes del mercado sino por el uso de los fondos, estímulos, licitaciones, vaciamientos y demás beneficios que les permite el manejo del gobierno. Para hacer esta política, el gobierno de Frondizi tuvo que otorgar importantes concesiones a sectores del imperialismo yanqui y a monopolios europeos, quienes tenían un peso decisivo en la economía nacional.
Dadas las condiciones existentes entonces, y en particular la posibilidad de invertir en ramas poco desarrolladas y con un mercado interno importante, como la industria automotriz y conexas, (petróleo, caucho, partes, etc.), se produjo un crecimiento y una diversificación de la economía de los años siguientes a 1959. Eso se logró con la ruina y el empobrecimiento de otros sectores, la opresión de la mayoría del pueblo, la superexplotación obrera y la entrega del patrimonio nacional. Todo lo cual iba a acarrear una nueva crisis, aún más profunda, como fue la de 1962-63.
En heroicas jornadas, con huelga general y barricadas, la clase obrera resistió la política del gobierno. Frondizi apeló entonces a la represión abierta, recurriendo incluso al Ejército, como en la histórica toma del frigorífico Lisandro de la Torre, en enero de 1959, y la huelga grande ferroviaria de 1961. Las grandes luchas del movimiento estudiantil en estos años (por mayor presupuesto, en defensa de la enseñanza laica. etc.), al confluir con la resistencia obrera al frondizismo, ayudaron a disminuir la brecha abierta en el campo popular en 1955.
Comunistas y peronistas, obreros y estudiantes, juntos en las calles y en las cárceles de Frondizi, enfrentando la represión y el Plan Conintes, irán forjando una nueva unidad. Esto se expresará también en el intento de resistir, aún contra la opinión de las direcciones del PC y el PJ, la intervención a la provincia de Buenos Aires (cuando el peronismo ganó con Framini las elecciones en 1962).
Estos acontecimientos ocurrían mientras tenía lugar la Revolución cubana, cuyo triunfo (en 1959) había conmovido a todo el pueblo argentino, fortaleciendo el combate antiimperialista y la búsqueda de un camino revolucionario. Esta Revolución contribuyó a producir una izquierdalización masiva de las capas medias, especialmente en el estudiantado.
El golpe de Estado de marzo de 1962 no frenó el auge de las luchas obreras y populares y comienzan las ocupaciones de fábricas como respuesta a la política de la dictadura. En este marco se producen los enfrentamientos en la cúspide militar, que culminan en la lucha armada entre “azules” y “colorados” expresión de la pugna por el poder de distintos sectores proimperialistas, de terratenientes y de gran burguesía intermediaria. Mientras los sectores desarrollados con el frondicismo (proyanquis, proeuropeos y prorrusos) anidaban en los “azules”, los “colorados” expresaban a los sectores de oligarquía tradicional más ligados al imperialismo inglés. Derrotados estos últimos, la disputa seguirá en el seno de los “azules” (“modernistas”), como expresión principalmente de las contradicciones entre los sectores proyanquis y prorrusos.
En esta situación de aguda lucha por el control del poder y con el peronismo proscrito se realizan las elecciones de 1963, que llevan al radicalismo al gobierno, con Illía como presidente. Este pretendió aplicar una política de signo reformista en lo interno y de cuestionamiento de algunos elementos de la penetración yanqui en lo internacional.
La clase obrera y el pueblo realizaron en este periodo importantes luchas reivindicativas y políticas. Se generalizaron las tomas de fábricas. Hubo grandes luchas estudiantiles y movilizaciones en solidaridad con Santo Domingo. Tuvieron lugar importantes movimientos campesinos, como las marchas cañeras en Tucumán que permitieron el pacto entre la UCIT y la F0TIA, y se reflejaron en la incorporación de la lucha por la reforma agraria en el programa de la CGT.
Al amparo de esta situación se amplía la penetración soviética, crece la relevancia del grupo Gelbard-Broner y de los sectores asociados al socialimperialismo. El frondofrigerismo y el gelbardismo fueron activos golpistas. Actitud compartida por la dirección del PC (que antes había apoyado abiertamente a los “azules”) y la dirección del PJ (en particular, el vandorismo), ambos instrumentaron las justas luchas obreras y populares para sus fines, aún cuando la mayoría de los militantes comunistas –en creciente oposición a su dirección– y también peronistas, no acordaban con los enjuagues golpistas. La dirección del PC y el vandorismo acordaron en ese momento una conducción de la Confederación General del Trabajo.
Finalmente, los sectores proyanquis y proeuropeos logran hegemonizar el golpe militar del 28 de junio de 1966, que instaura la autodenominada “revolución argentina”. En él, también venían emboscados los militares prosoviéticos, como los expresados por el general Lanusse.
Así, si bien junto al golpe central y al movimiento obrero y popular, la dictadura de Onganía golpeó también a los sectores más visiblemente ligados a la dirección del PC, en particular a lo que se relacionaba con la pequeña y mediana burguesía a través del manejo de las cooperativas de crédito, no fueron afectados los sectores de terratenientes y de gran burguesía asociados al socialimperialismo. Y éste mantuvo incólume sus posiciones en las fuerzas armadas argentinas.
La posición de la dirección del PC de oposición verbal y de prescindencia en los hechos frente al golpe de Estado se correspondía con el objetivo principal de los soviéticos: avanzar en el copamiento de los altos mandos de las fuerzas armadas. A su vez, el llamamiento del general Perón a “desensillar hasta que aclare” creaba expectativas en sectores nacionalistas de las fuerzas armadas.
Un nuevo auge de luchas
La política proterrateniente y proimperialista de la dictadura de Onganía creó un polvorín de descontento en las masas obreras, campesinas, y populares en general. La clase obrera se pone a la cabeza de la resistencia antidictatorial, destacándose las grandes huelgas de los ferroviarios, portuarios, azucareros, petroleros (particularmente de Ensenada), etc. Luchas con las que empalmaron las grandes movilizaciones estudiantiles convocadas por la Federación Universitaria Argentina, dirigida por camaradas y compañeros que confluyeron en la conformación de nuestro Partido.
En el conjunto de las fuerzas políticas de la izquierda argentina se profundiza la diferencia entre el camino reformista y el revolucionario. La muerte heroica de un revolucionario comunista, el Che Guevara, repercute hondamente en el pueblo argentino, particularmente en la juventud.
Entre las fuerzas revolucionarias se abrió un debate entre quienes concebían el foco guerrillero como el camino más apto para llegar a la revolución –donde las masas eran espectadoras del accionar de los grupos armados, reduciendo el papel del proletariado y del pueblo a la lucha económica–, y quienes defendían la concepción leninista que no reduce al proletariado a la simple lucha económica sino que, por el contrario, le asigna el papel de principal protagonista de la lucha política y considera que sólo el pueblo en armas, con el proletariado y su partido como vanguardia, puede llevar la revolución al triunfo.
La necesidad de la vanguardia marxista-leninista en la Argentina había madurado en las entrañas del movimiento obrero y revolucionario, a cuyos requerimientos esenciales no servían ni el PC, que había degenerado como partido marxista-leninista, ni el peronismo, ni el revolucionarismo pequeñoburgués. La fuerza reorganizadora de esa vanguardia surgió principalmente del Partido Comunista, de la oposición a su camarilla dirigente y a su política, con la que confluyeron otros sectores revolucionarios. Así, el 6 de enero de 1968 se constituyó el Partido Comunista Revolucionario de la Argentina.
Nuestro Partido nació luchando contra la dictadura proyanqui de Onganía, tuvo una participación relevante en las luchas obreras y estudiantiles que prepararon los cordobazos, el rosariazo, el tucumanazo, etc., y en esas mismas jornadas.
En esos años fuerzas muy distintas golpeaban contra la dictadura desde diferentes posiciones. Pero las fuerzas burguesas y pequeñoburguesas negaban la posibilidad de que existiera un polvorín de odio popular próximo a estallar, bajo los pies de la dictadura. El Cordobazo del 29 de mayo de 1969, producto y expresión superior de las luchas obreras y populares de entonces, introdujo un cambio de calidad en la lucha revolucionaria de nuestro país. Un cambio tal que se puede decir que, después de él, nunca nada volverá a ser igual en la Argentina.
Apenas producido el Cordobazo, se abrió el debate entre los revolucionarios y en el movimiento obrero, centrado en ¿qué le faltó al Cordobazo? Para las organizaciones terroristas faltaron 500 guerrilleros urbanos. Para las fuerzas reformistas, un acuerdo con las grandes fuerzas burguesas y la “comprensión” de Onganía.
Y para el incipiente PCR se afirmó la necesidad decisiva de que el proletariado tenga su partido de vanguardia para triunfar. Por eso trató de estudiar esa experiencia de masas, analizándola a la luz del marxismo-leninismo. Trató de aprender de las masas, de analizar las formas de lucha y organización que las propias masas han encontrado, formas que bocetan el camino de la revolución en nuestro país. Valorando, en ese proceso de democratización del movimiento obrero, el papel de los cuerpos de delegados y su posible transformación en órganos de doble poder en momentos de crisis revolucionaria.
La corriente clasista revolucionaria, incipiente en 1969, fue creciendo y retomando gloriosas tradiciones del proletariado. Tuvo su desarrollo en Perdriel, luego en Santa Isabel, y alcanzó su máxima expresión con el triunfo de la lista Marrón en el SMATA de Córdoba, que significó la recuperación del mismo por un frente único en el que tuvieron una participación destacada obreros clasistas revolucionarios y que fue dirigida por nuestro Partido (los nombres de los camaradas César Godoy Álvarez y René Salamanca, posteriormente detenidos-desaparecidos por la dictadura videlista, son parte fundamental de esa experiencia).
Se inició así un proceso de democratización sindical no conocido anteriormente en el país (con permanente consulta a las masas, con un elevado papel de los cuerpos de delegados, con rotación de los dirigentes en sus puestos de trabajo, con una línea de unidad obrera y de unidad con el campesinado pobre y el pueblo, etc.).
El ascenso del movimiento obrero en las ciudades influyó sobre el campo y despertó a la lucha a masas de miles de obreros rurales y campesinos pobres y medios, surgiendo y desarrollándose rápidamente las ligas agrarias, particularmente en el Noroeste. A su vez, las luchas de los estudiantiles dirigidas por el PCR, ya que había tenido un papel decisivo en las jornadas previas al Cordobazo –particularmente en Corrientes y en Rosario–, continuaron desarrollándose junto a la clase obrera y el pueblo en históricas puebladas.
Las gigantescas luchas populares deterioraron a la dictadura, obligándola a retroceder. Crece la resistencia burguesa y crecen distintas expresiones de la pequeñoburguesía radicalizada, que adoptan el terrorismo como forma principal de lucha.
La profunda crisis estructural de la sociedad argentina afecta a capas extensas de la pequeñoburguesía urbana de las grandes ciudades y, en especial, de los pueblos del interior, así como también a la burguesía nacional. Crisis que arrastra incluso a los sectores de terratenientes arruinados, cuyos miembros se resisten al trabajo manual. Provoca la crisis universitarias y afecta a todas las profesiones liberales, condenando a muchos profesionales a una desocupación encubierta.
Esta crisis profunda tiene como base el estancamiento de la sociedad argentina e impide a las clases dominantes generar una ideología que suscite la adhesión de esas capas medias. Al mismo tiempo el proletariado, maniatado por el reformismo y el revisionismo durante muchos años, no es capaz, todavía, de encauzar en un sentido revolucionario real ese amplio disconformismo de grandes masas oprimidas por el imperialismo, los terratenientes y la burguesía intermediaria. Incluso su propio proletariado ha sido impregnado por la ideología de esas clases y capas sociales arruinadas por la profunda crisis de la sociedad argentina.
Cada paso del movimiento antidictatorial y cada paso del proletariado revolucionario eran acompañados de propuestas de las fuerzas burguesas y de acciones cada vez más espectaculares del terrorismo pequeñoburgués. Su objetivo era hegemonizar al movimiento de masas. Pero, además, su movilización sería estimulada por los sectores terratenientes e imperialistas que disputaban con los sectores representados por Onganía. En particular, el terrorismo sería estimulado e instrumentado por el socialimperialismo ruso para “sacar del medio” a sus rivales en sindicatos, empresas, e incluso en las fuerzas armadas. Pero, como señalamos, fue y es también una expresión más de la profunda crisis estructural que conmueve al país, que se arrastra desde muchos años y que eclosionó en 1969, como crisis política aguda. Lo viejo muere, pero aún lo nuevo, el movimiento revolucionario dirigido por el proletariado, es embrionario.
En este contexto y aprovechando las contradicciones que generaba con los intereses terratenientes el cierre del mercado europeo, la negativa del ministro Krieger Vasena a devaluar y su intento de crear un impuesto a la tierra, fueron creando las condiciones que permitieron a los sectores prorrusos encabezados por Lanusse desplazar a Onganía, primero, y a Levingston, después. En esto también incidió grandemente la situación cada vez más difícil del imperialismo yanqui en el mundo y las promesas del lanussismo prosoviético a importantes sectores de la burguesía nacional, que habían sido tremendamente golpeados por la dictadura de Onganía.
Así, montándose en el odio antiyanqui del pueblo argentino, pasan a predominar los sectores prorrusos en aguda disputa con sectores proyanquis y proeuropeos, buscando aliar y subordinar a sectores de éstos y de la burguesía nacional.
El predominio socialimperialista
Con Lanusse, el sector de agentes y testaferros del socialimperialismo soviético y los grandes terratenientes y gran burguesía intermediaria a él subordinados avanzaron en el control de palancas claves del país. En 1971 se firma en Moscú el convenio comercial entre los gobiernos de la Argentina y de la URSS, que dio a ésta el trato de nación más favorecida.
A su vez, los sectores prosoviéticos disputan con Perón la hegemonía del frente burgués antiyanqui. Trabajan para debilitarlo buscando subordinarlo, ya que precisan de su acuerdo, tanto para poder realizar las elecciones como para afianzarse en el poder; el peronismo seguía siendo la gran fuerza electoral del país y el movimiento político mayoritario. Así pueden imponer una salida electoral condicionada a través del Gran Acuerdo Nacional. Aprovechando la vacilación de la burguesía nacional liderada por Perón y la insipiencia del PCR, logran impedir que las gigantescas luchas obreras y populares, la larga serie de puebladas que deterioraron la dictadura de Onganía, coronasen en un argentinazo triunfante. Aunque la profundidad de ese proceso, del que formó parte la jornada de movilización de masas del 17 de noviembre de 1972 ante la vuelta del General Perón, impidió a los prosoviéticos imponer a Lanusse como candidato del GAN, y los obligó a llegar a acuerdos con Perón y con Balbín.
Perón, a los 76 años, tenía pocas chances. Debió optar entre la candidatura (que con seguridad sería vetada) y el retorno. Cedió la candidatura, facilitando así el montaje de las elecciones del 11 de marzo de 1973, y cedió la hegemonía en el nuevo gobierno, para continuar luchando en mejores condiciones, y desde el país, para imponer su dirección.
Así resultará el gobierno de Cámpora, manteniéndose la hegemonía de los sectores prosoviéticos. Perón volverá al país y pasará a disputarles la hegemonía, haciendo uso de todo su peso político, aunque mantiene a Gelbard como prenda de unidad. Muerto Perón, Isabel desplaza a Gelbard: en ese momento comienza la nueva cuenta regresiva de los golpistas.
Al no poder subordinar al peronismo, particularmente a Isabel Perón, las fuerzas prosoviéticas pasaron a ser las más activas fuerzas golpistas. Se intensifica el accionar terrorista de la pequeñoburguesía radicalizada con atentados que fueron abiertamente provocativos.
Las organizaciones en que cristalizó el agrupamiento de la pequeñoburguesía radicalizada cometieron graves errores políticos y estratégicos. Ubicaron como blanco principal de la revolución en la Argentina a la burguesía nacional, lo que los llevó a golpear centralmente primero a Perón, y luego a Isabel Perón. Una vez más los sectores proimperialistas y proterratenientes pudieron instrumentar a sectores de la pequeñoburguesía, para aislar al proletariado y hacer pasar sus planes golpistas.
Al ignorar la opresión imperialista y de los terratenientes sobre el conjunto de la sociedad nacional, las organizaciones pequeñoburguesas equivocaron el enemigo principal del pueblo argentino. Repitieron el error del PC en 1945 y 1955, con lo que favorecieron a los enemigos de la revolución que preparaban el golpe de Estado.
El sector prosoviético, por un lado incitaba e instrumentaba los grupos terroristas contra el gobierno de Isabel Perón, mientras por otro, su camarilla en el Ejército acusaba a Isabel Perón de “des-gobierno” y de debilidad frente al terrorismo. De esta forma, miles de jóvenes que querían cambios revolucionarios, fueron instrumentados para dar el golpe y para que los sectores prosoviéticos recobraran su hegemonía.
El socialimperialismo soviético había sufrido golpes duros en Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil. Corría el riesgo de perder su principal punto de penetración en el Cono Sur de América.
Como todo imperialismo joven y relativamente inferior en fuerzas a los imperialismos que quiere desalojar, demostraba un apetito insaciable. Pero tropezaba con una fuerza burguesa de carácter nacional, el peronismo, que quería aprovechar el control del gobierno, y el apoyo de las masas, para desalojarlo de sus posiciones. Esta fuerza burguesa le disputaba la alianza con monopolios europeos e incluso yanquis y con la burguesía nacional de otros países latinoamericanos; y amenazaba con expropiarle empresas en su poder, o asociadas a él, como Aluar y Papel Prensa.
Tropezaban también con el peligro de un proletariado y un pueblo combativos, con fuerte conciencia antiimperialista, que avanzaban en su clarificación y organización y escapaban a las posibilidades de su control por los jerarcas prosoviéticos.
El gobierno peronista no controlaba las palancas claves del Estado. Los principales golpistas como Videla (Comandante en Jefe del Ejército), Viola (Jefe de Estado Mayor), Harguindeguy (Jefe de la Policía Federal), Calabró (gobernador de la provincia de Buenos Aires), usaban sus puestos en el gobierno y el Estado para promover el aislamiento de Isabel Perón y el golpe. A la vez que la actividad golpista de una gran parte de los dirigentes políticos y sindicales trabajó para la división y el aislamiento del movimiento obrero y popular.
Para enfrentar esto, junto a concesiones al movimiento obrero y popular como paritarias, Ley de Contrato de Trabajo, créditos diferenciales al campesinado pobre y medio, etc., el gobierno de Isabel, por su propio carácter de clase, se apoyó en sectores reaccionarios acordando medidas represivas (estimuladas por los golpistas) contra la clase obrera y el pueblo, lo que contribuyó a su aislamiento y desprestigio.
Sin embargo, la resistencia de una parte del peronismo, en especial de Isabel Perón, superó las previsiones de los estrategas del socialimperialismo.
Pero, sobre todo, se vieron sorprendidos por la resistencia del partido marxista-leninista del proletariado, el PCR, al que ellos habían dado por muerto hacía mucho. Pugnando por unir a todas las fuerzas patrióticas y democráticas para enfrentar el golpe de Estado, nuestro Partido, luchando por las libertades democráticas y demás reivindicaciones obreras y populares, tuvo una propuesta de gobierno de frente único antigolpista, una plataforma económica de emergencia y la consigna de armar al pueblo para enfrentar y derrotar al golpe.
La lucha antigolpista de nuestro Partido le costó caro al socialimperialismo porque, debido a ella, fue desenmascarado ante grandes sectores populares y sus planes se dificultaron grandemente. Esto se unió a una activa y amplia denuncia del carácter del socialimperialismo soviético y a la denuncia en concreto de su penetración en la Argentina. Este es un mérito histórico de nuestro Partido que forjó, en esa lucha, lazos de sangre con los peronistas y otros sectores patrióticos.
Desde 1969 se había desarrollado fuertemente el clasismo. La contradicción golpe-antigolpe dividió también aguas en el mismo. El clasismo revolucionario pugnó por colocar a la clase obrera en el centro de un frente antigolpista para defender y avanzar en sus conquistas. Las asambleas del SMATA de Córdoba, los congresos de la UOM y de FATRE, etc., y los paros el mismo día del golpe, como el de Santa Isabel, ferroviarios de Rosario y otros, son ejemplos de esto. En cambio otros sectores clasistas fueron instrumentados por los golpistas, en especial por las fuerzas prosoviéticas.
Por todo lo anterior se habían complicado los planes de los golpistas prorrusos tanto como los de sus rivales proyanquis. Pero el socialimperialismo, haciendo concesiones, podía aliarse para el golpe con empresas yanquis del sector conciliador con la URSS, con las que ya se había asociado en negocios como la exportación a Cuba de automotores; o con empresas yanquis asociadas en negocios con sus testaferros desde mucho tiempo atrás, o interesadas en recuperar bienes expropiados por el gobierno peronista (ITT, Standard Oil, etc.) o con fuerzas yanquis interesadas en impedir un foco tercermundista en América del Sur. Aunque luego, en una segunda vuelta, debieran enfrentarse para dirimir la hegemonía en el poder.
Podía además atraer a la mayoría de la clase terrateniente, en la que existía una fuerte corriente asociada desde hacía mucho al socialimperialismo, y donde había creciente disgusto por la política reformista del peronismo, temor por el crecimiento de la organización del proletariado rural (que había impuesto en muchos lugares la jornada de 8 horas, la organización por estancias y otras conquistas), y por las concesiones al campesinado pobre de algunas regiones. Tanto los terratenientes como un gran sector de la burguesía estaban ansiosos de “orden”, aterrorizados por los “soviets” de fábrica, y por el auge del terrorismo de derecha e “izquierda”; y estaban ilusionados en el comercio con la URSS que había sido el principal cliente de nuestras exportaciones en 1975. También existía una poderosa corriente golpista en el campesinado medio y en la pequeñoburguesía urbana, corriente que crecía por la impotencia de la política reformista del peronismo para aliar a esos sectores contra el golpe.
Volcada así la correlación de fuerzas, era seguro que los monopolios europeos, la Iglesia y otros sectores apoyarían también, en última instancia, el golpe de Estado; y que el sector “duro” de los yanquis –el sector antisoviético– se cuidaría mucho de ir a un enfrentamiento en el que podía perder para siempre sus posiciones en la Argentina y encender un conflicto imprevisible en América del Sur.
Así fue posible el triunfo del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Volvía a demostrarse que el proyecto de la burguesía peronista de “reconstruir primero el país en paz” para luego liberarnos, es equivocado e irrealizable. Que es preciso liberamos primero de los terratenientes e imperialistas para poder luego reconstruir el país en beneficio de las masas populares. Una vez más fracasó el camino reformista de lucha contra el imperialismo y los terratenientes.
Siete años de dictadura
Las fuerzas reaccionarías que con la hegemonía del sector prosoviético se instalaron en el poder el 24 de marzo de 1976, coincidían en terminar con el gobierno peronista y cerrar el proceso de masas abierto en 1969, para llevar adelante un plan de hambre y superexplotación de la clase obrera y el pueblo en beneficio de los terratenientes e imperialistas. Esto en el marco de una agudizada disputa entre distintos sectores de gran burguesía intermediaria, particularmente entre los sectores prorrusos y proyanquis, por ver quien sacaba la mayor tajada.
En estos años, la política de la dictadura fue desamarrando el comercio exterior argentino de su dependencia de los mercados occidentales y lo fue amarrando a la URSS y a sus países satélites. En 1977, Videla legaliza definitivamente el contrato con Aluar y ratifica los convenios con la URSS firmados por Gelbard en 1974, y que no habían sido ratificados por el gobierno peronista. En 1978 se suscribe un acuerdo para realizar consultas políticas periódicas entre ambas cancillerías. En 1979 se produce el intercambio de delegaciones militares. En 1980, con el embargo cerealero que aplica Estados Unidos contra la URSS por su invasión a Afganistán, se produce un nuevo salto en las relaciones argentino-soviéticas. En ese mismo año se firma el pacto cerealero y los protocolos pesqueros, y al año siguiente el pacto de carnes y el pesquero.
A su vez, la política global de la dictadura en desmedro del mercado interno, con el cierre de industrias, pauperización del campesinado pobre y medio, ruina de las economías regionales, etc., ha hecho que la economía argentina dependa hoy, más que ayer, de sus exportaciones de origen agropecuario.
Todo esto hace que la dependencia de la URSS, con el manejo que ella tiene del mercado mundial de granos y sus estrechos lazos con grupos monopolistas como Nidera, Continental, Dreyfus, Bunge y Born y otros, sea tan grande como lo fue, en la década del treinta, respecto del imperialismo inglés. Este es uno de los principales saldos de siete años de dictadura.
Por su parte en el terreno diplomático, la política de la dictadura se caracterizó por crear un detonante potencial para un conflicto bélico con Chile en el Atlántico Sur, al servicio de los objetivos de la URSS que pretende –al igual que los Estados Unidos– ir completando su dispositivo estratégico global para la tercera guerra mundial y creando focos de conflicto que distraigan a sus rivales del punto central de disputa: Europa Occidental. Se gastaron miles de millones de dólares en armamentos y se montó una infame campaña chauvinista contra Chile, utilizándose el Mundial de fútbol para desplegarla a fondo. La dirección del P“C”, como lo atestiguan sus documentos oficiales actuó como quintacolumna del sector violovidelista de la dictadura, defendiéndola en el plano internacional y llamando a la “convergencia cívico-militar” con aquel sector, en lo interno.
Semejante política hambreadora, entreguista, ultrareaccionaria y belicista, sólo pudo ser impuesta por el fascismo y el terror abierto. Nunca, en lo que va del siglo, conoció la Argentina una dictadura terrorista como la instaurada en 1976. Decenas de miles de personas, en su mayoría obreros, estudiantes, intelectuales, campesinos, detenidos por sus ideas políticas y sociales, fueron arrojadas a inmundos “chupaderos”, torturadas en forma brutal, muchas de ellas asesinadas o “desaparecidas” –incluso decenas de niños–, o arrojadas durante años a las cárceles y sometidas a todo tipo de torturas y vejámenes. Fueron pisoteadas todas las libertades democráticas. Se proscribieron partidos como el nuestro y se dispuso la veda de la actividad política. Se intervinieron los sindicatos y se prohibieron las huelgas y las convenciones colectivas de trabajo. Se reprimieron, hasta liquidarlas, a las Ligas Agrarias y otras organizaciones del campesinado pobre. Se intervinieron las universidades, se prohibieron los centros y clubes estudiantiles y se reprimió policialmente la actividad gremial en las universidades y colegios secundarios. Se hicieron “listas negras” de artistas e intelectuales y se implantó la censura.
La amplitud y profundidad del terror fascista sirven para medir la amplitud y profundidad del movimiento revolucionario que se desarrolló en la Argentina desde 1969 hasta 1976. El fascismo del violovidelismo es el precio que pagó la clase obrera y el pueblo por su falta de unidad y, principalmente, por no tener un poderoso partido político revolucionario en condiciones de haberle permitido impedir el golpe de Estado de 1976. Pero este es sólo un aspecto del problema. El otro es que las clases dominantes ya no podían seguir gobernando con los viejos métodos. Debieron recurrir al terror fascista abierto para poder contener a las masas. Han logrado, como resultado que, en eso años, la experiencia política de las masas no sólo se enriqueciera sino que se combinara con un tremendo odio popular a las clases dominantes, odio que es como la lava que guardan los volcanes vivos en sus entrañas.
Consumado el golpe de Estado, el proletariado dio un paso atrás. Se produjo un retroceso en el movimiento de masas. Pero, poco a poco, fueron surgiendo pequeñas luchas que permitieron acumular experiencias en el combate contra un enemigo desconocido y feroz. En octubre-noviembre de 1976 se comenzaron a desarrollar luchas importantes del movimiento obrero: Luz y Fuerza, General Motors (Barracas), Mercedes Benz, IKA Renault, Ford, Standard, La Cantábrica, Peugeot, entre otros. Luego, la gran huelga ferroviaria de noviembre de 1977 marcaría un nuevo momento en la resistencia a la dictadura fascista. A su vez, el 30 de abril de 1977 se inicia el movimiento de Madres de Plaza de Mayo que jugó un destacadísimo papel en la resistencia antidictatorial. Y para fines de 1978, se producen las gigantescas manifestaciones por la paz con Chile, en las que participaron grandes masas de jóvenes, logrando impedir que la dictadura nos llevase a una guerra fratricida. Con la derrota de la política belicista, se inició la cuenta regresiva del ciclo dictatorial y se abrió un nuevo momento, de avance, en la resistencia de las masas.
Con el paro, histórico, del 27 de abril de 1979, el movimiento obrero realizó su primera huelga general nacional. Durante 1979 y 1980, la resistencia antidictatorial se amplió y generalizó; crecieron las luchas. Un hito importante en esto fue la huelga de los obreros del Frigorífico Swift de Berisso (primera huelga larga contra la dictadura de Videla). La dictadura, pese a recibir cada vez golpes más duros, se mantuvo a la ofensiva. La crisis financiera, a inicios de 1981, la conmovió. Como un monstruo herido en sus entrañas, si bien siguió aplicando su política, ya no pudo recomponer sus fuerzas.
Fueron la resistencia obrera a la política de superexplotación y hambre de la dictadura, luego las luchas del movimiento campesino con sus históricas concentraciones de Valle de Uco (Mendoza) y Cañada de Gómez (Santa Fe), contra los impuestos y los créditos confiscatorios, los principales arietes que golpearon hasta agrietar el plan económico de la dictadura. A su vez, la ampliación del movimiento democrático, con su avanzada en las Madres de Plaza de Mayo, fue haciendo conocer ante el mundo los horrendos crímenes de una dictadura que fue apañada en los foros internacionales, desde el inicio, por la URSS y sus satélites. Todo esto, y la agudización de las disputas interimperialistas e interoligárquicas, llevarían al debilitamiento del tandem Videla-Viola y a su reemplazo por Galtieri en la cúpula dictatorial, junto a otros cambios en los mandos del Ejército y la Armada, hacia fines de 1981.
El 30 de marzo de 1982 se produjo una gran movilización de masas antidictatorial, convocada por la CGT, la que fue duramente reprimida. Esto no impidió que esas mismas masas manifestaran en apoyo a la recuperación de las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, el 2 de abril de 1982, hecho que produjo un profundo remezón patriótico y antiimperialista.
Miles de jóvenes combatientes (soldados, suboficiales y algunos oficiales patriotas) enfrentaron con las armas en la mano la agresión del imperialismo inglés. Las masas protagonizaron la mayor movilización de este siglo. Al igual que en 1806 y 1807, cuando las invasiones inglesas, el pueblo supo ubicar a su enemigo principal del momento, por encima del carácter tiránico del gobierno. Por el contrario, políticos como Frondizi y Alfonsín trabajaron para la derrota.
Argentina fue derrotada en la guerra de las Malvinas. Hecho que aprovechó el violo-videlismo para recuperar posiciones con Bignone. Pero ya la dictadura no pudo arrancarle al pueblo los derechos democráticos conquistados en la movilización por la paz con Chile y que se ampliaron en estas jornadas. Estos hechos conmovieron también, profundamente, a las Fuerzas Armadas. Así se entró en un nuevo período en el que la dictadura, acosada por la lucha de masas, y minada por sus propias contradicciones, pudo sin embargo elegir el camino de su retirada.
El gobierno Alfonsinista
Con el triunfo de Alfonsín en las elecciones proscriptivas del 30 de octubre de 1983 y su asunción al gobierno, se creó una situación compleja. El gobierno radical fue un gobierno heterogéneo, en el que predominaron los representantes de intereses terratenientes, de gran burguesía intermediaria y del imperialismo, especialmente los vinculados al socialimperialismo ruso y a la socialdemocracia europea, sectores que habían sido los principales beneficiarios del período dictatorial. La línea principal de ese gobierno fue proterrateniente, promonopolista y proimpertalista, y no expresó los intereses de la burguesía nacional.
El resultado electoral del 30 de octubre golpeó el proceso de ascenso del movimiento de masas. Luego, lentamente, las masas fueron retornando el camino de organización de los cuerpos de delegados y comisiones internas, desde abajo. Los obreros de Ford estuvieron en la avanzada de ese proceso.
Todo este nuevo ciclo de auge está teñido por la sangría dictatorial y el balance que las masas han realizado de la misma.
Con 3.500 huelgas y 13 paros nacionales, la clase obrera fue el motor de la lucha popular. La histórica ocupación de la planta por los obreros de Ford dirigidos por su comisión interna y su Cuerpo de Delegados, con puesta en marcha de la producción, trascendió lo gremial para convertirse en lucha política contra el plan de hambre de las clases dominantes. Crecieron las luchas y movilizaciones campesinas en la pampa húmeda y otras regiones del país, las movilizaciones de mujeres, estudiantiles y docentes con la histórica Marcha Blanca. El 13 de octubre de 1986 el paro activo convocado por la CGT, los empresarios y el conjunto del pueblo de Mar del Plata contra los acuerdos pesqueros con la URSS, fue la primera movilización de masas que enfrentó la penetración del socialimperialismo en nuestro país.
En abril de 1987, estimulada por la política alfonsinista de hijos y entenados que beneficiaba a la cúpula gorila lanussista, eclosionó una crisis militar que puso en evidencia y profundizó la fractura en el Ejército. Asimismo quedó claro para las grandes masas que Alfonsín no era garantía para la defensa de las libertades democráticas conquistadas por el pueblo.
Este hecho, producido en el trasfondo de la creciente oposición popular a la política alfonsinista, provocó un cambio brusco en la situación política nacional.
Todo lo anterior creó las condiciones para la posterior derrota electoral alfonsinista.
Desde 1986 nuestro Partido planteó la necesidad de la confluencia de las luchas obreras, campesinas, estudiantiles y populares contra la política de hambre, entrega e impunidad a los genocidas de la dictadura, y la necesidad de la unidad política de todas las fuerzas que se le oponían. En 1987 las masas castigan en las urnas a la política alfonsinista. Esto, y el triunfo del doctor Menem en la interna del peronismo en julio de 1988, abrieron una nueva situación política en la Argentina. La política de frente opositor plasmó en el Frente Justicialista de Unidad Popular (alianza integrada por once partidos) y en sus comités de apoyo, en dura lucha por arriba y por abajo. El FREJUPO fue el instrumento clave para la derrota electoral del alfonsinismo el 14 de mayo abriendo así un nuevo periodo.