diferencia de los sistemas que lo precedieron, bajo el capitalismo las crisis se desatan no porque se produzca menos de lo que se necesita para abastecer el consumo, sino, al revés, porque se produce “en exceso”.
En las crisis se manifiesta la contradicción principal de este régimen de producción, entre la producción social y la apropiación capitalista.
El capital monopolista descarga las consecuencias de la crisis sobre los trabajadores de las propias metrópolis y, especialmente, sobre los pueblos y los países oprimidos mediante las políticas de “ajuste” que golpean brutalmente a las grandes masas populares, provocando hambre y miseria a la mayoría. Y salvaguarda los intereses de los responsables y beneficiarios de la crisis y de las “bicicletas” especulativas.
Por sus anteojeras de clase, los economistas burgueses no estudian las contradicciones inherentes al régimen de producción capitalista. Las niegan, en muchos casos “a priori”. Son apologistas y consideran que el capitalismo es un sistema “natural” y eterno.
En consecuencia, no pueden penetrar en la esencia, se quedan en la superficie, en las subas y bajas de las Bolsas y en las “convulsiones” financieras. “El hombre del mercado monetario –escribió Engels– sólo ve el movimiento de la industria y del mercado mundial en el reflejo invertido del mercado de valores, y así el efecto se convierte para él en causa” (“Carta a Conrad Schmidt”, 27-10-1890. En Marx y Engels: Correspondencia, Cartago, Buenos Aires, 1957, pág. 310).
Por ello, para explicar el modo en que se desataron las crisis económicas mundiales, los expertos de la burguesía centran en factores subjetivos, en las características psicológicas de los inversores y de los consumidores.
Ninguna de las crisis fue prevista por los especialistas de los Estados burgueses. Cuando estallan, culpan a “los inversores, los consumidores y los ejecutivos” porque no se comportan “de modo racional y predecible”. Aparece como “irracionalidad” en el plano subjetivo lo que es objetivamente la “racionalidad”, es decir, la inevitabilidad de las crisis por las leyes inherentes al sistema capitalista de producción.
La hipertrofia de la especulación financiera
Lenin señala que es propio del capitalismo separar la propiedad del capital de su aplicación a la producción; el capital monetario del industrial o productivo; al rentista que vive sólo de los ingresos procedentes del capital monetario y quienes participan directamente en la gestión del capital y concluye que “el imperialismo, o dominio del capital financiero, es el capitalismo en su grado más alto, en el que esta separación adquiere proporciones inmensas.
El predominio del capital financiero sobre todas las demás formas de capital implica el predominio del rentista y de la oligarquía financiera, la situación destacada de unos cuantos Estados, dotados de ‘potencia’ financiera, entre todos los demás” (El imperialismo, fase superior del capitalismo).
En los últimos veintitantos años ha crecido enormemente el rasgo especulativo del capital financiero. No es nuevo en el capitalismo monopolista que la especulación con todo tipo de papeles se convierta en una gigantesca “timba”. Pero ésta ha cobrado dimensiones inimaginables tiempo atrás por la desregulación del mercado financiero y su expansión a escala nuevamente mundial. Los cambios tecnológicos permitieron la integración en tiempo real de todos los mercados financieros a nivel mundial.
Trillones de dólares se mueven de un lado para otro en el circuito financiero internacional pero no generan nuevos puestos de trabajo ni permiten que los trabajadores que tienen un empleo perciban mejores salarios.
Las inversiones especulativas se alimentan desde diversas fuentes, entre otras: dinero de bancos y aseguradoras, fondos de jubilaciones y pensiones, “lavado” de dinero.
Hay 50 paraísos fiscales en el mundo, con muchos centenares de bancos y multitud de otras entidades financieras, donde no se pregunta sobre la identidad de los inversores ni sobre el origen del dinero que traen. Las firmas norteamericanas son muy beneficiadas por esta operatoria. Por ello la Secretaría del Tesoro yanqui se opuso a aumentar la transparencia de los fondos de inversión de riesgo asentados en paraísos fiscales.
El Departamento de Estado norteamericano admite que Estados Unidos es el principal lavador de dinero del mundo.
El contenido de la “timba” financiera es el cambio de manos de enormes sumas de dinero y de paquetes de acciones de control de grandes empresas y bancos. Esto tiene ganadores y perdedores, pero no crea un nuevo valor. Las ganancias extraordinarias del capital financiero por encima del beneficio medio “normal” salen de la plusvalía total creada por los trabajadores. De este modo, toda la producción industrial y agrícola paga un pesado y creciente tributo a los monopolios.
Crecen como nunca el parasitismo, la especulación, la rapiña, el saqueo de la inmensa mayoría de la humanidad, la carrera armamentista y el tráfico de armas, el narcotráfico y la corrupción.
No se trata de excrecencias o elementos extraños al cuerpo sano del capitalismo, sino de manifestaciones de su naturaleza misma.
El capital financiero
Las diversas entidades dedicadas a los negocios financieros no son independientes. Salvo algunas excepciones, forman parte de poderosos grupos monopolistas. En Estados Unidos, por ejemplo, los paquetes de control de las acciones de las corporaciones sólo pueden ser adquiridos a través de los grandes bancos.
A la vez, los bancos comerciales, según estimaciones, tienen en su cartera cerca de los dos tercios de las acciones de todas las instituciones financieras.
En ellos convergen los hilos de una extendida y compleja red de directorios interconectados con los monopolios industriales. Los fondos de pensiones de EEUU desde hace un cuarto de siglo constituyen un nuevo y potente medio de reforzar los vínculos entre el capital industrial y el capital bancario y, en particular, de acrecentar el papel rector de los bancos.
Otras entidades especializadas que desempeñan un papel importante en ese entronque del capital bancario con el industrial son los bancos de inversión, las compañías de seguros, los fondos de inversión, las agencias bursátiles. Las corporaciones destinan capitales en forma muy reservada para comprar empresas.
No corresponde a la realidad la distinción que hacen los socialdemócratas o los populistas entre un capital especulativo, malo, perjudicial, y un capital productivo, bueno, positivo. No existe en forma separada una “fracción financiera del capital”.
Se sigue verificando lo que Lenin analizó en su obra sobre el imperialismo acerca del proceso histórico y el significado del capital financiero: “Concentración de la producción; monopolios que se derivan de la misma; fusión o entrelazamiento de los bancos con la industria; tal es la historia de la aparición del capital financiero y lo que dicho concepto encierra”.
El capital financiero está separado del proceso inmediato de producción. Su esfera de acción directa no es la organización de la producción sino el control y el acaparamiento monopólico de los resortes decisivos y de ramas enteras de la producción. Por múltiples medios, violentos y “pacíficos”, “legales” e ilícitos. Además de los bancos opera mediante diverso género de entidades que le sirven de pantalla para llevar a cabo todo tipo de maniobras especulativas y fraudes financieros.
La especulación y la usura en gran escala se han convertido en una fuente permanente, esencial, para la obtención de ganancias máximas monopolistas y sirven para contrarrestar la tendencia a la caída de la tasa media de beneficio en la producción. “Al disminuir la rentabilidad para los monopolios de sus inversiones en la producción las vuelcan a la especulación: financiera, en monedas, hipotecarias, en juegos a futuro” (Noveno Congreso del PCR de la Argentina: Resolución sobre la situación política internacional y nacional, pág. 14).
De modo que los monopolios se apropian no sólo de la plusvalía creada por los obreros que trabajan en sus establecimientos, sino que también se quedan con una parte de la plusvalía generada en sectores industriales y agrarios no controlados por ellos. Por eso se agudizan las contradicciones entre el capital financiero y amplios sectores de la burguesía industrial y comercial, incluso en las metrópolis mismas.
La hipertrofia de los rasgos especulativos del capital financiero ahonda la inestabilidad del sistema y genera el crecimiento de sectores “rentistas”, parasitarios en el sentido económico preciso: sus ingresos se alimentan de transferencias desde la esfera de la producción. Los propios estados imperialistas, como ya destacaba Lenin en su tiempo, actúan como “Estados rentistas” o “Estados usureros”.
El flujo de billones (millones de millones) de dólares del Tercer Mundo a los centros imperialistas en forma de servicio de la deuda externa es un mecanismo fundamental, desde hace décadas, de extracción en masa de riquezas creadas con sangre, sudor y lágrimas por los obreros y los campesinos de nuestros países.