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03 de October de 2010


Cuento Chino Clasista y Combativo

13/9/10> Sobre la película de Pepe Salvia

El “Chino”, como todos lo llaman, llegó hace veinticinco años al Barrio María Elena, La Matanza, cuando era apenas un caserío a medio levantar, bordeado de una zanja de aguas contaminadas y con calles de tierra trazadas por los propios vecinos. Ya desde entonces, el barrio estaba en lucha; había nacido de la lucha. Sus habitantes peleaban por esos terrenos precarios donde habían logrado establecer una no menos precaria vivienda; peleaban por el agua potable, por la electricidad, porque pasara el colectivo… y, muy especialmente, por la salud: una necesidad que sentían más que ninguno las mujeres y los niños.
La Junta Vecinal 7 de Mayo –a cuya historia están entrañablemente unidos los nombres de Alderete, Aranda, Páez, Mariño, Elba, Gladys, Nuria, Doña Rosa, Mary, Miguelina, Teresa… (las mujeres nombradas por su apelativo)– había conseguido, a pura convicción y pulmón, levantar la precaria “salita”. Allí se instaló el “Chino”. Allí puso en ejecución la idea que él tenía –tiene– de la medicina. Allí encontró un proyecto colectivo que le permitió desarrollarla.
Durante estos veinticinco años el “Chino” enraizó en el María Elena; atendió una generación que hoy es bisabuela, y de allí en más, a todos sus descendientes hasta ahora. Compartió sufrimientos, pero también alegrías; y éstos fueron individuales y familiares, pero también colectivos. Vio nacer y crecer hijos, fue invitado a cumpleaños y casamientos, bramó de impotencia ante la enfermedad y la muerte que sólo las políticas criminales hacen inevitables. Estuvo en la penuria de la hiperinflación, cuando la sala hospedó la gran olla popular del barrio; acompañó los cortes de ruta de los desocupados de la Corriente Clasista y Combativa (que él había conocido ocupados); atendió a los heridos de bala de goma y de plomo cuando la represión del 20 de diciembre de 2001. Pero también festejó la propiedad de los terrenos; el triunfo final de esos 18 días de corte largo en la ruta 3, prolegómeno del Argentinazo; y ese estallido popular que puso de patitas en la calle (o de helicóptero en el cielo) a un Presidente.
Hoy, veinticinco años después, la salita y el barrio han crecido. La lucha consiguió grandes mejoras en ambos. Pero la pobreza y el sufrimiento, ya gobierno de Néstor y Cristina Kirchner mediante, siguen siendo pan (o falta de pan) de todos los días. A la desnutrición crónica se sumó la tuberculosis a gran escala; la distribución de anticonceptivos conseguidos y las charlas sobre sexualidad no detienen un embarazo de adolescentes casi púberes que crecen sin proyecto futuro; en el campo de desesperanza y “negocios” que han sembrado y siembran los gobiernos de este país la droga señorea más que el yuyo envenenando las jóvenes semillas. No han cesado las penurias de los vecinos, pero tampoco su lucha; ni el trabajo y la lucha del “Chino”.

 

“Pepe” Salvia pertenece a esa generación joven del cine argentino que emergió en los ’90 (y reúne nombres como Bruno Stagnaro, Adrián Caetano, Pablo Trapero, Lucrecia Martel, entre otros). Un cine que llevó los suburbios, el conurbano, las provincias, a la pantalla, y que entretejió sus historias, a veces más o menos intimistas, con el contexto de la realidad social más cruda de la Argentina. Salvia estudió en la Universidad del Cine. Por un hecho fortuito, todavía estudiante, terminando los ‘90 fue invitado por un condiscípulo a Mar del Plata y ya allí, al barrio Libertad, otra experiencia de organización de los vecinos. Nació así “Libertad Mar del Plata” (1997), su primer documental.
Invitado con esta película al Congreso del Hombre Argentino y su Cultura, que se realiza cada año en Cosquín durante los mismos días del Festival, se topó con el “Chino”. Tal vez por curiosidad, después de proyectar su documental se quedó a escuchar la siguiente exposición. Y quedó prendado: lo impactó la experiencia de salud que se contaba, pero también lo que ya le pintó como un “personaje”. Manifestó su deseo de conocer personalmente ese barrio y pidió santo y señas para llegar. Un mes después, cuando nadie lo esperaba, arribaba a la sala de salud del Barrio María Elena, La Matanza.
De allí en más, desde el 2000 al 2007, con treguas e intermitencias, con cámaras prestadas, alquiladas o propia, registró al barrio y al “Chino” en acción.
Mientras, crecía su trabajo dentro del cine y los títulos que lo cuentan como productor: El descanso, Buenos Aires 100 km, Silencios, las entrañables La cámara oscura y El último verano de la Boyita, y la a punto de estrenarse La vieja de atrás.
Ya instalado en el medio, con un subsidio para posproducción del Instituto del Cine (INCAA) –también producto de la lucha, la de los jóvenes cineastas–, consiguió terminar Cuento chino, clasista y combativo. La película, exhibida únicamente en una sala del INCAA en el Arteplex de Belgrano, fue recibida con extensas y elogiosas críticas por los columnistas de los grandes medios nacionales (La Nación, Clarín, Ámbito Financiero, Página 12, etc.).    

 

Los otros protagonistas de Cuento chino… son los habitantes del María Elena. El jueves 27 de agosto, día del estreno de la película, la sala estalló en un aplauso cuando el “Chino” apareció en la pantalla: era de los vecinos del barrio, que habían hecho un largo viaje desde La Matanza para verla. Muchos de ellos aparecen en el documental, y algunos tienen roles protagónicos, como las enfermeras, las responsables de salud, Fabián y los chicos que enfrentan la lucha de todos, pero también una propia contra las adicciones.
Lo que para todos ellos es una realidad cotidiana, transitada por muchos desde hace años, de repente aparece recortada en una pantalla gigante, centro del interés de un público más vasto y heterogéneo. Allí, en ese ámbito propio de Ricardo Darín, de Susana Giménez y de las grandes figuras cinematográficas, están los vecinos del María Elena, sus familiares, sus amigos, sus conocidos, y también sus penurias y su lucha diaria. Expuesta de esa manera, la vida de todos los días permite tomar distancia y reflexionar sobre eso que se hace. Ver lo que está, y lo que falta; lo que se ha hecho y lo que queda por hacer. Y sacar las propias conclusiones.
En la sala del estreno, el “Chino” y “Pepe” Salvia reciben y reparten felicitaciones y abrazos.

 

“En ese lugar pasa algo. Hay algo distinto”, dice Salvia refiriéndose al Barrio María Elena. Qué es lo distinto lo explica muy bien el “Chino” en un reportaje aparecido en el semanario hoy (Nº 1334, 8/9/2010), periódico del PCR, su partido. También en “Pepe” Salvia pasa algo distinto. Su sensibilidad para registrar una realidad social de sufrimientos y de luchas; su disposición y constancia para un trabajo de muchos años y con pocos medios; su audacia para presentar a “un revolucionario” (como identifica al “Chino” en los reportajes) en la pantalla; su generosidad y su entusiasmo al aplicar el monto de un subsidio a ésta, y no a otra película. Lo “distinto”, entonces, parece no ser tan único, y tampoco tan aislado.
La cuestión será que lo “distinto” pueda emerger, y romper la barrera que los discursos mediáticos y oficiales ponen a las experiencias cotidianas y las luchas del pueblo, y a los artistas que sienten la necesidad de reflejarlas. En lo “distinto” alienta la esperanza de cambiar esta realidad, donde lo de siempre, lo conocido, es la mentira, el cinismo, la opresión de la mayoría y la degradación de lo humano.