En el 2008 la comunidad Mocoví de Berisso demostró que luchando unidos, lograron un territorio y que mejorar sus condiciones de vida en la gran ciudad no es un imposible.
En el 2008 la comunidad Mocoví de Berisso demostró que luchando unidos, lograron un territorio y que mejorar sus condiciones de vida en la gran ciudad no es un imposible.
“Hoy por hoy obtener tierras en Argentina aparentemente es de pocos, pero bueno, nosotros las conseguimos”, así explica la joven líder del barrio Mocoví Patricia González (30), el histórico logro alcanzado a fines en el 2008 por 27 familias originarias de la localidad santafesina de Calchaquí. Tras deambular por distintos distritos bonaerenses y asentarse en tres barrios de Berisso y en el Gran La Plata, formaron su propio barrio en un campo de dos hectáreas y media ubicado en las calles 28 y 156, en las afueras de esta ciudad, 68 kilómetros al sur de la Capital Federal.
En el 2003 obtuvieron su personería jurídica y en junio de 2006 se instalaron en el lugar actual de residencia con un acuerdo de comodato con quienes eran titulares del predio. Uno de ellos residía en Estados Unidos. En noviembre de 2008 lograron que el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, financie la compra del terreno por 113 mil pesos. Esto dio pie a un proceso constante de mejoras en sus vidas y los convirtió en la primera comunidad mocoví reconocida y con tierras en la provincia de Buenos Aires.
Una lucha de cinco años
“Contentísima toda la comunidad porque se ha logrado algo que no se puede conseguir. Fue una gestión de 5 años y pico hasta obtener el título de propiedad. Y eso nos ayudó un montón para hacer nuevos proyectos y abrir otros emprendimientos”, cuenta Patricia, quien espera que esta experiencia exitosa sirva a las otras comunidades que están luchando por territorio.
Con el título de propiedad, por ejemplo, firmaron un convenio con la Empresa Distribuidora La Plata (Edelap) para tener luz gratuita para todas las familias de la comunidad. “Vino el jefe a ver y se mostró contentó de que era una comunidad. El título nos sirvió para mostrar que somos una comunidad originaria”, cuenta. Además con una cooperativa de Nación están haciendo las veredas del barrio.
A pesar de que ya contaban con reconocimiento de su personería jurídica, no fue fácil que el gobierno nacional financie la compra del terreno para obtener el título comunitario. Patricia relata la experiencia: “Lo conseguimos gracias a una lucha que hicimos todos, inclusive en noviembre de 2008 con amenaza de prender fuego el INAI (en Capital Federal). Me hago cargo de lo que digo, lo quisimos prender fuego porque no teníamos respuestas. Ya estábamos cansados, eran 5 años de gestión dando papeles, papeles y papeles hasta que en un momento ya tenían que decirnos que sí. Entonces les pusimos una fecha. Si en 10 días no teníamos solucionado el problema nos instalábamos dentro del INAI a vivir. Fuimos con acampe y nos dijeron ‘en 15 días está la plata depositada’. O sea que yo creo que es una cuestión de organización de cada comunidad, de decidir que el INAI está para resolvernos el problema a nosotros”.
Patricia cuenta que muchos se sorprenden cuando escuchan hablar de tierras comunitarias. Esto significa nada más y nada menos que el territorio está a nombre de la comunidad mocoví: “todos somos parte, no se subdividen las tierras y de por vida no pagamos impuestos por las tierras”. Son parte de la comunidad todas las familias censadas, actualmente 98 personas entre chicos y grandes, incluyendo algunas que iniciaron la lucha hace 5 años y luego en busca de trabajo volvieron por un tiempo a su natal Gran Chaco santafesino.
“El día que nosotros no estemos más van a estar nuestros hijos, nuestros nietos. Eso es lo primordial que quisimos hacer para que esas tierras no se pierdan en manos de otros”, explica la dirigente mocoví, ya que el territorio comunitario no se puede vender ni embargar.
Obstáculos para el reconocimiento
Las complicaciones para las comunidades urbanas comienzan desde el mismo momento en que deciden organizarse en su nuevo espacio territorial, ya que son muchos los obstáculos para que el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas reconozca sus personerías jurídicas, a pesar de que esto un derecho ganado en la reforma constitucional de 1994.
En décadas anteriores un sector importante de la población indígena no se quería reconocer como integrantes de pueblos originarios por miedo, temor o vergüenza. Sin embargo ya no sucede tanto eso. “Hoy hay muchos que se quieren reconocer, y cuando vos más reconocés más van a ir por lucha territorial. Yo creo que por eso son las trabas que ponen desde el gobierno”.
Patricia conoce otras dos comunidades mocoví, una en Rafael Calzada (partido de Almirante de Brown) y otra en el partido de Lomas de Zamora, pero a ellos no les quieren reconocer la personería jurídica porque no viven agrupados en un mismo barrio. “Te soy sincera, cuesta un montón, nosotros cuando empezamos con la comunidad creo que justo nos ha tocado un momento acorde”, explica la líder de los mocovíes de Berisso, que a pesar de vivir en tres barrios distintos obtuvieron la personería. “Te ponen muchas trabas, tenés que vivir en comunidad y ellos (los funcionarios) vienen a verificar que vos sos originario, que hablás la lengua, que esto, que aquello”, cuenta.
Una comunidad abierta
Patricia relata que trabajan en proyectos de charlas con adolescentes de cinco barrios, y que en el comedor comunitario comen también chicos de los dos barrios vecinos. “Tenemos 60 pibes y no todos son de la comunidad. Pensamos no sólo en los nuestros”, aclara la dirigente mocoví.
Además son abiertos a los aportes de las personas que vienen de afuera, como los estudiantes universitarios de las facultades de Medicina, Arquitectura e Ingeniería que los apoyan, nucleados en la Agrupación Corriente Estudiantil Popular Antiimperialista (CEPA), y de la CCC y el PCR, por ejemplo, con la ayuda de los chicos de Arquitectura ya tienen casi terminado el Salón de Usos Múltiples (SUM) que funciona entre otras cosas como comedor y unidad sanitaria.
“Hay un montón de gente que está a la par nuestra trabajando porque no somos una comunidad cerrada, al contrario, queremos aprender de los de afuera y que los de afuera aprendan cómo somos nosotros para trabajar. Porque antes decían: Ah, el indio no habla con nadie, el indio esto, el indio aquello”, relata Patricia.
No bajar los brazos
El ejemplo del barrio Mocoví de Berisso es un aliento para decenas de miles de familias originarias asentadas en Buenos Aires que no tienen un territorio propio, como las 60 familias de la comunidad qom Yecthakay de Tigre, localizada 40 kilómetros al norte de la Capital Federal.
Si bien no hay una receta, sí hay una lección: “Lo que hay que hacer es no bajar los brazos y demostrar que seguimos acá”, asegura Patricia González, la líder mocoví.