La muerte de Steve Jobs, norteamericano cofundador de la empresa Apple, y creador de productos innovadores en el área de la computación y las comunicaciones, ha provocado un derroche de calificativos admirativos, que tienen por objeto enaltecer el estilo de vida de un gran empresario, devenido en un “Picasso digital”, como dijera un artículo biográfico en estos días.
La muerte de Steve Jobs, norteamericano cofundador de la empresa Apple, y creador de productos innovadores en el área de la computación y las comunicaciones, ha provocado un derroche de calificativos admirativos, que tienen por objeto enaltecer el estilo de vida de un gran empresario, devenido en un “Picasso digital”, como dijera un artículo biográfico en estos días.
Sin desmerecer un ápice la capacidad creativa de Jobs, está claro que la intención de los dueños de los grandes medios de comunicación y de las grandes corporaciones, así como de sus gerentes de turno en los gobiernos, es “vendernos” que ese es el objetivo supremo en la vida, ser un tipo como Jobs: creativo y multimillonario.
Cuando se conocen las condiciones de los trabajadores chinos que fabrican los productos diseñados por Steve Jobs, con largas jornadas laborales, flexibilizados, con riesgo de intoxicación y bajo una presión que ha llevado a grandes rebeliones, no se puede dejar de recordar al poeta comunista alemán Bertolt Brecht, y sus “Preguntas de un obrero que lee”, que comienza diciendo: “¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?/ En los libros figuran sólo los nombres de reyes./ ¿Acaso arrastraron ellos bloques de piedra?”… “El joven Alejandro conquistó la India. ¿El sólo?/ César venció a los galos. ¿No llevaba siquiera a un cocinero?”/… Un gran hombre cada diez años. ¿Quién pagaba los gastos?/ A tantas historias, tantas preguntas”.
