La restauración capitalista primero en la URSS y los países del Este europeo, y posteriormente en China, ha sido la mayor derrota del proletariado contemporáneo. El movimiento revolucionario del proletariado, desde su origen, ha avanzado por oleadas y sufrió derrotas y sangrías muy grandes, Tal la de la Comuna de París, en 1871; la de la Revolución Rusa en 1905, en Rusia; el aplastamiento de las insurrecciones proletarias de Hungría y Alemania en la primera postguerra, y el de las insurrecciones de Shangai y Cantón en la década del 20; las matanzas de la Semana Trágica y la Patagonia bajo el gobierno de Yrigoyen, en nuestro país; el triunfo nazi-fascista en Alemania e Italia; la derrota de la República Española en la década del 30; la invasión nazi a la URSS y la ocupación de gran parte de su territorio europeo; la derrota de la guerrilla griega de postguerra; los golpes de Estado en Brasil, Indonesia y Argentina en los últimos años; para citar sólo algunos. Al cabo de una década los acontecimientos en –mayo y junio de 1989 que culminaron en la masacre de obreros y estudiantes en la Plaza Tienanmen mostraron con crudeza la pérdida o retroceso de numerosas conquistas revolucionarias de las masas trabajadoras y populares chinas. La lucha por la revolución proletaria no es un baile de salón. Pero ninguna de estas derrotas tuvo la magnitud que tuvo la restauración capitalista en la URSS y en China. Una verdadera tragedia histórica, de la que el proletariado se recuperará, sin duda, pero a un enorme costo. Con esa restauración el revisionismo moderno obtuvo características originales, mucho más peligrosas y pérfidas que el revisionismo previo a la Revolución Rusa, porque ahora tiene el apoyo material de Estados poderosos que pasan por ser comunistas y no lo son.
Hoy es más necesaria que nunca la defensa de las tesis fundamentales del marxismo-leninismo– maoísmo, frente al embate revisionista que todo lo salpica y corrompe.