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09 de August de 2020

Deuda externa y un acuerdo

Esta nota de Benito Carlos Aramayo fue publicada por el diario El Pregón de Jujuy el 9 de agosto de 2020

En la madrugada del día 4 de agosto el Ministro de Economía anunció que se había logrado un acuerdo con tres grupos de tenedores de bonos de deuda externa, entre ellos el poderoso grupo norteamericano BlackRock. El mismo gira en torno al adelantamiento de la fecha de pago,  reconocimiento de capital y de intereses diferentes a la propuesta que se había difundido hasta la semana pasada. En síntesis el acuerdo consiste en que la reducción de los intereses pasa del 62 % al 52,5 % y la quita de capital será del 1,9 % y no del 5,4 %, en cuanto a las fechas de pago se las adelantó, por lo que se empezará a pagar en enero del 2021. El monto del acuerdo es por 65.000 millones de dólares. Las declaraciones de apoyo al acuerdo provienen de un arco muy variopinto que incluye al Fondo Monetario Internacional (FMI). Obviamente que desde el gobierno se felicita al Ministro Guzmán por lo que se considera un gran logro, lo hizo también Caputo, “el Messi” de la economía de Macri, y del elenco de economistas del sistema festejaron también Prats Gay, Sturzenegger, Melconian, así como la crema de las entidades representativas del poder real como la Sociedad Rural, la Unión Industrial, el nobel Consejo Empresario Argentino, los llamados “medios hegemónicos” y su plantel de periodistas afamados con lista de precio en el bolsillo, razón por la cual parafraseo un dicho criollo: “dime quienes festejan y te diré quienes perdieron”. El último Ministro de Macri, Hernán Lacunza, fue quién dio en el clavo al calificar el acuerdo de “necesario, porque la alternativa del default era caos y pobreza”. Durante el tiempo que duraron las negociaciones desde todos los sectores que expresan intereses económicos del bloque de las clases dominantes se difundía que un nuevo default era la peor desgracia que le podía ocurrir a la Argentina. Los anti default son flojitos de memoria y de objetividad analítica, también de historia económica y política, sus certezas no tienen nada que ver con la experiencia en el tema deuda externa que tuvo el pueblo de nuestro país en los últimos veinte años, si tomamos como referencia el default soberano declarado por Adolfo Rodríguez Saá en su brevísimo gobierno de fines del año 2001. Fue por este default, entre otras condiciones económicas favorables, que la economía argentina comenzó a recuperarse tras la debacle de De la Rúa de diciembre del año 2001. Declarado el default  no sobrevino el caos, sino todo lo contrario. A partir del año  2002 la economía creció, se logró superávit comercial y fiscal, el saldo positivo de la balanza comercial en dólares se usó en función de la inversión y el financiamiento de la  producción industrial y agropecuaria, se recuperó el salario real de los trabajadores y se llegó a cubrir a dos millones y medio de desocupados con subsidios para paliar el hambre y algunas necesidades básicas de las familias, al tiempo que se fomentó  la construcción de viviendas por cooperativas, sucedió durante los gobiernos de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner.

Quienes nos pronunciamos en reiteradas ocasiones por suspender el pago de toda la deuda externa actual, hasta tanto se investigara su origen y legitimidad, seguimos el camino que propusiera en el año 2000 el gran  patriota Alejandro Olmos, no tuvimos éxito, sin embargo  seguirá la demanda entre las fuerzas políticas, sindicales, organizaciones sociales y diversas personalidades, para que se defina esta opción. Resta definir lo que se hará con la mega deuda  contraída por Macri con el FMI.

El tema de “honrar” las deudas usurarias es algo atávico en la mayoría de quienes gobiernan un país dependiente como el nuestro. Bien vale recordar que en el siglo XVI fue Martín Lutero el fundador de la iglesia protestante, quién en plena rebelión contra el Papado de Roma expresó: “Los usureros de todas las calañas reclaman siempre a voz en cuello títulos y documentos. Los juristas les dan esta respuesta: In malis promisis. Por su parte, los teólogos declaran que las cartas dirigidas al diablo no tienen ningún valor, aunque estén escritas y selladas con sangre, pues lo que va contra Dios, contra la justicia y contra natura, es inválido y nulo. ¿Cuándo habrá, pues, un príncipe lo bastante enérgico para intervenir valientemente y romper todos estos títulos?”. En su radical alegato Von Kauffshandlung und Wucher (“Sobre el comercio y la usura”) concluye: “Sé muy bien que mi escrito no gustará.”

 

Escribe Benito Carlos Aramayo – Economista – Profesor Emérito de la UNJu