Noticias

02 de October de 2010

El 31 de julio de 2007, en un accidente de auto, morían Rafael Gigli y María Conti. Una gran pérdida para el PCR y una herida que no cierra para sus familiares, camaradas y amigos.

Dos años sin María y Rafael

Hoy 1277 / Semblanza de dos comunistas revolucionarios

A dos años de su ausencia, cuesta todavía creer que no veremos más sus entrañables figuras; que no nos acompañan sus voces y sonrisas; que no contamos con su disposición amplia y sin prejuicios para escuchar y su presteza, siempre en primera fila, para la organización y el trabajo.
A dos años, frescas aún sus presencias, la herida provocada por su muerte florece en la huella que dejaron viviendo como verdaderos comunistas revolucionarios.
Rafael había llegado a Corrientes para cursar Agronomía en el año 66. Allí se encontró con un dirigente que venía de su pueblo: Carlos “Vasco” Paillole. Adhirió, como él, al Movimiento Estudiantil Nacional de Acción Popular (MENAP), que confluyó en 1968 con los que rompieron con el Partido Comunista, formando el PCR.
Un diario de entonces estampó la imagen del Flaco en las calles del Correntinazo. Poco más tarde sería presidente de la Federación Universitaria del Nordeste. Y con los años, el artífice de la Comisión de Homenaje que recuerda cada aniversario a Juan José Cabral. Los profundos vínculos que hizo con camaradas y amigos de esa época, todos “correntinos” por adopción; el gusto por el chamamé y el sapucay, testimonian lo que significó para el Flaco ese período de su vida personal y política. (Rafael volvió a estar en el Correntinazo del ’99).
De Corrientes, el Flaco pasó al Chaco, como secretario del partido. Allí fue detenido el 5 de diciembre de 1974. Estuvo más de 7 años “a disposición del Poder Ejecutivo”, en distintos penales. Siempre se sintió orgulloso del PCR por la lucha antigolpista y la que siguió tras el golpe. Por la decisión de que sus dirigentes permanecieran en el país, y sus presos no aceptaran la “opción” para irse. Nunca se apenó por los años pasados en la cárcel: era, decía, simplemente el lugar que le había tocado en esa lucha. Sí se conmovía cuando hablaba de la solidaridad recibida, del acompañamiento de su familia, de cómo los camaradas le hacían llegar las últimas noticias.
Al salir de la cárcel, casado con su primera compañera, se instaló como secretario del partido en San Nicolás, donde nació su hijo Martín. Más tarde, como miembro del Comité Central, fue responsable nacional del trabajo campesino.
María se afilió al PCR en el 70, en Córdoba, adonde había ido a estudiar desde su querida Santa Fe natal. La dictadura la sorprendió viviendo en Buenos Aires, casada con su primer compañero. Aquí nacieron sus dos hijos. Desempeñó en aquellos duros años, con valentía, la tarea de enlace y funcionamiento del Comité Central.  
Pasó luego a la Comisión Femenina, creciendo como cuadro y desarrollando el trabajo entre las mujeres. Fue también miembro de la Comisión de Control del partido.
La vida unió a Rafael y María, potenciando su vida militante y afectiva.

Pasión y convicción
¿Qué hace desarrollar el trabajo revolucionario de quienes se acercan a las ideas comunistas? Sin duda, la línea construida colectivamente en el partido. Pero también, la convicción con que se abraza y la pasión para hacer carne, en uno y en los otros, esa línea. Eso tenían María y el Flaco: convicción y pasión por lo que hacían.  
Responsable del trabajo agrario, Rafael, o Ferré, como lo llamábamos, no tuvo descanso. Investigó, consultó estadísticas, leyó libros y artículos, hizo entrevistas. Y recorrió la extensión del territorio, porque, como buen comunista, él entendía que el conocimiento debía verificarse en el lugar, y con la práctica política. No hubo lucha del campo donde no estuviera, trabajo agrario del partido donde no ayudara, debate que no contribuyera a realizar. Y además de participar en todo eso, escribía: para el periódico, para la revista teórica… (Las crónicas locales sobre el accidente dijeron “murió un periodista”: el Flaco llevaba consigo la credencial de este semanario).
Estaba orgulloso del trabajo de las compañeras en el Movimiento de Mujeres en Lucha, de la agrupación de los Chacareros Federados. Y ocupaba un lugar principal en su corazón la organización de los campesinos pobres y los originarios. ¡Qué feliz hubiera estado con la rebelión agraria y la creación de la Federación Nacional Campesina!
Anudó profundísimos lazos con los compañeros de la Federación Nacional Campesina de Paraguay y el Movimiento Popular Revolucionario Paraguay Pyahura. Lo ayudó en la empresa no sólo la línea política: también su capacidad para escuchar y para leer los silencios, su carácter amistoso, su llaneza de nieto e hijo de campesinos. Lloró en la intimidad la intempestiva muerte de Eris Cabrera, secretario del partido hermano y para él, un amigo.  
Y encaró, como miembro de la dirección del Instituto Marxista-Leninista-Maoísta, debates fundamentales, aún en curso, sobre las clases sociales y el trabajo partidario en el campo, que abonó con sus conocimientos teóricos y su experiencia de la práctica política.

La mitad del cielo
Pasión y convicción fueron también las características de María. Tomó con alegría el trabajo entre las mujeres, y abrazó como principal objetivo el arraigo entre las más pobres y sufridas. Las “más atrasadas” para algunos, eran para María, como buena comunista, las que podían despertar a la lucha y convertirse en esa mitad del cielo imprescindible para las tormentas de las que nacerá la revolución.
Hizo pie en Barrio Elena cuando era apenas un tendal de casitas humildísimas entre calles a medio trazar, de amas de casa con muchos hijos y poca participación, cuando no se hablaba de violencia ni de mujeres golpeadas. Sumó esfuerzo y alegría, acompañamiento y paciencia, oído y palabra ajustada al sentimiento, y logró afiliar el primer grupo de compañeras, que resultaron leonas para la lucha.
María les dedicó un horario siempre listo y una presencia sin retaceo. Y las mujeres de La Matanza combatieron la hiperinflación de Alfonsín con la olla colectiva, inauguraron comedores, tomaron la Escuela Amarilla (que después dejaron a los desocupados), encararon la batalla contra la violencia doméstica, sacándola del ámbito de lo privado, e hicieron realidad su propia Casa.
No fue ése el único trabajo: María lo extendió a otras zonas; enlazó los cursos contra la violencia con psicólogas sociales y abogadas; encaró la organización de amas de casa entre compañeras originarias. Y fue una impulsora sin tregua de los Encuentros Nacionales de Mujeres.  
Comprendió lo que el Encuentro significa para las mujeres, su contribución a las luchas específicas, pero también a las luchas obreras y populares, y trabajó cada año sin descanso para que viajaran miles. Defendió el “espíritu del Encuentro”: su horizontalidad, su pluralidad, su democracia, precursoras de posteriores movimientos en la Argentina. Y trabajó para aunar: a aliadas, amigas, multisectoriales, sin rehuir nunca los debates. (Así lo atestiguaron mujeres de otras organizaciones que la homenajearon llorando su partida).
Desplegó esa capacidad de “unir” para la movilización del movimiento de mujeres por la libertad de Romina Tejerina, causa que tomó en sus manos junto con los abogados.
Camino al Bicentenario, deseaba que en la conmemoración aparecieran el avance y las luchas que las obreras y las mujeres más sencillas realizaron en la Argentina en los últimos 200 años.
La investigación y la escritura eran temas que desvelaban a María: sentía que siempre le faltaba tiempo, y les dedicaba todo lo que su trajinar le permitía.
La muerte tempraneó y tronchó proyectos. Los acontecimientos, durante estos dos años, nos recordaron una y otra vez la magnitud de la pérdida sufrida. Pero María y Rafael vivieron con alegría; seguramente desearían que nos acordemos de ellos de esa misma manera. Por eso, haciéndonos eco de otras muchas voces, simplemente les reiteramos: ¡hasta la victoria siempre, camaradas!