El jueves 17 de julio se realizó en la ciudad de Santa Fe la 54 Cumbre del Mercosur, que reúne a los presidentes de los cuatro países socios plenos del bloque: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, además de los mandatarios de los otros dos países en condición de asociados: Bolivia y Chile. Así participaron en esta Cumbre Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Mario Abdo Benítez, Tabaré Vázquez, Evo Morales y Sebastián Piñera.
Allí, además de traspasar la presidencia temporaria del Mercosur a Jair Bolsonaro, Mauricio Macri en tono de campaña electoral hizo balance de “su gestión” del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, anunciado con bombos y platillos en la vidriera internacional de la Cumbre del G20 realizada hace menos de un mes en Japón. Un acuerdo que los medios de prensa afines a los sectores monopolistas interesados siguen presentando como un “acuerdo de libre comercio” entre ambos bloques, cuando después se supo que el documento firmado es un “acuerdo en principio” de tipo político, que plantea la intención de llegar a un tratado de asociación y cooperación entre ambos bloques. Dicho documento preparatorio de la Comisión Europea plantea una serie de capítulos comerciales y técnicos como base de un futuro tratado entre ambos bloques (ver “¿Libre comercio con Europa?”, hoy N° 1773).
Así quedó claro que “el logro” del presidente Macri, haciendo de celestino entre el brasileño Bolsonaro y el francés Macron, había tenido el aval de algunos popes imperialistas europeos para echar en cara al presidente estadounidense Trump que, en su guerra comercial con China, dejaba de lado la tradicional posición librecambista de su país. Pero también se supo que Trump no había abandonado su sonrisa de filibustero porque conocía que tras el entendimiento de Macri con Bolsonaro había un compromiso anterior de ambos de trabajar juntos “para tener un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos”, como sinceró el presidente Macri ante un sector de empresarios a su regreso a la Argentina. Como también está claro que Trump no piensa regalar a sus socios-rivales europeos el apetecible mercado de América Latina de 203 millones de habitantes, en el que también busca cerrar espacios a los tentáculos económico-financieros y militares que con los que hoy le disputan principalmente la región: sus rivales imperialistas de Rusia y de China.
Lo cierto es que todas las burguesías monopolistas de los países imperialistas protegen sus mercados internos (con aranceles aduaneros, cuotas de importación, barreras técnicas y sanitarias, exclusividad de marcas y patentes, etc.). Pero en su disputa por el dominio de los mercados externos, como Inglaterra desde hace más de un siglo todas las potencias imperialistas, incluida la actual de China, pregonan la “libertad de comercio” en particular para los países oprimidos del sistema de dominio imperialista, para reforzar en ellos los tentáculos de la dependencia no sólo comercial sino también financiera, económica y política, incluida la militar. Para ello operan directamente o a través de los sectores de terratenientes y burguesías intermediarias nativas que podrían beneficiarse con ese “libre comercio”, profundizando y “diversificando” según su conveniencia la dependencia de uno u otro imperialismo, o bloque de países imperialistas, que se disputan el dominio mundial.
Todos los voceros de los imperialistas y sus lacayos hacen la apología del “libre comercio” diciendo que eso beneficiará a todos los consumidores con la oferta de mayor cantidad de bienes a precios más baratos para todos. No dicen que para que haya bienes hay que producirlos y que, para poder comprarlos, aunque sean más baratos, los consumidores tienen que tener ingresos que sólo pueden provenir del trabajo y la producción. Un ejemplo es el de la industria automotriz, manejada por los monopolios imperialistas que podrían cerrar sus plantas en Argentina dejando en la calle a sus trabajadores y a las autopartistas que de ellos dependen, para traer automotores “más baratos” de Brasil, o directamente de Europa que el personero de Fiat Rattazzi dice que son mejores ¿De qué nos sirve que los productos sean más baratos si el “libre comercio” que nos proponen destruye el trabajo y la producción nacionales y no vamos a tener con qué pagarlos?
Otras desigualdades
Se dice que con el acuerdo Mercosur-Unión Europea nuestros países se verán beneficiados en el sector relacionado a los recursos naturales, donde nuestra región tiene “ventajas comparativas” para competir con la agricultura, la ganadería o la vitivinicultura del viejo continente. Pero la Unión Europea agregó al tratado una cláusula para proteger “los estándares de seguridad alimentaria europeos” es decir, normas sanitarias y fitosanitarias que continuarán funcionando como una traba extra-arancelaria a las importaciones. Aun así, los productos a liberarse totalmente son los que la Unión Europea no produce como la soja, la merluza y los frutos, porque se aplicará el sistema de cuotas para aquellos bienes y servicios que se producen dentro de Europa o en sus ex colonias. Todo ello reforzado con un mecanismo de salvaguarda bilateral que permitirá a los imperialistas europeos “imponer medidas temporales en el caso de que se produzcan aumentos inesperados y significativos de las importaciones que provoquen, o puedan provocar, serios daños a sus industrias domésticas”.
Para los afiebrados pro-tratado locales, la apertura será un desafío para los sectores industriales a mejorar su productividad frente a la mayor competencia extranjera, no importa las empresas o ramas que “desaparezcan” como dijo Grobocopatel. Pero la historia económica muestra que los países que tuvieron un crecimiento económico de relevancia en base a enormes esfuerzos de industrialización –como los Estados Unidos con Lincoln, la Alemania con Bismark, o los llamados “Tigres Asiáticos” en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial–, siempre protegieron celosamente sus mercados internos como base de un desarrollo productivo que les permitieran superar sus desigualdades con las economías más adelantadas de su tiempo.
Además nuestras oligarquías rastreras aceptan que se mantenga inalterable la lógica de los imperialistas de preservar la obtención de la ventaja decisiva en el manejo de los adelantos científicos de los tiempos actuales (con eje en los servicios y la tecnología de punta), a través del monopolio del “conocimiento” para el desarrollo de todo tipo de invenciones que les permiten conquistar y arrebatar nichos de mercado. De ahí la exigencia europea de la extensión en la vigencia de marcas y patentes en el “Acuerdo”, cuyo requerimiento es recurrente por parte de los monopolios de la industria farmacéutica y de agroquímicos de los países europeos ante cualquier tipo de negociación extra-comunitaria. Con lo que se acrecentarán y profundizarán la desigualdad de capacidades competitivas entre ambos bloques.
Escribe Eugenio Gastiazoro
Hoy N° 1775 24/07/2019